Mario Martín Gijón
Pre-Textos, Valencia, 2018, 208 páginas
Ósmosis, creatividad y una prosa altamente esmerilada
son algunas de las marcas que, en mi opinión, definen este nuevo libro de Mario
Martín Gijón (Villanueva de la Serena, 1979). Doctor en Filología Hispánica,
ejerció la docencia en dos universidades de Centro Europa, y parece indudable
que tanto la novela breve de este libro como los relatos que la acompañan, así
como los de su anterior publicación, Inconvenientes
del turismo en Praga y otros cuentos europeos, no solo están
enmarcados en ciudades europeas y exploran desde la ficción mapas y coordenadas
del viejo continente, sino que nos transmiten brisas europeas y un cierto aire
de familia incrustado en la impronta de muchos de sus protagonistas.
El tópico
horaciano Ut pictura poesis con el
que el autor rotula el libro amalgama en buena medida los tres primeros relatos
que, al menos por compartir personajes, pueden ser considerados eslabones de una novela corta. Mas en las prosas de
Mario Martín no se trata de que pintura y poesía tengan en común la posibilidad
de compartir experiencias estéticas, sino del hecho de que algunos de sus
protagonistas se sienten conmovidos al contemplar tres cuadros anónimos en
tiendas de antigüedades de ciudades centroeuropeas (Moravia, Silesia y Berlín).
“La generosidad”, nombre de un cuadro visto en el
escaparate de un anticuario, puntea un interrogante que planea y se proyecta
sobre las relaciones humanas: “¿Qué se esconde en el fondo de la generosidad?”
¿Quizás somos generosos de forma egoísta por el miedo a perder al ser amado? La
generosidad del joven turco nacido en Berlín, con la familia retornada a
Turquía, que demostraba con sus novias, nada contaba para ellas: Kerstin para
la que él no pasaba de ser un entretenimiento y la doctoranda Milena con la que
muestra una generosidad extremada aceptando lo inaceptable, hasta que ella
termina prefiriendo la madurez del profesor Vínter. “La modificación”, una
pintura hiperrealista, suscita el segundo relato protagonizado por Milena y el
maduro catedrático que se siente uno de tantos desheredados del amor, “los
verdaderos parias de la tierra de nuestros días” (página 74), que vuelca su
corazón en la joven doctoranda con la que inicia un arrebatador idilio, una
fuga hacia adelante, una deriva, una modificación de la que es incapaz de
escapar, pero que le hace interrogarse sobre su identidad. Hasta que tres
palabras aniquilan un sueño para el que no estaba preparado. El tercer
episodio, “La fragilidad” parte así mismo de la contemplación de otra pintura
por parte de la amante del viejo profesor, que le conmueve y paraliza.
Intentará armarse contra la fragilidad, sin hacer concesiones a las formas de
dominación de los otros. Y expresa sus dudas sobre con qué amante quedarse: el
joven Murat del que la separa un desencuentro por motivos fisiológicos, o Petr
Vínter, el maduro catedrático al que no podrá volver a entregarse.
La
primera persona se apropia de la narración de tres situaciones existenciales,
con leitmotiv amoroso, que comparten protagonistas y están asociadas a
enigmáticas pinturas y que además tienen en común el tema del desencuentro.
Otros
tres relatos completan con sus historias el bagaje diegético del libro:
“Rosaleda en Luxemburgo”, un relato en el que Mario Martín experimenta con el
coloquialismo mexicano, refiriendo un paréntesis vital de una mexicana en el
París zonzo y turístico. Abandona su propósito de estudiar francés por otro más
placentero: divertirse con sus amigos. “La extrañeza de Kirsten”, un relato
similar en cuanto al propósito de la protagonista: más dispuesta a hacer amigos
y deleitarse en la música de grupos raros que a aprender alemán. Subyugada por
experiencias lésbicas, el fondo cenagoso de un trío arriesgado le hace huir
como una bestia herida. Anclado igualmente en un mapa centroeuropeo, el relato
“En casa ajena”, el único en el que se alternan la primera y tercera persona
narrativas. Un relato que transcribe el desencuentro de un hospedador polaco,
hundido en la ociosidad y con la esposa huida, con sus huéspedes, una pareja
formada por una joven polaca y un chico inglés, con disensiones entre ellos. El
desenlace solamente insinúa la tragedia final.
Relatos que, apoyándose en el motivo de las
pinturas que en sí mismas son un enigma, ahondan en lo que somos. Identidades
sacudidas por ilusiones amorosas y barridas por el desamor. De nuevo como en el
primer libro de relatos de Mario Martín, naufragios existenciales de seres
enfrentados con su mundo interior o con las veleidades de lo que los rodean.
Entre las
muchas razones para perdernos en estas historias que nos ofrece la creatividad
de Mario Martín, no es menor el estilo de una prosa muy elaborada, un
castellano rico que no decae cuando el registro lingüístico incorpora
mexicanismos. Así como la plasticidad de las descripciones y la capacidad para
profundizar en la psique de las personas. Relatos, historias muy alejadas de la
literatura entendida como fácil golosina, pero que degustarán con placer los
lectores exigentes.
Fragmentos
“Mi mero viaje desde Berlín no había sido fácil de realizar, por muchos
motivos, sin olvidar los económicos y prácticos. No descartaba encontrarme,
además de solo, sin trabajo a mi regreso. Me había esforzado por transigir con
todas sus condiciones, aceptar lo inaceptable para cualquier hombre. Había ido
depositando mis ofrendas en la fosa de su silencio, que no parecía llenarse, y
de la que luego surgiría una gran mano rogándole que, por favor, a cambio, me
diera una oportunidad para volver junto a ella. Pero la mano quedó abierta,
como mi herida, o hubo de crisparse agarrando el aire, el vacío, la mudez. Ésa era,
por qué no, una posible interpretación de «mi» generosidad reflejada,
voluntariamente, en esa imagen inquietante. Sabía, con todo, que las cosas no
estaban tan claras. Esa generosidad de la que reclamaba el mérito, cuando no la
recompensa, ¿acaso no había surgido de la necesidad, de la desesperación?”
…..
“Recordé con una sonrisa tierna el glorioso alzamiento inesperado que sentí
al dejarme abrazar por él, en nuestro segundo encuentro, primero en cierto
sentido. Sensación extraña al acariciar su torso, al besar su pecho encrespado
de vello canoso como la espuma de una marea en retirada. Su vientre flácido,
que no hacía presagiar lo que se hallaba unos centímetros más abajo. Me inunda
la ternura al recordar su apresuramiento y su torpeza intentando liberar los
botones de mi camisa, su conato de rabia al no poder desabrocharme el
sujetador. Su rostro beatífico al succionar mis pechos. «Mi niño» estuve a
punto de decir, y menos mal que no lo dije, pues después fui yo la indefensa,
la sorprendida de esa rigidez implacable que durante un tiempo me penetró como
insistiendo en una certidumbre aún inalcanzable para mí.”
…..
“Pero toda esa ilusión se me cayó a los pies nada más cruzar el umbral de aquella
casa, que tan poco tenía en común con la que viéramos anunciada en internet. No
era sólo un olor a rancio moho y humedad arraigada del techo a la moqueta. Entrar
en la cocina fue como si me encerraran en una jaula de abyección en la que hasta
el aire parecía infectado de una suciedad cínica y burlona. Burlada me sentía por
aquel hombre, del que dudaba si era necio o trastornado. Restos de comida se maceraban,
flotantes como restos de un naufragio o adheridos como algas a los bordes de platos
y cazuelas dispuestos en una absurda arquitectura de bajilla sucia, en remojo en
un agua estancada durante días como mínimo. Para colmo había moscas muertas y, peor,
nos saludó una cucaracha viva y voladora.”
(Mario Martín Gijón, Ut pictura poesis y otros tres relatos, paginas 12-13, 105-106, 205)
No hay comentarios:
Publicar un comentario