Carson McCullers
Traducción de
María Campuzano
Prólogo de Paulina
Flores
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2017, 168
páginas.
Carson
McCullers (Columbus, Georgia, 1917- Nyack, Nueva York 1967) forma parte del
trío de mujeres escritoras americanas sureñas que crecieron como narradoras a
la sombra de Faulkner, si bien no necesariamente bajo su influjo estilístico.
Sin embargo, complementan la violencia faulkeriana con sus textos de tonalidad
delicada y lentos abatimientos, concediéndole primacía al relato y a la nouvelle sobre la novela larga. La que alcanzó
mayor fama de este trío (Eudora Wety, Flanert O’Conor y Carson McCullers) fue
precisamente esta última, con piezas como The
heart is a lonely hunter, The member of the wedding y, especialmente The ballad of te Sad Cafe (1951),
traducida a numerosos idiomas y reeditada por Seix Barral en distintas
ocasiones.
La balada del café triste sumerge al
lector en el Sur profundo de los Estados Unidos, en un microcosmos de villas
aisladas, pobladas por personajes frustrados y marginados, pero en sus
corazones, aunque ellos se hallen hundidos en climas de rechazo, racismo,
pobreza…, siempre brota el amor en sus diversas manifestaciones, siendo el
amante, no el amado, el que determina el crédito y la calidad de todo amor.
En el volumen que nos ofrece Seix Barral podemos
leer la novela corta, La balada del café
triste y otros relatos en los que la autora desarrolla los temas de la asimetría en las relaciones
sentimentales, así como otros argumentos, tales como el fracaso, la injusticia
social, o el alcoholismo y las crisis existenciales.
Años
después de haber escrito y publicada la novela, Carson McCullers reveló el
origen de la misma: en una visita a un bar de Brooklyn, tuvo la oportunidad de
ver a dos personas: una mujer grande y junto a ella a un chepudo. A las pocas
semanas, esa visión comenzó a dar origen a la novela y a los distintos
personajes que la pueblan: la figura de la señorita Amelia, una mujer morena,
alta, con osamenta y musculatura masculina… Pudo ser una mujer hermosa, de no
haber sido un poco bizca. Y de forma semejante entra en escena la figura del
primo chepudo, Lymon Willis. Medía poco más de un metro veinte. Sus pequeñas
piernas arqueadas parecían demasiado delgadas para soportar el peso de su largo
pecho deforme y de la chepa que destacaba entre los hombros. Su cabeza era así
mismo muy grande. El trío de personajes centrales se completa con Marvin Macy,
un hombre extraño, miserable y violento que se había casado con la rica
señorita Amelia, un matrimonio que solamente durará diez días.
Y como
complemento y contexto necesarios, el espacio, una atmósfera desolada. Una
villa muy triste; excepto la fábrica de algodón, poco más tiene… si el viajante
va por la calle principal una tarde de agosto no halla nada que hacer. Con
estas mimbres, Carson McCullers crea un triángulo amoroso no correspondido y un
desenlace despiadado e injusto. La protagonista central, la señorita Amelia,
ocupa en la villa un lugar prominente. Es rica y posee la única destilería del
lugar; sus vecinos la temen debido a que no perdona la más mínima deuda.
Solamente el chepudo, el deforme primo Lymon, será capaz de abrir una pequeña
rendija en el corazón de la señorita Amelia que lo acoge en la casa y se deja
arrastrar por una pulsión incontrolable e irracional hacia el primo deforme.
Una extraña relación amorosa, cuyo mando solamente está en manos del amante. La
gente más insólita, se afirma en la novela, puede ser un estímulo para el amor.
Y de esta
manera comienza a funcionar el café en el almacén de la señorita Amelia, a la
vez que los habitantes del lugar experimentan una profunda transformación. El
nuevo café aligera su soledad y les permite comentar lo que acontece en la
villa. Incluso la señorita Amelia se vuelve más sociable. Hasta que el ex
marido de diez días sale de la cárcel, regresa a la pequeña población y con él
llega la mala fortuna, y un desenlace triste y trágico que le da razón al
título.
Porque,
en efecto, no hay nada alegre en este relato de Carson McCullers, mas si una
gran habilidad de la autora para hacernos partícipes de las miserias del ser
humano, de las locuras del amor cuando se convierte en pulsión irracional y da
origen a una relación grotesca entre el
amante y el amado. Carson McCullers nos conduce por los vericuetos de la historia con un ritmo lento, a la
manera de una balada. Presenta a los personajes, les da voz, nos sumerge en el
pasado y nos precipita en el futuro, habitado de nuevo por la soledad de una
villa en la que no hay absolutamente nada que hacer, excepto pudrirse con el
aburrimiento. Por eso mismo La balada del
café triste, además de una fascinante inmersión en el Sur de la América
profunda, es un perfecto modelo de relato circular puesto que concluye donde
comienza.
Fragmentos
"Ante todo, el amor es una
experiencia compartida por dos personas, pero esto no quiere decir que la
experiencia sea la misma para las dos personas interesadas. Hay el amante y el
amado, pero estos dos proceden de regiones distintas. Muchas veces la persona
amada es sólo un estímulo para todo el amor dormido que se ha ido acumulando
desde hace tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro todo amante lo
sabe. Siente en su alma que su amor es algo solitario. Conoce una nueva y
extraña soledad, y este conocimiento le hace sufrir. Así que el amante apenas
puede hacer una cosa: cobijar su amor en su corazón lo mejor posible; debe
crearse un mundo interior completamente nuevo, un mundo intenso y extraño,
completo en sí mismo. Y hay que añadir que este amante no tiene que ser
necesariamente un joven que esté ahorrando para comprar un anillo de boda: este
amante puede ser hombre, mujer, niño; en efecto, cualquier criatura humana
sobre esta tierra. Pues bien, el amado también puede pertenecer a cualquier
categoría. La persona más estrafalaria puede ser un estímulo para el amor. Un
hombre puede ser un bisabuelo chocho y seguir amando a una muchacha desconocida
que vio una tarde en las calles de Cheehaw dos décadas atrás. Un predicador
puede amar a una mujer de la vida. El amado puede ser traicionero, astuto o
tener malas costumbres. Sí, y el amante puede verlo tan claramente como los
demás, pero sin que ello afecte en absoluto la evolución de su amor. La persona
más mediocre puede ser objeto de un amor turbulento, extravagante y hermoso
como los lirios venenosos de la ciénaga. Un buen hombre puede ser el estímulo
para un amor violento y degradado, y un loco tartamudo puede despertar en el
alma de alguien un cariño tierno y sencillo. Por lo tanto, el valor y la
calidad del amor están determinados únicamente por el propio amante. Por este
motivo, la mayoría de nosotros preferimos amar que ser amados. Casi todo el
mundo quiere ser el amante. Y la verdad a secas es que de un modo profundamente
secreto, la condición de ser amado es, para muchos, intolerable. El amado teme
y odia al amante, y con toda la razón. Pues el amante está tratando
continuamente de desnudar al amado. El amante implora cualquier posible
relación con el amado, incluso si esta experiencia sólo puede causarle dolor.”
…..
“La bebida de la señorita Amelia
tiene una cualidad especial. Se nota limpia y fuerte en la lengua, pero una vez
dentro de uno irradia un calor agradable durante mucho tiempo. Y eso no es
todo. Como es sabido, si se escribe un mensaje con jugo de limón en una hoja de
papel, no quedan señas de él. Pero si se pone el papel un momento delante del
fuego, las letras se vuelven marrones y se puede leer lo que contiene. Imaginen
que el whisky es el fuego y que el mensaje es lo más recóndito del alma de un
hombre: sólo así se comprende lo que vale la bebida de la señorita Amelia.
Cosas que han pasado inadvertidas, pensamientos ocultos en la profunda
oscuridad de la mente, de pronto son reconocidos y comprendidos. Un obrero
textil que no piensa más que en telar, en la fresquera, en la cama y vuelta al
telar; este obrero bebe unas copas el domingo y se tropieza con un lirio de la
ciénaga. Y toma esta flor y la pone en la palma de su mano, examina el delicado
cáliz de oro y de pronto le invade una dulzura tan intensa como un dolor. Y ese
obrero levanta de pronto la mirada y ve por primera vez el frío y misterioso
resplandor del cielo de una noche de enero, y un profundo terror ante su propia
pequeñez le oprime el corazón. Cosas como éstas son las que ocurren cuando uno
ha tomado la bebida de la señorita Amelia. Uno podrá sufrir o podrá consumirse
de alegría, pero la experiencia le habrá mostrado la verdad; habrá calentado su
alma y habrá visto el mensaje que se ocultaba en ella”
(Carson McCullers, La balada del
café triste)
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