Borja Cabada
Algaida Editores, Sevilla, 2017, 278 páginas.
Borja
Cabada (Córdoba, 1983) con una novela que narra una aventura en un mundo
postapocalíptico, un mundo arrasado al más puro estilo de The road de Cormac McCarthy, se hizo ganador de la segunda edición
del Premio Logroño de Novela para Jóvenes Escritores. No deja de llamar la
atención que un escritor relativamente joven y con una pieza narrativa que, si
nos fiamos por el rótulo del libro, parece ir dirigida a lectores jóvenes, y
que es sobre todo una novela compleja e intrincada, se haya alzado con el
galardón logroñés. No obstante, conviene no olvidar que los premios literarios
no dejan de ser frecuentemente un encasillamiento a la vez promocional y discriminatorio.
El sonido de Atlantis, sin ser
estrictamente una novela de ciencia ficción, comparte muchos de sus elementos,
y se inicia asentándose en los mismos presupuestos de la obra mencionada de
Cormac McCarthy. La acción narrativa transcurre en dos épocas distintas y en
escenarios diferentes. Y es en esa duplicidad en la que se origina y reside el
conflicto del personaje principal, dividido entre dos historias que son mitad y
mitad suyas. Una de ellas transcurre en
un presente más o menos actual, con un Chicago postapocalíptico; y la otra es
el retorno a un pasado que tiene lugar en la Varsovia ocupada por los nazis. En
esas distintas épocas y espacios geográficos, se siente atrapado el personaje
principal, Jay Schwartz, y deberá decidir qué historia quiere vivir: la del
presente del Chicago en ruinas o la del pasado de su infancia como niño judío
escapado del gueto de Varsovia. Una época que, sin embargo, él recuerda como la
más dichosa y placentera que la del presente. Tendrá que decidir, tras la
comparación de ambos espacios temporales por cuál de las dos historias opta. Y
ahí precisamente reside su personal conflicto.
Por eso
mismo, en la novela, estructurada en un preludio, un acto primero, un acto
segundo y un epílogo, se alternan y entrecruzan secuencias referidas a Jay -el
personaje adulto- con otras que hacen referencia a Jaros, el protagonista en su
infancia polaca.
La novela
se inicia en un Chicago en ruinas: calles vacías, carreteras destrozadas,
vehículos oxidados. Cascajos de un lugar pretérito. Un mundo que dejó de
existir el 15 de octubre de 1983. La hilera interminable de casas donde Jay
tuvo su hogar, presenta ahora un aire hostil. Todas se hallan reducidas a
cenizas, excepto una. Tras la puerta, Jay percibe que hay algo peor que la
muerte. Mas en su mente reviven las voces del pasado con el decreto de creación
del gueto de Varsovia. Y así comienza la reescritura de su infancia, incluso en
contra de su voluntad, por parte del escritor O’ Sullivan. Él se verá obligado
a hacer los que el escritor diga o disponga. Jaros, en palabras de su madre,
tiene seis años y está encerrado en el gueto, pero gracias a la generosidad
cómplice de una actriz, Isabella, que le acoge como hijo, se libra de ser
asesinado por las SS. La narración lleva igualmente al lector a los pasillos y
dependencias del Hospital Psiquiátrico de Hartgrove, un verdadero cementerio de
sonidos. Y una vuelta al punto de partida: un bucle, un ciclo que se repite de
forma indefinida, sin posibilidad de escapar de él.
Abundan
los aspectos reseñables en El sonido de
Atlantis: un ritmo vertiginoso repleto de acontecimientos y secuencias,
algunas prescindibles; una escritura muy plástica, visual, auditiva y
cinematográfica -transversalidad con el cine, reconoce al autor-, pero, sin duda
lo más relevante de la novela es su carácter fragmentario, su no linealidad
narrativa, que a veces puede ser interpretada como un cierto caos narrativo. Y
sobre todo, su naturaleza metaficcional. Un libro metaliterario en el que hay
una reflexión sobre el acto de crear. Ficción, pues, que incluye en sí misma un
comentario sobre su propia identidad narrativa en palabras de Hutcheon. ¿En qué
consiste el acto de crear un mundo y unos personajes y determinar su destino?
Ya que, como reconoce el protagonista, es el escritor el que crea el personaje:
“Sin ti… sin tu yo sería una página en blanco” (página 238). Por mucho que Jay
pretenda romper el flujo narrativo, descuartizar la maraña literaria, está
siempre en manos del escritor: él lo crea, él lo reescribe; y al acabar la
lectura del libro, todos los personajes que transitan por su ficción, se
acaban, dejan de existir.
Son
varios los temas y cuestiones tratadas en la novela: el amor, el perdón y
especialmente la lucha por el presente aunque no aparezca como placentero
porque es lo único que existe, y no quedarnos estancados en un pasado feliz o
traumático.
Fragmentos
“Un bosque, un mundo abandonado,
hospitales, cenizas, niebla, sol oculto, el metro elevado, tren enloquecido,
calles destrozadas, costras de asfalto, noche, luna vacía, tormenta, recuerdos,
lágrimas, dolor, monstruos, invierno, historia, máquina de escribir, gafas
redondas, otra historia, un médico, la verdad, gotas de silencio,
confinamiento, amanecer, bajo tierra, manuscrito, ciudad. Magnificent Mile,
erosionada, destruida, derrumbada, lluvia calmada, lluvia feroz, tinieblas,
gusanos, el mismo final, una y otra vez, cementerio, lápidas, leyenda, castillo
en ruinas, cuervos, princesa, muerta, música, coche, accidente, y saña y
cristales y sangre y arañazos y disparo -despierta, despierta, despierta.”
…..
“Las calles de Varsovia estaban
desoladas, completamente cubiertas de nieve. La luz de las farolas se
difuminaba etérea, como hálitos espectrales, única presencia en los corredores
de una ciudad moribunda e interrumpida.
Era terrible la sensación de
aislamiento. Regía la dictadura
silenciosa del invierno más crudo que se recordaba en muchos años, y
aquello propiciaba la introversión, incluso la demencia y el delirio. Pero eso
no lo percibía Isabella como algo malo. No hacía mucho que aquel pensamiento
había irrumpido en su cabeza. Quizá la locura fuera el estado más puro en que
podía encontrase la mente humana después de todo. Locura no agresiva, por
supuesto, locura sana de psiquiátrico. Isabella había empezado peligrosamente a
verlo como el mejor refugio contra el mundo, un cubil donde pasar desapercibida
ante la guerra, el hambre, la enfermedad, la hipocresía, la política, la oxidación,
el desamor. Qué tranquilidad, solía pensar. Allí por fin podría estar a salvo.”
…..
“El doctor
Railich condujo hacia la entrada del hospital.
Ya había anochecido, y el edificio principal parecía una bestia torpe y altargada,
iluminada por la luz macilenta de las farolas que poblaban el perímetro del complejo.
Tenía aspecto
cansado, y se movía muy despacio, como si cada paso que daba hacia el vestíbulo
lo mortificara. Pero ya no podía hacer nada. Bajo el brazo sostenía varios documentos
y expedientes, y una pequeña grabadora portátil en la mano. Vaho al respirar. Y
nieve apilada a ambos lados del camino.
Había manchas de sangre en su abrigo y sus manos.
Empujó la puerta y entró.”
(Borja Cabada, El sonido
de Atlantis, páginas 30-31, 111, 243)
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