Magda
Hollander-Lafon
Traducción
de Laura Salas Rodríguez
Editorial
Periférica, Cáceres, 2017, 151 páginas.
Magda Hollander-Lafon (Záhoney, Hungría,
1927) no rozó la muerte, la vivió desde dentro, como escribió Jorge Semprún
sobre las experiencias en Büchenwald. En ella, esa experiencia terrible y
pavorosa la experimentó a la edad de dieciséis años cuando fue llevada a
Auschiwitz-Birkeneau. Hasta el final de la guerra en 1945, su cuerpo y su mente
pasarán por otros cuatro campos de exterminio, dentro de la solución final del
genocidio de millones de judíos de toda Europa. Pero el instinto de
supervivencia la rescató de la muerte, empujándola incluso a cambiar de la fila
que iba a la cámara de gas, a otra donde la gente estaba en mejor estado. En
cambio, su madre y su hermana, por mucho que rezaron a Dios, se convirtieron en
humo y cenizas de las chimeneas de Auschwitz.
De sus impresiones en los campos de
exterminio surge este libro estructurado en dos partes: “Los caminos del
tiempo” y “De las tinieblas a la alegría”. El libro recibe su título de una
dramática escena que la autora recuerda en todo su realismo: un día, salía del
barracón y vio tumbada a una mujer ya casi sin vida. la llamó y, para que siguiera
viva y le contara al mundo lo que estaba pasando, le dio unos mendrugos de pan
mohoso.
La obra,
para los editores franceses no es un testimonio sobre el Holocausto,
sino una meditación sobre la vida. La autora que no es escritora profesional, sino
una superviviente de la muerte, tardó más de treinta años en poder contar sus
recuerdos que se concentran, sobre todo, en la primera parte del volumen,
publicada en 1997. Ella es la niña húngara que revive después de tres décadas
para testimoniar, como tantos otros, la ofensa que se le hizo no solo al pueblo
judío, sino a toda la humanidad.
El libro, como anotan los prologuistas del
original francés, pretende que no sea la muerte, a pesar de haberla vivido tan
de cerca la autora, quien diga la última palabra, “para que el crimen no mate
dos veces a todos los que perdieron allí la vida y no deje prisioneros de una
manera mortífera a quienes sobrevivieron”.
En la gestación de la primera parte, “Los
caminos del tiempo”, hay una exploración de la “tinieblas fugitivas” que la
autora recupera al salir de un hospital, recobrando la memoria petrificada por
el silencio y el miedo. Su contenido son unos breves esbozos e impresiones
sobre los campos, los hechos que allí acaecían, la mirada de las víctimas -la
de una compañera con los colmillos de un perro hundidos en su carne, o la de
otra que muere apaleada-, las humillaciones a las que son sometidas, el hambre
y la sed extremas, el abatimiento, el crepitar de las chimeneas que expulsan
las cenizas de los que están siendo quemados. Recuerda la partida, junto con su
madre y hermana, olisqueando el peligro con los ojos cerrados, el ladrido de
hombres y perros que los reciben en Auschwitz. El día a día picando piedras; el
cazo de sopa gris y transparente como toda comida; el desplome tras la entrada
en el block, al mismo tiempo que la puesta de sol. El apetito insaciable de los
piojos, presentes día y noche; la batalla diaria por un pellizco de pan; la
cotidiana rutina de correr para demostrar que todavía son aptas para el
trabajo; el milagro de unas gotas de agua que unas compañeras le proporcionan y
que le salvan la vida. La crueldad de
una antigua deportada ascendida a jefe de block, que insulta, abofetea y
reprocha a los ancianos por no morirse y robarle el pan a los jóvenes; los
recuentos a golpe de latigazos.
Y, entre tanta maldad, el gesto de un buen
guardián que le frota los pies congelados con un periódico, un gesto que le
permite recuperar la creencia en la bondad humana. La usurpación de toda
identidad: recuerdos, vestimenta, pelo y dientes si tienen fundas de oro. Y
como estos, otras muchas evocaciones que afloran en la memoria de Magda
Hollander-Lafon. Pero también múltiples interrogantes que cuestionan el hecho
de haber sido las olvidadas de la humanidad. Y finalmente, el regreso a la vida
con una maleta agujereada, pero, a falta de ropa, llena de esperanzas, sueños y
temores.
La segunda parte, “De las tinieblas a la
alegría”, es un texto meditativo, surgido del reencuentro del gusto por la
existencia. Recordando a todas y todos los que entraron en las cámaras de gas,
la autora intenta hacer de Auschwitz, no un lugar de la muerte, sino un
territorio de apelación al porvenir. Brota la memoria de la infancia, la herida
húngara, con el olvido incluso de la lengua materna. El remordimiento que la
carcome al regresar viva de los campos de exterminio. “¿Por qué yo sí y los
demás no?”. Y la vergüenza de ser una judía sin rostro, no creyente, que no
sabe con quién identificarse. ¿En ser menos que nada, como le respondían los
nazis?
El texto de Magda Hollander-Lafon no aparta
una nueva visión sobre los campos, ni alcanza la profundidad de los escritos de
Primo Levi, Imre Kertész o Danilo Kiš, pero nos entrega, como tantos otros, un
nuevo testimonio, extraído de la propia experiencia, sobre la “banalidad del
mal”: la muerte de millones de seres humanos y el proceso de deshumanización
que el nazismo implantó en los campos. Sus secuencias breves, unas veces
narrativas, otras en forma de sentencias o poesías, reflejan la perniciosa
lógica de los campos de concentración: el hambre, la violencia de los campos,
los robos, los interminables recuentros bajo el sol o el frío, los cuerpos que
se derrumbaban agotados. Ella fue testigos de los peores horrores y los relata
sin frialdad, pero tampoco sin desgarradoras y exageradas gesticulaciones
escriturales.
Fragmentos
“Hay unos robots
congelados a cada lado de la puerta, armados con látigos, perros y bastones.
Corremos, entumecidas por el miedo. Para aligerar la carrera, para evitar mejor
los golpes y los mordiscos, nos deshacemos de los zapatos o los zuecos. Frenar,
dar un paso en falso, significa que te enganchen de inmediato con un bastón y
te aparten: selección fatal. Las últimas de la larga fila en llegar chocan
contra los cuerpos sin vida, tropiezan con obstáculos esparcidos.
Con paso alterado
seguimos corriendo más allá del portón, jadeantes, por instinto, con el rostro
crispado por el miedo.
Nuestra vida depende
de nuestros pies. Están doloridos y agitan nuestras cortas noches. Cada
amanecer nos preguntamos si nuestros pies maltrechos, que llevan el peso
excesivo de las almas desnudas,
atravesarán un mañana más.”
…..
“En Birkeneau, una
moribunda me hizo un gesto: abriendo la mano, que contenía cuatro mendrugos de
pan mohoso, me dijo con voz apenas audible: «Coge. Eres joven, debes vivir para
dar testimonio de los que ocurre aquí. Debes contarlo para que no vuelva a
ocurrir nunca más en el mundo». Cogí los cuatro mendrugos de pan y me los comí
delante de ella. En su mirada leí a la vez la bondad y el abandono. Yo era muy
joven, me sentí abrumada por el gesto y por la carga que suponía.
Este acontecimiento
ha pasado mucho tiempo olvidado.
En 1978, Darquier
de Pellepox dijo: «En Auschwitz sólo se gasearon piojos». La perversión de
tales palabras me sublevó e hizo que se alzara en mí el recuerdo del gesto de
aquella mujer. Volví a ver su rostro. Ya no podía callarme.
Tomar la palabra es
un desafío para mí, pero no puedo rehuirlo; obedezco, no a un «deber de
memoria», sino a una fidelidad a la memoria de aquellas y aquellos que
desaparecieron ante mis ojos.”
…..
“Mi vida se detuvo
a los dieciséis años, en plena crisis de la adolescencia, en plena crisis con
mis padres. En Auschwitz me separé de mi madre y de mi hermana sin una mirada,
sin un gesto y cuando me pregunté sobre su paradero, una kapo polaca me dijo en
tono indiferente: «¿Ves la chimenea que arde? Pues ya están todos dentro». Mi
vida se detuvo por segunda vez.
Quedé petrificada
por el horror de aquella visión, por el remordimiento de no haber podido
decirle adiós a los míos, pedirles perdón. Me sumí en una tristeza espesa, en
una desesperación sin fondo. Si no hubiese ahogado de inmediato tal
desesperanza, creo que habría perdido la razón.”
(Magda
Hollader-Lafon, Cuatro mendrugos de pan,
páginas 31-32, 75-76, 84)
Muy interesante ...
ResponderEliminarTerrible y desgarradora historia del holocausto y más contada por la propia protagonista, un libro que no me puedo perder, gracias, por guiarme hacia la mejor opción. Un abrazo y felicidades.
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