Julián Herbert
Malpaso Ediciones, Barcelona, 2017, 156 páginas.
Con un inicio
que recuerda a Cien años de soledad (“La noche antes de que un tren le arrancara
las piernas a Ernesto de la Cruz y Doc Moses soñara con un venado muerto y
Plutarco Almanza tuviera la desgracia de toparse con el hombre de las botas
grises, Guzmán se enderezó de la cama con una aureola de vértigo envolviéndole
la cabeza”), Julian Herbert (Acapulco, 1971), abre su primera novela, editada
originalmente en el año 2004 y que ahora reedita, reescrita de nuevo, Malpaso
Ediciones. Poeta, ensayista, autor de relatos, impulsador de colectivos de arte
interdisciplinar, especialmente en el campo de los videopoemas y performances
de electropoesía, Julián Herbert debe de ser considerado como un artista todo terreno. Un mundo infiel es pues el debut en la
narrativa de Julián Herbert, un estreno que lo sitúa entre los narradores
mexicanos más interesantes de su generación. Su novela inaugura la etiquetada
como literatura mexicana del norte, conocida también como literatura del
desierto, ya que el norte de México suele ser el territorio que Julián Herbert
muestra en su narrativa: desierto, calor y polvo, los componentes definidores
de la frontera, la tierra que conoció en su infancia y de los cuales es
fanático.
Tras ese introito que puede hacer recordar a
Macondo, Un mundo infiel comienza a
desplegar personajes que basculan entre un fiero salvajismo y una irreconocible
humanidad. Todos ellos y sus historias convergen en un corto espacio de tiempo:
poco más de veinticuatro horas. En ese lapso, especialmente en las horas nocturnas,
tienen lugar o resucitan en la memoria de los personajes, historias que
aparentemente no guardan relación entre sí. Mas en este caso, las apariencias
engañan.
El punto nuclear de la acción transcurre en
Saltillo, a cuatrocientos kilómetros de
la frontera de Texas. Guzmán se despierta muy alterado por las pesadillas
recurrentes en los últimos tiempos. Ese día cumple treinta años. Su esposa le
prepara una fiesta memorable en la casa de sus padres. Pero Guzmán se encuentra
con Plutarco Almanza que se hace llamar Mayor para presumir de su pasado
militar del que había sido dado de baja de forma deshonrosa, y ahora es el
comandante de la vigilancia ferroviaria del noroeste. Dirige un pequeño ejército de hombres prietos, bajitos
y mal rapados, soldados desertores, burreros recién salidos de la cárcel ex
policías con fama de corruptos. Sus ganancias provienen, en su mayor parte, de
la venta de la cocaína y marihuana.
Guzmán y Plutarco deciden tomar un par de
tragos en el bar La Escondida, pero terminan borrachos y drogados. Guzmán, no
obstante, liga con una mesera a la hora en la que debería estar celebrando su
cumpleaños con su esposa y amigos. El Mayor recibe una llamada: uno de sus
hombres, Ernie de la Cruz, se ha accidentado por no cumplir las normas. El tren
le acababa de de arrancar las piernas por encima de la rodilla, tras caer desde
la muela a la vía ferroviaria. Deciden ingresarlo en un hospital de Laredo, en
el estado de Texas, ya que piensan que allí hay más posibilidades de salvarle la
vida e incluso de injertarle las piernas que el Mayor ordena buscar. A ese
hospital había llegado el doctor Doc Moses junto con su hijo Shannon. Está desarrollando
una droga diseñada para ocasionar la muerte por éxtasis. Su intención original
era administrársela a sí mismo tras haber enviudado. Mas los impulsos homicidas
pronto quedaron adormecidos, y la seducción por el éxtasis químico no había
cesado de crecer, hasta el punto de convertirse en la médula de su actividad
profesional. Debía encontrar el paciente idóneo para sus experiencias. En
desenlace leeremos que lo hallará en el cuerpo inconsciente del vigilante sin
piernas.
En la trama se dan cita muchas otras
historias, distintos hilos argumentales con múltiples sueños, pesadillas,
alucinaciones, cuentos que suceden dentro de los sueños, un pueblo fantasma
formado por prostíbulos, mujeres a las que les encanta coger, presencia
abundante de sexo, cerradas de vergas y vaginas, putas ancianas que ofrecen
mamadas a los últimos borrachos, amores incestuosos, amores infieles y mucha
violencia: golpizas, torturas, violaciones
y algún feminicidio. Pero ninguna épica. Todo ello en esa literatura
áspera y dura del norte de México.
Una estructura erguida sobre varios
eslabones, con distintas historias y diversos personajes que se van sucediendo
y que, sin embargo, terminan por confluir en el desenlace. Humor negro,
brutalidad contenida, infidelidades que no alteran la cotidianeidad. Y un
estilo de prosa desabrido, ágil y vertiginoso que tiene además la virtud de
seducirnos con las variantes mexicanas del español, para vestir un relato que
transita entre lo salvaje y lo poético, para sumergirnos en un desierto mucho
más humano que espacial.
Fragmentos
“Domitilo
tomó la libreta pero no vio las cifras. Se dirigió a la mesa que limpiaba
Jacziri Yanet.
-¿Cómo
vamos, chaparrita?
-Aquí,
señor Domi. Camelleando. Ya nomás me falta el baño de las damitas.
-No
se me apresure. De todos modos lo van a mear.
Le
frotó uno de los senos.
«Tú
no te enojes, Yanet -repitió el golpe dentro de la cabeza de ella-. No es que
el viejito te falte al respeto, sino que aquí las cosas no son igual.»
Un hombre vestido con un jersey de los
Dallas Cowboys y una gorra de Cementos Apasco entró en la cantina y pidió una
cerveza.
-Cómo no mi rey. Ahorita mismo se la
traigo -dijo Jacziri Yanet.
-Pero ya la veré llorando -dijo la
Gorda Rocha-. Qué le vamos a hacer, Rojo: en estos tiempos hay más putas que
meseras.
Y escupió de nuevo en el cañito de
agua.”
…..
“Con los años, los dos hermanos fueron
desmadejando los nombres de sus divas entre cientos de anónimas rubias, negras,
morenas y asiáticas que surgían de videos amateurs. Mujeres perfectas
masturbando gordos enmascarados, chupándole la verga al camarógrafo, metiéndose
trozos de plástico y metal por el coño o por el ano sin siquiera despojarse de
una camiseta que decía «I love Atlanta», cientos y cientos de mujeres
complacientes y perfectas que aparecían sólo una vez, que se perdían luego en
la maraña de videos, handicams, satélites, televisores, juegos vaginales,
alcohol y drogas con los que ellos soñaban noche tras noche hasta la madrugada,
al punto de que a veces ni siquiera conseguían dormir porque una contorsionista
desnuda aparecía bajo sus párpados en breves videogolpes, fugaces descargas
eléctricas que los obligaban a deambular deseantes por la casa de asistencia,
el departamento de solteros, la sala comedor de sus padres, bebiendo cervezas
envejecidas y masturbándose cuatro o cinco veces antes del amanecer,
colocándose un aro vibrador en torno al glande hasta que éste enrojecía, se
agrietaba, se escoriaba tanto que les daba pavor ir a orinar. Era como vivir
perpetuamente en una orgía de fantasmas.”
…..
“Él la cogió por el mentón y la obligó
a girar. Mariana trató de resistirse, pero la mano apretó su boca y su nariz
hasta dejarla sin aliento.
-Mira, pinche puta: si me estás
chingando te voy a madrear.
La soltó. Mariana aspiró
desesperadamente. Una pelvis debajo de la suya. La voz de Adolfo, asordinada.
Un carraspeo.
Un estremecimiento de asco: la pegajosa
baba resbalando por la piel. La carne rígida clavada en el recto. Todos sus
poros se abrieron e incendiaron como si estuvieran lijándole el cuerpo. Creyó
que de pronto engordaba, que sus vísceras comenzaban a colmarse de aire.
Escuchó cómo los gases escapaban a través del canal adolorido. La indignación
volvió a poseerla: manoteó e hizo el intento de gritar, pero Adolfo la sujetó
otra vez por el mentón y el torso. Mariana se imaginó atorada entre dos láminas
retorcidas.”
(Julián
Herbert, Un mundo infiel, páginas
19-20, 75, 79-80)
Muy interesante ...
ResponderEliminarFelicito al autor, ya que además de ser mi paisano,veo que su narrativa es muy buena.Sin duda lo leeré. Gracias Francisco por siempre ilustrarnos con tus bellas reseñas. Un abrazo.
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