jueves, 11 de febrero de 2016

LA LUCECITA": UNA PEQUEÑA E ÍNTIMA CAJA NEGRA



La lucecita
Antonio Moresco
Traducción de Francisco J. Ramos Mena
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 170 páginas

   Antonio Moresco (Mantua, 1947) es hoy en día uno de los más importantes escritores italianos. Y los es, en primer lugar, por su dilatada obra -una veintena de títulos en narrativa (Gli esordi, Canti del caos, Gli incendiati, entre otros)-, pero también porque ha sabido aventurarse de forma exitosa en otros géneros (ensayo y teatro), así como en temáticas muy heterogéneas. Además su poética se halla perfectamente definida, tanto a nivel temático como estilístico. Su biografía personal como escritor hace resonar los ecos de la figura romántica del literato solo frente al mundo, con años de escritura desesperada y nocturna, y el rechazo de sus obras por parte de no pocos editores, que lo ha convertido en un autor tardío.
   En el año 2013 añadía a su producción narrativa una novela breve, La lucina que el pasado mes de enero, en traducción de Francisco J. Ramos Mena, editaba Anagrama en español. Un relato o novela corta “emanada de una zona muy profunda de mi vida (que) es como una pequeña caja negra”, tal como la describe el propio Moresco en la “Carta al editor” que figura a modo de prefacio de la obra. Un relato escrito además con sentido testamentario: “si muriera al día siguiente de haberlo escrito sería mi testamento” (página 7) Un texto breve que nace como una historia colateral de su próxima obra, Gli increati, con la que concluirá la trilogía L´increato. Mas, pese a su brevedad, La lucecita nada tiene que envidiar a las obras mayores de Moresco, sobre todo a nivel estilístico y de elaboración formal al servicio del núcleo temático del relato.
   Con aires de fábula, aunque sin serlo, y cimentada en una engañosa sencillez formal y argumental, La lucecita es una novela redonda, perfecta, como ha sido definida. La trama que Antonio Moresco desarrolla nos presenta a un innominado protagonista que, para desaparecer, se retira a vivir a una aldea abandonada y desierta, en la que no existe ningún vestigio de vida humana. Solamente cada noche, en la montaña de enfrente y siempre a la misma hora, se enciende una pequeña luz que perfora la oscuridad, y cuyo origen desconoce. Dispuesto a aclarar quién está detrás de la minúscula luz, y sin hallar respuestas en el pueblo vecino y tampoco de un pastor estercolero, supuesto experto en avistamiento de alienígenas, decide trasladarse al lugar donde supone que brilla la luz. Tendrá que hacerlo a través de un camino invadido por la vegetación y con la presencia de animales salvajes. Un mundo desconocido que le lleva a una pequeña casa de piedra, en cuyo interior encuentra un niño. Con estupor escucha sus respuestas: hace los deberes para asistir a una escuela nocturna que no existe. La única escuela del pueblo es para niños vivos. Pero, en un mundo cada vez más misterioso e incomprensible, se encontrará con niños muertos que salen en silencio de la escuela nocturna y se van solos sin que nadie los espere. Una breve secuencia del relato tiene la capacidad de helar la sangre, aunque su sentido solamente lo advierte el lector en las últimas líneas de la novela: el niño muerto está arreglando una vieja casita que se levanta junto a la suya, para la llegada del protagonista.
   A pesar de que por la trama novelesca se mueven muertos vivientes, solamente una lectura trivial y apegada a la literalidad, puede identificar el relato de Antonio Moresco como una ghost-story. Es verdad que llega un momento en el que no se distinguen los muertos de los vivos, pero el núcleo temático fundamental de La lucecita va mucho más allá de una historia de fantasmas, y adquiere dimensiones filosóficas. Si de algo nos habla Antonio Moresco es de todo aquello que, cuando se apagan las luces y uno se ve rodeado por la absoluta soledad, cada uno de nosotros se ve compelido a preguntar. Interrogantes radicales sobre el porqué y el sentido de la existencia del yo como individuo y de la propia especie humana (“el escuro embudo de sus vidas”, página 12) condenada a no poder perpetuar su ADN. ¿Qué es la vida en este mundo y en la inmensidad del universo? ¿Se distinguen los muertos de los vivos, como ocurre con los árboles que han perdido sus hojas? El autor no aporta respuestas. Solamente nos incita a inquirirnos.
   Otro destacable contenido temático de la novela es la relación con la naturaleza: la presencia del mundo vegetal y animal se hace a veces opresiva. Potencia vegetal y animal en la que el protagonista se siente inmerso en muchos momentos. Así como la soledad y el silencio (“el silencio es tal que hasta logro escuchar el estrépito de su cuerpo”, página 12) que rodean  a los personajes del relato, especialmente al protagonista y al niño, y que el novelista presenta como una condición inevitable de la existencia; algo de lo que resulta imposible liberarse. Es la situación de fugitivos, consustancial a otros personajes de las obras de Moresco.
   Una novela con tonalidad biográfica y reflexiva, tejida con un estilo intensamente poético, que amalgama realismo y dimensiones visionarias, especialmente en las descripciones de la naturaleza. Palabras y descripciones a veces muy sencillas, aunque con una cuidada elección de los términos y de su concatenación en búsqueda de determinados efectos fónicos, y que, sin embargo, nunca pierden una intensa fuerza visionaria, ni se desvían de su función en relación con el tema central de la novela.

Francisco Martínez Bouzas

                                                       
Antonio Moresco
Fragmentos

“He venido aquí para desaparecer, en esta aldea abandonada y desierta de la que soy el único habitante.
El sol acaba de ocultarse tras la cresta. La luz se está extinguiendo. En este momento estoy sentado a unos metros de mi pequeña casa, frente a un despeñadero vegetal. Observo el mundo que está a punto de sumirse en las tinieblas. Mi cuerpo está inmóvil en una silla de hierro cuyas patas se hunden cada vez más en el suelo, y, sin embargo, de vez en cuando me falta aliento, como si me precipitara sobre un columpio con las cuerdas ancladas en algún punto infinitamente lejano del universo.
El cielo está surcado por las últimas golondrinas que vuelan de aquí para allá como flechas. Me pasan rozando la cabeza, lanzándose en picado sobre vastas esferas de insectos suspendidos entre cielo y tierra.”

…..

“¿Qué mundo es éste, pensé, mientras observaba a los niños que se internaban solos en la oscuridad, con sus piernecitas desnudas, asomando por debajo de la bata y sus carteras, «donde, mientras todos duermen, hay niños muertos que salen en silencio de las escuelas nocturnas, solos, y nadie lo sabe, nadie los ve? No encuentran a nadie parado ante el portón, ni siquiera alzan la vista en la oscuridad, saben de sobra que no hay nadie esperándoles. Se van solos quién sabe adónde…Ahora ese niño cruzará el pueblo desierto, cogerá la estrecha carretera cuesta arriba que llega hasta la base de la cresta, luego el otro camino más estrecho y todo invadido por la vegetación y las zarzas, que asciende por medio del bosque, en plena noche, en la oscuridad, solo, llegará a su casa, encenderá la lucecita…¡Qué pena dan los niños muertos cuando salen así de las escuelas oscuras, de noche, solos! Pero…¿acaso no dan la misma pena los niños vivos?»

…..

Llego por fin a la puerta.
La abro.
Abro también los postigos de madera, que vibran por los golpes.
Hay un hombre frente a mí.
Se detiene de repente al verme.
También yo me detengo.
Se ha bajado la capucha del anorak y está sacudiéndose la nieve de los hombros con una mano.
-¿Por qué has tardado tanto en abrir? -me pregunta.
-No conseguía levantarme.
Me mira.
También yo le miro a él.
-¿Qué ha pasado? -insiste, en voz baja, en un suspiro.
-Me he suicidado.
Sigue mirándome con los ojos muy abiertos, en silencio.
-¡Ven! –me dice de repente.
-¡Pero es noche cerrada!¡Hay tormenta!
-¡Ven!
-¡Pero ya no se ven los caminos!¡No se puede ir a ningún sitio!¡No se ve nada!
-¡Ven!
Le doy la manita.
-¿Adónde vamos? -le pregunto
-No lo sé”

(Antonio Moresco, La lucecita, páginas 11, 113, 169-170)

2 comentarios:

  1. Extraordinaria narrativa poética, con mucha reflexión y naturaleza, me encantó, gracias por compartir tu bello trabajo que siempre nos da la mejor opción, también felicito al autor, pues me encantó su aire fresco y dulce al narrar. Abrazos de luz.

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