Antonio Moresco
Traducción de Francisco J. Ramos Mena
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 170 páginas
Antonio Moresco (Mantua, 1947) es hoy en día
uno de los más importantes escritores italianos. Y los es, en primer lugar, por
su dilatada obra -una veintena de títulos en narrativa (Gli esordi, Canti del caos, Gli incendiati, entre otros)-, pero
también porque ha sabido aventurarse de forma exitosa en otros géneros (ensayo
y teatro), así como en temáticas muy heterogéneas. Además su poética se halla
perfectamente definida, tanto a nivel temático como estilístico. Su biografía
personal como escritor hace resonar los ecos de la figura romántica del
literato solo frente al mundo, con años de escritura desesperada y nocturna, y
el rechazo de sus obras por parte de no pocos editores, que lo ha convertido en
un autor tardío.
En el año 2013 añadía a su producción
narrativa una novela breve, La lucina
que el pasado mes de enero, en traducción de Francisco J. Ramos Mena, editaba
Anagrama en español. Un relato o novela corta “emanada de una zona muy profunda
de mi vida (que) es como una pequeña caja negra”, tal como la describe el
propio Moresco en la “Carta al editor” que figura a modo de prefacio de la obra.
Un relato escrito además con sentido testamentario: “si muriera al día
siguiente de haberlo escrito sería mi testamento” (página 7) Un texto breve que
nace como una historia colateral de su próxima obra, Gli increati, con la que concluirá la trilogía L´increato. Mas, pese a su brevedad, La lucecita nada tiene que envidiar a las obras mayores de Moresco,
sobre todo a nivel estilístico y de elaboración formal al servicio del núcleo
temático del relato.
Con aires de fábula, aunque sin serlo, y
cimentada en una engañosa sencillez formal y argumental, La lucecita es una novela redonda, perfecta, como ha sido definida.
La trama que Antonio Moresco desarrolla nos presenta a un innominado
protagonista que, para desaparecer, se retira a vivir a una aldea abandonada y
desierta, en la que no existe ningún vestigio de vida humana. Solamente cada
noche, en la montaña de enfrente y siempre a la misma hora, se enciende una
pequeña luz que perfora la oscuridad, y cuyo origen desconoce. Dispuesto a
aclarar quién está detrás de la minúscula luz, y sin hallar respuestas en el
pueblo vecino y tampoco de un pastor estercolero, supuesto experto en
avistamiento de alienígenas, decide trasladarse al lugar donde supone que
brilla la luz. Tendrá que hacerlo a través de un camino invadido por la
vegetación y con la presencia de animales salvajes. Un mundo desconocido que le
lleva a una pequeña casa de piedra, en cuyo interior encuentra un niño. Con
estupor escucha sus respuestas: hace los deberes para asistir a una escuela
nocturna que no existe. La única escuela del pueblo es para niños vivos. Pero,
en un mundo cada vez más misterioso e incomprensible, se encontrará con niños
muertos que salen en silencio de la escuela nocturna y se van solos sin que
nadie los espere. Una breve secuencia del relato tiene la capacidad de helar la
sangre, aunque su sentido solamente lo advierte el lector en las últimas líneas
de la novela: el niño muerto está arreglando una vieja casita que se levanta
junto a la suya, para la llegada del protagonista.
A pesar de que por la trama novelesca se
mueven muertos vivientes, solamente una lectura trivial y apegada a la
literalidad, puede identificar el relato de Antonio Moresco como una ghost-story. Es verdad que llega un
momento en el que no se distinguen los muertos de los vivos, pero el núcleo
temático fundamental de La lucecita
va mucho más allá de una historia de fantasmas, y adquiere dimensiones
filosóficas. Si de algo nos habla Antonio Moresco es de todo aquello que,
cuando se apagan las luces y uno se ve rodeado por la absoluta soledad, cada
uno de nosotros se ve compelido a preguntar. Interrogantes radicales sobre el
porqué y el sentido de la existencia del yo como individuo y de la propia
especie humana (“el escuro embudo de sus vidas”, página 12) condenada a no
poder perpetuar su ADN. ¿Qué es la vida en este mundo y en la inmensidad del
universo? ¿Se distinguen los muertos de los vivos, como ocurre con los árboles
que han perdido sus hojas? El autor no aporta respuestas. Solamente nos incita
a inquirirnos.
Otro destacable contenido temático de la
novela es la relación con la naturaleza: la presencia del mundo vegetal y
animal se hace a veces opresiva. Potencia vegetal y animal en la que el
protagonista se siente inmerso en muchos momentos. Así como la soledad y el
silencio (“el silencio es tal que hasta logro escuchar el estrépito de su
cuerpo”, página 12) que rodean a los
personajes del relato, especialmente al protagonista y al niño, y que el
novelista presenta como una condición inevitable de la existencia; algo de lo
que resulta imposible liberarse. Es la situación de fugitivos, consustancial a
otros personajes de las obras de Moresco.
Una novela con tonalidad biográfica y
reflexiva, tejida con un estilo intensamente poético, que amalgama realismo y
dimensiones visionarias, especialmente en las descripciones de la naturaleza.
Palabras y descripciones a veces muy sencillas, aunque con una cuidada elección
de los términos y de su concatenación en búsqueda de determinados efectos
fónicos, y que, sin embargo, nunca pierden una intensa fuerza visionaria, ni se
desvían de su función en relación con el tema central de la novela.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“He
venido aquí para desaparecer, en esta aldea abandonada y desierta de la que soy
el único habitante.
El
sol acaba de ocultarse tras la cresta. La luz se está extinguiendo. En este
momento estoy sentado a unos metros de mi pequeña casa, frente a un despeñadero
vegetal. Observo el mundo que está a punto de sumirse en las tinieblas. Mi
cuerpo está inmóvil en una silla de hierro cuyas patas se hunden cada vez más
en el suelo, y, sin embargo, de vez en cuando me falta aliento, como si me
precipitara sobre un columpio con las cuerdas ancladas en algún punto infinitamente
lejano del universo.
El
cielo está surcado por las últimas golondrinas que vuelan de aquí para allá
como flechas. Me pasan rozando la cabeza, lanzándose en picado sobre vastas
esferas de insectos suspendidos entre cielo y tierra.”
…..
“¿Qué
mundo es éste, pensé, mientras observaba a los niños que se internaban solos en
la oscuridad, con sus piernecitas desnudas, asomando por debajo de la bata y
sus carteras, «donde,
mientras todos duermen, hay niños muertos que salen en silencio de las escuelas
nocturnas, solos, y nadie lo sabe, nadie los ve? No encuentran a nadie parado
ante el portón, ni siquiera alzan la vista en la oscuridad, saben de sobra que
no hay nadie esperándoles. Se van solos quién sabe adónde…Ahora ese niño
cruzará el pueblo desierto, cogerá la estrecha carretera cuesta arriba que
llega hasta la base de la cresta, luego el otro camino más estrecho y todo
invadido por la vegetación y las zarzas, que asciende por medio del bosque, en
plena noche, en la oscuridad, solo, llegará a su casa, encenderá la
lucecita…¡Qué pena dan los niños muertos cuando salen así de las escuelas
oscuras, de noche, solos! Pero…¿acaso no dan la misma pena los niños vivos?»”
…..
Llego por fin
a la puerta.
La abro.
Abro también
los postigos de madera, que vibran por los golpes.
Hay un hombre
frente a mí.
Se detiene de
repente al verme.
También yo me
detengo.
Se ha bajado la
capucha del anorak y está sacudiéndose la nieve de los hombros con una mano.
-¿Por qué has
tardado tanto en abrir? -me pregunta.
-No conseguía
levantarme.
Me mira.
También yo le
miro a él.
-¿Qué ha pasado?
-insiste, en voz baja, en un suspiro.
-Me he suicidado.
Sigue mirándome
con los ojos muy abiertos, en silencio.
-¡Ven! –me dice
de repente.
-¡Pero es noche
cerrada!¡Hay tormenta!
-¡Ven!
-¡Pero ya no se
ven los caminos!¡No se puede ir a ningún sitio!¡No se ve nada!
-¡Ven!
Le doy la manita.
-¿Adónde vamos?
-le pregunto
-No lo sé”
(Antonio Moresco, La
lucecita, páginas 11, 113, 169-170)
Extraordinaria narrativa poética, con mucha reflexión y naturaleza, me encantó, gracias por compartir tu bello trabajo que siempre nos da la mejor opción, también felicito al autor, pues me encantó su aire fresco y dulce al narrar. Abrazos de luz.
ResponderEliminarSimplemente genial...
ResponderEliminarSaludos