domingo, 11 de octubre de 2015

"FIN DE POEMA". POST SCRIPTUM



Fin de poema
Juan Tallón
Traducción: Juan Tallón
Editorial Alrevés, Barcelona, 2015, 158 páginas

   Desde el pasado día 5 de octubre, no pocos lectores que hace dos años le manifestaban al escritor Juan Tallón sus deseos de poder leer en español su novela corta Fin de poema, ven por fin cumplidos sus apetencias lectoras. La barcelonesa Editorial Alrevés acaba, en efecto, de lanzar al mercado editorial y poner en las librerías la novela corta de J. Tallón. Fin de poema nació en gallego el año 2013, después de haber ganado por unanimidad de del jurado, el Premio Manuel Lueiro Rey de Novela Curta del año anterior. Su autor, Juan Tallón (Vidardevós, Ourense, 1975), ya no es una joven promesa, sino un escritor consolidado, muy interesante, autor de varias propuestas narrativas, tanto en gallego como en español, que acreditan una escritura innovadora, vanguardista si se quiere, a veces minimalista y metaliteraria. Y sobre todo, capaz de inyectar saludables soplos de aire fresco, ya sea escribiendo de futbol entre anécdotas y chascarrillos, convirtiendo en verdadera literatura el relato de una mudanza, explorando con su pluma los garitos de Madrid o mostrando las reliquias del váter de Onetti en el que Horacio Varela se sentaba cada día para leer  al escritor uruguayo.

   Escribe además Juan Tallón rechazando cualquier tentación de seriedad, tanto en la narrativa de aliento largo como en sus colaboraciones periodísticas, difícilmente superables en facetas como el humor y la ironía. No es que sea un amante “stricto senso” de la basura, pero Juan Tallón reconoce que sin basura no hay biografía y eso lo plasma en buena parte de su obra literaria, escrita, según confiesa para no hacer cosas aún peores.

   Mas, como ya he comentado hace unas semanas en una primera aproximación desde la lengua de Cervantes a Fin de poema, cuando sus páginas solamente eran galeradas (esta reseña es pues un post scriptum de la publicada el 8 de agosto), no todas las publicaciones del escritor ourensano son un brindis al humor, a la ironía, a lo real, irreal o esperpéntico que encierra la vida. A Juan Tallón también le gusta escribir sobre tipos que se van a pique entre huidas, fracasos, sobre los procesos creativos, sobre la muerte, sobre la premuerte y sobre esos sutiles y casi siempre imperceptibles instantes dramáticos que preceden al tránsito final. Todo eso lo hallará el lector en este libro, en Fin de poema, por fin en español, en traducción del mismo autor.

  Recupero de forma sintética lo más relevante de lo publicado el pasado 8 de agosto. La trama argumental de Fin de poema se concentra en los momentos cruciales de la existencia de cuatro grandes poetas del pasado siglo. Momentos fabulados de la vida de Cesare Pavese, Gabriel Ferrater, Alejandra Pizarnik  y Anne Sexton. En concreto, en sus últimas horas con vida, narradas con especial intensidad, a veces de forma agónica. Una cala en sus obras, en sus atroces tempestades, contextualizando el tiempo narrativo con el tiempo histórico por medio de sutiles pinceladas. Así pues, recreación ficcional de instantes fugaces en la vida personal / literaria e incluso editorial de esos y esas poetas. También de sus miedos, sus infiernos (cáncer, alcohol, psicosis, paranoias). Las noches de sus vidas, sus tormentas, sus caminos por el corazón de la angustia hasta desembocar en esa brecha definitiva, abierta hacia el abismo: el suicidio final.

   La prosa de Fin de poema narra esa trágica grieta que se abre de par en par en los suicidios. Un verdadero reto tanto literario como existencial, porque desconocemos lo que acontece en esa premuerte en la cabeza de esas personas que están a punto de poner fin a sus existencias. Pero al mismo tiempo, el libro es una declaración de amor a la poesía, tanto por parte del autor como por parte de los personajes que, incluso en los momentos finales de sus existencias, intentan ahondar en las razones que motivaron, en algunos casos, su silencio poético. Así pues, una novela compleja, rica y de varias lecturas a pesar de su brevedad.

   Remito al comentario antes mencionado en el que, con mayor o menor fortuna, abordé aspectos como la estructura constructiva de la novela, retrato de ambientes, técnica minimalista o elusiva. Me referiré en cambio a otras características como los personajes, ritmo o la misma lengua.

   Fin de poema es manifiestamente una novela de personajes. El autor se apropia de trozos de la vida de los cuatro poetas mencionados, con sus antecedentes y, a medida que avanza el texto, los va perfilando hasta permitirnos conocer todo su drama interior. Las diferentes capas de lectura que posee el libro permiten incluso hacer una lectura en clave de Galicia. El púgil de Vilagarcía de Arousa, Cesar Campuzano, boxeador y emigrante gallego en Argentina desde 1917 que aparece en la historia de Alejandra Pizarnik, es un personaje real (página 21). No así probablemente el poeta de Reboredo (Lugo), Indalecio Besteiro que irrumpe en la historia de Gabriel Ferrater, al que conmueve y que da lugar a una secuencia estremecedora (halla en el cobertizo de la leña el ataúd  que su familia le tenía preparado para su entierro (páginas 129-130). El asistente de hotel, Anibal Cunqueiro que conduce a Pavese a su habitación en la que se suicida, también es gallego (página 72); así como el empleado mecánico, Nicolás Troitiño, marinero gallego y emigrante en Boston que acompaña a Anne Sexton en el bar a primera hora de la mañana.

   La novela se inicia con un ritmo pausado, pero “in crescendo”: poco  a poco va aumentando la intensidad, y lo hace a medida del crecimiento del drama personal de los protagonistas y del acercamiento hacia el desenlace. Las últimas páginas referidas a Gabriel Ferrater son, desde esta punto de vista, trepidantes y por supuesto desasosegantes. También alguna anécdota con el mismo sabor, por ejemplo cuando Alejandra Pizarnik llama a media noche al periódico La Nación y pregunta si ya está avanzada su necrología para que su muerte no coja a la redacción con todo por hacer.

   Fin de poema está escrita con un estilo de prosa diáfano y claro. Una lengua correcta, sin grandes tentaciones de fogonazos líricos, pero sí con algunos aciertos metafóricos interesantes aunque nunca estridentes.  Prosa acompasada, con períodos lingüísticos equilibrados y perfectamente acabados. Y no pocas frases muy seductoras, teñidas de humor, no obstante las situaciones dramáticas que el lector adivina que se están produciendo o que se avecinan. Y que, sin duda, hacen pensar, a la vez que nos remiten a las querencias filosóficas del autor: “El hombre siempre está partiendo de un lugar y llegando a otro lugar, aunque no se mueva de su ciudad” (página 101), “ El suicida siempre ha de estar preparado, con su maleta hecha” (página 107)

   Como ya ha quedado remarcado, Fin de poema no es biografía sino ficción de ciertos momentos dramáticos de cuatro poetas del siglo pasado. Juan Tallón se suma así a la tendencia de la narrativa contemporánea de convertir a literatos, y en general a intelectuales reales, en personajes de ficción. Especialmente en las dos últimas décadas  se ha producido un gran florecimiento  de novelas en las que el protagonista es un escritor o un personaje con intereses intelectuales. Lo cual es más que un indicio de que las fronteras entre realidad y ficción  andan revueltas en la narrativa actual,  los grandes novelistas novelan a colegas suyos, y las vidas de escritores son recreadas en invenciones perfectamente novelescas. Es necesario pues prestar atención a la calidad del texto, en sus ingredientes y no propiamente en el oficio o profesión de los personajes novelados.

Francisco Martínez Bouzas
                                   
                                                       
Juan Tallón (Fotografía de Jesús Regal)


Fragmentos

“Hace años que (Cesare Pavese) avistó el final de su vida. Tal vez en forma de libro imaginado. Todo lo que vino después no fue sino una recreación de aquella visión. Es mentira que uno se acostumbre al dolor. Cada vez que uno entra en bancarrota emocional lo hace  siempre por primera vez. No tiene costumbre. El dolor es constante pero nuevo. Por eso cada año, cada minuto, sufre más. Toma un lápiz y una hoja de papel. Ecribe:

                

    Queridas Coonie, Tina, Fernanda, Bianca, Pierina…Todas. No me habéis dado sino motivos       para matarme. Os felicito. Todo lo que me ha conducido esta tarde hasta aquí ha tenido su origen de una manera u otra en vuestras mentiras. No habéis tenido piedad conmigo. Espero que el tormento al que yo hoy pongo fin se reparta equitativamente entre vosotras. Habrá suficiente para todas. Ojalá tengáis cáncer. 

                                                                                                                            Cesare"

                                                                                                                                         …..



                                                                                           

“Aquí está el poeta frente a la muerte. El poeta sin poesía, agotado, seco, como un roble ante su último y peor invierno. ¡Vale la pena que el sol se alce del mar / y que empiece la larga jornada? Mañana, / con la diáfana luz, volverá el alba tibia / y será igual que ayer y nunca ocurrirá nada.

Prepara una pipa para suavizar la evocación de la mujer que llegó en marzo que lo importuna a estas horas. Se le impone un recuerdo del mes de abril, cuando Connie lo citó en el café Elena. Aquel mediodía, antes de encontrarse, él supo que volvería a sufrir, que todo se acababa otra vez.”



…..




“Pronto amanecerá. Está alterada (Alejandra Pizarnik). Está desorientada y alterada. Bajo ese estado desahuciado realiza una llamada telefónica al diario La Nación y pide que le pasen con alguien de obituarios «A estas horas, señorita, solo puedo ponerla con el personal de teletipos de la noche. Son las seis de la mañana», responde la telefonista, que enfatiza la hora. Dadas las circunstancias -desorientada, alterada-, Alejandra se conforma con eso.

Cuando responden al teléfono en la redacción, la poeta se imagina por la voz a un hombre joven, fumador y de poca paciencia, pero resulta ser especialmente atento, tal vez sin vicios. Alejandra se identifica con su nombre y apellido, y añade, modestamente el dato de la profesión. «Es un gusto hablar con usted. He leído alguno de sus libros. ¿En qué puedo ayudarla a estas horas»? Alejandra pregunta si ya tienen avanzada su necrología. «Es conocido que hay obituarios que conviene ir adelantando, para que la muerte no tome la redacción con todo por hacer.”



…..





“Ella no precisa más años. Avanza hacia el fin. Tiene vistas ya a la ruina. Ese estado mezcla de ausencia y desesperación total la empuja a tomar la tiza y escribir su último verso sobre la pizarra. «No quiero ir nada más que hasta el fondo.» Intuye que en ese momento acaban de pasarle mil cosas por la cabeza, porque siente como el golpe de una cascada de agua a la altura de su frente. Nada retiene. Las pastillas la guían por un lugar despejado. Pero eso todavía le parece insuficiente. Ve nubes altas. Ingiere todo el Seconal sódico que hay en casa. Cincuenta pastillas. Hace un intento de evocar las fructíferas amistades, aunque todo se desmorona como una ráfaga de otoño. La muerte se muere de risa pero la vida / se muere de llanto pero la muerte pero la vida / pero nada nada nada.”



  …..



“Su  familia, que formaban su mujer y su hijo, a su vez lo habían dado por muerto, adelantando trámites para un entierro que parecía inminente. Hasta ese punto se había encontrado Indalecio entre la vida y la muerte. Pero, milagrosamente, se produjo su recuperación. Una mañana de mayo, todavía muy debilitado por una enfermedad que, no obstante remitía, salió de casa a dar un pequeño paseo. Médicos y familia se lo tenían absolutamente prohibido, pero ese día sorteo la vigilancia. Regresó mucho antes de lo previsto, desencajado. Había descubierto algo espantoso en el cobertizo de la leña. Entró en su casa irreconocible, con la mirada desplazada de las cuencas de los ojos y el gesto de la boca fuera de sus cuadrículas, perdido en un nudo imposible. Subió al desván saltando los escalones de dos en dos y cogió la escopeta de caza. Alimentó cada cañón con un cartucho, uno para su esposa y otro para su hijo, y bajó las escaleras con la misma convicción con la que había subido. Tras convocar a gritos a su familia, les anunció que tenían cinco minutos para meterse cuatro cosas en una maleta y marcharse de casa para siempre. Les preguntó si antes de salir por la puerta querían decir algo a su favor que explicase por qué había un ataúd oculto en el cobertizo, sobre la leña. Confirmó lo que temía, es decir, que el féretro era para un Indalecio al que habían dado por muerto precipitadamente. Desde entonces, y hasta que ingresó en un asilo, vivió solo.”



…..

                                                              

“Llenó (Gabriel Ferrater) el vaso que había en la mesa con ginebra y lo bebió de un trago. Había alcanzado el límite, el muro, todo comenzaba a resquebrajarse. Lo llenó una segunda vez y de nuevo le asestó un trago largo y definitivo. Luego acudió a su habitación, y en la mesilla de Marta, en el primer cajón, encontró una caja de tranquilizantes. Extrajo tres pastillas, que dejó respirar unos segundos sobre la palma de la mano antes de ingerirlas de un golpe. Lo hizo con un movimiento automático, echando hacia atrás la cabeza. Se desprendió de la gabardina y la abandonó sobre la cama. En el respaldo de una silla del salón colgó su americana. La soledad volvió a hablarle, pero lo interpretó como la ineluctable antesala del fin. Hacía tiempo que sabía que al cielo o al infierno se va solo. En ese vacío que lo rodeaba como un ejército ante el que no cabe más que rendirse, aún tuvo recordatorios. Recordó a Jaime Salinas, y cómo guardó silencio en 1957, aceptando que este momento llegaría, y sería inevitable que Gabriel cumpliese su augurio. Recordó que dejaba una deuda de treinta y nueve mil pesetas en la librería Herder, que con el tiempo Marta -conociéndola-  saldaría íntegramente, aunque a plazos. Recordó que a él no le ocurriría como a Raymond Chandler, que se quiso suicidar pero falló el tiro, y aunque nunca más lo intentó, tuvo que aguantar que sus amigos lo fastidiasen diciéndole que escribía buenas novelas de crímenes, pero que no sabía suicidarse bien. Todo lo que ocurrió después resultó mecánico, como si en realidad ocurriese en tiempo pasado. Fue a la cocina, abrió un cajón, sacó una bolsa de la basura, regresó al salón, se sentó en el sofá, se quitó las gafas oscuras, cubrió la cabeza con la bolsa, la apretó por el cuello, esperó. Por ahora no digamos nada: / no alarmemos a nadie / mostrando la herida / sangrante y purulenta. / Démosle tiempo y olvido. / Callémos hasta que nadie / ni yo mismo, / lo pueda / confundir aún conmigo”

(Juan Tallón, Fin de poema. páginas 45-46, 75-76, 80-81, 84-85, 129-130, 157-158)

3 comentarios:

  1. Gracias, amigo, por este nuevo acercamiento, por los párrafos impactantes que nos traes. Me atrapa y conmueve cada oración, imagino cada escena física y mental. Un abrazo fuferte.

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  2. Me parece muy interesante aunque sea ficción, pues siempre ese misterio que en sus últimos momentos puede guardar un poeta, debe traer algo atractivo y dramático de conocer. Tu reseña como siempre es amplia y muy clara, te felicito, siempre aprendo mucho de tus críticas literarias. Un abrazo y gracias por permitirme leerte, siempre un gran regalo para mí.

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