Marisa Madieri
Posfacio de
Claudio Magris
Traducción de
Valeria Bergalli
Editorial
Minúscula, Barcelona, 2015, 183 páginas
Publicado originalmente en Italia en
1987, Editorial Minúscula lo editó por primera vez el año 2000 en traducción de
Valeria Bergalli. Pero desde ese año se han sucedido las reediciones o
reimpresiones de este pequeño clásico contemporáneo, un libro “de rara
intensidad”, como escribe en el posfacio
esa conciencia crítica de nuestro tiempo que es Claudio Magris,
compañero de por vida de Marisa Madieri (Fiume, 1938 - Trieste, 1996). La
escritora, de ascendencia italiana, pero también eslava y húngara, abandonó
Fiume (la actual Rijeka, en Croacia) en el éxodo de los italianos y se instaló
con su familia en Trieste. Su bagaje como escritora son no más de 200 páginas (Verde agua, El claro del bosque) y
algunos cuentos publicados en revistas y antologías.
El punto de arranque e hilo conductor de Verde agua es el relato, en un formato de narración-diario, del
dramático éxodo de más de 300.000 italiano que, tras el Tratado de Paz de París
en 1947, que concedía a Yugoslavia las regiones de Fiume, Istria y Dalmacia, se
vieron obligados a emprender los caminos del destierro para no renunciar a su
nacionalidad italiana. Por eso mismo
Verde agua es un libro de retorno, de exploraciones vitales de los momentos
cruciales de la existencia de la escritora, para recuperar el hogar familiar en
el que se desarrolló su infancia, la casa de la abuela Madieri, con un pasado
envuelto en el misterio y medio desvanecido en la leyenda. El diario de Marisa
Madieri rescata personas, ambientes, historias, y por supuesto nos traslada el
doloroso éxodo, si bien no en un
justiciero ajuste de cuentas, sino con una delicada reapropiación del pasado.
Mas de ese pasado también forma parte la nueva vida en Italia, una vida ardua
en Trieste, y sobre todo en esa especie de gueto, poco menos que kafkiano que
fue Silos, con un gélido recibimiento por parte de los italianos.
En forma de diario, como digo, y con fecha de inicio el 24 de noviembre
de 1981 y extendiéndose a lo largo de tres años (hasta el 27 de noviembre de
1987), Marisa Madieri recuerda desde la edad madura las etapas de su infancia y
adolescencia, la formación marcada por las experiencias del éxodo del Fiume
donde vivió hasta los once años. La presencia de numerosas figuras familiares,
de alguna amistad y los encuentros con personas, por lo general muy humildes,
llenan los recuerdos de la escritora, en los que un pasado contrapuesto con el
presente deja sentir la cercanía del marido, Claudio Magris, de los hijos y de
otros parientes. Las raíces a las que fondea su existencia: la abuela doliente,
figura poco menos que misteriosa, consumida por el Alzheimer, la del padre, un
personaje con vitola de pícaro, la del marido no siempre fiel… Pero muy pronto,
ya en la segunda anotación del diario, surge el fluir del presente: “En el
silencio de la casa, cuando durante la mañana me quedo sola, reencuentro la felicidad
de pensar, de recorrer el pasado adelante y atrás, de escuchar el fluir del
presente” (página 13). El tiempo sin apenas dimensiones en el pasado, acosada
la protagonista por un torbellino de obligaciones, se despliega ahora en lapsos
livianos, se dilata y se puebla de resonancias y de recuerdos.
El diario concluye con la necesidad de Marisa Madieri de expresar su
gratitud a una multitud de personas, incluidas aquellas a las que ha olvidado,
que con el solo hecho de estar a su lado, con su presencia fraternal, “no solo
me han ayudado a vivir sino que son, quizá, mi vida misma” (página 168).
Verde agua es una espléndida
tentativa de literatura de la memoria, pero sobre todo una fijación en el
presente de la representación, en la insondable profundidad de la vida, con sus
momentos mágicos e insensatos o grises. También con las sombras con las que debe
convivir, esa semilla que a la postre destruirá su existencia. No importan los
grandes acontecimientos de la existencia, evocados únicamente con una palabra o
con un gesto. Lo que realmente le interesa a la autora es transmitir las
pequeñas sensaciones intimistas del vivir cotidiano, sus vivencias personales
en su constante fluir, recuperadas con la luminiscencia de un estilo sutil,
grácil, con esa tersa y despiadada transparencia, como lo califica Claudio
Magris .
Un posfacio cuya escritura no resultó fácil para el esposo, Claudio
Magris, destaca e ilumina, desde la intimidad de la convivencia diaria, algunas
de las ideas fundamentales que tematiza Marisa Madieri: el fluir del tiempo
como protagonista transformado en relato; fidelidad a lo real, a lo esencial que reside en lo no
dicho, de acuerdo con la poética del iceberg que practicara Hemingway; el
interés por la vida menor pero de la que no están ausentes epifanías de
brutalidad y dolor. Y páginas en las que hay mucha agua, mucho mar: el paisaje
marino de la costa istriana y de isla de Cherso (en el archipiélago de Quarnero
en el Adriático), encerradas, como el resto de evocaciones y experiencias en la
sobria sencillez de una hoja, como se ha escrito.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
En el marco de un encuentro-debate que
tuvo lugar el viernes pasado en un teatro sobre la cuestión de la vida que
empieza y de los ancianos, me tocó hacer una breve presentación de las
actividades del Cav de Triste. Era la primera vez que hablaba en público. No me
resultó fácil vencer una innata renuencia, el amor por la sombra, pero por
suerte no estaba sola en el escenario. Me encontraba entre varios oradores,
psicólogos, médicos y representantes de algunas asociaciones de voluntarios.
Pero, sobre todo, sabía que en aquel momento mi persona no contaba nada, que yo
era solo una voz, un testimonio. Estaba emocionada, pero no tanto como podría
haberlo estado hace algunos años. Hay algo bueno en envejecer. Se gana
serenidad, conciencia y, al mismo tiempo, humildad. Siervo inútil, está escrito
en el Evangelio (…)
Es en Claudio en quien encontré la voz y
fuerza que no tenía para defender nuestros difíciles valores. Nuestra vida
juntos, que está redescubriendo un nuevo florecimiento, debe también a esto su
entendimiento cada vez más profundo, la felicidad de Miholašċica, el viaje al
reino milenario.”
…..
“El viaje en tren desde Florencia es
largo. Ayer durante mucho tiempo dejé que mi mirada y mis pensamientos se
deslizaran veloces más allá de la ventanilla. Después, cuando la trama de mis
años, de improviso y dolorosamente, se hizo más tupida, apoyé la cabeza y cerré
los ojos con un deseo de fuga, de oscuridad, de consuelo.
He reflejado el rostro en el espejo de
la noche y en el frágil verano de mis rasgos he visto reproducidos las
ensenadas y los relieves de la isla de Alcínoo, he recorrido los valles claros
de la juventud, he seguido los senderos del tiempo, del recuerdo y del olvido.”
…..
“Hoy percibo un embrujo extraño en mi
casa. Todo está inmóvil, sumergido en el caliente sol estival que entra
perentorio por las grandes ventanas abiertas de par en par hacia los árboles.
Los geranios del balcón son lenguas de fuego, la adelfa del jardín una vaharada
rosa. Los chicos han ido a la playa, en Barcola, con sus amigos, y el silencio
que me envuelve, me oprime un poco. Quizá un bultito que me he descubierto otra
vez en el pecho me recuerda la sombra con la que debemos convivir. Toda vida
contiene la semilla de su destrucción.
Pero mañana partiremos todos juntos e iremos
a nuestras islas habitadas por dioses, Cherso, Unie, Canidole, Oriule, la
Levrera. Durante doce días también yo seré inmortal.”
(Marisa
Madieri, Verde agua, páginas 36-37, 49, 102)
No he leído el libro, pero confieso que tu crítica y algunos de los fragmentos aquí expuestos, hacen de mí lo que quieren, pues ya quisiera salir corriendo al encuentro de esta autora con la que me parece tener inquietudes muy cercanas. El buceo por ese pasado que acontece en su vida, un pasado de familia, que por momentos es un misterio y en otros parece ser algo de un conocimiento tan contundente, que hace temblar hasta a los pensamientos. Todo eso como bien dices mezclado con el diario vivir, con ese sentido intimista sobre el cual echar luces aterra o libera, según el grado de inmortalidad del día.
ResponderEliminarEl personaje se siente eterno precisamente en esos doce días que vivirá como ella quiere y espantando las sombras que ya la han convocado, pero a las que no teme, no existirán en esos días porque ella ha logrado que sea más importante vivir en plenitud, lo que le resta de tiempo.
Tienes la gran virtud de hacer que el lector desee enterarse de esas líneas que componen la novela, desee navegar por ese montón de mares que circundan una vida, y que sin embargo da un rodeo por el destino de todos.
Al menos yo, me siento identificada con lo que acabo de leer, ya que vivo preocupada por el misterio de mis antepasados españoles. A veces es imposible hacer luz entre las sombras actuales, cuando las familias inmigrantes han sido Capuletos y Montescos, el pasado preocupa más que ocupa, y disuelve datos negando luces. Y el presente ocupa todos los lugares, Y como sucede con la protagonista, al tratarse de la vida, una va forjando ese presente lo mejor que puede.
Agradezco haberme enterado de la existencia de esta novela, gracias a tu crítica constructiva que ayuda a reflexionar, aún, sin haberla leído.
Me ha gustado mucho esta presentación del libro...
ResponderEliminarSaludos
Querida Norma: tus comentarios le dan lustre a lo que yo escribo y comento sobre libros. Así es: la autora en efecto bucea en su pasado familiar pero también en el presente, cuando ya la sombra de la fatal enfermedad rondaba y enegrecía su existencia. Gracias por tu atenta lectura
ResponderEliminarGracias, amigo. Me identifico con la autora y sus vivencias de cierto modo, pues he vivido una especie de destierro impuesto por las circunstancias. He disfrutado el lenguaje poético, me ha dejado esa sensación tantas veces vividas del paso del tiempo, esa dolorosa percepción de la levedad del ser y de la vida. Un fuerte abrazo.
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