Mario Caneiro
Traducción de Belén Poutón
Pulp Books (sello de Rinoceronte Editora), Cangas do
Morrazo, 2015, 69 páginas.
Nunca quise ser niño es la
traducción con la que Pulp Books rotula la versión española de Homiños (2012), la primera novela del
escritor gallego, Mario Caneiro (Narón, A Coruña, 1969), un funcionario y padre
amateur con el vicio de escribir, como él
mismo se autodefine. Con una muy probable transferencia autobiográfica y una
escritura fragmentaria, la novela breve de Mario Caneiro es un viaje, a la vez
literario y testimonial, con no poco de ajuste de cuentas, hacia el pasado de
un grupo de adolescentes a los que no le quedó otra que hacerse hombres como
sea, incluso estirando muchas veces su juventud de noche de sábado.
Ellos fueron la primera generación nacida en
un barrio situado en el extrarradio de la ciudad de Ferrol, en la que todavía
se escuchan las dañinas resonancias de la reconversión naval que, entre otras
cosas, se llevó por delante los cubalibres. Un barrio en el que la vía del tren
sirve de frontera, aporta perspectivas y hasta permite suicidarse llamando la
atención.
El relato no es la explicación definitiva,
la recuperación de las grandes teorías y de las grandes soluciones. Es una
novela de recuerdos, extraídos de un pasado cercano, para radiografiar a una
generación en la que sus miembros tienen más de antihéroes que de héroes y se
ven obligados a habitar en una atmósfera humana grisácea, sin apenas rendijas
por donde se cuele una brizna de optimismo. Ellos no se consideran una generación
perdida. Esa condición queda para los que viven al otro lado de la vía, seres
humanos que no tenían esperanzas, ni las querían, “era algo que les quedaba a
contramano” (página 33). Pero saben o creen saber que viven al borde del
abismo, sin precipitarse en él, y por eso sus padres no los tienen que enterrar
demasiado pronto. Quizás alguno como el Niño Chiste, muere joven, aunque no
prematuramente, porque, como tantos jóvenes y no tan jóvenes de esos años 80,
reflejados en la novela, optaron por habitar en territorios de carísima,
peligrosa y falsa felicidad.
Son jóvenes que tienen casa, sin bien
solamente los acoge por las noches. El centro de sus vidas es la basca, las
tabernas o las calles que son solamente cosa de hombres o cosa de mujeres, sin
coincidencias afectivas y apenas sexuales, porque su ignorancia del amor era
supina (el amor es aquello de lo que hablan las canciones). Y del sexo apenas
saben con qué y por dónde, en el fondo, una valentía como robar melocotones. Por
eso ellos y las chicas son sustancias inmiscibles y se quedan sorprendidos cuando
descubren que las tías tienen una boca con labios, dientes blancos y una lengua
viva.
Retrato mordaz, pero muy realista de la
cruda realidad de la vida en un barrio del extrarradio de una ciudad en crisis
laboral, humana y social, cuando ese barrio se convierte en la única escuela de
vida, la única perspectiva, todo el orbe del grupo de congéneres que forman la
basca. Una demarcación vital entregada a la derrota, de la que intentan escapar
los que viven en ella aunque no siempre lo consiguen.
La voz narradora no carece de ánimo crítico,
pero huye de reflexiones moralizantes. Son escasas las ráfagas meditativas. El
relato, no obstante, es profundamente catártico, no por lo que predica sino por
lo que retrata: la vida de un conjunto de jóvenes o adolescentes en su caminar
por la vía del tren de la existencia: cómo beben, discuten, crecen sin
demasiadas esperanzas. Y algunos de ellos caen derrotados a lo largo del camino
y solamente cuando tienen miedo aparece la ética.
Escritura fragmentaria que avanza alternando
secuencias de forma paralela, tal como son los fragmentos existenciales de los
personajes. Un discurrir paralelo a cualquier pizca de certezas y de optimismo.
La sobriedad de la prosa de Mario Caneiro, alejada de cualquier adorno mistificado,
acrecienta el efecto sobrecogedor del mural de este barrio con una vía de tren
que ampara y aprisiona las vidas forzadas a crecer y a hacerse adultas en medio
del desconcierto y en la ausencia de cualquier horizonte de esperanza.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Como
ya dije, el Niño Chiste no era de la basca pero tampoco era, aunque acabó por
alcanzarlos, de los del otro lado de la vía, aquellos con los que nos juntábamos
sin mezclarnos. No, nadie de los que se murieron antes había sido un
chupahostias, por lo menos en el barrio, a lo mejor en aquellas visitas al
talego, no siempre fugaces, se las hicieron chupar o chuparon algo más. En el
barrio se oían cosas, demasiadas como para darles créditos a todas. No, los del
otro lado de la vía no eran buenos como nosotros, pero tampoco eran unos
pringaos, como le llamaban al Niño Chiste. Los del otro lado de la vía quizás
no tenían esperanza, no la querían, era algo que quedaba a contramano,
demasiado lejos, ellos querían algo que sirviese para aquella tarde, que les
llenase aquella noche, que les divirtiese e cada segundo y no expectativas de un curroseguro o de esa universidad casi mítica
que nos transportaría a un paraíso de
excelencias. No como Carpa, unote los del otro lado de la vía; Carpa siempre
decía que no pensaba trabajar en su puta vida, que eso era para puretas aburridos…”
…..
“Hay
quien dice que vivir en un barrio es una escuela. No sé, supongo que en
cualquier sitio en que se viva se aprende algo, pero que una vía del tren sirva
de frontera de tu barrio aporta cuando menos otra perspectiva. Aprendí que no
existe el último tren, sino el último tren de un día y que tampoco es bueno
obsesionarse con pillar todos los trenes, pero sí tener cuidado de que ningún
tren te pille a ti. Aprendí que hay trenes que no se llaman Natalia y que las vías
por las que hoy ves alejarse a un tren pueden ser también las del camino de
vuelta. He de reconocer, eso sí, que en aquellos años no me había fijado en que
hay estaciones de paso y estaciones de término y tampoco sabía qué tipo de
estación iba a ser el barrio para mí. Era simplemente mi mundo, nuestro mundo,
sin saber aún muy bien cuánta consistencia tenía realmente ese nosotros. El
barrio nos había juntado, eso era todo.”
(Mario Caneiro, Nunca quise ser niño, páginas 33, 43)
Genial...
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