Cuando martillo, martillo
Augusto Assía
Prólogo de Ignacio Peyró
Libros del Asteroide, Barcelona, 2015, 476 páginas
Libros del Asteroide reedita en un solo volumen las crónicas de la
Segunda Guerra Mundial que el periodista gallego Augusto Assía, pseudónimo de
Felipe Fernández Armesto (A Mezquita, Ourense, 1906 – Messía, A Coruña, 2002),
escribió desde Londres como corresponsal para el periódico barcelonés La Vanguardia.
Sus crónicas de la Guerra, percibida desde Londres, aparecieron como libros en
1946 (Cuando yunque, yunque) y en
1947 (Cuando martillo, martillo). El
autor fue uno de los grandes periodistas españoles del siglo XX: el único que
desde Londres informaba de la Guerra; el único, así mismo, con Carlos Sentís,
que pudo cubrir los juicios de Nuremberg. Augusto Assía está considerado sobre
todo como uno de los padres en España de la crónica internacional Personaje controvertido, aureolado por una
gran personalidad, pero también por incógnitas y misterio. Su dimensión
escondida ha sido investigada profusamente en los últimos años: activista en el Berlín de
1930 de la Internacional Socialista, agente del servicio de espionaje
británico, miembro del Partido Comunista de España en los años 30 según la
historiadora rusa Natalia Kharitonova, defensor “templado” en 1967 de la
equiparación de derechos del gallego con el español, lo que le acarreó una
multa del ministro de Información y Turismo franquista, Fraga Iribarne, al
director del periódico en el que publicó el artículo reivindicativo. Años más
tarde, sin embargo, fue demandado por un partido nacionalista gallego y por el
sindicato Comisións Labregas a los que había acusado de colaborar con grupos
terroristas.
La obra que acaba de publicar Libros del
Asteroide, nos ofrece en un solo volumen una visión global de la percepción de
la Guerra por el periodista desde la capital inglesa: desde sus primeras
impresiones, tras llegar a Londres, después de haber sido expulsado de la
Alemania nazi, censurado por la República española y por la dictadura
franquista, hasta el final de la Guerra.
Cuando
yunque, yunque recoge una selección de textos publicados durante la primera
parte de la contienda, la “guerra defensiva”, en la que el sur de Inglaterra y
la capital británica eran presa de las bombas de la Luftwaffe con el resultado
de al menos cuarenta y tres mil víctimas mortales y más del doble de heridos.
Son crónicas que se extienden desde el 3 de diciembre de 1939 hasta el 26 de
julio de 1943. La segunda parte, Cuando
martillo, martillo rescata los textos cablegrafiados desde julio de 1943 hasta el 8 de mayo de
1945. Un conjunto selecto de crónicas que retratan la segunda fase bélica, la
“guerra ofensiva”.
En su conjunto, más de un centenar de
crónicas en las que, como afirma el prologuista, Ignacio Peyró, Augusto Assía
no se limita a ofrecer el parte diario de la guerra. Informa de los aspectos
bélicos de la contienda (el regreso de las tropas inglesas procedentes de
Dunquerque, los terroríficos ataques alemanes sobre Londres, sobre Coventry, el
peligro de los submarinos alemanes, el desembarco de Normandía, el salto sobre
Italia, o la victoria narrada desde un rascacielos neoyorquino), pero, al mismo
tiempo, profundiza en la esencia y en las costumbres de un país muy peculiar,
baluarte de las libertades y al mismo tiempo atado como ningún otro a sus
tradiciones. Hay igualmente artículos centrados en personajes ingleses: en
Churchill sobre todo, en el que Augusto Assía ve la quintaesencia del espíritu
británico; en Lord Lovat, un joven aristócrata, figura deslumbrante de los
comandos ingleses, en Bernard Shaw en su ochenta y ocho cumpleaños, un texto
rebosante de humor.
Londres bombardeada por la Lutfwaffe |
En todas las crónicas, escritas en un tiempo
complejo, Augusto Assía, anglófilo convencido y declarado, supo mantener,
incluso en los peores momentos para Inglaterra, su propia visión del mundo, y
el convencimiento, que manifestó desde los primeros momentos, de que la derrota
de los nazis era obvia, que el nazismo tampoco podría contra la fuerza de la
libertad, repitiendo la historia de Luís XIV, de Napoleón o del Káiser Guillermo
II.
Cuando el mundo está a pocos meses de
conmemorar el septuagésimo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial,
las crónicas de Augusto Assía, escritas en un clásico y refinado estilo
literario y perfectamente contextualizadas por un amplio prólogo de Ignacio
Peyró, constituyen un material único, una visión lúcida y muy realista del
conflicto bélico, de sus causas y atroces consecuencias. Con un balance
igualmente muy clarividente: “Hitler se había echado montañas arriba contra el
curso de la Historia, contra el poder de la libertad, contra la fuerza de la
gravedad”. “Solo un loco pude intentar de nuevo la tarea de dominar Europa.”
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Tras pasar por vigésima vez el Canal, esta tarde he
caído en un Londres de tal modo disimulado y parapetado contra los ataques
aéreos, que apenas si le puedo reconocer. Toda mi erudición, como la del
personaje dickensiano Sam Weller, peculiar y extensa, la encuentro enterrada
entre sacos de arena, escamoteada bajo el camuflaje o huida hacia no se sabe
qué paraderos. Tengo la sensación de estar en una ciudad desconocida.
Del
Eros de Piccadilly, lo mismo que de la estatua de San Jorge, no queda más que
el sitio. Ambas han desaparecido bajo una pirámide protectora.
A los
obscuros tejados de las grandes fábricas, de los hospitales y las estaciones,
les han surgido inesperados colores.
La
taberna de Simpson, en la Colina de los Cereales, donde se refugia la tradición
culinaria inglesa desde hace siglos, se halla resguardada por un imponente
parapeto.
Envuelta en
obscuridad y niebla, la ciudad semeja el fondo de un inmenso océano, y los
londinenses, buceando por las calles con sus lámparas eléctricas, parecen peces
fosforescentes.
En
medio de este mundo de confusión y pesadilla sigue latiendo sin cesar la
circulación y la vida de la gran metrópoli. En la riada del tráfico han
aumentado los camiones y disminuido los coches de lujo. Suben y bajan por el
Támesis los barcos que cosen el Imperio. Entran y salen los trenes en las
veintiocho estaciones. Se elevan y descienden los aviones en los cinco
aeródromos.”
…..
“A la misma
hora en que la guerra entraba en el quinto año, las tropas anglosajonas han
abierto su último acto penetrando en el continente, dispuestas a dar el golpe
de gracia a Italia, dejar sin uno de sus puntos de apoyo al Eje y coger del
revés las posiciones alemanas sobre el Mediterráneo, los Balcanes y Francia.
Si
alguna sorpresa ha provocado aquí el desembarco sobre Italia, es su tardanza
después del victorioso remate de la campaña siciliana. Muchas gentes creen que
este retraso se ha debido, empero, no a causas puramente bélicas, sino a otras
razones menos tangibles y más ocultas, cuyo producto puede cosecharse ahora de
un momento a otro.
La idea
de que las tropas italianas no harán más que una resistencia simbólica,
semejante a la que opusieron algunas fuerzas francesas cuando el desembarco del
norte de África, está muy extendida aquí, hasta el punto de que a nadie le
extrañaría que si las tropas anglosajonas logran consolidar sus cabezas de
puente y hacerse firmes en tierra italiana, el segundo acto de la operación
consista en la solicitud de condiciones para capitular por parte de Italia. El
general Eisenhower –se dice aquí– tiene amplias instrucciones y poderes
absolutos, como general en jefe, para resolver cualquier emergencia que pudiera
presentarse.
De tal
manera descartan aquí la posibilidad de que Italia pueda intentar siquiera
presentar lucha “auténtica”, que las únicas especulaciones que pueden oírse
respecto a la oposición con que habrán de encontrarse los anglosajones giran
alrededor de las fuerzas alemanas situadas en la península. Estas pueden
equivaler a varias divisiones, reforzadas por la considerable cantidad de
material y hombres que lograron salvar de Sicilia, y apoyadas por un número de
cazas bastante considerable, situados en el centro de Italia. Pero, sin fuerzas
de bombardeo aéreo y sin protección marítima, todo lo más que los alemanes
podrán conseguir es batirse en retirada. Nadie parece creer aquí que estén en
condiciones de establecer una línea sólida, por lo menos hasta el río Po.”
(Augusto Assía, Cuando
yunque, yunque. Cuando martillo, martillo, páginas 7-8, 249-250
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