Danilo Kĭs
Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Thomir Pištelek
Acantilado, Barcelona, 2014, 125 páxinas.
Prosigue Acantilado con la publicación de
las obras completas del escritor serbio Danilo Kĭs (Subótica, 1935 – París,
1989), publicación iniciada en 2006 con la edición de la novela más conocida
del escritor, Una tumba para Boris
Davidovich. Salmo 44, una novela breve, supuso el debut de Danilo Kĭs, en
1962. Una pequeña obra maestra que condensa en sus escasas páginas una historia
terrible, que agita sin duda las coordenadas intelectuales y morales de los lectores. Sostenía Danilo Kĭs que la
literatura es la destrucción de uno mismo, pero gracias a ella, a su capacidad
para conservar la memoria y hacerlo además de esa manera, con esa precisión de lenguaje, con esa intensidad y
madurez, con sus centelleos estéticos, ayuda a sobrevivir, a liberarse del
infierno a aquellos seres humanos cuyos familiares fueron exterminados en
campos de concentración, o se vieron obligados a presenciar en su niñez
matanzas de judíos como la de Novi Sad. Sin
embargo, el autor, al escribir esta breve pieza, lo que pretendió fue liberarse
del horror, dejar atrás la sombra de la tremebunda memoria. Lo consiguió
posiblemente, mas esa terrible memoria es un legado para las generaciones
venideras. Es el poder de la literatura: permite una liberación personal de un
destino trágico y, a la vez, es un testimonio para el futuro de esa tragedia o
de esa barbarie.
En Salmo
44 la escritura de Danilo Kĭs se halla todavía sumida en la incertidumbre
sobre qué orientación estética debe adoptar para describir la tragedia del
pueblo hebreo, en especial sobre la oportunidad de utilizar el discurso directo.
No obstante, a través de Marija, la protagonista de la novela, judía de origen
polaco, el escritor fue capaz de realizar una síntesis de varios temas: el
Holocausto, un tema que la literatura yugoslava se resistía a tratar, la desaparición del padre, su
propia infancia cargada de sufrimientos y miedos, la humillación, la diversidad
hebraica.
Basándose en personajes inspirados en
prisioneros y guardias de Auschwitz -en la narrativa de D. Kĭs se entrecruza la
historia y la ficción-, el autor serbio nos ofrece un relato de la rutina
cotidiana de un grupo de prisioneros del campo de concentración en los días
previos a la huida colectiva que están planeando, cuando en la lejanía ya se
oía el estampido de los cañones de los aliados. Tras las primeras páginas en
las que se nos permite percibir cómo piensan y actúan algunos de esos personajes, Danilo Kĭs nos
estremece con una escena pavorosa, el “lamento babilónico”: un convoy de
vagones sellados, repletos de prisioneros que asomaban caras fantasmales por
los ventanucos y que susurran en todos los idiomas de Europa la palabra agua,
“como si fuese la misma encarnación de la vida” (página 16).
Vendrá después el retrato de la cara más
espantosa de Auschwitz, el terrible día a día. A través de la voz vicaria de
Marija, Danilo Kĭs enfrenta al lector con aquel momento en el que ya no solo
muere el animal, sino también el hombre; con la colección de cráneos y
esqueletos de judíos que el médico nazi quiere que se conserven a toda costa
porque piensa que será lo último que se
conserve de una raza extinguida. La lucha por no perder la esperanza, porque el
verdadero muerto es solo un hombre sin esperanza (página 52).
Danilo Kis |
Y afloran los recuerdos: los primeros días
en el campo; las mujeres desnudas y con la cabeza rapada, seleccionadas para
servir de diversión a los oficiales alemanes que marchaban o volvían del
frente. Otras elegidas para cobayas de
la eugenesia nazi. Recuerda todo lo que sus ojos han visto. También la
violación de una chica pechugona por un nazi, a la que, una vez consumado el
ultraje, le aplasta la mejilla y le raja la boca.
Sin embargo incluso en medio de esta crónica
de lo más espantoso, de la demolición del hombre que diría Primo Levi, hay un
lugar para la esperanza. La banalidad del mal no será capaz de impedir que la
protagonista le transmita a su hijo, nacido en Auschwitz, la alegría de
aquellos que de la muerte y del amor han podido crear una vida (página 121).
La lengua sencilla, mas con instantes de
profundo lirismo arropa una crónica aterradora que bascula entre la realidad
histórica y la ficción, y cuyo final nos convence de que no se equivocan los
editores españoles de Salmo 44: sí,
después de Auschwitz, la poesía sigue siendo posible.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Y
así llegó sin darse cuenta a la estación y vio un largo convoy de vagones
sellados de los que asomaban caras fantasmales por ventanucas enrejadas y
reconoció ese lamento babilónico que también ella misma había experimentado
cuando la deportaron en vagones iguales, ese lamento que se transforma en
susurro oscuro, seco: la palabra agua
pronunciada en todas las lenguas de Europa como si fuera la misma encarnación
de la vida, algo más que el arcaico elemento primordial griego y la sustancia
básica de todo lo vivo, junto con el aire y la tierra, por supuesto.”
…..
“Y
ella se acordó de cuando le rogó a Jakob que hiciera algo por María Belianska,
su tocaya, que dormía en el mismo cuarto: la habían llamado con otras diez
mujeres para que se presentara al doctor Nietzsche, y él le puso una inyección
a causa de la cual se les inflamaron las piernas; María había ido varias veces
a la sala de operaciones, donde le tapaban la cabeza con una manta de modo que
no podía ver lo que le hacían en la pierna, que le dolía horriblemente y que
estaba vendada y escayolada. Después le quitaron la escayola y las vendas, y la herida supuraba pus. No
podía tenerse en pie, y enseguida la llevaron a la cámara de gas.”
…..
“El
que había escogido a la muchacha y la había arrastrado hasta las escaleras
desde las que una ametralladora apuntaba al gentío, y todavía pudieron ver cómo
la chica se resistía y se aferraba a la nieve, y luego cómo, ya desnuda y
exhausta, se desplomaba medio inconsciente y, mientras el hombre se quitaba el
cinturón del abrigo, ella chillaba abalanzándose contra la multitud, pero el
hombre blandió el cinturón y se lo enroscó alrededor del cuello (…),luego le
dio media vuelta hasta tenerla boca arriba y con esfuerzo le separó las
rodillas como cuando se abre una concha con las uñas: y después el hombre se
incorporó, se ajustó el cinturón sobre el corto abrigo gris, se pudo de
rodillas al lado de la muchacha, sacó la bayoneta y se dispuso a hacer lo que
ella no vio pero sí comprendió: con la mano izquierda le aplastó las mejillas
hasta que se le abrió la mandíbula y luego con dos movimientos le rajó la boca
por las comisuras hasta las orejas y golpeó con el mango los molares de oro
hasta que cayeron en su mano: la cabeza yacía abierta de par en par como una
suerte de monstruoso pez caníbal; comprendió también lo que no vio: para los
pendientes no fue necesaria la bayoneta, cuando el tejido se congela se vuelve
quebradizo y se rompe fácilmente.”
…..
“Luego
percibió la presencia casi física de la muerte y moratones verdinegros en la
carne de la noche. Y de pronto, de algún lugar delante de ellos, el olor del
viento y de la noche que entraba a través de una rendija en el cristal o en la
pared, o por una ventana entreabierta, invisible en las tinieblas, y sintió que
el viento húmedo, helado, le insuflaba un silencio nuevo, un silencio que tenía
un sabor, un aroma y un peso específicos, diferentes del silencio denso del
cementerio que quedaba a su espalda.”
(Danilo Kĭs, Salmo
44, páginas 16, 40-41, 97-98, 102)
Tremendo, amigo. Es bueno leer estas cosas, saber que sucedieron, que suceden todavía horrores en esta humanidad variopinta. Un abrazo y muchas gracias.
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