jueves, 13 de diciembre de 2012

PASIONES AMOROSAS CONTRARIADAS POR LA HISTORIA

Entre el cielo y la tierra
Andreï Makine
Traducción de Amelia Ros
Tusquets Editores, Barcelona, 195 páginas
(LIBROS DE FONDO)


  

   Destras de la figura del novelista Andreï Makine se esconde una historia que ella misma merodea las fronteras de la ficción. Nacido en Siberia en 1957, después de estudiar en Kalinin y en Moscú e impartir enseñanza como profesor de filosofía, se exilia en Francia, llevando como equipaje la lengua francés y un doctorado en letras. En el país galo escribe sus primeras novelas en francés, pero son rechazadas por todas las casas editoras, hasta que el escritor inventa una traductora -Albertine Lemmounier, nombre  de una sus bisabuelas- a la que le atribuye la versión francesa de sus piezas, fingiendo de esta manera que habían sido escritas en  ruso originariamente. La argucia le sirvió para publicarlas. Con su tercer título empieza a ser tomado en serio. Y su carrera literaria se consolida definitivamente con su cuarta novela, El testamento francés (1995), con la que obtuvo los premios Goncourt y el Médicis. En el conjunto de su obra novelística Entre el cielo y la tierra no es una excepción. Makine fija su mirada en aquellos momentos que marcarán para siempre los destinos apátridas que se mecen entre dos tierras: Rusia y Francia.
   En las páginas de Entre el cielo y la tierra se esconde una intensa epopeya humana en la que se distinguen huellas biográficas del escritor y evoca el destino de los seres humanos que tienen una cierta idea de Francia. También los tormentos de un narrador que busca la reconciliación entre una Francia imposible de encontrar y una Rusia definitivamente perdida. El universo ficcional de la novela nos hace revivir los grandes temas de El testamento francés y Réquiem por el Este, completándose así la trilogía franco-rusa de Andreï Makine.
   De igual manera que en las obras citadas, el autor presenta la temática de la identidad en relación con la doble pertenencia geográfica y lingüística, desarrollada a través de una trama argumental de raíces imperecederas: la pasión amorosa contrariada por la historia.
   La trama argumental se cimienta en dos grandes personajes: Jacques Dorme y Alexandra y en un escritor que actúa como testamentario y es capaz de rescatar su idilio cincuenta años más tarde, porque todos los detalles de esa historia de amor (un día de lluvia, un baile, un color de ámbar que se rompe…) le hablan de su propia adolescencia cuando Jacques Dorme era su héroe en Francia, el país de sus sueños. La novela presenta así mismo la imposibilidad de explicar la guerra, todos los estremecedores fragmentos de la guerra. Será sin embargo la guerra la que permita que traben conocimiento lo amantes.
   La historia se inicia hacia la mitad de los años sesenta. Enfrontado a la dureza de un orfanato soviético, lleno de hijos de héroes muertos, un adolescente encuentra un cierto consuelo en la lectura de libros franceses y en la dulzura maternal de una vieja dama francesa de nombre cambiante (hoy Choura, antes Alexandra) que le relata la pasión que había sentido por un aviador francés llegado a Rusia para combatir en la batlla de Stalingrado en 1942. Allí conoce a una compatriota, Alexandra, una enfermera exiliada. Se aman durante unos días y acto seguido él  parte hacia el confín del mundo para pilotar aviones en la línea Alaska-Siberia, conocida entonces como Alsib. A través de la misma los imperialistas americanos  suministraron al aliado ruso más de ocho mil aviones. Jacques Dorme, mientras vuela, piensa en su Francia natal, piensa en la infinitud helada que se extiende bajo las alas de su avión, piensa en el amor (“esa especie de plegaria silenciosa que une a dos amantes separados por el espacio o por la muerte”). Y siente en su piel la frágil frontera que en la Rusia stalinista separa a un hombre de la muerte o de la más atroz condena. Al final Jacques Dorme se estrella contra la cima de los montes Cherski bajo el fulgor violeta de luz boreal que invade el cielo. Y allí permanecerá soldado a la montaña helada.
   Makine no solamente pretende contarnos un idilio amoroso, sino también la realidad escondida detrás de formas literarias. Y lo hace sirviéndose de personajes que parecen amputados, arrancados de su destino, de su tierra, de su amor, de su idioma y con el empleo de un lenguaje suntuoso, sutil, deslizante y muy sensual.

Francisco Martínez Bouzas




Andreï Makine

Fragmento

“A medida que transcurrían los minutos, el piloto se fundía poco a poco con el avión y las sacudidas del acero se acompasaban al latido de su corazón. Su cuerpo se disolvía en la vida mecánica hasta desaparecer en la cadencia del motor, que, a sus espaldas, dirigía las vibraciones. La mirada de Jacques Dorme se perdía en la luz grisácea del cielo. Ese día no saldría el sol. Luego volvía al puntillismo luminoso del cuadro de mandos. El hombre se  integraba en el movimiento de ese habitáculo volante y, al mismo tiempo, parecía ausente. En realidad, se encontraba en un más allá, lejos del cielo cenizo y de los montes Cherski, que ya extendían sus desiertos de hielo. Un  más allá con voz de mujer, fabricado de su silencios, de la calma de su casa, de un tiempo que sentía suyo desde siempre…”

(Andreï Makine, Entre el cielo y la tierra, páginas 162-163)

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