lunes, 10 de diciembre de 2012

LA BRUJERÍA SINIESTRA DE SHIRLEY JACKSON

Siempre hemos vivido en el castillo
Shirley Jackson
Traducción de Paula Kuffer
Posfacio de Joyce Carol Oates
Editorial Minúscula, Barcleona, 2012, 222 páginas.

  

   Shirley Jackson (San Francisco 1916 - Bennington 1965) publicó We have Always Lived in the Castle en 1962. Unos años antes, a finales de la década de los cincuenta, se había producido un cambio radical en los gustos lectores de la sociedad americana. Una ola de puritanismo arrasó con las novelas y relatos del movimiento Pulp, sobre todo con los “Shudder Pulp”, el subgénero de ficción de horror más explícitos incluso en sus portadas y con el Pulp picante o erótico (“Spicy Pulp”). No es pues de la “Pulp Fiction Americana” de donde bebe directamente Shirley Jackson para escribir esta y otras obras maestras de la literatura gótica siniestra y de suspense. Para buscar su inspiración habría que remontarse hasta el siglo XIX que vio florecer algunas de las mejores producciones de terror y fantasía. Muestras imperecederas como son las de Edgar Allan Poe, Robert Lois Steveson, Julio Verne, Bram Stoker o William Hope Hogson. En estos grandes escritores aprendió Shirley Jackson la sustancia medular de la literatura de terror, eso que un especialista como Lovecraft definió como “el sentido de lo morbosamente antinatural…que insinúa la sensación de una transgresión maligna de las leyes fijas de la naturaleza.”
   Shirley Jackson nunca practicó la brujería, por más que su marido afirmase lo contrario para promocionar una de sus novelas. Pero hace recaer tal maleficio sobre la mansión de los Blackwood, que encierra un secreto: el envenenamiento. Mary Katherine Blackwood  (Merricat), la protagonista principal de la novela se presenta de una forma tan clara como inquietante. Ella es una joven de dieciocho años que vive en una casa apartada del pueblo. Las únicas personas que le hacen compañía son Constance, su bella hermana mayor y su tío Julian, un anciano atado a su silla de ruedas y que una y otra vez reescribe sus memorias. Todo discurre plácidamente, entretenidas las dos hermanas en la buena cocina, la jardinería y el gato Jonas. Pero hay algo que altera esta aparente y apacible paz familiar: el resto de la familia había muerto envenenada en el comedor de la mansión seis años atrás. Envenenados con arsénico a excepción de Constance, Merricar y el tío Julian.
   Las sospechas recayeron sobre la hermana mayor que había preparado la comida ese día. Fue juzgada y absuelta por falta de pruebas. A Merricat la enviaron fuera durante el juicio. Concluido este, regresa a casa sin que nadie sospeche de ella, al contrario de los que hace el lector, aunque ella no oculte sus conocimientos y predilección por los venenos. A lo largo de la trama los lectores perciben, según pasan las páginas, la amenaza de la criminal Merricat, cuya fantasía está obsesionada con los rituales de poder y de venganza.
   Siempre hemos vivido en el castillo, sin ser narrativa Pulp, como ya se ha dicho -Shirley Jackson huye de la narración puramente física-, bascula entre el miedo y el suspense. Un suspense en el que el lector queda atrapado nada más leer el primer párrafo de la novela. Por eso la novela es una obra maestra de la literatura gótica de suspense. Tanto el entorno (casa señorial en el campo, una peculiar familia odiada por los vecinos) como el personaje de Merricat subyugan al lector que es incapaz de abandonar la trama de la historia que Shirley Jackson desarrolla con el ritmo adecuado  para hacernos caer en la tela de araña del suspense / terror. Y ello es así porque, en buena medida Shirley Jackson sabe trastocar hábilmente las convenciones del género y moverse por su relato con tal grado de ambigüedad, que a los ojos del lector, la auténtica maga de esta historia  no es otra que la autora de la misma. Porque en su relato gótico, malvado, siniestro y a la vez divertido, es el lector el que debe reconstruir, a partir de vagas alusiones de los personajes, el misterio del entramado novelesco.
   Novela inquietante, tejida a partir de ambigüedades y de la presencia inquietante de los siniestro, “algo que debiendo quedarse oculto se ha manifestado” en la definición que Freud toma de Shelling y que debería permanecer en la esfera de lo familiar, según piensa el creador del psicoanálisis: “Lo siniestro no sería nada nuevo, sino más bien algo que siempre fue familiar a la vida psíquica y que solo se tornó extraño mediante el proceso de represión”. ¡Cómo si Shirley Jackson hubiera tenido presente la afirmación del austriaco en la construcción de su trama!

Francisco Martínez Bouzas





Shirley Jackson

Fragmentos

“Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni lo perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Cosntance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto”

…..

“Me había preparado lo que iba a decir antes de sentarme en la mesa.
-La Amanita phalloides -empecé- contiene tres sustancias venenosas. Esta la amanitina, que actúa despacio y es la más potente. Esta la faloidina, que hace efecto al instante, y está la falosilina que disuelve los glóbulos rojos, aunque es la menos potente. Los primeros síntomas aparecen entre siete y doce horas después de ingerirla, y en algunos casos incluso al cabo de veinticuatro o cuarenta horas. Los síntomas comienzan con violentos dolores de estómago, sudor frío, vómitos…
-Óyeme bien -dijo Charles, soltando el pollo-. Basta ya.
Constance se estaba riendo.
-Oh, Merricat –exclamó, escapándosele la risa entre las palabras-, mira que eres tonta. Yo le enseñé -le explicó a Charles- que hay setas venenosas junto al arroyo y en los campos y le hice aprender cuáles eran mortales. Oh Merricat.
-La muerte llega entre cinco y diez días después de ingerirla- añadí yo.
-No me parece nada divertido- sentenció Charles.
-Tontuela- dijo Constance.”

(Shirley Jackson, Siempre hemos vivido en el castillo, páginas 9, 105)

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