Señores y sirvientes
Pierre Michon
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia
Editorial Anagrama, Barcelona, 198 páginas
(LIBROS DE FONDO)
No es infrecuente que los cuadros de los grandes pintores pueblen con toda justicia los sueños de los narradores. Y lo hacen con plena justicia porque las obras de ficción, debido a su naturaleza proteica, son el reino de la libertad, tanto en el contenido como en la forma. Y las grandes pinturas pueden sugerir la chispa de una historia que posteriormente los artistas de las palabras convierten en tramas narrativas. A partir de lejanas incursiones pictórico-imaginativas en el Museo Ermitage, realizadas durante una infancia puesta a salvo en el extranjero se ha escrito, por ejemplo, alguna novela en el sistema literario gallego. Los cuadros del inmenso retratista de la figura humana Eliá Efimovich Riépin encierran non solo un contenido histórico cristalizado en la creación plástica, sino algo más, que transciende al cuadro y se puede convertir en una llamarada para la ficción. Porque la ficción, en definitiva, no siempre es una mentira más o menos basada en la realidad, una simulación, sino una actitud -su origen resulta indiferente- dotada de rehechura, de forma expresiva.
Esta es la primera consideración que brota espontánea tras la lectura de Señores y sirvientes de Pierre Michon, un volumen que recoge los escritos inspirados en pinturas de un escritor que se sitúa hoy en los puestos de privilegio de las letras francesas. Pierre Michon (1945) es un autor tardío y de provincias que se dio a conocer con la publicación de Vidas minúsculas. Pero desde entonces Pierre Michon ha crecido como narrador y catorce obras -nueve de ellas traducidas al español- completan hasta el momento su corpus narrativo. P. Michon es el creador de un tipo de literatura en la que difícilmente se diferencian los géneros. Estilista de primer orden (auto)biógrafo de los minúsculo y de lo sutil. La lectura de sus textos nos embarca en un viaje insólito que no sabemos a dónde nos lleva pero que resulta fascinante.
En Señores y sirvientes, una amalgama desde el punto de vista editorial de tres textos escritos en diferentes momentos, Michon, como ya hiciera en Vidas minúsculas empleas de nuevo personajes reales y datos biográficos para llenar de trama sus ficciones, creando así una atmósfera tejida con lo real o con lo acontecido y con lo irreal o imaginario.
Cinco textos consagrados a otros tantos artistas: Francisco de Goya, Antoine Watteau, Piero della Francesca, Vicent Van Gogh y Claudio de Lorena. Narraciones en las que con una mezcla de espontaneidad y de fantasía, de datos históricos y de lirismo, el escritos nos acerca a la peripecia vital y creadora de esos artistas, con la ayuda, algunas veces, de un testigo periférico, como es el caso de Joseph Roulin al revivir las maravillas de la pintura de Van Gogh.
Delante de nuestros ojos desfila el tiempo, la vida, la excelencia del genio creador y también su cotidianeidad. En estas ficciones biográficas Pierre Michon extrae del silencio de los pintores verdaderos prodigios. Así es capaz de transformar un retrato en una persona de hondura tan compleja que nos aproxima a la mentalidad de una época y a las ideas que transitaban por la mente del pintores. En los textos de Pierre Michon, como ha escrito el crítico francés Leonard Michaels, una pintura se convierte en el pintor de la misma y las palabras, en pintura. Pero, no lo olvidemos, este fino biógrafo de lo minúsculo y de lo sutil, jamás nos hace olvidar la amalgama de ficción y de realidad que puebla sus metáforas biográficas, pequeños y selectos prodigios de la escritura.
Francisco Martínez Bouzas
Pierre Michon |
Fragmentos
“Conocimos a Francisco de Goya. Nuestras madres, o quizás nuestras abuelas, lo vieron llegar a Madrid. Lo vieron llamar a las puertas, a todas las puertas, arquear el lomo, no figurar en la lista de los galardonados de las academias, alabar a los que sí estaban en ellas, regresar dócilmente a su provincia para pintar otra aplicada mitología y presentársela una vez más a nuestros pintores de la Corte uno o dos años después; y fracasar una vez más, volver a levar anclas, volver otra vez con Venus o con Moisés mal calibrados, pintados en pleno campo, transportados a lomo de asno; todo ello a los diecisiete, a los veinte, a los ventiléis años.”
…..
“Josefa, señora de Goya, de soltera Bayeu; Josefa con su breve y rala trenza enroscada encima de la cabeza, su pelo ni rubio ni pelirrojo y sus rasgos, igualmente indecisos, su sonrisa pálida y sus bondadosos ojos; Josefa, que le dio cuarenta años de su vida, hasta su muerte, la muerte de ella, y a quien hizo él la limosna de hacerle un único retrato pequeño, en cuarenta años, ese retrato que ella conservaba con devoción, que vi yo en su cuarto, que contemplaba sentada, con las manos juntas y su sonrisa tímida, igual que la retrató él, con las manos juntas y la sonrisa tímida, dando quizás gracias a Dios por aquel milagro, o disculpándose por su falta de modestia: la pintó una única vez, con los mismo colores y la misma mano con que pintaba a la reina y a los cardenales-duques, a los infantes y a sus juguetes; Josefa, a quien él llamaba Pepa, y que le era tan necesaria como la brocha grande…”
(Pierre Michon, Señores y sirvientes, páginas 69, 79-80)
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