1948
Yoram Kaniuk
Prólogo y traducción de Raquel García Lozano
Libros del Asteroide, Barcelona, 2012, 225 páginas.
En estas fechas en las que los truenos de guerra entre Israel y el pueblo palestino han estado explotando de nuevo y provocando cientos de muertos, es preciso volver leer a Yoram Kaniuk, uno de los grandes escritores israelíes, sin duda alguna el menos convencional, para comprender una vez más el desatino y las aberraciones de la guerra, de todas las guerras, y de manera muy especial de aquellas en las que la inconsciencia y el patriotismo puede hacer llegar a pensar que morir en plena juventud nos dota de un aura gloriosa. Es lo que refleja la novela autobiográfica, 1948, de Yoram Kaniuk, editada recientemente por Libros del Asteroide.
Kaniuk es un judío atípico-judío de nacionalidad pero no de religión-, un sabra nacido en 1930 en la Palestina ocupada por los ingleses y descendiente de judíos askenazíes emigrados de Europa. Con diecisiete años formó parte del Pamaj, una fuerza paramilitar de choque con la que participó en la guerra árabe-israelí de 1948.
Rescatando sus recuerdos con gran autoridad moral (Kaniuk nunca fue un antisemita), escribe esta novela que nos acerca a las memorias de un joven que participó en aquella guerra, mas sin tener nunca claro si, como judíos, necesitaban de un Estado. Él lo que perseguía era dotar de un hogar a los miles de judíos que deambulaban por todo el mundo.
En la novela-biografía se fusionan memoria, imaginación y el paso del tiempo. El hilo conductor no es otro que el desenvolvimiento de la guerra, las injusticias y crueldades, la cobardía, tanto de árabes como de los mandos judíos, pero sin olvidar la heroicidad de muchos otros y el fanatismo de los judíos ortodoxos. 1948 es pues la permanente paradoja del judío capaz de entender las dos caras de la moneda, que no acepta los mitos fundacionales del Estado israelí, ni los de su religión.
Kaniuk comprende a los que ocuparon la tierra palestina, supervivientes en su inmensa mayoría del Holocausto, pero no se siente empujado por ningún imperativo categórico inexcusable a conquistar un Estado para acoger a estas víctimas, expulsando para ello a los árabes de sus casas y de sus tierras. El año de 1948 es una fecha execrable, porque en eses días explotó una guerra que aún no terminó y que continúa provocando una buena parte de los conflictos que arrasan el mundo y miles de muertos. Durante ese año -y esta es la línea argumental que está por debajo de la novela del sabra Kaniuk-, se comenzó a aliviar una tragedia, la del pueblo que sufrió el mayor genocidio de la historia, mientras nacía otra, con millones de refugiados e incontables muertos. He ahí pues lo absurdo de la guerra.
Francisco Martínez Bouzas
(Texto publicado en gallego el día 27 de noviembre de 2012 en el periódico El Correo Gallego de Santiago de Compostela. Para ver el texto original, pinchar aquí)
Yoram Kaniuk |
Fragmentos
“Iba caminando por el kibutz. Me encontré con una mujer que dijo en tono burlón que estaba muy orgullosa de que yo hubiese conquistado Cesarea y que a sangre y fuego Judea ha caído, a sangre y fuego se alzará. Le dije que eso era del Etzel y ella dijo: hoy todo es el Etzel y me invitó a su habitación. Sacó un vaso, metió una resistencia eléctrica en el agua, la calentó, sirvió dos vasos de té flojo y se echó a llorar. Le pregunté por qué lloraba. Dijo que se llamaba Tzila y que tenía frío. Dije: te daré mi cazadora. Dijo no era eso lo que la calentaría. Preguntó: ¿sabes que aquí vivió Hannah Senesh? (una integrante de la resistencia judía contra el nazismo durante la segunda guerra mundial). Aquí llorábamos juntas. Es estupendo que hayas sacado de Cesarea a los bosnios nazis. Según los mapas allí hay un acueducto romano y un anfiteatro, y nosotros somos judíos, nosotros haremos algo por eso. Pregunté: ¿contra quién? No respondió, tomé un sorbo de té. Yo no sabía qué hacer, me disculpé y me fui.”
…..
“Yo no conocí al Palmaj en su época dorada, a comienzos de los años cuarenta, cuando sus miembros trabajaban en los kibutz, robaban en los gallineros, cantaban canciones alrededor de las hogueras y orinaban juntos para apagar el fuego. El Palmaj que yo conocí durante la guerra ya no era unas fuerzas de choque. Eran unos batallones de combatientes. No era agradable. Era un instrumento genial y feroz, astuto, valiente y airado, que salió sin saberlo, a fundar un Estado para el pueblo de Israel.”
(Yoram Kaniuk, 1948, páginas 113, 213)
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