El cuerpo
Hanif Kureishi
Tradución de Roberto Frías
Editorial Anagrama, Barceloan, 270 páginas.
(LIBROS DE FONDO)
Hanif Kureishi forma parte de la segunda promoción del llamado “British Dream Team”, la Selección Nacional Literaria Británica. Narradores cuya obra ha sido editada en España sobre todo por Anagrama. Ian Mc Evan, Julian Barnes, Kazuo Ishiguro, Grahan Swift, Lawrence Norfolk, Will Self, Jonathan Coe o los nuevos nombres de la literatura angloindia como Githa Mehta, Vikram Seth o Arundhati Roy forman parte de un verdadero elenco de “galácticos”, una generación literaria etiquetada como excelente. Son autores, narradores sobre todo, de una calidad indiscutible que triunfaron a partir de los años ochenta y mantienen desde entonces una sólida carrera literaria.
Hanif Kureishi, nacido en Londres (1954), de padre pakistaní y madre inglesa, es conocido en España por novelas como las festivas El buda de los suburbios, El regalo de Gabriel o las menos divertidas como El álbum negro e Intimidad. En su haber figura además la autoria de obras de teatro y guiones cinematográficos, entre los que destacaría el de Mi hermosa lavandera que le valió una nominación al Óscar.
Como he dicho la barcelonesa Editorial Anagrama traduce las obras de Hanif Kureishi. La última, Algo que contarte (2009). Pero con anterioridad había vertido al español libros del escritor anglo-paquistaní, escritos con la misma intensidad y rigor con los que nos tiene acostumbrados. Por ejemplo, Soñar y contar, una soberbia recopilación de su obra de no ficción anterior a 2003 en donde aparecen las preocupaciones fundamentales del escritor: el significado de la vida, el amor, la familia, la menopausia masculina, las relaciones entre sexos y sus relaciones con la escritura.
Y sobre todo El cuerpo, la historia de un escritor sesentón que permite con incontestable placer que su cerebro sea trasplantado al cuerpo de un singular adonis en plena juventud. En la novela salen a la superficie algunos de los grandes interrogantes que el escritor formula en su producción literaria. Y de una forma muy especial, el tema de la identidad personal, hecho nada extraordinario ni sorprendente si se tiene en cuenta que Kureishi se crió en una barriada londinense en la que tuvo que escuchar muchas preguntas acerca de sus orígenes cada vez que aseguraba ser inglés. La escritura, afirma Kureishi le permitió superar el autismo adolescente y la sensación de que su identidad estaba tejida con varios y distintos hilos, algunas veces incompatibles.
Otra de las grandes preocupaciones de este lúcido cronista de las relaciones humanas es la del cuerpo. Una idea que junto con la del placer, siempre le inquietó. Llega un momento en el que nos damos cuenta de que nuestro cuerpo ya no responde a los deseos ni a las inquietudes de la mente. ¿Qué acontecería entonces si uno pudiese cambiar de cuerpo, colonizar, aunque fuese de forma temporal, un cuerpo joven? La creación de un nuevo ser humano, un viejo en el cuerpo de un joven, es un perfecto pretexto para desarrollar algunos de los temas más serios que siempre están presentes en sus obras: la identidad, la edad, el paso de los años, la muerte, el sentido de la vida, entre otros. El autor reconoce que su novela es una meditación satírica sobre nuestra sociedad, ofuscada con la idea de la eterna juventud y de la búsqueda del placer. La negociación entre el cuerpo y el deseo. Confiesa Kureishi que la eterna juventud no le haría saltar de placer. Empiezo a gozar, añade, ciertos privilegios de la edad: la vida acogedora de la familia, la amabilidad de una mujer con algunas arrugas. Y además algo hay de verdad en eso de que uno es tan joven como se sienta. Todo ello en esta novela, El cuerpo, una pirueta literaria no exenta de inmensa lucidez que pretende que seamos capaces de conciliar edad, felicidad y deseo.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Uno de los placeres de ser hombre ha sido el de ver mujeres vestirse y desvestirse, maquillarse y desmaquillarse. Cuando se trata de sus cuerpos, las mujeres creen que visten el interior en el exterior. De cualquier manera, la magnitud del trabajo de mantenimiento, el peinar las tiendas y la previsión de las compras, los juicios, críticas y errores de vestimenta posibles nunca me han parecido envidiables; el hombre, en contraste, se arroja agua al rostro, avanza sin miedo hacia aquello que puede encontrar a los pies de la calle y, luego, a la calle.”
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“Consideré distintos cuerpos pero continué, con la esperanza de encontrar algo mejor. Finalmente me detuve. Había visto a «mi tipo». O, más bien, él parecía haberme escogido. Bajo, fuerte y tan clásicamente guapo como cualquier escultura del Museo Británico, no era blanco ni moreno, sino ligeramente tostado, con un buen pene grueso y pesadas pelotas. Tendría, por fin, el cuerpo de un jugador italiano de fútbol: digamos un agresivo y ofensivo mediocampista. Mi cara parecía la del joven Alain Delon, pero tendría, naturalmente, a mi cerebro guiando la combinación, en un juego de seis meses.”
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“Hacía muchos años que no bailaba, y ahora que no necesitaba dormir mucho, bailaba todas las noches en cualquier de las discotecas del pueblo con las mujeres del Centro. La mayoría tenía más de cuarenta años, algunas más de cincuenta. Sabían que sus posibilidades de ser amadas, acariciadas, deseadas, estaban disminuyendo, aun cuando su pasión aumentaba bajo el sol. Bailé con ellas, pero no las toqué. Si hubiera sido un chico «real», probablemente me habría ido a la cama, o a la playa, con varias de ellas. Yo era su pornografía, un calientacoños. Pero al menos todas sabían a qué atenerse conmigo.”
(Hanif Kureishi, El cuerpo, páginas 15, 32, 85-86)
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