sábado, 18 de agosto de 2012

LA PRIMACÍA DEL LENGUAJE SEXUAL

Siemprejuntos
José Luis Martínez Ibáñez
Ediciones Barataria, Barcelona, 283 páginas.

  

   Pocos y prácticamente innominados son los templos donde se  rinde culto al erotismo, esa afección teñida de deseo y, al mismo tiempo, género literario que tiene que ver con la recuperación de muchas cosas. Con la recuperación, en primer lugar de los cuerpos transgresores, escondidos y silenciados, que frenaban y reprimían en su interior todo lo que la cultura tradicional nos impuso a lo largo de siglos de prácticas y prédicas represoras
   La buena literatura erótica no se alimenta con aquellos libros, que, siguiendo la sutil definición de Rousseau, leen los lectores con una sola mano. Al contrario, se alimentan con la donación absoluta al lector, donación de la corporalidad física, pero también de aquella otra mucho más profunda y sutil a la que acostumbramos reconocer con la palabra amor. Es, como diría Roland Barthes, el “darse” por entero al lector para que este sea capaz de progresar hasta las cumbres más elevadas del placer.
   Una de las escasas aras en las que se rinde culto a la erótica, a lo irreverente y furtivo es la colección “Inferno” de la Editorial Barataria. En la misma tiene cabida lo furtivo, lo escondido, la transgresión formal y de contenidos, lo irreverente y licencioso de todos lo siglos. Y también el deseo, el culto a la erección, a la excitación sexual, al refinamiento hedonista, convertido en fructíferas cosechas, que una buena y gozosa literatura erótica nos puede ofrecer. La colección le sirvió de escenario a José Luis Matínez Ibañez, un periodista de larga y exitosa  trayectoria fallecido en el año 2006, para hacer su debut en la literatura de ficción y publicar su única novela, Siemprejuntos. Una pieza escrita sin amaños y desde la idea de que el primer lenguaje de comunicación entre hombre y mujer es el sexual. Después vienen el emocional, el afectivo y el intelectual. Y de todo ello puede nacer el amor.
   Una teoría que pone a prueba a través de dos protagonistas. Una mujer dueña de su sexualidad a la que utiliza de una forma libre de cualquier prejuicio social o moral y un maduro profesor universitario, anclado en el desencanto, en los cócteles, en la pasión por las contiendas verbales. La pareja se ve atrapada en una verdadera riada de encuentros sexuales, desnudos de cualquier pizca de emoción. El autor emplea a propósito la clave erótica y una cascada de sexo de todos los colores y modalidades para indagar los arcanos orígenes del amor. Porque detrás de este erotismo previsible, mecánico y monótono, capaz de desafiar la moral represiva establecida, alienta una pregunta fundamental: ¿puede nacer el amor de la simple pulsión sexual, de la seducción física que una mujer de sexo esquizofrénico, vertiginoso y desmedido ejerce sobre un hombre deshumanizado y adicto al alcohol? La relación entre esta ambigua pareja se inicia en efecto basada en una marejada de sexo descarnado, químico e irreverente con la condición humana. “Folleteo” y “pajeo” en todas las latitudes y coordenadas, con una protagonista femenina que se resiste a revelar sus escondrijos vitales interiores.
   Mas poco apoco, la lucha de sus cuerpos y los excesos físicos los lleva a una fuerte comunión, primero sexual y, al poco tiempo, afectiva e intelectual, que ellos confunden con el amor. Hasta que la unión sentimental se traduce en incomunicación, desencanto y destrucción.
   El autor emplea la clave erótica y un torrente de sexo para indagar, como he dicho, lo arcanos orígenes del amor. Pero la vorágine de erotismo previsible y mecánico que transita por la novela, no resulta en absoluto gratuita, ya que a través de esa frenética actividad copulatoria, el autor pretende llevarnos a su terreno, que no es otro que el auténtico encuentro de las personas. Más allá del sexo irreverente con la condición humana, el protagonista masculino pretenderá derribar los muros de la protección de la estratega femenina y ambos perseguirán el amor, pensando que el sentimiento con mayúsculas es una auténtica comunicación, no solo de cuerpos, sino también de almas. Sin embargo lo que al final de esta competición vertiginosa y deshumanizada hallarán, será el agujero negro de la aniquilación emocional y el definitivo y absoluto distanciamiento.
   Novela sin reservas ni disfraces. Sin cohibiciones timoratas ni didactismos explícitos. No obstante el erotismo del que hace uso el autor, con frecuencia fronterizo con la pornografía, sugiere un claro mensaje: la sexualidad descarnada, el pulso físico entre un hombre y una mujer, no conducen, ni por necesidad ni por azar, hacia los territorios del amor. Su destino será quizás primero el hechizo. Más tarde, la destrucción.
   Dos son a mi juicio lo requisitos que deben de estar presentes en el género en el que se encuadra la novela de Martínez Ibáñez: la tensión erótica y la elaboración literaria. Con relación  a la primera de las condiciones, Siemprejuntos se muestra deficitaria, aunque quizás por las mismas exigencias del guión. Resulta imposible mantener un verdadero pulso erótico entre marejadas de sexo mecánico, previsible, desposeído de la mínima porción de refinamiento estético, que anega a la novela desde el principio hasta su conclusión. En cuanto a  la segunda exigencia, es preciso reconocer que Siemprejuntos avanza a buen ritmo y el autor es capaz de mantener un aceptable tono narrativo, con el empleo de un lenguaje basado en la frase corta, en rápidas puyas verbales y en un buen aparato formal, especialmente metafórico y eufemístico, no  carente de originalidad y a veces también de buenas dosis de artificio.

Francisco Martínez Bouzas



José Luis Martínez Ibáñez



Fragmentos


“Marion, ninfa masculinizada, se deshizo del tímido ropaje superior y aireó sus pechos esbeltos, caldeados y faltos de mimos. Dejó expuestas las bragas a la depravación de su hermafrodita subyugada. Le retiró a Karla el abrigo y le arrulló el rostro antes de desabotonarle la camisa superpuesta sobre la menguada falda. La morenaza portaba un sujetador de blonda azul oscuro y concavidades escasas que encerraban unas frutas pequeñas, suficientes y bien parchedas. Todavía de pie, Marion las copó en sus manos, las mesuró y adobó, las empujó una contra otra y mordisqueó los pezones mudados de una sola dentellada. Le descerrajó la falda, que resbaló limpiamente por las nonatas caderas”

…..

“Marion, no me vas acreer, ya lo se. Pero te querré en todos los mundos que habite como la tierra a la lluvia que la empapa. Te querré cuando la desgana me debilite en náuseas, cuando los párpados me pesen de juicio o de júbilo, cuando rechace la sangre que me facultaría a seguir contigo. Te voy a querer Marion como un inevitable goloso, ante tu Cristo de hoy y en los crucifijos de todos los mañanas, con la ley de tu Dios, sea cual sea mi suerte. ¡No sabes, Marion, cómo soy capaz de quererte! Y, probablemente, no lo sepas nunca. Cuando enloquezca en la persecución de tu voz, te amaré; cuando agonice y desfilen ante mí las extrañas figuras del pasado, te amaré; cuando me cuenten que me has arrancado de tu historia, te amaré, Marion. Te voy a querer como nunca he sabido, como nadie podrá igualar, para que nunca me puedas suprimir”

(José Luis Martínez Ibáñez, Siemprejuntos, páginas 120, 137)

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