El Imperio de las Zarzas. Una aventura de la primera guerra afgana.
Philip Hensher
Philip Hensher
Traducción de Alberto Coscarelli
Edhasa, Barcelona, 640 páginas.
El multiculturalismo dejó hace tiempo de ser un concepto abstracto. Eso, al menos, se observa al comprobar quienes son los componentes de la selección efectuada por la revista Granta del año 2003, “Los mejores novelistas británicos”. En el último Twenty británico están representadas en efecto la enorme variedad de etnias, creencias religiosas, opciones sexuales, modelos familiares que convierten a Gran Bretaña en una sociedad sumamente fluida. La misma diversidad encontramos en las temáticas de las obras de los autores seleccionados. En la selección de Granta figura la comedia de costumbres y la sátira, géneros británicos por excelencia, la homosexualidad y el lesbianismo, ambiciones experimentalistas, pero también la novela histórica, representada entre otras por The Mulberry Empire (2002) de Philip Hensher, traducida al siguiente año al español bajo el rótulo de El Imperio de las Zarzas. Una aventura de la primera guerra afgana.
Su autor se ha convertido en poco tiempo en uno de los novelistas y críticos británicos más respetados. Sorprendió hace unos años al obtener el Premio Somerset Maughan con Kitchen Venon. Ahora ha saltado a la fama internacional al convertirse en uno de los escritores de “la lista que establece las lecturas de toda una generación”. El Imperio de las Zarzas traslada al lector al Kabul de 1830 y le sumerge en el desastroso primer intento de invasión de Afganistán realizado por el Imperio Británico y que finalizó en un colosal desastre ya que del brillante cuerpo expedicionario de 16.000 soldados, sólo sobrevivirá un jinete.
De raíces realistas pero dotada de una gran originalidad en el tratamiento de los personajes, la novela de Hensher describe las relaciones entre Oriente y Occidente durante la década de 1830, trasladando al lector a los diversos escenarios de toma de decisiones políticas de la época: San Petersburgo, Kabul, Londres, Calcuta. El virtuosismo del narrador hace posible que la novela adopte diferentes tonos según las ciudades en las que se desarrolla la acción: aventuras exóticas, influencia de la novela victoriana, de la narrativa decimonónica rusa, etc.
La mayoría de los personajes tuvieron existencia histórica. Tal es el caso del protagonista, el viajero Alexander Burnes que arriba a Kabul en una de sus expediciones geográficas y descubre todo un mundo de olores, colores y costumbres sorprendentes para un occidental.
Tanto el tema de la primera guerra afgana como el escenario de Kabul resultan de indiscutible actualidad. Sin embargo, el acierto es puramente azaroso ya que Philip Hensher ya había redactado la novela antes de la intervención americana y de la OTAN en el país. La novela es fruto de las sugerencias del escritor A. S. Byatt que le aconsejó que escribiese una novela de amplias dimensiones sobre el tema. El resultado es El Imperio de las Zarzas, una pieza exuberante, colorista, rebosante de vida, de personajes singulares como el emir Dost Mohammed Kan, padre cincuenta y cuatro hijos. Escrita en homenaje de las grandes obras literarias inglesas del siglo XIX, se modula según sus acentos, se ajusta a sus cánones y preocupaciones, nos introduce en las moradas inglesas de la época, en la geografía de Crimea y en los palacios orientales con el lenguaje propio de un novelista victoriano. Y aporta noticias a los lectores, una de las razones que, según el premio Nobel V.S. Naipul, justifican la existencia de una novela.
Francisco Martínez Bouzas
Philip Hensher |
Fragmento
“A la sombra del camello, el aventurero entrecerró los párpados e intentó ver qué era aquella cosa en el borde del vasto horizonte de arena. No había nada que ver; un vacío, un enorme vacío amarillo, oro y marrón. Pero en el desierto algo brillaba, muy lejos. Nada se movía excepto las ondulaciones del aire; nada vía aparte de Burnes, sus animales y su grupo, refugiados lo mejor que podían de la terrible luz del mediodía. Pero en algún lugar, amuchas millas de distancia, resplandecía un objeto, como un trozo de metal en una pila de arena. Algo vivía y hacia ellos venía, muy lentamente.
Para el ojo europeo, el desierto y el cielo blanco eran una misma cosa, un único resplandor. Pero Burnes sabía que sus porteadores veían de todo. Un afgano, si lo apartaban del desierto y le mostraban el mar y el cielo, no vería nada; vería una única mancha azul, dado que no había contemplado nunca las posibilidades del azul. El desierto, para ellos, estaba vivo con cambios y distancias. Lo contemplaban, y veían aquello que sus sudorosos amos novelan, un país lo bastante rico como para permitir la vida de los hombres”
(Philip Hensher, El Imperio de las Zarzas,, página 364)
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