Gilgi,una de nosotras
Irmgard Keun
Tradución de Carlos Andreu
Editorial Minúscula, Barcelona, 2011, 216.
Hay novelas cuya buena arquitectura las redime de convertirse en productos desechables o anticuados. Gilgi, una de nosotras es una de ellas. Y eso que a primera vista la novela de Irmgard Keun parece un caos, porque la narración amalgama, de manera aparentemente anárquica, los pensamientos y las cavilaciones de la protagonista que habla en primera persona, con la voz de un narrador omnisciente que se convierte en dueño absoluto del relato.
Quien narra de esa forma omnisciente es Irmgard Keun (Berlín, 1910-Colonia, 1982), cuyas peripecias vitales constituyen en si mismas verdaderas tramas novelescas. Escritora de éxito durante la República de Weimar, con la llegada al poder del nazismo sus libros fueron secuestrados e Irmgard Keun se vio forzada a exiliarse. Tas la separación de su pareja, el escritor Joseph Roth, regresó a Alemania donde se la daba por muerta, victima de un suicidio, y donde vivió en la clandestinidad hasta el final de la guerra.
En la década de los 80 fue redescubierta en su país y ahora Editorial Minúscula tiene el acierto de rescatar para los lectores de habla española esta deliciosa novela y otras de la escritora, porque los buenos libros nunca envejecen.
Gilgi, una de nosotras fue publicada en 1931 y supuso el debut literario de Irmgard Keun. Con toda justicia, la novela puede ser considerada como una cruda inmersión en la comprensión de la esencia de la feminidad e indirectamente y por contraposición, también de la masculinidad. Irmgard Keun, en efecto, es capaz de presentar el mundo de las mujeres en un marco narrativo alejado de los tópicos de la época. Sus protagonistas acostumbran ser mujeres urbanas, autónomas, trabajadoras, radicalmente alejadas de una feminidad intimista y ñoña, simplona y pasmada a la que se ajustaban los roles femeninos en aquellos años de la preguerra.
Gilgi, una de nosotras es por consiguiente una inteligente radiografía de ese prototipo femenino que pretende abrirse camino en un momento histórico marcado por cambios sociales acelerados y por grandes turbulencias económicas y políticas.
Gilgi, la protagonista, es una joven de férrea voluntad y un esquema metal que se ajusta al tópico que se suele tener del carácter alemán. Se levanta muy temprano, realiza sus ejercicios gimnásticos. El agua fría de la ducha es la que acaricia su cuerpo. Trabaja como mecanógrafa en una oficina, ahorra buena parte de su sueldo y estudia idiomas. Cree fundamentalmente en si misma, en su capacidad de trabajo. Es tan independiente que con frecuencia cae en comportamientos insolidarios, que fundamenta en su lema, “Cada quien debe cuidar de si mismo”.
Pero con el amor todo se trastoca. El amor actúa en ella como fuerza transformadora y le lleva a la vez por sendas que le permiten descubrir su verdadero origen y las responsabilidades de la edad adulta.
La escritora Irmgard Keun refleja desde la omnisciencia que conduce la trama, esta transformación de la protagonista. Gilgi va evolucionando gradualmente, sin saltos bruscos. El telón de fondo de una sociedad turbia y convulsa del inicio de la década de los treinta en la Alemania atenazada por la crisis, queda alejado o suavizado en la escritura de la narradora por un sutil sentido del humor para expresar las situaciones más crudas, sin renunciar a una intachable e íntegra postura moral y política frente al nazismo, como acertadamente define a Irmgard Ken la premio nobel; Elfriede Jelinek.
Francisco Martínez Bouzas
Irmgard Keun |
Fragmentos
“Sujeta con fuerza las riendas de su joven vida, la pequeña Gilgi. Se hace llamar Gilgi, aunque su verdadero nombre es Gisela. Un nombre con dos íes encaja con unas piernas delgadas, unas caderas estrechas e infantiles y esos sobreritos a la moda que se sostienen misteriosamente sobre su cabeza. Cuando cumpla los veinticinco se hará llamar Gisela. Pero para eso todavía falta tiempo.
Son las seis y media de la mañana. La pequeña Gilgi se ha levantado ya. En el frío invernal de su habitación se despereza y se frota los ojos para ahuyentar el sueño. Hace unos ejercicios gimnásticos ante la ventana abierta de par en par. Flexiones de tronco: arriba y abajo, arriba y abajo. Toca el suelo con las puntas de los dedos, sin doblar las rodillas. Así se hace: arriba y abajo, arriba y abajo.
La pequeña Gilgi hace las últimas flexiones. Entonces se quita el pijama, se echa una toalla sobre los hombros y corre al cuarto de baño. En el el oscuro pasillo se topa con una confusa voz matutina:
-Pero Gilgi, ¿cómo vas descalza, con el frío que hace? ¿Te va a dar algo!”
…..
“Él quiere que le cuente cosas sobre ella y se interesa por cada uno de los detalles. Gilgi le pinta la vida de una muchacha segura de si misma y de sus objetivos. Le habla del señor Reuter, de Pit, del despacho, de la gruesa señorita Müller y de la pequeña señorita Behrend. Incluso le habla de la búsqueda de sus padres, de los Kron y de la señora Täschler. Oh, no, la historia ya no la atormenta, no es una tonta ni una sentimental, no necesita a nadie, puede apañárselas sola. Sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Mientras habla sujeta con fuerza la mano de Martin Bruck, como si temiera que de pronto este fuera a levantarse y desaparecer para siempre. No puede marcharse, tiene que quedarse con ella mucho tiempo…
-¿Y no se enamora usted nunca?
Martin Bruck libera su mano para acariciarle el pelo a Gilgi, que esboza una sonrisa condescendiente. Al final, todos los hombres hacen las mismas preguntas idiotas.
-Naturalemente que me enamoro, de vez en cuando, pero una no debe tomárselo demasiado en serio, hay cosas más importantes. ¡Hombres! ¿Qué importancia tienen? –Y entonces cita a Olga- el amor es muy bonito y agradable, pero no hay que tomárselo en serio”
(Irmgard Keun, Gilgi, una de nosotras páginas 7, 79)
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