La caída de Madrid
Rafael Chirbes
Editorial Anagrama, colección Compactos, Barcelona, 2011, 318 páginas.
Rafael Chirbes (Valencia, 1949) está considerado como uno de los mejores narradores españoles de las últimas décadas y con un éxito notable en varios países europeos, sobre todo en Alemania. La novela que hoy presento, La caída de Madrid, editada por primera vez en el año 2000 y reeditada hace meses en la colección Compactos de Anagrama, forma parte de un ambicioso proyecto narrativo, iniciado con La larga marcha y clausurado con Lo viejos amigos. Un proyecto que Rafael Chirbes presenta como un espejo de la época franquista y de sus secuelas, sobre todo en el interior de las personas. Un ejemplo más, y quizás paradigmático, de esa literatura intimista en la que el narrador valenciano es un consumado maestro. Esa escritura introspectiva que fija la atención de forma especial en las interioridades de los personajes, en las crisis del individuo, en sus estados de conciencia o de inconsciencia, escudriñados en las ondulaciones psicológicas de sus héroes o antihéroes.
Se podría decir que Rafael Chirbes reniega de la literatura en abstracto y por eso mismo la sutura al tiempo de la historia, al tiempo de los acontecimientos narrados. Deudor de la concepción balzaquiana de la novela, avala la máxima de que aquella debe de relatar la vida privada de las naciones. El papel del narrador no consiste en escribir editoriales teóricas, sino en referir lo privado de cada personaje.
De todo ello es una buena muestra, La caída de Madrid. El narrador de esta novela aplica un inmenso caleidoscopio con veinte espejos a un espacio temporal enmarcados en unas pocas horas: las del 19 de noviembre de 1975, horas en las que agonizaba el dictador Francisco Franco. Pero no es su agonía/fallecimiento la que ocupa el protagonismo de la narración, sino el mural formado por personajes de muy diversa índole y condición que, en esas horas cruciales para el futuro de España, entrecruzan sus propias tramas existenciales, lo que permite hurgar en sus propias intimidades y da lugar a una verdadera dialéctica de clases sociales.
Surge así un relato coral, sin un verdadero protagonista individualizado que se eleve por encima de los demás. El indiscutible protagonista es este conglomerado heterogéneo, constituido por veinte personajes a los que el escritor dedica sendos capítulos en los que se entrecruzan de forma directa o indirecta sus relaciones. A lo largo de esos veinte capítulos, esos sujetos individuales que ocupan igual categoría narrativa, sin tener en cuenta su extracción social, van entrelazando sus vidas, como en una red o en una colmena, ante los interrogantes del momento que están viviendo, preñado de temores o de esperanzas.
El lector escuchará veinte voces, voces refinadas, disconformes, voces de activistas clandestinos, de acaudalados hombres de negocios, de viejos exilados republicanos insertados en una España que no es la suya, voces de policías encaprichados con prostitutas y cuyo gran temor es ser apaleados como los pides portugueses tras la muerte de Franco.
Narraciones trenzadas en las que el escritor salta de uno a otro personaje formando entre todos un gran tapiz, reflejo de la España real en aquel inicio de la transición que Chirbes define como una larga traición, “la aplicación de una nueva estrategia en esa guerra de dominio
de los menos sobre los más”. De ahí, la coherencia del título de la novela..
Rafael Chirbes tiene conciencia de que el escritor no es inocente, tiene filias y fobias. Sin caer en el maniqueísmo, cierto esquematismo que hace proceder de las geografías del poder todo lo que es monstruoso, olvidándose de que entre los más también existen comportamientos censurables, enflaquece una potencia narrativa que concibe al ser humano inmerso en una fauna regida por la darwiniana lucha por la supervivencia con adaptación al medio y regida por la selección natural.
Rafael Chirbes |
Se ha dicho que Chirbes es un narrador galdosiano: crea una novela imaginándola alrededor de unos personajes a los que, a su vez, concibe en profunda relación con los hechos de su momento histórico, y tiende a substituir el personaje uno por el personaje múltiple. Su ritmo narrativo es así mismo pausado, primando las historias por encima de los artificios. Pero, a diferencia de Galdós, Rafael Chirbes sí que logra establecer una corriente anímica entre el personaje y el mundo de objetos que le rodean. Por eso la narrativa de Chirbes es exuberante pero sobrepasa lo meramente decorativo.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“(…) ¿que la empresa atravesaba dificultades por vez primera desde su creación porque todo el mundo estaba asustado, porque Franco se estaba muriendo y la inseguridad se apoderaba de los negocios, y la gente ponía los capitales a resguardo, o, como el mismo había hecho fiándose de sus asesores, los depositaba en el extranjero? Una tarde, al cruzar la Castellana, se encontrón con que, desde el paso elevado de Eduardo Dato, habían arrojado octavillas en las que se pedía la instauración de una república soviética en España y, otro día, descubrió que, aprovechando la obscuridad de la noche alguien se había atrevido a colgar una pancarta roja e insultante que nadie se preocupaba de quitar y seguía allí ondeando sobre el río de coches a las ocho de la mañana cuando él pasó. Su nieto Quini, durante las comidas, hablaba de la revolución como si fuera un circo que tuviera la carpa instalada a la vuelta de la esquina y a cuyas funciones se podía asistir cada tarde. En el extremo opuesto, Josemari decía que, agotadas las razones, había vuelto la hora de esgrimir la dialéctica de los puños y las pistolas. Volvía la hora de la primera Falange. Y lo decía a gritos, con las venas del cuello hinchadas por la rabia que seguramente, le provocaba más que nada sentirse incapaz de rebatir ni uno solo de los conceptos que esgrimía su hermano, más brillante y que, al fin y al cabo, era más joven que él, aunque no mejor”.
…..
“(…) «¿Y todo ese tiempo habéis estado follando?» Le decía, y también: « Te gustaba ese te gustaba», o:« A que la tenía gorda, ya se que, aunque digáis que no, a todas os gustan gordas»,cosas así le decía, y esa era la debilidad del comisario Maximino Arroyo, su cuerpo que se levantaba contra su alma, su parte de animal, de cerdo acuchillado que muestra hígado, pulmón, estómago; sus restos de campesino que se frota sobre las espaldas de la Mosca: desnudar a Lina a toda prisa y follarla tumbándola con la cara pegada a la alfombra, o con las caras cogidas del lavabo, o de la taza del váter. Durante la guerra, había tenido que verse en situaciones muy delicadas, y no había temblado, había estado a punto de que lo mataran varias veces y se había visto obligado a matar como cualquier soldado en una guerra”
( Rafael Chirbes, La caída de Madrid, páginas 17-18, 63)
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