sábado, 14 de enero de 2012

¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE CARVER?


Principiantes
Raymond Carver
Traducción de Jesús Zulaika
Editorial Anagrama, Compactos, Barcelona 2012, 320 páginas.


La vida y la obra de Raymond Carver (1939-1988) se nutre en gran parte en la leyenda. Desconocido prácticamente cuando en 1981 su editor Gordon Lish -“Captain Fiction” según el apodo- publicó ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?, después de una poda de aproximadamente el 50%, con un corpus literario formado únicamente por tres libros de poesía y uno de relatos. Cuando Carver fallece en 1988, pasó a la historia como uno de los máximos modelos literarios de los últimos treinta años. Uno de los grandes escritores de América, un icono, junto con  Chéjov quizás el mejor cuentista del siglo XX. Padre del realismo sucio y uno de los pilares del minimalismo. “La voz más genuina de la Norteamérica contemporánea” como de él dijo la crítica, nos ofrece -o eso creíamos- una literatura minimalista, “dependiente de lo omitido” (Harold Bloom).
Si por algo se caracteriza la literatura minimalista es por la economía de recursos, por narrarnos historias en muy pocas líneas, evitando dictar contextos y sugiriéndole al lector significados plurales. Sus textos demandan pues lectores activos, que elijan un lado de la historia. Historias  narradas en muy pocas líneas con personajes sencillos, triviales, en absoluto famosos, pero cuyas vidas, captadas a través de ángulos, los convierten inesperadamente en misteriosos, mentirosos, asesinos.
Después de Hemingway, iniciador de la literatura minimalista en EE.UU, el nombre se asoció por antonomasia a Raymond Carver. Al Carver editado por Gordon Lish en la editorial Alfred A. Knopf, especialmente en ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? La sequedad de su prosa, su estilo elíptico, carente de empaque al proponer historias, la monotonía en la que habitan sus personajes, sus “diégesis parsimoniosas” o incluso insignificantes, sus inesperados y terribles desenlaces, lo convierten en el paradigma del minimalismo. Todo ellos hasta que en 2009, editado por William  L. Stull y Maureen P. Carroll apareció publicado en Londres Beginners, The Original version of What We Talk About When We Talk About Love, traducido al español por Anagrama en 2010 en “Panorama de narrativas” y reeditado en enero de 2012 en “Compactos”.
En el Prefacio los editores informan de los antecedentes. Principiantes es la versión original de los dieciséis relatos escritos por Carver y publicados por Gordon Lish en 1981 con el título ya mencionado. Pero Gordon Lish había cercenado en más del 50% el original entregado por Carver. Un trabajo de edición despiadado, pero certero que eliminó lo sobrante, títulos, páginas enteras y cambió finales. A Lish, un genio del enunciado (sujeto, verbo, objeto y silencio) debemos pues lo que Tim O’Brien  dijo de Raymond Carver: “Utiliza el inglés como una cuchilla: talla piezas de prosa austeras y exentas de adornos, y para ello despoja a ésta de todo salvo del meollo mismo de la emoción humana”.
Un ejemplo. El relato “Dile a las mujeres que nos vamos”, un cuento perturbador que recibió negativas a la hora de su publicación. Una trama muy sencilla. Bill y Jerry son amigos desde la infancia. Entre los dos compran un coche y se enamoran de la misma mujer. Pero ambos se casan. Norteamericanos normales, del montón. Un domingo, después de comer, los dos toman el coche y dan un paseo. En la carretera encuentran a dos muchachas en bicicleta. Se acercan y pretender tontear con ellas. Las muchas dejan las bicicletas y caminan por un sendero. Bill y Jerry las siguen. Bill, desalentado, se para y prende un cigarro. Aquí concluye la historia, pero quedan unas líneas para este final fulminante: “No entendió nunca lo que quería Jerry. Pero todo empezó y terminó con una piedra. Jerry usó la misma piedra con las dos muchachas, primero sobre la que se llamaba Sharon y luego sobre la que debería ser de Bill”.
Una frase impersonal, cortante, despiadada hasta lo inhumano. Pero ese final no es obra de Carver sino de Gordon Lish. En su lugar, Carver había escrito seis cuartillas que Gordon Lish podó sin pudor. Cuartillas ahora editadas en Principiantes. Carver lo narra todo, sin darle ninguna oportunidad  a la omisión. Todo lo que en la versión corregida desparece en la nada, tenía y tiene en el cuento original una prolijidad que finiquita el tono formidable, la ferocidad de un final que, precisamente por lo omitido, se había convertido en un tótem referencial.
Raymond Carver dedicó en 1981 ¿De que hablamos cuando hablamos de amor? a su esposa, la poeta Tess Gallagher  con la promesa de que algún día verían de nuevo la luz aquellos relatos en su extensión original. Principiantes da cumplida cuenta de esa promesa. Han desaparecido los silencios, los vacíos, esos espacios sin nada para que el lector pueda construir  lo que guste. Se ha evaporado aquel minimalismo que nos intrigaba y aturdía a la vez, esos finales que parecían no obedecer a la trama. Por eso son pertinentes las preguntas: ¿De qué hablamos cuando hablamos de Carver?  ¿Quién es el creador de Carver? ¿Él mismo o su editor?
La versión original de Principiantes nos permite no obstante sumergirnos en la estética de uno de los grandes escritores contemporáneos. A pesar de que el texto original tiende a veces a la obviedad,  a lo farragoso, los relatos  siguen indagando en ese peculiar universo carveriano, falto de énfasis  al proponer una historia o un desenlace, preñado de situaciones tensas, protagonizadas por perdedores, por seres monótonos en frágil equilibrio, a punto de tropezar por enésima vez.
Raymond Carver y Gordon Lish
Philip Roth ha afirmado que si alguna vez hubo una pieza literaria que nunca requirió enmienda alguna, es esta. Para otros críticos el verdadero Carver no es carveriano. Personalmente me quedo con el juicio de Jesús Zulaika, traductor en España de toda la obra de Carver y gran conocedor de la estética del escritor: “los nuevos relatos de Carver son tiernos y valiosos en si mismos. Hay gente en todo el planeta que le adora, pero los de antes te dejaban sobrecogido y los de ahora son buenos”.

Francisco Martínez Bouzas



Fragmento

“(…) Los vio a los dos al mismo tiempo: a Jerry de pié al otro lado de la chica, con la piedra en las manos.
Bill sintió que se encogía, que se hacía delgado, que carecía de peso. Al mismo tiempo tenía la sensación de estar de pie frente a un fuerte viento que le azotaba los oídos. Sintió deseos de escapar, de correr y correr…, pero algo se movía hacía él. Las sombras de las rocas, alruzarlas la forma de ese algo se acercaba hacía él, parecía moverse con ella y debajo de ella. El suelo, a la luz extrañamente sesgada del atardecer, parecía haber cambiado de lugar. Bill pensó -un tanto injustificadamente- en las dos bicicletas que esperaban al pie de la colina, cerca del coche, como si la posibilidad de quitar de allí una de ellas pudiera cambiar algo las cosas, pudiera hacer que lo de  aquella chica no le estuviera sucediendo en aquel momento en que acababa de coronar la cima de la loma. Pero ahora Jerry estaba allí delante de él, como sin consistencia dentro de la ropa, como si le hubieran despojado de los huesos. Y Bill sintió la pavorosa cercanía entre sus dos cuerpos: estaban a menos de un brazo de distancia. Y entonces la cabeza de Jerry descendió hasta descansar sobre el hombro de Bill. Y Bill alzó la mano, y, como si la distancia que ahora los separaba mereciera al menos esto, empezó a darle palmadas, a hacerle caricias, mientras se le iban llenando los ojos de lágrimas”.

( Raymond Carver, Principiantes, páginas 144-145. Final original del relato “Dile a las mujeres que nos vamos”)

2 comentarios:

  1. Interesantísima reseña. Ganas de leerlo, por supuesto.
    Gracias por compartir.
    Sandra Fontecilla

    ResponderEliminar
  2. Al leerte pienso que por un lado es injusto y casi cruel haber hecho esa poda que nos cuentas que hizo su editor, y por el otro está el pensar si no ha sido precisamente eso lo que hizo que la Literatura gestara su nombre. Buscando saber de él, porque tus palabras siempre abren la curiosidad del lector, he leído que le molestaba el término minimalismo, y que argumentaba que eso significaba quitar de escena momentos y personajes con riqueza propia que bajo esa denominación, se perdía. En realidad no sé si esto será así, busqué nuevamente la página leída y no la encontré entre tanta información, pero algo de lo que tú dices me anima a pensar que pudo haber estado en disconformidad con lo que se había publicado de sus textos: "...a su esposa, la poeta Tess Gallagher con la promesa de que algún día verían de nuevo la luz aquellos relatos en su extensión original."
    Cuando Zulaika habla de que los textos de antes te dejaban sobrecogido, recordé, no sé por qué a Tennesse Williams en "El Zoo de Cristal y cuando habla del Carver que se conoce ahora, lo asocié a Henry James en "Lo que Maisie Sabía, y recordé esa Maisie que lo sabe todo sin que Janes lo diga.
    Puede ser que esté equivocada, pero generalmente voy leyendo y las asociaciones surgen de improviso y no siempre las puedo justificar.
    Me ha sido difícil expresar lo que siento, porque no puedo dejar mi costado de escritora a un lado y pensar cómo me sentiría si alguien podara lo que escribo, y de permitirlo, no puedo evitar pensar si valdría la pena ese "suicidio" literario.
    Gracias por ponerme a investigar sobre un autor que seguro merece que lo leamos y ojalá pudiéramos comparar lo de antes y después de la poda.
    Saludos.

    ResponderEliminar