Lo inolvidable
Eduardo Berti
Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2010, 124 páginas.
Heredero de una buena parte de la tradición literaria argentina (Borges, Cortázar, Bioy Casares…), pero también de ciertas vetas del romanticismo europeo, a Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) le es aplicable lo que alguien ha afirmado de sus connacionales: tienen un misterio por desvelar. Su último libro de cuentos, Lo inolvidable, así lo pone de manifiesto. En los once relatos que le dan forma al volumen, unos de corte fantástico, otros con un pie en la realidad, en lo cotidiano, el misterio, lo paradójico, lo inexplicable echa raíces en sus tramas para, desde allí, florecer con fuerza.
Eduardo Berti, en efecto, autor de varios libros de cuentos y finalista de premios tan selectivos como el Premio Herralde de Novela, compila en este volumen once cuentos, escritos a lo largo de la última década, que respiran atmósferas diferentes y se visten igualmente de distintos formatos, pero están surcados por temas comunes y reiterativos: el miedo, el olvido, la memoria, la soledad, la extranjería y una variada panoplia de obsesiones. Cuentos, no obstante, de tonalidades diversas, muy dispares en sus enfoques narrativos y en sus desenlaces, pero amalgamados por un sutil filamento que los atraviesa: la irrupción de lo fantástico en lo cotidiano y la presencia de lo inexplicable asentado en la médula de las tramas. El inesperado final hace que salga a flote y nos sorprenda ese secreto sumergido y apenas sospechado en el acto de lectura.
Acontece ya en el primero de la serie y uno de los más breves, “El inicio”: un padre acompaña a su hijo el primer día de la escuela. Es el bautismo escolar (“la palma suda y los dedos tiemblan un poco”, pagina 13). Una estampa cotidiana en cualquiera latitud, que sin embargo, en su brevedad, nos agasaja con un final inopinado. Y sin reposo, el lector se enfrenta a la historia de los dos trabajadores que sobreviven en una triste zona pedregosa haciendo constantemente lo mismo: juntar piedras sin que nadie les explique la finalidad de su monótona labor, hasta que una carta provoca entre ellos el drama.
Eduardo Berti |
También con relatos inverosímiles como “Formas de olvido”, en el que la amnesia musical se alarga hasta paralizar las manos del compositor, rival en los aplausos. Eduardo Berti ensaya así mismo formas poco habituales de contar historias, como en “Retrospectiva de Bernabé Lofeudo”. Un formato no literario, el programa de una retrospectiva de cine, con sus fichas técnicas, le sirve al narrador para crear el personaje de un director de cine, contar su vida y su obra y una historia de amor a través de una filmografía apócrifa. Me detengo, por último, en el relato que rotula este volumen. Un cuento de corte fantástico en el que una dentadura postiza una noche, desde la mesita al lado de la cama donde la deposita su dueña, comienza a recitar versos, hasta el punto de hacerle sospechar a su usuaria de que una trama unía los textos.
Prosas pues muy variadas en sus planteamientos, moviéndose entre lo posible y lo que solo cobra vida en la imaginación, pero unidos por la fina sutura de un estilo impecable. Berti pule la expresión hasta convertirla en un excelente material literario. La pulcra fortaleza de su escritura, esa combinación de finales cerrados y otros abiertos, y tramas originales, deudoras de un gran poder imaginativo, hacen de la lectura de esta colectánea de cuentos, edificados sobre moldes distintos, una experiencia inolvidable, como promete su título.
Fragmento
“Hijo y padre caminan en silencio hacia la escuela, a menos de quince minutos de su casa. La mano de uno, más pequeña, va como perdida en la mano del otro; la palma suda y los dedos tiemblan un poco. Es el primer día de clase. Las dos siluetas avanzan recortadas contra un cielo crepuscular. La escuela es un viejísimo edificio, antes blanco, ahora grisáceo, semioculto tras un par de árboles torcidos y flacos.
(…) A medida que se acercan el movimiento es mayor. Unos entran y otros salen de la escuela; chicos de siete, ocho, diez años; adultos con un par de libros bajo el brazo. Los alumnos avanzados escrutan a los novatos sin el menor disimulo. Los novatos, por su parte, tienen el raro instinto de reconocerse, no así el valor o el impulso de saludarse.
(…) Los dos siguen caminando, sin volver a unir las manos, sus pasos son tan iguales que uno parece el reflejo joven del otro.
(…) Sonriéndole desde lejos, el hijo saca un libro que tenía guardado en el bolsillo y hace, abriéndolo, la mímica de leer, una mímica que nunca osó efectuar por un antiguo prurito, el mismo que aún impide a él y a las mujeres del hogar leer delante del padre una revista, un libro o lo que sea.
La mímica no ha caído mal, por el contrario. De modo que el hijo se aproxima al café blandiendo el libro, bien visible, como quien carga con orgullo algún trofeo, como quien carga con cuidado algo valioso.
En este libro, se dice, están las letras que su padre finalmente va a aprender”
(Eduardo Berti, Lo inolvidable, páginas 13-15)
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