La cámara oscura. 124 sueños.
Georges Perec
Impedimenta, Madrid 2010, sin paginación.
Lo primero que llama la atención en esta edición de La cámara oscura de Georges Perec es el paratexto. Impedimenta, la editora que publica la obra en español, en una decisión editorial plena de sentido, renunció a paginar el libro. No son las páginas, sino el contenido de la obra, la actividad onírica, lo que impone el orden de la lectura. Los sueños, pues, se constituyen en el centro del proceso ordenador cuya elección corresponde al lector. Pero no es esta alteración paratextual lo que hace de La cámara oscura una obra especial, un acontecimiento literario que, aunque publicado en la lengua originaria en 1973, no ha perdido su vigencia y sigue exhibiendo sus galones de paradigma de la absoluta libertad creativa.
La huella de Perec y su influencia en la narrativa contemporánea son indiscutibles. Autor inclasificable, sus experimentos desconcertaron en su día a críticos y a lectores. Pero los retos que asumió fueron memorables: escribir una novela de intriga (La disparition) con total exclusión de la vocal e, o construir otra (Les Revenentes) utilizando solamente dicha vocal. Fueron desafíos más o menos caprichosos, heredados del grupo literario Oulipo que le descubrió el gusto por los juegos de palabras, por las aventuras lingüísticas arriesgadas y que, sobre todo, le capacitó para escribir una de las obras más grandiosas del siglo XX: La vida, instrucciones de uso. Hoy en día, tanto escritores convencionales como Italo Calvino o Paul Auster, como otros más vanguardistas (Roberto Bolaño, Vila – Matas) reconocen su influjo y le consideran el escritor más importante e innovador de la segunda mitad del siglo XX.
La cámara oscura fue un peldaño más en ese proceso creativo de Perec. Fue escrita en un período en el que Perec había iniciado un intenso proceso de restauración autobiográfica, recuperando recuerdos de la infancia, anotando sus sueños en libretas negras. El escritor, en esta obra, destierra la forma novelesca y se deja seducir por el placer de inventariar, archivar y transcribir sueños, hasta convertirlos en ese “manojo de textos depositados como ofrendas en las puertas de ese ‘camino real’ que me queda por recorrer con los ojos abiertos”.
La obra transcribe el registro de 124 sueños. El primero corresponde a mayo de 1968, el último, a agosto de 1972. En este experimento onírico fragmentario, Perec realiza una suerte de despojamiento de las vestimentas que arropan y constriñen las emociones, de tal modo que, en la palestra de los sueños, aflora todo: el humor, los juegos de palabras, las angustias y pesadillas, la obsesión por una mujer a la que solo nos permite conocer por la letra inicial de su nombre, las recuperaciones recurrentes de la tragedia de los campos de concentración o del acecho de las SS deteniendo a su familia. En definitiva, un ejercicio de absoluta libertad que llega incluso a la omisión voluntaria del contenido de algún sueño que aparece registrado, pero el autor solamente nos brinda el continente, la página en blanco.
A pesar de la tragedia que rodea a alguno de esos sueños, estamos en la antítesis del onirismo transcendente que se interna por mundos retóricos y grandilocuentes. Perec incrusta sus sueños en el mundo de los sueños y, por eso al confrontarlos con la realidad, resultan festivos y muchas veces jocosos, porque sacan a flote las situaciones absurdas del mundo, tantas veces preñados de mucha mayor irracionalidad que la de los sueños.
En conclusión, una obra menor, pero plenamente perecquiana, imprescindible para conocer a ese gran domador del leguaje y cuyo inconsciente soñaba no para recuperar lo vivido, sino para ser texto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario