En busca de Bolívar
William Ospina
La otra orilla (Grupo Editorial Norma), Barcelona 2010, 253 páginas.
Sobre Simón Bolívar se han escrito bibliotecas enteras y sin duda alguna en el futuro se seguirán escribiendo. Detalladas y rigurosas biografías como las de Masur y John Lynch y las mitificaciones narrativas que de su figura han inventado tantos escritores latinoamericanos. Y tal como lo habían hecho Caballero Calderón, Álvaro Mutis o García Márquez, también William Ospina nos agasaja con su versión del Libertador. Él es el más novelesco de los personajes históricos que parió Latinoamérica. Pero, tal como en este libro reflexiona el escritor nacido en Padua, tratamos de encontrar a Bolívar y sentimos a veces que todo nos queda fuera (página 223). La existencia de Bolívar es como una interminable y abigarrada sucesión de novelas. Una sola, ni siquiera ese viaje final por el río, sin saber cómo salir del laberinto, que inventó el pulso magistral de García Márquez, resulta suficiente. Porque además de ese Bolívar de la derrota, vislumbrado con los colores del desengaño, por los recuerdos y fantasmas que atrapó Gabo, hay un Bolívar de la infancia criolla, otro de una atribulada adolescencia, el hombre en su intimidad con el poder, sus campañas bélicas desmesuradas, las experiencias de una luchador impaciente que aprendió en la derrota como inventar repúblicas en selvas equinocciales para las que el pergeñaba la unión de todo un continente que desbarataron la mezquindad y la sed de poder de sus generales que querían naciones donde mandar y reproducir los vicios del poder colonial. Conocer a Bolívar es prácticamente imposible, porque no es solo conocer a un hombre, sino un mundo. Como dijo Neruda, está en la tierra, en el agua y en el aire.
La propuesta de William Ospina resulta harto difícil de definir. No es un libro de historia. Como él mismo apunta, hay hechos históricos que solo se pueden nombrar plenamente más allá de la historiografía y de la lógica del lenguaje, ya que en ellos no solamente participan los seres humanos, sino también “fantasmas sangrientos, dioses sin nombre, talismanes, conjuros de las novecientas rosas del mito” (página 209). Pero tampoco es una novela porque relata numerosos episodios verídicos. Quizás debamos contentarnos con la posibilidad de estar navegando en la nave de la leyenda, porque el autor de El país de la canela inyecta ficción en la realidad histórica con lo que sigue agrandando ese proceso de idealización, haciendo que la leyenda se siga extendiendo por la historia. Es la acción embellecedora de la ficción y William Ospina está en todo su derecho al apropiarse de este marcador semántico para hacernos vibrar con sus palabras.
Mas el propósito inicial del autor es muy distinto: bajar a Bolívar de las estatuas, arrancarlo del mármol en el que lo había convertido América latina, fundiendo definitivamente al hombre y a su caballo. Sin embargo, lo que leemos es una nueva e intensa mitificación, llevada hasta la frontera de la épica. Con esa conciencia de que es imposible aprehender cabalmente a un personaje como el libertador, Ospina desgrana diversos momentos de la intensa peripecia vital de un hombre que, ni siquiera en los momentos en los que le halagaba la gloria, se estuvo quieto. Justamente porque nunca tuvo vocación de estatua.
William Ospina |
Resalta el autor, sobre todo, la capacidad de Bolívar para reinventarse después de cada derrota, de la que aprendía la senda de la victoria. Su convicción, contrariamente a Miranda, de que la libertad de América la lograrían los mestizos y los zambos del marichal y de la ciénaga. Su infinito orgullo que se sobreponía a las apetencias de gloria. El síndrome de invulnerabilidad fortalecido en Jamaica al escapar azarosamente del asesinato planeado por uno de sus esclavos. También sus respuestas al horror con el horror en los días siniestros haciendo fusilar a ochocientos prisioneros españoles. Su determinación, frente a la mayoría de los criollos, de hacer coincidir el sueño de la independencia con el sueño de la libertad. Todas estas facetas son profundidades de un personaje que está a la vez en los escenarios brumosos de la historia, pero también en los espacios simbólicos de la leyenda. En ellas nos sumerge William Ospina con una prosa hipnótica de elevadísima exquisitez literaria, una oda poética, con influencias, sin duda, del Borges sentencioso y del Neruda enumerativo. Buenos y magistrales referentes, en mi opinión, para poner en práctica la intertextualidad al hablarnos de un hombre en el que quizás se cumplió la tesis de Freud de los que fracasan al triunfar, pero cuyo valor, ante los invisibles tribunales de la historia, se cristaliza en la fundación de cinco repúblicas, en la propuesta de que millones de seres humano fueran dueños de su destino y dejaran de ser siervos del despotismo de las coronas europeas. En definitiva, su creencia, convertida en realidad gracia a su indomable empeño, de que la libertad solo la alcanza la lucha de los pueblos, gestada por todas las clases de ciudadanos.
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