Niños en sus cumpleaños
Truman Capote
Traducción de Juan Villoro
Nórdica Libros, Madrid 2011, 61 páginas.
Originario del profundo Sur de Norteamérica, Truman Capote fue un ser extravagante, un bo vivant, que conscientemente puso fronteras en su vida, corriendo juergas y frecuentando francachelas; muchas de ellas en aquel permisivo Tánger de los años dorados, donde se dieron cita intelectuales y escritores tan relevantes como Tennessee Williams, Paul Bowles, Gore Vidal, Patricia Highsmith, Jean Genet. Ellos convirtieron la ciudad marroquí en la capital del mundo gay, pero también en un centro de intercambio e irradiación de energías y proyectos artísticos. La pluma extraordinaria de Truman Capote supo radiografiar las contradicciones de una sociedad en la que sus protagonistas conviven con existencias extrañas y situaciones profundamente complejas, en medio de climas inquietantes, reflejos, no obstante, de la cotidianeidad. Los sentimientos más encontrados habitan no solo en las grandes obras que le catapultaron a la fama (A sangre fría, Desayuno en Tiffany’s), sino también en sus obras menores, en sus cuentos.
El desencanto, el miedo, la obsesión, mas también la ternura se dan cita en las páginas de extraordinaria calidad que le convierten en uno de los excelsos maestros de la literatura norteamericana del siglo XX. Uno de los pocos, como dijo William Styrom, que tenía el don de hacer cantar y bailar a las palabras.
Niños en sus cumpleaños, que ahora nos permite leer Nórdica Libros en su colección “Minilecturas”, en traducción de otro maestro de la lengua, Juan Villoro, fue uno de los relatos preferidos del autor. La trama argumental del cuento relata un año en la vida de dos amigos, dos adolescentes, habitantes de un pueblo de Alabama. Es el verano de 1947, de oxidada y polvorienta sequía, y a ese pueblo en el que nunca sucede nada, el autobús de las seis trae a una niña delgada que caminaba como una persona adulta. Es Miss Bobbit que llega con su madre que nunca habla. El pasmo inicial de los dos amigos ante la niña que llega con los labios pintados, vestida como un florero y que miraba como una dama, da lugar a la absoluta obnubilación de Billy Bob y Preacher Star, dispuestos a cortar todas las rosas de China para depositarlas a los pies de la recién llegada y despertar así su atención.
Truman Capote, foto de 1959 |
El trágico desenlace, anunciado ya en la frase gélida que inicia el relato (“Ayer por la tarde, el autobús de las seis atropelló a Miss Bobbit”, página 7) cae como una inesperada e insoportable losa sobre las expectativas lectoras. Muerte anunciada, pues, ya desde la primera página y total alteración de la vida de los adolescentes que van cambiando radicalmente sus existencias en este último periplo inocente de sus vidas.
En unas pocas páginas, Truman Capote hace gala de sus habilidades para crear espacios, convirtiendo un mundo que se agota en si mismo y en el que el hastío es su único entretenimiento, en un ambiente alterado, lleno de vida, de inquietudes e interrogantes. Con un estilo insultantemente sencillo y diáfano, apoyado en el hallazgo de la frase justa, Truman Capote desvela en este relato la esencia de su literatura. Todo, los personajes, la geografía de ese pequeño pueblo sureño, que agota su realidad en los porches, se convierten en símbolos que remiten a la visión que el autor tuvo de la sociedad americana. Espléndido relato pues sobre la infancia y la inexorable maduración de la misma, construido con pedazos de cotidianeidad, que deja presagiar un fondo perturbador, escrito por un enfant terrible de la narrativa norteamericana, cuyo nombre se asocia para siempre con la frase: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”
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