miércoles, 23 de febrero de 2011

TREN A PAKISTÁN, UN CLÁSICO DE LA LITERATURA INDIA


Tren a Pakistán
Khushwant Singh
Traducción: Marta Alcaraz
Libros del Asteroide, Barcelona 2011,246 páginas.

   Tren a Pakistán, una de las novedades editoriales con las que Libros del Asteroide inaugura el año 2011, surge de una experiencia. En agosto de 1947, poco antes de la partición del Indostán en dos estados independientes, India y Pakistán, Khushwant Singh, abogado en prácticas en Lahore, se dirigía a la residencia veraniega familiar, al pie del Himalaya. De pronto en una carretera controlada por los musulmanes y casi siempre vacía, se encontró con un jeep cargado de sijs, que, a voces y llenos de orgullo, le relataron como acababan de asesinar a todos los moradores de una aldea musulmana. Fue  a partir de esta experiencia y de otros testimonios como K. Singh decide escribir este clásico de la literatura india, publicado en inglés, la lengua franca del subcontinente.
   Tren a Pakistán es por supuesto ficción, pero ficción que se basa y se incrusta en la realidad histórica, en lo acaecido en el Indostán, en la colonia británica, en 1947: el terrible caos y la violencia provocados por la partición del territorio en dos países: un Pakistán musulmán y una India hindú. Lo que durante siglos había sido una convivencia pacífica entre hindúes, musulmanes y sijs de pronto estalló y se convirtió en una absoluta intolerancia que se extendió con la rapidez y virulencia del monzón. Los disturbios se multiplicaron generando oleadas de desconfianza en las tres comunidades, que se acusaban mutuamente de ser los causantes de los mismos. Millones de desplazados huyen de la muerte o son deportados a la fuerza. Y es el tren, una de las grandes imágenes icónicas de la India, el que servirá de medio para escapar de la barbarie y del horror. Pero hubo ocasiones en las que el tren se transformó en la máxima expresión del odio y del espanto: trenes cargados de musulmanes fueron asaltados por sijs, masacrando a todos sus ocupantes y enviándolo a su destino, Pakistán. Del otro lado, una respuesta igual de horrorosa y contundente: trenes cargados de sijs asesinados llegaban al territorio indio.
   Basándose en esta realidad histórica, Khushwant Singh crea un texto narrativo, inyectando ficción en la realidad histórica. Como marcador semántico que es, desde ese momento todo queda sometido a las leyes de la ficción. En rigor, pues, no es esta una novela histórica. La historia queda anulada es verdad, pero la trágica y a la vez hermosa historia que narra K. Singh, la ilustra bellamente.
Khushwant Singh
   Quizás por eso el autor, en vez de narrar la partición del Indostán en términos políticos, focaliza su mirada e una remota aldea del Punjab, que todavía no se había visto contagiada por el miedo y la locura colectiva, profundizando en los acontecimientos locales y explorando sobre todo la dimensión humana de sus protagonistas, captando con aguda sensibilidad y describiendo con credibilidad todo el horror que en ese lugar perdido se producirá. Es la aldea de Mano Majra, anclada en la artificial frontera que divide  a los dos países. Sus habitantes viven a ritmo del tren que pauta sus actividades, sus sueños y despertares en pacífica convivencia. Así había sido siempre hasta ese fatídico verano del 47. En esa fecha, unos bandidos   (“dacoits”) asaltan la casa del prestamista al que roban y asesinan. Es el único hindú del pueblo, morador de una de las tres casas de ladrillo. El resto, musulmanes y sijs, viven sumergidos en la miseria A  partir de ese momento se desencadena la trama. Primero, la investigación policial y judicial por parte de los funcionarios locales, ineptos, corruptos y torturadores. Y un día, entre medianoche y el alba, arriba a la estación de Mano Majra un tren fantasmal proveniente del lado pakistaní, con un siniestro cargamento: miles de sijs asesinados. La aldea se convierte así en el cruce de caminos, de odios y en el paso del río que arrastra flotando hombres y mujeres bárbaramente destripados o mutilados.
   Khushwant Singh, echando mano de una prosa suntuosa y envolvente y con un dominio perfecto del arte de la descripción detallada, entreteje con gran habilidad las peripecias individuales, enmarcándolas en este friso espantoso y demente. Y sobre todo nos acerca al lado humano de sus personajes, víctimas del incendio de la locura colectiva y de una estratificación social perniciosa, basada en las castas y en la religión, tal como nos muestra el siguiente párrafo: La India sufre de estreñimiento por haberse empachado de tantas tonterías. Tomemos como ejemplo la religión. Para los hindúes, significa poco más que las castas y las vacas protegidas. Para los musulmanes, circuncidarse y comer carne kosher. Para los sijs, llevar el pelo largo y odiar al musulmán. Para los cristianos, hinduismo con salacot. Para los farsi, adorar el fuego y alimentar a los buitres. La ética, lo que debería ser el meollo de cualquier código religioso, ha sido cuidadosamente eliminada” (página 230).

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