lunes, 27 de noviembre de 2017

LOS ECOS DE LA GUERRA EN LA CONCIENCIA DE UN NIÑO


El año que nevó en Valencia
Rafael Chirbes
Editorial Anagrama, Colección “Nuevos Cuadernos Anagrama”, Barcelona, 2017, 48 páginas.

   

   Tras su publicación en el año 2003, en una edición reducida y poco menos que testimonial, en el número 24 de Cuadernos de Mangana, Anagrama reedita ahora esta pequeña joya narrativa de Rafael Chirbes (1949-2015), en la colección recientemente renacida “Nuevos Cuadernos Anagrama”. Un texto autobiográfico, El año que nevó en Valencia, que estuvo a punto de ser repescado hace tiempo pero que el fallecimiento de Chirbes en el año 2015 dejó en suspenso. Un libro hiperbreve  que nos permite adentrarnos en otra faceta del escritor, del que se ha dicho que fue testigo de su tiempo, el Galdós del siglo XX.
   La trama argumental no es otra cosa que un maravilloso ejercicio memorístico y a la vez nostálgico de las vivencias infantiles circunvaladas  por una Guerra que todavía no había concluido del todo. Esos recuerdos se agolpan en un día en que, siendo un niño, asistía con otros familiares al cumpleaños del hermano del padre difunto. Una fecha invernal de 1956 en la que nevó en Valencia durante varios días hasta el punto de parecer una ciudad nórdica. Una celebración especial -solamente se celebraban los cumpleaños de los niños, no los de los mayores- en la que parecía que iba a ocurrir algo: el último día de  un encuentro familia. La definitiva despedida de la familia, porque a los pocos meses tendrá que llamar tío al nuevo marido de su madre, abandona la ciudad levantina y comprende que ya no era de ningún sitio y que ya no formaba parte de la familia.
   Una historia vivida y sufrida con ojos y mentalidad de niño, pero que dejó un imborrable recuerdo en su memoria. Recuerda, sin inventarse nada, cómo la nieve cubría las calles de Valencia. Una nieve que no se derretía. Revive los olores: el olor a albañal de las noches calurosas, las heridas de la Guerra: las casas en ruinas, las tapias amarillas llenas de carteles, los edificios en los que aparecía la palabra REFUGIO. Es la ciudad destartalada, como destartalada le parece París a la que llega varios años más tarde en un viaje en autostop. El duro aprendizaje de París que no le parece la ciudad de la luz, sino oscura, húmeda y gris.
   El niño vive, y no en diferido, las consecuencias de la Guerra que él identifica con el sufrimiento, la irregularidad y que comprueba cuando la familia escondía víveres, traídos del pueblo, para que no se los requisasen los empleados de consumos.  Recuperación de las mil experiencias infantiles, incluida la diglosia -la gente del pueblo habla valenciano y la de la ciudad castellano-, y especialmente, un recorrido nostálgico por los miembros de la familia. La tía abuela Margarita que le riñe al tío Juan por haberse acercado con su mujer a la Malvarrosa “para contemplar la playa nevada y ver las olas moviéndose por encima de la nieve.”; el padre ausente para siempre, la madre viuda pero que en esta celebración viste de alivio; el tío Antonio que en el pueblo lo llevaba a pescar. En fin, las personas mayores que, en la óptica infantil, no entendía nada, eran hirientes.
   También de este breve texto se puede decir aquello que Rafael Chirbes tenía como lema: “Yo hago literatura de lo que veo.”. En este caso de lo que vieron, escucharon, olieron y palparon los sentidos infantiles, reproducido todo con fidelidad detallista, aunque quizás es más relevante lo que el autor solamente deja entrever. Un relato concentrado, pero no carente de intensidad; escrito con la misma calidad de página que la de algunas de sus novelas que marcaron cumbres y fronteras. Prosa sencilla, natural e intimista, ciertamente galdosiana porque crea una historia, en este caso el fluir de una infancia, imaginándola alrededor de unos personajes y de los acontecimientos de un momento histórico: una Guerra y una Posguerra igualmente hiriente que dejaron huellas amargas en la conciencia infantil.




Rafael Chirbes


Fragmentos

“Yo creo que fue en el invierno del cincuenta y seis cuando estuvo nevando durante varios días y Valencia parecía una ciudad nórdica. Recuerdo la nieve en las barandillas de los viejos balcones, cayendo con un ruido sordo desde lo alto de los tejados, cubriendo las aceras. No me lo invento ahora. Fue tal como lo cuento.
Aunque parezca mentira, en las calles de Valencia había montones de nieve, y los barrenderos y los propietarios de las tiendas del centro no daban abasto a quitarla con las palas. Porque es que, además, no se derretía, ya que hacía un frío tremendo. Me gustaría encontrar algún periódico  de entonces para saber qué temperaturas se alcanzaron por aquellos días. Ver de nuevo las fotografías de las calles y las gentes de la ciudad en algún viejo periódico sería sin duda un buen ejercicio de memoria.”

…..

“A mí me parecía que aquella guerra de la que hablaban aún no había concluido del todo, especialmente cuando preparábamos las cestas en el pueblo y las llenábamos de verduras, y hasta escondíamos algún conejo y algún pollo que había que procurar que no descubrieran unos señores que asomaban la cabeza desde el interior de una caseta de madera a la puerta de la estación. Eran los empleados de consumos. Para mí, aquel sigilo con que pasábamos las provisiones, las conversaciones en las que se hablaba de la necesidad y aquellos hombres a los que temíamos -«coge tú la cesta y pasa delante», me decía mi madre al bajar del tren- eran la prueba de que la guerra continuaba.”

…..

“Estoy convencido de que, para entonces, yo había ya empezado a saber que no éramos de ningún sitio, y que, ahora, como le pasaba a la tía Luisa, ni siquiera formábamos parte de la familia. El perro. Por cierto que, mientras mi madre estaba fuera, y el Canario se había ido al bar, pidiéndome que guardara los bultos, bajó del tren que llegaba de Xátiva (uno de esos trenes cuyos vagones llevaban arriba jardineras) cierto hombre que me pareció el tío Juan, por su elegancia. Vestía un traje blanco y un panamá y caminaba con paso medido. Emocionado, corrí hacia él, y salté para abrazarlo. Solo en el último momento me di cuenta de que se trataba de un desconocido. Él se quedó mirando con extrañeza a aquel niño que se le venía encima, y yo me quedé mudo, inmóvil, sin atreverme a levantar la vista. Tenía miedo de que aquel Canario hubiera contemplado la escena, hubiese advertido mi emoción y se diera cuenta de que yo quería seguir perteneciendo a todo aquello.”


(Rafael Chirbes. El año que nevó en Valencia, páginas 7-8, 14-15, 47-48)

viernes, 24 de noviembre de 2017

EL MATRIMONIO COMO PASIÓN O COMO PROFESIÓN

Memoria de dos jóvenes esposas
Honoré de Balzac
Traducción de Joaquín García Bravo
Editorial Funambulista,  Madrid, 2017, 325 páginas.

   
   Memorias de dos jóvenes esposas forma parte de La comedia humana, título de uno de los mayores proyectos de la historia de la narrativa. Honoré de Balzac (1799-1850), su autor, había proyectado escribir ciento treinta y siete novelas e historias interrelacionadas para retratar su época, la sociedad francesa en el período que se extiende desde la caída del imperio napoleónico hasta la monarquía de julio (1815-1830). Son novelas que integran las Scènes de la vie privée que Balzac, al percatarse de su éxito, decide ampliarlas en su “opus magnum”, La comedia humana. Este proyecto se justificaba en aquellos momentos tanto por el éxito y la popularidad del autor como escritor por entregas, como por la permanente urgencia de dinero que le acuciaba. El proyecto se vio truncado por el fallecimiento del escritor, aunque dejó listas para su publicación ochenta y siete novelas y siete más no previstas en el proyecto inicial. Los grandes éxitos de La comedia humana son sin duda Eugénie Grandet (1833) y La Père Goriot (1835).
   Memorias de dos jóvenes esposas fue escrita en 1834, aunque no vio la luz hasta 1841. Es la única novela epistolar de Honoré de Balzac. Su trama reproduce las confidencias que, entre si y a través de sus cartas, hacen dos jóvenes amigas: Louise de Chaulieu y Renèe de Maucombe. Ambas habían abandonado al mismo tiempo el convento de carmelitas en el que estaban destinadas a profesar, y encuentran prácticamente al mismo tiempo a sus futuros esposos. Sus caracteres y condición social son totalmente opuestos y, sin embargo y a pesar de la distancia, se teje entre ellas una gran complicidad. Louise es aristocrática, soñadora, concibe el amor como una pasión arrolladora y absorbente. Renée, por el contrario, es discreta, una tranquila burguesita que se casa por conveniencia, lleva una vida tranquila, consciente de que su obscura carrera acabará en un apacible retiro. Consiente de buen grado en convertirse en la señora de Estorade, un hombre de treinta y siete años, pero que aparenta cuarenta. Louise disfruta de la vida mundana parisina. Reprocha a su amiga el hecho de haberse casado al azar, sin conocer al que será su marido. Pero conoce y termina por enamorarse de su profesor de español, Felipe de Henárez, duque de Soria, fugitivo y desterrado tras la expedición del duque de Angulema en 1823. Tras no pocos lances novelescos, Felipe entra en posesión de su fortuna y Louise se casa con él, sin importarle su fealdad, arrobada por una pasión desenfrenada, que se verá interrumpida a los pocos años por la muerte de Felipe. Mas años más tarde, superado el duelo, Louise le comunica a Renée que se casa de nuevo, esta vez de forma secreta, con Gaston, un poeta y dramaturgo que vive de su trabajo y varios años más joven que Louise.
   A través de la correspondencia entre las dos amigas, Balzac nos muestra dos formas totalmente contrapuestas de enfocar el amor y el matrimonio. Louise de Chauvalieu vive intensamente el amor, celebra un matrimonio apasionado con Felipe Henárez, y tras su fallecimiento, otro con el joven Gaston hasta que, corroída por los celos y las sospechas, un equívoco fatal le hace creer que está siendo traicionada. Su dolor y orgullo la impulsan al suicidio. En contraste, su amiga Renée sabe que no ama con pasión a su marido, pero se da por satisfecha buscando la dicha en su vida conyugal provinciana, gobernada no por el ímpetu amoroso, sino por el afecto. No ama a su esposo, pero se cree capaz de quererle.
   Un claro contraste entre ambos destinos y entre dos formas de vivir el matrimonio. La novela permite que el lector conozca  lo que sucede en las vidas de estas dos amigas, el ambiente de la corte real parisina, la vida monótona y ordenada en un lugar de provincias. Estos contrastes reflejan las ideas de Balzac presididas por un pronunciado conservadurismo. Balzac, en un manifiesto de 1842, que encabeza La comedia humana, se declara defensor entusiasta del trono y del altar frente a las novedades de su tiempo. En sus novelas no se priva de dejar constancia del rechazo de la evolución y del progreso, a la vez que muestra su admiración por los viejos valores que la burguesía había hecho degenerar. Y esa mentalidad reaccionaria deja sus huellas en las actitudes patriarcales que refleja en Memorias de dos jóvenes esposas: el amor conyugal exento de pasión no envilece a la mujer que debe entregarse a su marido aunque no se amen, toda vez que la ley permite a un hombre hacerla suya. El viático del matrimonio se sitúa para la esposa en la resignación y en el sacrificio: sacrificarlo todo al hombre que le dará su apellido, que es su señor y su dueño.
   Por eso mismo la actitud plausible de la esposa debe de ser la abnegación. A pesar de ello, como pensaban Engels y Marx, la mentalidad reaccionaria de Balzac no fue un obstáculo para que pusiera al descubierto y enjuiciara con dureza la sociedad burguesa y capitalista de su tiempo. Georg Lukács recoge acertadamente en esta frase la opinión que Engels tuvo de la obra de Balzac: “…no es más que una elegía sobre la decadencia de la buena sociedad.”




Honoré de Balzac



Fragmentos

“¡Cómo! ¿Tan pronto vas a casarte? Pero ¿se toma marido de ese modo? Al cabo de un mes te prometes a un hombre sin conocerlo y sin saber nada de él. Este hombre puede ser sordo. ¡los hay de tantas maneras!, aburrido, enfermizo, insoportable. ¿No ves, Renée, lo que quieren hacer contigo? Les eras necesaria para continuar la gloriosa casa de la Estorade, y eso es todo. Te vas a convertir en una provinciana. ¿Son esas nuestras promesas mutuas? En tu lugar, preferiría irme a pasear en caique a las islas Hyères, hasta que un corsario argelino me robase y me vendiese al gran señor; llegaría así a ser sultana y pondrá el serrallo en revolución mientras fuese joven y también cuando fuese vieja. ¡Sales de un convento para entrar en otro!”

…..

“Esto es muy claro. Después de haber comprendido que si no me casaba con Louis volvería al convento, me resigné en cuanto a quedarme soltera. Resignada ya, me puse a examinar mi situación a fin de sacar de ella el mejor partido posible.
En primer lugar, la gravedad de los lazos me llenó de terror. El casamiento se propone como finalidad la vida, mientras que el amor solo tiene por objeto el placer. Pero también es verdad que el matrimonio subsiste cuando el placer ha desaparecido, y origina intereses más importantes que los del hombre y de la mujer que se unen. En consecuencia, para hacer un casamiento feliz, solo se necesita esa amistad que, en vista de sus dulzuras, transige con muchas imperfecciones humanas. Nada se oponía a que yo tuviese amistad con Louis de la Estorade. Decida a no buscar en el matrimonio los goces del amor en que nosotras pensábamos con tanta frecuencia y con peligrosa exaltación, sentía en mi interior una agradable tranquilidad.”

…..

“¡Cómo, Louise! ¡Después de todas las desgracias internas que te causó una pasión correspondida en el seno del hogar, quieres vivir con un marido en la soledad? ¿Después de a ver matado a uno viviendo con él en el mundo, quieres aislarte para devorar a otro? ¡Qué disgusto te preparas! Pero, por la manera en que has obrado, veo que tu resolución es irrevocable. Para que un hombre te haya hecho perder la aversión que sentías por un segundo matrimonio, debe tener un espíritu angelical y un corazón divino; es preciso, pues, dejarte entregada a tus ilusiones; pero ¿has olvidado acaso lo que decías de la juventud de los hombres, que todos han pasado por innobles lugares y cuyo candor se ha perdido en las más horribles encrucijadas del camino? ¿Quién ha cambiado? ¿Tú o ellos. Eres bien feliz creyendo en la dicha: no tengo valor para criticarte,  a pesar de que el instinto de ternura me inclina a aconsejarte que desistas de ese matrimonio.”


(Honoré de Balzac, Memorias de dos jóvenes esposas, páginas 62-62, 96, 276-277)

lunes, 20 de noviembre de 2017

UN INMENSO RETABLO COSTUMBRISTA

Los años ligeros
Crónicas de los Cazalet
Elizabeth Jane Howard
Traducción de Celia Montolío
Ediciones Siruela, Madrid, 2017, 431 páginas.

   

   Con la publicación de la traducción de The light yars, el primer volumen de las Crónicas de los Cazalet, Ediciones Siruela nos permite degustar finalmente en español de la saga más importante escrita en Inglaterra desde la edición de Una danza para la música del tiempo de Anthony Powell. Su autora, Elizabeth Jane Howard (Londres, 1923 - Suffolk, 2014), escritora de quince novelas y personaje polifacético. Fue actriz, modelo y escritora. Conocida injustificadamente más que por su obra narrativa por el hecho de haber estado casada con Kingsley Amis, padre de Martin Amis quien escribió que, junto con Iris Murdoch, Elizabet Jane Howard fue la escritora más importante de su generación.
   El primer volumen de la saga de los Cazalet apareció en el año 1990 y, junto con otros cuatro volúmenes que la componen, se convirtieron de inmediato en un clásico contemporáneo, el último de la narrativa inglesa del siglo XX, a medio camino entre La Señora Dalloway y Downton Abbey. Un fenómeno literario que muy pronto fue adaptado de forma exitosa a la televisión y a la radio por la BBC.
   Las Cónicas de los Cazalet nos acercan al estilo de vida de los Cazalet, una familia potentada -una buena muestra es la nómina del personal doméstico: hasta ocho personas trabajan en la casa de William Cazalet, seis en la del segundo hijo Edward-. Una familia extensa, formada por padres, hijos, nietos, juntos con el personal de servicio y otros personajes que se relacionan con ellos. Su posición social les permite enviar a sus hijos a los internados más prestigiosos, a las hijas las educan en los hogares familiares, y se rigen por la moral victoriana que incluye el respeto absoluto al marido y a múltiples normas de comportamiento no escritas. Lo que les hace permanecer ciegos ante la homosexualidad de la tía Rachel o antes los desmadres inmorales y mujeriegos del tío Edward. La novela-río de los Cazalet abarca el período de entreguerras, en una Inglaterra que se va desprendiendo de las formas más clásicas, protocolarias y repletas de hipócrita esnobismo, especialmente en lo que concierne a la mujer, tras recibir el impulso del clima de nuevas libertades que venían  empujando desde la Gran Guerra.
   Los años ligeros nos sumerge en la vida de esta familia de la clase alta durante los veranos de 1957 y 1938. La sinópsis preparada por Siruela es la mejor referencia argumental de esta novela coral y de algunos acontecimientos acaecidos durante esos meses, con la Segunda Guerra Mundial acechando. De ella extraigo lo más relevante.
   “Home Place, la distinguida casa señorial que en la campiña de Sussex tienen los Cazalet, se convierte cada verano en perfecto destino para la retirada y recreo de tres generaciones familiares: dos abuelos, cuatro hijos, nueve nietos…además de innumerables parientes, criados y otros visitantes de prestigio. Corre el año 1937 y  a salvo de los vientos de guerra que soplan en el continente, esta gran mansión se convierte en el espacio ideal para disfrutar de días soleados, comidas en buena compañía, juegos familiares, algún que otro pícnic, largos paseos y baños en la playa (…) Hugh, Edward, Rupert y sus respectivas esposas e hijos se reúnen con sus padres y su hermana soltera Rachel durante algo más de dos meses. Tiempo que, aunque pueda parecer lo contrario, da para mucho en un espacio tan aislado e idílico…Actividades que van de los cotidiano a los trascendental: desde el recate de un gato de lo alto de un árbol o el despido inesperado de un sirviente, hasta el peso y el miedo asociados a las inquietante  amenaza de otra cruel guerra. Pasiones, sueños, silencios y ambiciones de una familia que, tras su indolente y ligera rutina diaria, parece representar la más sana felicidad. Esa que durante mucho tiempo ya no volverá a conocer el país.”
   La novela se sostiene, sobre todo, en los principales personajes que Elizabeth Jane Howard diseña espacialmente por lo que hacen o piensan. Wiliam Cazalet, alias el Brigada, es el patriarca de la familia. Sus costumbres de hombre adinerado no superan sus aficiones de montar a caballo y leer el periódico así como sus constantes proyectos de reforma. Kitty, conocida también como la Duquesa, es su esposa y madre de sus hijos, una mujer acomodada a un ritmo de vida sencilla, aunque urgida por los hábitos de la moral victoriana. Hugh es el mayor de los hijos del clan familiar. Participó en la Guerra y arrastra secuelas físicas, permanentes jaquecas que le convierten en un hombre irritable y colérico. Está casado, sumiso y totalmente entregado, con Sybil, una mujer entregada a la vida familiar, pero aficionada a la vida social e intelectual. Está embarazada y pronto dará  a luz a su tercer hijo. Edward, el segundo hijo, es el seductor de la familia. Casado con Villy, hermosa pero superficial, lleva una vida libertina y ocupada sobre todo por los actos sociales. La férrea educación victoriana le obliga  a disimilar en público la desafección por su esposa. El menor de los hermanos es Rupert. Es el artista de la familia, notable pintor y buen padre. Arrastra el dolor del fallecimiento de su primera esposa. Casado en segunda nupcias con Zoë, bella, egoísta, provocadora e irresponsable. Pero Rupert está tan enamorado de ella que incluso cierra los ojos cuando coquetea con otros hombres. Rachel es la única descendiente femenina de William Cazalet y Kitty; soltera y preocupada en exclusiva por la mansión señorial de sus padres. Atenazada por el sentido del deber. Enamorada de forma muy discreta de Sid que le genera sentimientos muy profundos, pero la moral heredada le impide compartirlos con la familia. A estos actantes habría que añadir los hijos de los hermanos y algunos miembros del servicio doméstico como la aya Nanny y la criada Inge.
   Los años ligeros es una novela costumbrista puesto que Elizabeth Jane Howard narra con minuciosidad y detallismo las costumbres de una familia inglesa, sus estilos de vida, sus preocupaciones, sus obligaciones y diversiones. Y lo hace sin analizarlos ni interpretarlos. La novela es casi una reproducción fotográfica de una familia recluida en su propia autosatisfacción, muy alejada de los avatares y tensiones políticas que anunciaban la Segunda Guerra Mundial. No ocultan, sin embargo, su antisemitismo y no se preocupan por Hitler. La autora escribe la novela con una acertada estrategia narrativa. Relata multitud de detalles de la vida familiar, pero también acierta a distanciarse de los hechos lo que le permite retratar comportamientos y formas de pensar con una fina ironía. Todo ello permite vislumbrar una imagen fidedigna de la Inglaterra de finales de los años 30 y de lo que se suele conocer como “lo inglés”. Tanto lo trascendental como lo mundano. Narrado todo con un estilo de prosa tan reposado como elegante, del que no están ausentes las maneras modélicas, pero tampoco la ironía elegante y el humor cáustico.




                                                  
Elizabeth Jane Howard


Fragmentos

“A Zoë Cazalet le volvía loca el club Gargoyle. Hacía que Rupert la llevase para su cumpleaños, al final de cada trimestre escolar, cada vez que Rupert vendía un cuadro, para su aniversario de bodas y siempre, siempre antes de encerrarse en el campo con los niños durante semanas como ahora. Le encantaba ponerse elegante, y tenía dos vestidos para el  Gargoyle, ambos con la espalda al aire, uno negro y otro blanco, y con los dos llevaba sus zapatos de baile verde intenso y unos largos pendientes blancos de bisutería que cualquiera hubiera tomado por diamantes. Le encantaba ir de noche al Soho, ver a las busconas echándole el ojos a Rupert y los restaurantes iluminados (…) Siempre había uno o dos hombres guapos y con pinta de inteligentes bebiendo solos, y disfrutaba sabiendo que la miraban con ojos experto; sabían a primera vista que valían lo suyo…”

…..

“Hugh, aunque esperaba haberlo disimulado, se había quedado impresionado al ver a Sybil. Estaba echada bocarriba bajo una sábana limpia, con el pelo suelto sobre el almohadón cuadrado y blanco; en contraste con tanto blanco, su rostro ofrecía un aspecto gris y ceroso, y tenía los ojos cerrados. Hugh pensó que parecía una moribunda, pero la señora Pearson, que había abierto la puerta, dijo alegremente como si tal cosa:
-Ha venido a verla su marido, señora Cazalet. Voy a bajar un momentito a pedir un té para la señora- añadió, y salió acompañando sus pasos del frufrú del vestido.
Hugh buscó una silla y la arrimó a la cama.
Los ojos de Sybil se habían abierti al oír a la señora Pearson y lo miró sin expresión. Hugh le cogió la mano y se la besó; Sybil frunció levemente el ceño, cerró los ojos y dos lágrimas le resbalaron lentamente por las mejillas.
-Lo siento. Eran mellizos. Me resbalé. Lo siento, -Se movió  un poco en la cama y se estremeció.”

…..

“El sábado por la mañana, la Duquesita se despertó, como de costumbre, cuando el sol temprano empezó a filtrarse a través de las cortinas de muselina blanca. Nada más despertarse, se levantaba: holgazanear en la cama era un hábito moderno (blando) que se le antojaba deplorable, de la misma manera que el té de primera hora le parecía innecesario, incluso decadente. Se puso la bata y las zapatillas azules y se fue sin hacer ni un ruido al cuarto de baño, donde se dio un baño incómodamente tibio: el agua caliente era otra cosa que evitar, la consideraba mala para el organismo y se quedaba en la bañera el tiempo justo para lavarse como es debido. De regreso a su habitación, deshizo la trenza que se había recogido con horquillas para bañarse y se pasó el cepillo, cincuenta veces.”


(Elizabeth Jane Howard, Los años ligeros. Crónicas de los Cazalet, páginas 73-74, 188, 334)

viernes, 17 de noviembre de 2017

NARRATIVA DEL DESIERTO

Un mundo infiel
Julián Herbert
Malpaso Ediciones, Barcelona, 2017, 156 páginas.

   

   Con un inicio que recuerda  a Cien años de soledad (“La noche antes de que un tren le arrancara las piernas a Ernesto de la Cruz y Doc Moses soñara con un venado muerto y Plutarco Almanza tuviera la desgracia de toparse con el hombre de las botas grises, Guzmán se enderezó de la cama con una aureola de vértigo envolviéndole la cabeza”), Julian Herbert (Acapulco, 1971), abre su primera novela, editada originalmente en el año 2004 y que ahora reedita, reescrita de nuevo, Malpaso Ediciones. Poeta, ensayista, autor de relatos, impulsador de colectivos de arte interdisciplinar, especialmente en el campo de los videopoemas y performances de electropoesía, Julián Herbert debe de ser considerado  como un artista todo terreno. Un mundo infiel es pues el debut en la narrativa de Julián Herbert, un estreno que lo sitúa entre los narradores mexicanos más interesantes de su generación. Su novela inaugura la etiquetada como literatura mexicana del norte, conocida también como literatura del desierto, ya que el norte de México suele ser el territorio que Julián Herbert muestra en su narrativa: desierto, calor y polvo, los componentes definidores de la frontera, la tierra que conoció en su infancia y de los cuales es fanático.
   Tras ese introito que puede hacer recordar a Macondo, Un mundo infiel comienza a desplegar personajes que basculan entre un fiero salvajismo y una irreconocible humanidad. Todos ellos y sus historias convergen en un corto espacio de tiempo: poco más de veinticuatro horas. En ese lapso, especialmente en las horas nocturnas, tienen lugar o resucitan en la memoria de los personajes, historias que aparentemente no guardan relación entre sí. Mas en este caso, las apariencias engañan.
   El punto nuclear de la acción transcurre en Saltillo, a cuatrocientos kilómetros  de la frontera de Texas. Guzmán se despierta muy alterado por las pesadillas recurrentes en los últimos tiempos. Ese día cumple treinta años. Su esposa le prepara una fiesta memorable en la casa de sus padres. Pero Guzmán se encuentra con Plutarco Almanza que se hace llamar Mayor para presumir de su pasado militar del que había sido dado de baja de forma deshonrosa, y ahora es el comandante de la vigilancia ferroviaria del noroeste. Dirige  un pequeño ejército de hombres prietos, bajitos y mal rapados, soldados desertores, burreros recién salidos de la cárcel ex policías con fama de corruptos. Sus ganancias provienen, en su mayor parte, de la venta de la cocaína y marihuana.
   Guzmán y Plutarco deciden tomar un par de tragos en el bar La Escondida, pero terminan borrachos y drogados. Guzmán, no obstante, liga con una mesera a la hora en la que debería estar celebrando su cumpleaños con su esposa y amigos. El Mayor recibe una llamada: uno de sus hombres, Ernie de la Cruz, se ha accidentado por no cumplir las normas. El tren le acababa de de arrancar las piernas por encima de la rodilla, tras caer desde la muela a la vía ferroviaria. Deciden ingresarlo en un hospital de Laredo, en el estado de Texas, ya que piensan que allí hay más posibilidades de salvarle la vida e incluso de injertarle las piernas que el Mayor ordena buscar. A ese hospital había llegado el doctor Doc Moses junto con su hijo Shannon. Está desarrollando una droga diseñada para ocasionar la muerte por éxtasis. Su intención original era administrársela a sí mismo tras haber enviudado. Mas los impulsos homicidas pronto quedaron adormecidos, y la seducción por el éxtasis químico no había cesado de crecer, hasta el punto de convertirse en la médula de su actividad profesional. Debía encontrar el paciente idóneo para sus experiencias. En desenlace leeremos que lo hallará en el cuerpo inconsciente del vigilante sin piernas.
   En la trama se dan cita muchas otras historias, distintos hilos argumentales con múltiples sueños, pesadillas, alucinaciones, cuentos que suceden dentro de los sueños, un pueblo fantasma formado por prostíbulos, mujeres a las que les encanta coger, presencia abundante de sexo, cerradas de vergas y vaginas, putas ancianas que ofrecen mamadas a los últimos borrachos, amores incestuosos, amores infieles y mucha violencia: golpizas, torturas, violaciones  y algún feminicidio. Pero ninguna épica. Todo ello en esa literatura áspera y dura del norte de México.
   Una estructura erguida sobre varios eslabones, con distintas historias y diversos personajes que se van sucediendo y que, sin embargo, terminan por confluir en el desenlace. Humor negro, brutalidad contenida, infidelidades que no alteran la cotidianeidad. Y un estilo de prosa desabrido, ágil y vertiginoso que tiene además la virtud de seducirnos con las variantes mexicanas del español, para vestir un relato que transita entre lo salvaje y lo poético, para sumergirnos en un desierto mucho más humano que espacial.




                                                 
Julián Herbert


Fragmentos

“Domitilo tomó la libreta pero no vio las cifras. Se dirigió a la mesa que limpiaba Jacziri Yanet.
-¿Cómo vamos, chaparrita?
-Aquí, señor Domi. Camelleando. Ya nomás me falta el baño de las damitas.
-No se me apresure. De todos modos lo van a mear.
Le frotó uno de los senos.
«Tú no te enojes, Yanet -repitió el golpe dentro de la cabeza de ella-. No es que el viejito te falte al respeto, sino que aquí las cosas no son igual.»
Un hombre vestido con un jersey de los Dallas Cowboys y una gorra de Cementos Apasco entró en la cantina y pidió una cerveza.
-Cómo no mi rey. Ahorita mismo se la traigo -dijo Jacziri Yanet.
-Pero ya la veré llorando -dijo la Gorda Rocha-. Qué le vamos a hacer, Rojo: en estos tiempos hay más putas que meseras.
Y escupió de nuevo en el cañito de agua.”

…..

“Con los años, los dos hermanos fueron desmadejando los nombres de sus divas entre cientos de anónimas rubias, negras, morenas y asiáticas que surgían de videos amateurs. Mujeres perfectas masturbando gordos enmascarados, chupándole la verga al camarógrafo, metiéndose trozos de plástico y metal por el coño o por el ano sin siquiera despojarse de una camiseta que decía «I love Atlanta», cientos y cientos de mujeres complacientes y perfectas que aparecían sólo una vez, que se perdían luego en la maraña de videos, handicams, satélites, televisores, juegos vaginales, alcohol y drogas con los que ellos soñaban noche tras noche hasta la madrugada, al punto de que a veces ni siquiera conseguían dormir porque una contorsionista desnuda aparecía bajo sus párpados en breves videogolpes, fugaces descargas eléctricas que los obligaban a deambular deseantes por la casa de asistencia, el departamento de solteros, la sala comedor de sus padres, bebiendo cervezas envejecidas y masturbándose cuatro o cinco veces antes del amanecer, colocándose un aro vibrador en torno al glande hasta que éste enrojecía, se agrietaba, se escoriaba tanto que les daba pavor ir a orinar. Era como vivir perpetuamente en una orgía de fantasmas.”

…..

“Él la cogió por el mentón y la obligó a girar. Mariana trató de resistirse, pero la mano apretó su boca y su nariz hasta dejarla sin aliento.
-Mira, pinche puta: si me estás chingando te voy a madrear.
La soltó. Mariana aspiró desesperadamente. Una pelvis debajo de la suya. La voz de Adolfo, asordinada. Un carraspeo.
Un estremecimiento de asco: la pegajosa baba resbalando por la piel. La carne rígida clavada en el recto. Todos sus poros se abrieron e incendiaron como si estuvieran lijándole el cuerpo. Creyó que de pronto engordaba, que sus vísceras comenzaban a colmarse de aire. Escuchó cómo los gases escapaban a través del canal adolorido. La indignación volvió a poseerla: manoteó e hizo el intento de gritar, pero Adolfo la sujetó otra vez por el mentón y el torso. Mariana se imaginó atorada entre dos láminas retorcidas.”


(Julián Herbert, Un mundo infiel, páginas 19-20, 75, 79-80)

martes, 14 de noviembre de 2017

ROSA MONTERO, PREMIO NACIONAL DE LAS LETRAS ESPAÑOLAS: "LA ÉTICA DE LA ESPERANZA"


   En el día de hoy, 14 de noviembre, el Ministerio de Cultura ha dado a conocer el nombre del escritor o escritora ganador del Premio Nacional de las Letras Españolas. En Premio ha recaído en la escritora Rosa Montero (Madrid, 1951). El jurado  ha reconocido “su larga trayectoria novelística, periodística y ensayística, en la que ha demostrado brillantes actitudes literarias, y por la creación de un universo personal, cuya temática reflejo sus compromisos vitales y existenciales, que ha sido calificado como la ética de la esperanza. El galardón, dotado con 40.000 euros, pretende distinguir el conjunto de la labor literaria de una autora o autor español, escrita en cualquiera de las lenguas de España.
   Me sumo modestamente al homenaje reproduciendo la reseña que en su día publiqué sobre la última novela de Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte (Barcelona, 2013)

…..


La ridícula idea de no volver a verte
Rosa Montero
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2013, 233 páginas.

   Este libro publicado en marzo del año 2013, sin ser un best seller al uso ni literatura de consumo, ha llegado en tres meses a la novena edición. Rosa Montero lo escribió suturando biografía y ficción y utilizando a Marie Curie como paradigma o arquetipo de referencia en el que apoyarse para reflexionar sobre ciertos temas vividos en carne propia.
   Rosa Montero, en efecto, relata la vida de Marie Curie antes y después del duelo por la muerte de su esposo Pierre. Y relata igualmente su propia experiencia vital al lado de su marido, Pablo Lizcano, también antes y después de su fallecimiento, intentado hallar sentido a esas vivencias. Por eso este libro se convierte en un acto de creación. No debe extrañarnos pues esa frase que produce escalofríos colocada en el frontispicio del libro: “Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha sucedido en la vida son mis muertos” (página 9). Casi al final de la publicación la autora recuerda los resultados de un estudio, según el cual los separados y los divorciados están más deprimidos que los viudos. Porque a los primeros les falta una narración convincente, un relato consolador que le de sentido a sus vidas.
   Este relato es el que Rosa Montero nos ofrece en este híbrido artefacto literario. Nos relata en efecto, sin sentimentalismos, pero con la justa dimensión de dramatismo que encierran los hechos, el truco más antiguo de la humanidad frente al dolor y al horror: transmutar a través de la literatura el sufrimiento en belleza porque -y tiene toda la razón la escritora- la literatura es un escudo poderoso frente al mal y al dolor, un poderoso exorcismo frente a la desolación  que produce la ausencia definitiva de un ser amado. Su propio dolor por la muerte de quien fue su pareja, como he dicho, amalgamado con el de la mujer Marie Curie, que no pudo despedirse de Pierre, su esposo, contarle lo que fueron el uno para el otro; y por eso escribe un diario en forma de carta, reproducido al final de este libro.
   Un libro que, no obstante, brota del sufrimiento y pivota sobre la vida de Manya Sklodowska, la física y química polaca nacionalizada francesa, que descubre el radio junto a su marido Pierre y fue la primera mujer en múltiples frentes: en recibir dos Premios Nobel, en licenciarse y doctorarse en Ciencias en Francia, la primera en tener una cátedra en la Sorbona. Una mujer que no lo tuvo fácil en ningún momento de su vida: su crecimiento en un ambiente pobre y políticamente enrarecido; su lucha contra el miedo y la oposición del mundo masculino a la visibilidad y ascensión social de la mujer; su descubrimiento del radio en un ruinoso hangar; sus despreocupada exposición a las radiaciones que le llevarán a la tumba, el fatal fallecimiento de Pierre; su ausencia que no le cabe en la cabeza; su enamoramiento a los cuarenta y dos años de Paul Langevin que le supuso un verdadero linchamiento por parte de la puritana sociedad parisina y que obscureció su segundo Nobel (año 1912). Una mujer de sobrehumana voluntad, capaz de hacer milagros, con un gran compromiso humanista, pasional y también con pequeñas mezquindades, muy dura, sobre todo contra sí misma, siempre tan triste y con un cuerpo sometido voluntariamente a una brutal radiactividad durante tantos años.
   Un libro con un acontecimiento medular: el fallecimiento de Pierre Curie que desencadena el relato de la vida de su esposa, antes y después del fatídico accidente y que le permite a la autora narrar en paralelo su propio duelo, que no es, sin embargo, un túnel cerrado a la vida, como tampoco lo fue el de Marie Curie.
   No es este libro incalificable un impúdico tráfico con el dolor, sino un intento de hallar un sentido al mal y a la congoja. Y para Rosa Montero ese sentido se encuentra en la narración. De ahí nació este torbellino de palabras, escritas con un tono confesional, que nos hablan de tú a tú, con una gran fuerza poética capaz de conmocionarnos, como cuando la autora relata que Marie Curie guardaba coágulos de sangre y trozos de los sesos de sus esposo para besarlos. Y también de horrorizarnos al hacernos ver el pavoroso desprecio para su salud con que Marie manejaba el radio.
Hashtags, fotografías que interactúan con el texto escrito, completan un libro híbrido, ambiguo y pantanoso, de lo que la misma autora es consciente: la fusión entre la realidad biográfica y la ficción. Por eso también a este libro cabe aplicarle la receta de Álvaro Pombo: la invención creativa, la ficción, como marcador semántico que es, introducido en una biografía, anula la exactitud de la realidad biográfica, por mucho que la escritora nos diga que todos los datos del libro sobre Marie y Pierre están documentados, que no hay una sola invención en lo factual. Pero ese marcador semántico no es un frívolo adorno: expresa bellamente y de forma optimista la realidad biográfica. Es la acción embellecedora y catártica de la literatura.



                                                 
Rosa Montero
                                                  

Fragmentos


“Eso es lo que hizo Marie Curie cuando le trajeron el cadáver de Pierre: encerrarse en el mutismo, en el silencio, en una aparente, pétrea frialdad. Llevaban once años casados y tenían dos hijas, la menor de catorce meses. Pierre había salido esa mañana como siempre camino del trabajo; tuvo una comida con colegas y, al volver al laboratorio, resbaló y cayó delante de un pesado carro de transporte de mercancías. Los caballos lo sortearon, pero una rueda trasera le reventó el cráneo. Falleció en el acto.
 
 Entro en el salón. Me dicen: « Ha muerto.» ¿Acaso pude una comprender tales palabras? Pierre ha muerto, él, a quien sin embargo había visto marcharse por la mañana, él, a quien esperaba estrechar entre mis brazos, esa tarde, ya solo lo volveré a ver muerto y se acabó, para siempre. (Diario)

Siempre, nunca, palabras absolutas que no podemos comprender, siendo como son pequeñas criaturas atrapadas en nuestro tiempo. ¿No jugaste, en la niñez, a intentar imaginar la eternidad? ¿La infinitud  desplegándose delante de ti como una cinta azul mareante e interminable? Eso es lo primero que te golpea en un duelo: la incapacidad de pensarlo y admitirlo. Simplemente la idea no te cabe en la cabeza. ¿Pero cómo es posible que no esté? Esa persona que tanto espacio ocupaba en el mundo, ¿dónde se ha metido? El cerebro no puede comprender que haya desaparecido para siempre. ¿Y qué demonios es siempre? Es un concepto inhumano. Quiero decir que está fuera de nuestra posibilidad de entendimiento. Pero cómo, ¿no voy a verlo más. ¿Ni hoy, ni mañana, ni pasado, ni dentro de un año? Es una realidad inconcebible que la mente rechaza: no verlo nunca más es un mal chiste, una idea ridícula.”

…..

“Hay gente que, en su pena, se construye una especie de nido en el duelo y se queda a vivir ahí dentro para siempre. Permanecen en ese lugar común, repiten el destino de vacaciones, visitan ritualmente los antiguos lugares compartidos, mantienen las mismas costumbres en memoria del muerto. Yo no creo que sea bueno, o quizá sí, quién sabe, quién soy yo para decir cómo debe uno tratar de superar una pérdida; pero, en cualquier caso, no es mi elección. Me cambié de domicilio tras la muerte de Pablo (Marie también se mudó de casa cuando enviudó) y el mundo tiene varios rincones que es posible que yo no vuelva a visitar: Estambul, Alaska, Islandia, ciertas zonas de Asturias o estas hermosísimas iglesias de madera.”


(Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte, páginas 24-25, 88-89)

RENACE "CUADERNOS ANAGRAMA"


   Por cortesía de Editorial Anagrama -directamente a través de su eficiente equipo de prensa y comunicación: María Teresa Slanzi. Lidia Lahuerta, Margalida Amegual- recibo El año que nevó en Valencia de Rafael Chirbes, el segundo volumen de la colección “Nuevos Cuadernos Anagrama”; lo que significa el renacer de “Cuadernos Anagrama”, una de las colecciones más emblemáticas de la editorial barcelonesa. ¿Quién no recuerda aquellos libritos con predominio del color marrón en las cubiertas que Anagrama publicó desde 1970 a 1982? El pasado mes de octubre, en efecto, Anagrama actualizó esa colección de sus inicios, “Nuevos Cuadernos Anagrama”.
   Con el mismo formato reducido de su antecesora y textos breves e inmediatos, la colección renacida quiere ejercer de portavoz de las inquietudes de nuestro tiempo, tanto en el campo de la ficción como en el del ensayo, reflejando así la vocación francotiradora de la Editora. Ciento sesenta y cinco títulos en una colección cuyos objetivos, eran en palabras de Jorge Herralde en la publicación que recuperaba la historia de la Editorial en sus primeros veinticinco años  (Anagrama, 25 años 1969-1994), “suplir la práctica inexistencia de revistas teóricas españolas, incorporar autores que parecían imprescindibles en el ámbito del pensamiento, publicar los clásicos revolucionarios, analizar las problemáticas más contemporáneas y urgentes, estimular textos de autores españoles (…) Un minucioso «vaciado» de determinadas revistas -como les Temps Modernes, L’Home et la Societé, Partisans, New Left Review o Il Manifesto- permitía seguir al día los debates más candentes del momento.
   Las temáticas abordadas en los «Cuadernos» sintonizaban cumplidamente con las inquietudes de la década de los setenta: la antipsiquiatría, el estructuralismo, la ecología, el feminismo, el freudomarximo, el antiautoritarismo, la contracultura, el «underground» y el «off off», la contraposición entre cine de poesía y cine de prosa, la manipulación de las industrias culturales, el debate sobre ciencia académica o ciencia crítica, la problemática de las drogas, la incorporación de escritores secretos o malditos…”
   

El número 42 de "Cuadernos Anagrama"
  
   
Inauguró la colección en 1970 Las raíces de la burocracia de Isaac Deutscher y la clausuró en l982 un texto de Michel Foucault y Jacques Leonard, La imposible prisión: debate con Michel Foucault. Entre ambas fechas y textos, libros de Louis Althusser, Claude Lévi-Strauss,  Pier Paolo Pasolini, André Glucksman, Gilles Deleuze, Samir Amin, Ernesto Che Guevara, Lourdes Benería o Albert Balcells, entre otros muchos.
   “Nuevos Cuadernos Anagrama” echa a andar con cinco libros: El secreto y no de Claudio Magris, El año que nevó en Valencia de Rafael Chirbes, Calais de Emmanuel Carrère, Nueva ilustración radical de Marina Garcés y La conjura de los irresponsables de Jordi Amat.
   Ofrezco la sinopsis de El año que nevó en Valencia elaborada por la Editorial, con el firme propósito de volver sobre este  libro en unos días.

El año que nevó en Valencia
Rafael Chirbes
Editorial Anagrama, Nuevos Cuadernos Anagrama, Barcelona, 2017, 48 páginas.

   “Valencia cubierta de nieve: una estampa inusual que se vio en el invierno de 1956. Chirbes tenía siete años, su padre había muerto y la familia celebraba el cumpleaños de uno de sus tíos. El autor oye cómo surgen referencias a la guerra civil y la tensión  se apodera del ambiente. Su vida está a punto de cambiar: él no lo sabe, pero esa fiesta es una despedida y esconde un secreto. Un texto memorialístico de una belleza arrebatadora”



jueves, 9 de noviembre de 2017

PERDEDORES OPTIMISTAS


Esto no es América
Jordi Punti
Editorial Anagrama, Barcelona. 2017, 204 páginas.

   
   Con Això no és Amèrica (Empúries, Barcelona, 2017) regresa al subgénero del relato corto Jordi Puntí, ganador de varios premios literarios, con sus historias publicadas originalmente en distintos medios (revistas, diarios, libros colectivos y escritos por encargo). Anagrama y Empúries las reeditan en español y catalán tras su reescritura por parte del escritor para recuperar fragmentos recortados por exceso y cohesionarlos en forma de libro unitario y coherente. Jordi Puntí, un cuentista por naturaleza, nos ofrece nueve narraciones, escritas alguna de ellas hace diecisiete años, pero que siguen teniendo el mismo interés y vitalidad con las que nacieron en su día. En el título del libro, confiesa el autor, pretende que se transparente su curiosidad musical. Por eso se decantó por Esto no es América de David Bowie y Pat Metheny.
   La colectánea   echa a andar con “Verticales”, un relato que, por imposición del encargo, debía desarrollarse en Barcelona, entre las diez y las doce de la noche de un mes de junio, escrito en tercera persona y en tiempo presente. La prosa de Jordí Puntí se ajusta a esas exigencias y nos ofrece un periplo sentimental por las calles barcelonesas con el propósito de darle vida, a través de la reescritura de las letras de su nombre, a la mujer amada. El protagonista deambula por Barcelona, a la vez que recuerda la locura incondicional que le unía a Mai. También las mañanas de vómito seco y de resaca. La muerte de Mai le deja ko y se sumerge en un submundo nuevo y solitario. Con sus paseos, alguno de ellos calcado de Paul Auster (Trilogía de Nueva York), apuesta contra el aburrimiento. Un relato que bascula entre el sentimentalismo de los recuerdos y la argucia de recuperar, reescribiendo las letras de su nombre, a la persona amada.
   “Intermitente”, el segundo texto, vio la luz este mismo año. Es un relato sobre el arte de hacer autoestop. Arte y azar porque deja al autoestopista a merced de los demás. Protegido por su maletín negro, el protagonista hace autoestop sin ningún motivo, solamente porque le apetece. Con las mujeres que le paran -son pocas- es algo especial: el autoestopista hace de confidente, de consolador y alguna incluso le alegra el día. Un excelente relato con una mínima carga diegética. “Riñón” es un cuento escrito originalmente para promover la recogida de fondos para la regeneración y trasplante de órganos. Si bien en su desenlace, una inteligente mentira del protagonista le permite zafarse de tener que donar un riñón al hermano que de pronto reaparece para pedirle ese órgano, tras muchos años de desafecto y exilio familiar.
   “Premio de consolación” apareció en el año 2000 en una antología dedicada al cuento amoroso. El relato nos sumerge en las aspiraciones amorosas de Ibon, que pasea con su perro, un personaje “instalado en el frenesí disléxico de la rutina” (página 71), de la que solamente se evade fantaseando con Anna de la que le ha hablado otro paseador de perros. Su astucia le permite encontrarse con ella, y abrir resquicios cómplices hasta que la música de Edwyn Collins (Orange Juice) se convierte en el nexo con la que era la mujer de sus sueños.
   Un relato erótico, “La madre de mi mejor amigo” nos adentra en las fantasías de un adolescente salido con la contemplación de la madre de su mejor amigo. Pasan los años y una confesión del amigo lo retrotrae de nuevo a la adolescencia de los deseos, y con la madre de su mejor amigo se siente como un quinceañero al que aún le queda todo por aprender. Lo aprende con su objeto de deseo adolescente, a la vez que le es infiel a su mujer. “Siete días en el barco del amor”, un encargo del salón Náutico de Barcelona en el año 2006, es la recreación ficcional de la experiencia en un crucero por el Mediterráneo tras un desencuentro conyugal. El protagonista se sube al crucero con la intención de engañar a su mujer. Pero en los primeros días se siente instalado en la rutina de la decepción, únicamente dulcificada por la canción Deacon Blues de Steely Dam. En la resolución de la historia, resultará que la semana del amor en el Wonderful Sirena, lo fue de penitencia, mitigada solamente por la música que interpreta el crooner Sam Cortina que arrastra consigo una historia que Jordi Puntí incrusta hábilmente en este relato.
   “La materia” (del año 2007) es un relato intensamente turbador. Un vagabundo, quizás un escultor famoso desaparecido, asienta sus cartones  enfrente del piso de una pareja y se convierte en su elemento distorsionador. Le sigue la penúltima historia, “El milagro de los panes y los peces”, en mi opinión, uno de los mejores de la publicación, pese a su origen como folletín para un periódico barcelonés en el año 2016. Es la historia de un perdedor, y de otros muchos que contempla el protagonista, que se las arregla para desviar el curso de la suerte: Miquel Franquesa es una vida dedicada al juego, una existencia sometida a la adrenalina  de los arrebatos. Ludópata que huye a Las Vegas para desengancharse de la adicción (“Nada como una buena quemadura para mantenerse alejado del fuego para siempre”, página 156). Su experiencia en trabajos curiosos, amante de la mujer de un amigo para no blasfemar ante el dios de las casualidades. Una vida sexual acelerada y peligrosa. Ludópata de nuevo, como tantos espectros perdedores que vagan por Las Vegas siempre a la espera de una oportunidad que les pueda brindar unas horas extra de esperanza. Mas por ser un perdedor y un gafe, el casino lo contrata como cooler, alguien que enfría, que hace que se desvanezcan las mejores rachas de los clientes más afortunados. Finalmente, “La paciencia”, un juego literario en forma de encargo en el que el mismo Jordi Puntí aparece como personaje de su propio relato. Autoficción con ribetes de metaficción.
   Nueve historias tejidas con los hilos de la vida como suele hacer la buena literatura. Jordi Puntí posee la acuidad de transformar esas pequeñas historias, generalmente intranscendentes, en pequeñas joyas literarias. Más que máquina perfecta de crear historias, como se ha escrito, el escritor catalán es, en mi opinión, un maestro en el arte de contar, de crear la realidad de la palabra, como diría Roland Barthes, transformando lo minúsculo, historias cotidianas en prosas que atrapan, porque el autor eleva a categoría literaria las pequeñas andanzas de perdedores, sus altibajos o  su mínimos momentos de éxito. Y lo hace con extremada naturalidad, sin desfallecimientos, sabiendo desviarse de un punto narrativo hacia otros sin perder el tino, siendo capaz de retomar el hilo inicial. Historias en las que más que la acción interesan los personajes, en su mayoría tachaduras, seres sin importancia colectiva, personajes con una existencia previsible, calcárea, a los que solo el azar les ofrece la oportunidad de cambiar y renovarla (página 75). Y que, sin embargo quieren un nombre como dice la letra de Deacon Blues. Personajes rectilíneos, planos, que son lo que eran al inicio del relato, porque si aconteciera lo contrario dejarían de ser lo que son: perdedores optimistas.




                                                 
Jordi Puntí (Fotografía de Stefanie Kremser)


Fragmentos

“El mismo día que Gori recibió la tercera carta, al atardecer alguien llamó a la puerta de su casa. Cuando fue a abrir, se encontró frente a su sobrina.
-Hola, tío -le saludó-, ¿puedo pasar?
Era ella la que había llevado la carta en mano y era ella la que ahora le pedía que ayudara a su padre. Se sentía como el único vínculo familiar entre ambos y, lamentándolo mucho, tenía que intentarlo. Su padre estaba cada vez peor, no era broma, y necesitaba realmente un riñón. Que no tuviera en cuenta su arrogancia. Gori la escuchó sin interrumpirla una sola vez. Se sentía aliviado. Aquello hacía ya demasiado tiempo que duraba. Si al principio era divertido, ahora se había vuelto un incordio. Cuando la chica enmudeció, Gori le ofreció al fin la respuesta que llevaba saboreando desde el principio.
-Dile a tu padre que lo siento, pero no puedo darle un riñón porque solo me  queda uno -dijo-. A mí también me operaron hace año y medio. Debe de ser genético.”

…..

“Así pues, desde la barra, repaso los grupos que se reparten por el local. Ahora hay más puntos de luz que años atrás, pero es una luz postiza que presta a los clientes un aire como de figuras de cera. La música también ayuda: suenan canciones de Billy Joel, Eagles, Dire Straits. Bien mirado, sigo siendo el más joven de todos. Jubilados prostáticos, con un pañuelo de seda al cuello, se acercan a la barra para pedir cócteles de colores. Separadas de pelo quemado se pasean por el pub con gran desenvoltura, como si estuvieran en el comedor de casa, o se sientan en las sillas de bambú exhalando un perfume medio caro que el ambientador echará a perder. Hay mujeres que me miran como a un intruso, porque les molesta que rebaje la media de edad, pero otras -lo noto-, como ya están acostumbradas, calibran instintivamente las posibilidades reales y no me quitan los ojos de encima.”

…..

“Como otros que recorrían las aceras de la ciudad, me había sumado al ejército de espectros que vagaban perdidos a todas horas, siempre en busca del último dólar para jugar, siempre a la espera de una oportunidad que les brindara unas horas más de esperanza. Viajantes consumidos por las deudas; viudas varadas en ese bancal de arena y fantasía; jubilados y parados jóvenes sin oficio, perdedores de todas las etnias y colores que antaño habían perseguido un sueño y ahora ya solo buscaban un contacto con la realidad en forma de ruleta, naipe o jackpot. Los veía saliendo de las casas de empeño en chándal, flácidos como si fueran invertebrados, arrastrando los pies tras haber malvendido un reloj, un aparato para hacer pesas o un autógrafo plastificado de Cher que atesoraban desde hacía años…”


(Jordí Puntí, Esto no es América, páginas 64-65, 89, 176-177)

lunes, 6 de noviembre de 2017

CONTRA EL FALSO OLVIDO. HOMENAJE A LA DIGNIDAD REPUBLICANA

Perros que duermen
Juan Madrid
Alianza Editorial, Madrid, 2017, 431 páginas.

   

   Juan Madrid (Málaga, 1947) es un prolífico escritor de novela policiaca, periodista y guionista de cine y TV. En su haber figura una cuarentena de obras, entre las que sobresalen las novelas protagonizadas por el personaje Toni Romano. Varias de sus novelas como Días contados han sido adaptadas al cine. Como autor de novela negra es uno de los grandes referentes en España. Tal fue el dictum de Vázquez Montalbán: “Los escritores de novela negra en España somos tan pocos que Juan Madrid es uno de los dos”.
   Perros que duermen, una pieza de largo recorrido, es posiblemente la novela más ambiciosa de Juan Madrid. Una novela que admite varias lecturas: novela negra, de investigación, de recuperación de la memoria histórica, homenaje a la dignidad republicana y contra el falso olvido impuesto en España por la Transición. Perros que duermen nos sumerge de lleno en los días sombríos de la Guerra Civil española y en la igualmente sangrienta y tenebrosa Posguerra, cuyos ecos perduran, gritan y chirrían en nuestro presente. Novela con múltiples saltos en el tiempo, con muchos personajes y dos grandes protagonistas: el falangista Dimas Prado y el combatiente republicano Juan Delforo Farrell, padre de Juan Delforo, personaje recurrente en varias piezas de Juan Madrid, y sin duda alter ego del escritor.
   La trama de esta novela de más de cuatrocientas páginas y que solamente se resuelve al final, se inicia a comienzos de octubre de 2011. El periodista Juan Delforo, con un pasado de militancia en la lucha antifascista, es convocado a un chalet de El Viso para recoger un manuscrito propiedad de Dimas Prado, un personaje conocedor de terribles secretos del Estado. Dimas Prado se había suicidado recientemente. Un supuesto hermanastro suyo, Guillermo Borsa, le hace entrega del legado, una narración de ciertos sucesos que habían  acontecido en Brugos, capital del régimen franquista en 1938; con la petición de que utilizará el contenido del legado en alguno de sus escritos. Se trataba de un crimen impune, el asesinato de una joven prostituta por un jerarca del régimen franquista. Dimas Prado, en aquellos años comisario de la policía, recibe el encargo de borrar toda huella de ese crimen y eliminar a todos aquellos que saben algo sobre el mismo. De forma muy eficiente y sin ningún reparo, lo hace, lo que relanzará su carrera. En las pesquisas conoce a Ana, una viuda que no es lo que parece.
   En uno de los saltos en el tiempo, la narración se traslada al Madrid del año 1945: los falangistas sospechan que Franco va a prescindir de ellos y, ante esa posibilidad, Dimas Prado reconstruye el crimen de 1938 con el propósito de devolverles la traición a los franquistas. Ese mismo año, Juan Delforo Farrell, profesor y militante republicano que había participado activamente en la Defensa de Madrid, es detenido, torturado salvajemente y condenado a muerte. Se libra del fusilamiento gracias a la intervención de Dimas Prado a cambio de una información importante para su futura carrera política, y le permite así mismo un encuentro con su mujer, Carmen Muñoz, con la que todavía no se había casado, pero  a la que lo unen lazos nunca revelados. Purgará treinta años de trabajos forzados en un destacamento en Mohedas de la Jara (Toledo) hasta 1949, fecha de la amnistía general promulgada por Franco.
   Hasta aquí la parte más visible de la trama. Pero lo más importante de  Perros que duermen es el relato de los días de plomo de la Defensa de Madrid y de la “larga noche de piedra” de la Posguerra. En ese relato, se dan cita tres grandes ejes narrativos que le dan forma a un triángulo social, engarzado en una narración memorialista. Uno de ellos, sin duda el más importante y el más épico, es el que, en forma de diario carcelario iniciado en la prisión del Puerto de Santa María, compuso Juan Delforo Farrell en el que da cuenta de sus vicisitudes durante la Defensa de Madrid. Los otros son el de Dimas Prado, el falangista comisario que investiga el asesinato cometido en Burgos, y el de Antonio, un macarra de la capital madrileña en los años cuarenta. Su relato nos permite catar la podredumbre de un régimen  que prohibió la prostitución, pero que toleraba los cabarets de mujeres, muchas de ellas mujeres solas que tenían a sus maridos en las cárceles, campos de concentración o habían sido fusilados. La prostitución era su única forma de vida.
   El diario de Juan Delforo Farrell nos permite conocer con detalle las espantosas torturas que tuvieron lugar durante la dictadura franquista, la situación atroz de los presos en el penal del Puerto de Santa María y en el campo de trabajo de Mohedas de la Jara. Así como buena parte de los hechos bélicos, sobre todo los referentes a la Defensa de Madrid: los actos de heroísmo, la nula disciplina de los milicianos, sus huidas ante la presencia de los franquistas, los comportamientos bárbaros de estos últimos sobre todo cuando tomaban una localidad: fusilamientos, violaciones masivas de mujeres… Delforo sueña una y otra vez durante la lucha encarnizada por Madrid, sueños que se repiten en el penal del Puerto de Santa María, que perros hambrientos se mueven en tierra de nadie devorando los cadáveres. Miles y miles de perros, unas veces con uniformes falangistas y otras sin él, aparecen en sus duermevelas y uno de ellos sube a su pecho y lo desgarra.
   Similar es la narración del estado en el que fue hallada la joven prostituta asesinada en Burgos, crimen que los franquistas no quieren que llegue  a oídos de los rojos de ninguna manera. Estaba comida como si unos perros famélicos hubieran destrozado sus partes sexuales.
   La novela es en definitiva una tremendo fresco de la Guerra y de Posguerra. El oprobio, la humillación y la pavorosa represión a la que fueron sometidos los vencidos, así como la lucha que continuaron después de la derrota aquellos milicianos y milicianas que nunca se dieron por vencidos. Una larga lucha contra el dictador, el monumento ético más importante del siglo XX europeo en palabras de Juan Delforo hijo. Por ello mismo Perros que duermen es, desde la ficción, un ajuste de cuentas con el relato falso y artificial de la Transición, un pacto entre las élites y no un renacer de la democracia como se nos ha vendido, confiesa Juan Madrid. Reivindicación de la legalidad republicana y de la lucha por la democracia real, que poco tiene que ver con esa democracia formal de baja calidad, que nos pretenden vender los que mandan. Una novela por consiguiente que huye de las medias tintas y de la equidistancia ideológica.
   Desde el punto de vista técnico, Perros que duermen es una pieza rica y compleja: un abanico de historias que tienen lugar en distintos momentos y en diferentes escenarios, con varias analepsis, múltiples actantes, aunque todo ello está interrelacionado. Excesivo y demasiado minucioso, en mi opinión, el relato que hace Delforo del día a día de sus participación y de la de los milicianos y milicianas que dirige en el frente de Madrid. Un estilo de prosa preñado de fuerza y a la vez seco y cortante, para hacernos llegar algunos de los asuntos más sombríos de la Guerra Civil y de la Posguerra, en las que pulularon perros reales y metafóricos, ciertamente hambrientos de sangre, y que dan la impresión de estar dormidos, pero que están dotados de afilados colmillos para morder cuando les conviene, como estamos presenciando en estas fechas.




Juan Mdrid



Fragmentos

“En un cuartucho en los sótanos de la comisaría me despojaron de mis pertenencias y me dejaron completamente desnudo. Uno de los escirros arrojó mis gafas al suelo y las hizo trizas a pisotones. Luego me esposaron las manos a la espalda  y comenzaron a golpearme con varillas de acero que silbaban antes de clavarse en mi cuerpo. Tres hombres se turnaban pegándome. Intenté cobijarme acurrucándome en un rincón. Al poco tiempo mi espalda era una pulpa sanguinolenta. Uno de ellos me agarró del pelo y me dio una serie de puñetazos en la boca. Me rompió varios dientes, que escupí. Recuerdo que me dijo:
-No vas a poder comer turrón en tu puta vida, comunista de mierda.
Perdí el conocimiento. Después, en algún momento, me cubrieron con un tabardo militar y me arrastraron descalzo a un despacho. Dejé un reguero de sangre en el suelo. Al pasar por un pasillo, escuché voces de niños y mujeres que parecían ensayar villancicos. Entonces comenzaron los verdaderos interrogatorios.”

…..

“Es curioso, lo que mejor recuerdo de aquel tiempo son los perros.
«Los perros aparecen otra vez». Recuerdo esa frase en los partes diarios que enviaba en diciembre del 36 al cuartel general de la brigada. Los perros vagabundos y hambrientos que estaban por todas partes en el frente de Madrid. Hurgaban entre los escombros y se disputaban los pocos desperdicios que aún eran capaces de tirar los madrileños. Una leyenda añadía que también se alimentaban de los cadáveres sin recoger que quedaban después de los bombardeos. Los milicianos de mi batallón me habían comentado que habían visto perros vagar por la zona de nadie entre nuestras fortificaciones y las del enemigo.”

…..

“Mariano Moreno me despierta bruscamente. Me incorporo en la cama. Soy consciente de que estaba gritando. Sudo copiosamente y respiro como si estuviera ahogándome.
-Estás soñando, Juanito, ¿qué te pasa? Gritaba: «¡los perros, los perros, han vuelto los perros, están ahí! ¡Disparad, que no se acerquen»!
-Lo siento, Mariano…, es un sueño que se me repite una y otra vez. Veo a esos perros hambrientos devorando los cadáveres en la tierra de nadie. Pero en mis sueños nos atacan a nosotros, son miles y miles… Y parecen soldados fascistas, pero son perros, perros de uniforme, un ejército de perros que nos atacan.”


(Juan Madrid, Perros que duermen, páginas 52, 125, 279)