miércoles, 30 de diciembre de 2015

"LA LEY DEL MENOR": CUANDO LA RELIGIÓN SE CONVIERTE EN VENENO



La ley del menor

Ian McEwan

Traducción de Jaime Zulaika

Editorial Anagrama, Barcelona, 2015, 213 páginas



   La ley del menor (The Children Act, 2014) es la última novela de Ian McEwan (Aldershot, U.K), uno de los miembros de la generación de los “Young British Novelists de 1983, de la que también formaron parte Julian Barnes o Salman Rushdie. La ley del menor es una novela en la que el escritor británico ya no escandaliza a sus lectores ingleses, ni a los de ningún otro país, como hizo en sus primeras ficciones de formato largo y en sus colecciones de relatos: Primer amor, últimos ritos, Amor perdurable o El inocente. Sin embargo, McEwan no ha perdido un solo átomo de pulso narrativo, y mantiene la misma intensidad emocional, si bien penetrando en conflictos, especialmente en dilemas éticos, como los que el lector puede apreciar en la trama de esta novela.

   Ian McEwan ha declarado que le fascinan la narrativa de ideas. La ley del menor se encuadra justamente en esa zona arisca donde chocan dos ideas: las creencias religiosas y el derecho. Pero no conviene equivocarse: ese tipo de colisiones se suelen analizar en el género ensayístico. McEwan, sin embargo, hace que penetren en nuestras zonas racionales y emocionales mediante la ficción. Con piel, con humanidad, con personajes reales para coexistir al lado de conflictos que son dramas que afectan a las personas de carne y hueso, no a individuos entes abstractos. Por eso, en La ley del menor conviven dos tramas: la de la colisión de ideas ya aludida y una trama paralela que penetra también en la médula de Fiona Maye, la principal protagonista.

   A ella aludiré en primer lugar. Fiona Maye es magistrada del Tribunal Superior de Justicia, especializada en temas de familia. Casada con Jack, considera que su vida profesional y personal está estabilizada. No obstante ninguno de los dos miembros de la pareja recuerda cuándo había sido la última vez que practicaron sexo. El suyo es un matrimonio que ha llegado a ese punto en que sus miembros viven como hermanos. Jack, en las puertas de los sesenta, quiere vivir la última gran relación apasionada con otra mujer, por supuesto más joven que Fiona, pero sin divorcio, sin romper su matrimonio. Ella considera que es una propuesta indignante y se niega. Jack sigue adelante y se va de casa.

   En esa situación de ruptura, y después de contextualizar el caso que constituye el nudo de la novela, con otros en los que Fiona tiene que dictar sentencia (entre ellos, la separación de dos siameses que causará la muerte de uno de ellos), le llega en efecto el nuevo proceso, el de Adam Henry, un joven testigo de Jehová, enfermo de leucemia que le llevará sin ninguna duda  a la muerte si no recibe una transfusión de sangre. A punto de cumplir los dieciocho años, decide asumir los dictados de la fe de sus padres y rechazar la transfusión. Por ser menor de edad, la decisión le corresponde al tribunal de Fiona. Ella tendrá que decidir entre el derecho de los pacientes a elegir o rechazar los tratamientos, o las recomendaciones del hospital de llevar a cabo cuanto antes la transfusión. O con otras palabras, entre la vida y la muerte de una persona que, dentro de tres meses, cumplirá los dieciocho años y será autónoma para decidir. Mas, antes de que Fiona emita la sentencia, decide visitar de inmediato a Adam Henry en el hospital. Para ella es importante saber el grado en que el chico comprende su situación y a lo que se enfrenta si falla contra el hospital.

   Lo hace y no solo hablarán de esos dilemas, sino también de poesía, porque Adam, cuya vitalidad está siendo asfixiada, escribe poemas, toca el violín y la jueza lo acompaña cantando. Percibe así mismo que Adam posee plena conciencia de su situación, una concepción romántica del sufrimiento, mas quizás sus ideas no son suyas puesto que fue condicionado desde la infancia por una ininterrumpida y categórica visión del mundo. Prevalecerá el interés de Adam y la jueza tomará una decisión entre dos malas opciones que, por respeto al lector no debo revelar. Anoto solamente que los padres de Adam llorarán de rabia y gritarán de alegría.

   La novela, sin embargo, dará mucho más de sí. Lo que sigue después es una propuesta descabellada y al mismo tiempo inocente. Y la tragedia, porque Adam había ido a buscarla y ella no le había ofrecido nada en lugar de la religión, sin comprender en ese momento lo que dicta la Ley: el bienestar del menor como consideración prioritaria. Su único asidero será un matrimonio que comienza a renovarse a trompicones.

   La ley del menor es una novela de ideas, especialmente de enfrentamientos entre ideas legítimas: el derecho y las creencias religiosas, que pierden su legitimidad cuando se convierten en veneno, y de las que es preciso proteger a los menores de edad. Cargada de múltiples referencias y detalles concernientes a la administración de justicia en Inglaterra, la burbuja gris en la que vive la protagonista. Pero también, especialmente en las páginas finales, una novela sobre la vida, sobre la búsqueda de sentido, un sentido que jamás se verá colmado con la razón, cuando opera alejada de la pasión y de las emociones, de los sueños que, también en la madurez, siguen siendo un horizonte, quizás utópico, pero necesario.

   Una ficción llena de historias estremecedoras que acontecen en el ámbito de la justicia familiar que son reflejo de la vida real, y que McEwan concluye de una forma redonda, bien cerrada, lo que ha ido tejiendo con una prosa armoniosa, sin estridencias, con  presencia frecuente de la música, ese arte capaz de abrir el corazón de los personajes. Una novela que solamente demanda lectores adeptos de las buenas historias, capaces de dejarse seducir por ellas, y gozar, en una sola sesión, de una de las mejores novelas del gran narrador inglés.



Francisco Martínez Bouzas

                                                       
Ian McEwan

Fragmentos



“Él dio un sorbo cuidadoso al whisky. No iba a emborracharse para reivindicar sus necesidades. Sería grave y racional cuando ella habría preferido que fuese ruidos en el agravio.

Sostenido su mirada le dijo:

-Sabes que te quiero.

-Pero te gustaría tener una mujer más joven.

-Me gustaría tener una vida sexual.

Era una invitación a que ella formulara promesas efusivas, a atraerle hacia ella, a disculparse por estar atareada o cansada o indisponible. Pero ella miró a otra parte y no dijo nada. No iba a dedicarse, sometida a presión, a revivir una vida sensual por la que en aquel momento no sentía apetencia. Sobre todo porque sospechaba que la aventura ya había empezado. Él no se había molestado en negarlo y ella no iba a preguntárselo de nuevo. No era sólo por orgullo. Aún temía la respuesta.”



…..



“-¿No es cierto que si accediera a recibir una transfusión sería excomulgado, como dicen ustedes? ¿Expulsado de la comunidad, en otras palabras?

-Desasociado. Pero eso no va a ocurrir. No va a cambiar de opinión.

Técnicamente, señor Henry, es todavía un niño a su cargo. Por eso quiero que usted cambie de idea. Su hijo tiene miedo de que le rehúyan, ¿no es la palabra que emplean? De que lo rechacen por no hacer lo que usted y los ancianos quieren. El único mundo que conoce le daría la espalda por preferir la vida a una muerte terrible. ¿Es eso una elección libre para un chico joven?

Kevin Henry hizo una pausa para reflexionar. Miró por primera vez a su mujer.

-Si usted pasara cinco minutos con él se daría cuenta de que sabe lo que hace y es capaz de tomar una decisión conforme con su fe.

-Yo prefiero pensar que encontraría a un chico aterrado y gravemente enfermo que quiere con toda su alma la aprobación de sus padres. Señor Henry, ¿le ha dicho a Adam que es libre de recibir una transfusión si lo desea? ¿Y que seguiría queriéndole?

-Le he dicho que le quiero.

-¿Sólo eso?

-Es suficiente

-¿Sabe usted cuándo se les ordenó a los testigos de Jehová rechazar las transfusiones de sangre?

-Está escrito en el Génesis. Data de la Creación

-Data de 1945, señor Henry. Hasta entonces era perfectamente aceptable. ¿Le satisface una situación en que en los tiempos modernos un comité de Brooklyn ha decidido la suerte de su hijo?”



…..



“El trabajo del departamento de Familia proseguía. Era fortuito que tantos conflictos matrimoniales de las listas le llegasen a Fiona. Y una pura coincidencia que ella también tuviese el suyo. No era frecuente en esta sección encarcelar a gente, pero aún así en sus momentos de asueto pensaba que podía meter presos a todos los casados que querían, a expensas de sus hijos, una mujer más joven, un marido más rico o menos aburrido, un barrio distinto, sexo nuevo, amores nuevos, una nueva visión del mundo, un nuevo y bonito comienzo antes de que fuera demasiado tarde. Mera persecución del placer. Kitsch moral.”



…..



“¿Alguna vez dejaría de llover? Vio la figura solitaria (de Adam Henry) que subía el sendero de entrada de Leadman Hall, encorvado contra el temporal, avanzando en la oscuridad mientras oía la caída de las ramas. Debió de ver al fondo las luces de la casa y supo que ella (Fiona Maye) estaba allí. Refugiado en una construcción anexa, dudaría, aguardaría una oportunidad de hablar con ella, arriesgándolo todo en ese intento de… ¿qué, exactamente? Y creyendo que podría obtenerlo de una mujer sexagenaria que no había corrido ningún riesgo en la vida, aparte de unos pocos episodios temerarios en Newcastle, muchos años atrás. Debería haberse sentido alagada. Y preparada. En cambio, en un arranque imperdonable y poderoso, le besó y luego le expulsó. Después ella también huyó. No contestó a sus cartas. No descifró la advertencia en su poema. Cómo le avergonzaban ahora sus mezquinos temores por su reputación. Su transgresión sobrepasaba el alcance de cualquier comisión disciplinaria. Adam había ido a buscarla y ella no le había ofrecido nada en lugar de la religión, ninguna protección, aún cuando la Ley era clara, su consideración prioritaria era el bienestar del menor. ¿Cuántas páginas y cuántas sentencias había dedicado a este concepto? La asistencia, el bienestar, eran sociales. Ningún niño era una isla. Pensó que sus responsabilidades terminaban dentro de las paredes del tribunal. Pero ¿cómo podían terminar allí? Él fue a buscarla, quería lo mismo que quiere todo el mundo y que sólo podían darle los librepensadores, no los seres sobrenaturales. Un sentido.”



(Ian McEwan, La ley del menor, páginas 31-32, 84-85, 134-135, 208-209)

5 comentarios:

  1. Es fascinante, amigo, esta narrativa que no se sonroja ni ante lo surrealista no menos real que la realidad misma, me atrapa. Un abrazo y muy feliz año nuevo.

    ResponderEliminar
  2. Uff!! el tema me atrapó, un esquema muy bueno de aprendizaje de vida, combinado con el arte de la música y la poesía. Me encantó tu reseña, gracias por la invitación a leer a este autor que parece promete mucho con esta novela. Un fuerte abrazo con todo cariño. Felicidades.

    ResponderEliminar
  3. Justamente eso es la novela. Intenta leerla porque estoy seguro de que te encantará. En México hay distribuidor de Editorial Anagrama. Un saludo cordial

    ResponderEliminar
  4. Acabo de terminarla. Un libro realmente estupendo Francisco!

    ResponderEliminar