miércoles, 16 de diciembre de 2015

"EL REINO DE CELAMA": UN CLÁSICO DE LAS LETRAS HISPÁNICAS



El reino de Celama
Luis Mateo Díez
Edición e Introdución de Asunción Castro
Ediciones Cátedra, Madrid, 2015, 654 páginas
(Avance editorial)

   Me siento honrado por poder acoger en esta sección (Avance editorial) unos fragmentos extraídos  de la edición, sin duda canónica, que, el pasado día 5 de noviembre, publicó Ediciones Cátedra. El volumen que agrupa los tres libros del ciclo de Celama de Luis Mateo Díez, y que por cortesía del sello editor puedo degustar. Una lectura gozosa, pero obligatoriamente pausada como es de ley con los manjares eximios. Pretendo, sin embargo, compartir con los lectores de este Cuaderno de crítica literaria el sabor de una prosa hermosa, profunda y muy rica a través de estos extractos, a los que precede una anotación, únicamente informativa, sobre la casa editora, el autor y el volumen El reino de Celaya. En breve cumpliré con el deber de valorar como exige y merece este reino, a la vez real e imaginario, al que dio forma y llenó de historias y personajes Luis Mateo Díez.
   Ediciones Cátedra es un sello editor cargado de historia. Fundado en 1973, forma parte actualmente del Grupo Anaya. Sin su labor perseverante, la literatura que se publica en español, no sería lo que hoy es. Son muchas sus colecciones, pero sobresalen “Letras Hispánicas” y “Letras Universales”, pobladas, cada una de ellas, por cientos de títulos, libros imperecederos que forman esa pirámide de los clásicos de todos los tiempos, y también de los de nuestros días.
   Piezas clásicas son sin duda las tres novelas de Luis Mateo Díez, recogidas en este volumen: El espíritu del páramo. Un relato, La ruina  del cielo. Un obituario, El oscurecer. Un encuentro. La profesora Asunción Castro, especialista en la obra de Luis Mateo Díez, es la responsable de esta edición, que reproduce la que Areté publicó en Barcelona en 2003 con el mismo título, y que el escritor dio por definitiva. La editora es autora así mismo de una amplia e ilustrativa Introducción en la que analiza el universo literario de Luis Mateo Díez y estudia las tres novelas del ciclo de Celama. Suyas son también las notas aclaratorias al pié de página. La edición conjunta de las tres novelas facilita esa lectura gozosa de la gordura de una trama que unifica los tres libros con “símbolos y metáforas” que van y vienen a lo largo de la historia. También los centenares de personajes. Tres novelas pues que se alimentan entre ellas, como reconoce el propio escritor. Un apéndice con cinco textos escritos por el autor y el mapa de Celama completan la edición.
   Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) es, según José María Merino, uno de los escritores españoles contemporáneo más importantes por su extraordinaria imaginación y por su capacidad para ordenar, mediante un lenguaje inconfundible, una escritura riquísima en panoramas tanto materiales como inmateriales. Maestro de la imaginación, cuyo aprendizaje inició siendo niño en contacto con la oralidad, y a la vez un clásico vivo que se propuso, entre sus afanes literarios, conservar la memoria de las tradiciones populares más vivas, que él percibía en las reuniones vecinales (filandones), en las que, al calor de la lumbre, se contaban historias locales, que alimentaron su acervo imaginario y aportaron muchos granos de arena a la urdimbre de sus ficciones.
   En 1996, Luis Mateo Díez inicia, con la publicación de El espíritu del páramo. Un relato, una saga ficcional unitaria cuyo centro es un territorio real transformado en simbólico. Le sigue, en 1999, La ruina del cielo. Un obituario, y el ciclo se cierra, por el momento, con El oscurecer. Un encuentro (2002). El ciclo de Celama, desde el punto de vista estructural, es como señala la autora de la Introducción, un conjunto polifónico aparentemente heterogéneo que, sin embargo, presenta una coherencia final absoluta en la constitución del universo autónomo  de Celama (página 25). Una coherencia acrecentada por el protagonismo del espacio: ese Páramo erigido en cronotopo y bautizado como Celama, cuyo referente geográfico es la seca llanura leonesa enmarcada entre los ríos Órbigo y Esla (Urgo y Sela, en la novela).
Mapa de Celama
   Pero ese yermo páramo leonés se configura simbólicamente como territorio literario imaginario. Un espacio mítico, una geografía inventada bajo la ejemplaridad, reconoce la modestia del escritor, de  Yoknapatawpha de Faulkner o la Comala de Rulfo. Un territorio repleto de lo que el escritor lleva dentro. Harto también de frío, ausencias, tenaz lucha por la supervivencia, y especialmente de muerte, presente de forma implacable sobre todo en los dos primeros relatos. Y habitado por unos personajes cuya épica es la supervivencia, tal como resuena de forma insistente en El espíritu del páramo, cuyo centro gravitatorio es, en efecto, la lucha por la supervivencia de unos seres anclados en viejos mitos, en el odio, en el amor y en la seguridad de que la “Oscura Señora” nunca pasará de largo. En Celama se siente el aviso de la muerte (“Dicen los que cuentan”), que aguanta sin achantarse. En Celama se muere y por eso, en La ruina del cielo, es preciso que alguien complete el censo de muertos, poseedores, no obstante su definitivo tránsito, de la memoria de la cultura rural, también fenecida.
   Una hermosa metáfora pues, tan hermosa como compleja, tal como se nos dice en la presentación editorial, de un territorio patrimonio de la imaginación de la humanidad -con eso se da por satisfecho el escritor-, narrado con pluma maestra, en un discurso que rompe con los géneros y cuyas Hectáreas, Comarcas, Llanuras, Territorios y Páramos, junto con sus moradores, los vivos y los muertos, nos ofrece Ediciones Cátedra en un volumen que es literatura en estado puro, y también puede ser un excelente agasajo navideño.

Francisco Martínez Bouzas

                                                      
Luis Mateo Díez
Fragmentos

“Los habitantes de Celama estaban hechos a la incuria de la sequedad, que era lo que los siglos legaban en la Llanura desolada. De esa incuria provenía su pobreza y en el intento de paliarla había, como siempre sucede, una lucha por la vida que animaba el espíritu con la fortaleza de su decisión, aunque el espíritu tampoco tenía muy claramente definidos sus poderes, porque el espíritu se difumina cuando la voluntad no supera el riesgo de la desgracia y el trabajo.
Además de esa razón misteriosa que infunde en la carne el deseo de supervivencia, el espíritu mostraba en Celama su condición fantasmal, también aceptada por los habitantes, porque bajo el manto de las rañas se presentía otro latido distinto al geológico, otra compaginación de estratos que sumaban los malos sueños y los peores augurios, las amenazas que componían en la sepultura de la tierra la morada de los pensamientos mortales. Por eso siempre hubo un temor incierto en el desarrollo de aquella obsesión, como si la tosca técnica de escavar los Pozos acarreara un riesgo añadido, más allá de los derrumbes y el fallo de los artilugios, en la emanación imprevista de un aliento fúnebre, en la maldición de un espectro dormido que no consentiría que no sufriera daño quien perturba su sueño.
Siempre existió el sentimiento de que la muerte habitaba el subsuelo, y no en vano los muertos bajaban a ella, a recogerse en sus brazos una vez que los hacía suyos.”

…..

“¿Dónde están los muertos históricos de Celama, los muertos de los siglos que vuelan como aves anónimas, al menos desde aquellos mil novecientos noventa y tantos a que remiten, en algún sentido, los extraviados documentos municipales, cuando ya se nombraba a Santa Ula y su alfoz?
El agustino exclaustrado de Olencia algo sabría, pero no de los muertos, entre otras cosas porque esa genérica denominación no hace posible ninguna identidad: los muertos históricos de Celama son una incierta masa de rostros comunes sin rasgos mi mirada, que a nadie pertenecen a no ser a la tierra que los contiene, muertos sin espacio sagrado ni lápida, ya que aquellos siglos no parecen demasiado piadosos en la Llanura porque no hay huellas de muchos templos, apenas algún monasterio renombrado.”

…..

“Sindo Valero dedicó una buena parte de los últimos meses de su existencia a cavar con extremo cuidado su propia tumba. Y las mismas o parecidas artes de una buena albañilería las empleó, muchos años después, Anibal Serto para disponer la suya.
En uno y otro caso decidieron que, a fin de cuentas, la sepultura es el hogar de la eternidad de donde nadie vuelve: la casa definitiva donde morar cuando dejamos de ser lo que somos.
Hubo comentarios, y hasta requerimientos algo escandalosos cuando por las cocinas del territorio corrió la noticia del afán de los sepultureros por buscar acomodo al más allá de sus cuerpos, probablemente reñido con el más acá de sus almas, ya que uno y otro, solterones de la casta más recia, ni iban a misa ni cumplían por Pascua.”

…..

“Muerto mortal que no quiere, muerto morido que no se conforma, aquí en Celama tampoco la Muerte hace distingos, sólo hay que asomar a la habitación de al lado y ver los que queda de mi suegro, dijo Dorama, pero acaso fuera el mejor sitio que un buen mozo le echase un cuarto a espadas, habida cuenta de lo que la Muerte significa en el Territorio.
Esa Oscura Señora siempre supo que nos tenía más preparados que en cualquier otro lugar, porque no es precisamente la vida lo que contiene la tierra que pisamos: de una encarnadura más sospechosa está hecha, si de ello somos conscientes, aunque me parece que me estoy saliendo del cuento, y lo que quiero es contarlo, no rezar un responso.”

…..

“Los harapos de los espantapájaros de Celama semejaban las guirnaldas mugrientas de las fiestas de los pueblos, la descuidada ornamentación que siempre daba un aire fúnebre y añejo a las celebraciones. En realidad, en la Llanura las festividades fomentaban la emulación de un pasado donde alguna vez se canceló la alegría, un rito que el tiempo fue reconvirtiendo en una suerte de expiación, como si los pueblos heredasen la mala conciencia de aquel cumplimiento.
Podía ser la figura de un extravagante caballero o la de alguien que acudía a un requerimiento oficial o a una boda o a un bautizo, ya que parecía vestido con la elegancia de quien tiene que cumplir alguna obligación social, el padrino de cualquier compromiso, por mucho que el lugar de su aparición no fuera el más adecuado.”

(Luis Mateo Díez, El reino de Celama, páginas 81, 179, 182, 242-243, 538)

2 comentarios:

  1. Leyendo los fragmentos compruebo lo que dices, es de un estilo que impacta al lector, como si jugara con lo invisible. No se parece a nadie y sin embargo en algunas partes me recuerda a Lovecraft, y en otras me dejo llevar por la locura de mi pensamiento y me recuerda a García Márquez, pero como si los desbordara a ambos en la imaginación, en la percepción, como si él lograra todas esas realidades que pasan fugazmente a veces por nuestros pensamientos.
    Me gusta, me gusta mucho su su estilo que nos hace ver lo invisible, escuchar lo inaudible, vivir lo imposible dentro de la página escrita.
    Muy buena tu crítica que nos deja con ganas de conocer más.

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  2. Una perfecta interpretación de los textos de Luís Mateo Díez. Realmente da gusto reseñar libros para que puedan leer mis humildes valoraciones, personas con un ojo crítico tan agudo como el tuyo, querida Norma.

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