lunes, 5 de octubre de 2015

"EL ARTE DE LA FUGA": LAS HUIDAS DE TRES GRANDES POETAS



El arte de la fuga
Vicente Valero
Editorial Periférica, Cáceres, 2015, 101 páginas.

   La condición de poeta, reconocido no solo por premios, sino sobre todo por la alta calidad de sus destellos líricos, del autor de  El arte de la fuga  es una fiel garantía de acierto, al menos emocional, a la hora de calar en tres momentos, tres fugas de la tríade de poetas formada por San Juan del Cruz, Friedrich Hölderlin y Fernando Pessoa. Tres instantes capaces de marcar nuevos rumbos en las existencias de los tres personajes recreados en los tres textos de Vicente Valero.
   No es la primera vez, ni será la última, en la que la narrativa contemporánea se deleita en convertir  a literatos reales en personajes de ficción. Julian Barnes, Alan Hollinghurst, Jacques-Pierre Amette, Raymond Carver, J. M. Coetzee, y más cercano a nosotros Juan Tallón, entre otros, han tratado como “dramatis personae” a importantes escritores, sobre todo poetas. Un excelente poeta, transformado en esta ocasión en un envidiable y refulgente prosista,  nos ofrece, en páginas breves, tres fugas de la obtusa realidad cotidiana  de tres grandes poetas que, separados por el espacio y el tiempo, comparten, no obstante, “el mismo impulso vital y poético, hacia una plenitud que sólo parece poder alcanzarse en territorios extremos (la muerte, la locura o el desdoblamiento)”, como con gran acierto se escribe en la presentación editorial.
   Vicente Valero, en efecto se interna, a través de un recorrido personalísimo, en tres episodios históricos de otros tantos poetas en los que la mística, sagrada o profana, afloraba con frecuencia en sus versos. Tres episodios en esas difícilmente comunicables antesalas de la fuga, de ese traspasar fronteras (la muerte, el viaje que cambia la vida, el desdoblamiento) que actuaron como experiencias radicales en los tres seres humanos, convertidos brillantemente en personajes de ficción. Con esas huidas, evasiones, desdoblamientos, tres grandes poetas escaparon a su manera de la obtusa realidad monolítica en la que suele convertirse la existencia humana.
   El primer relato bellamente rotulado (“Ven, hermana mía esposa”) tiene como protagonista a San Juan de la Cruz en los días postreros de su vida, cuando corroído por la enfermedad, llega moribundo al convento de Úbeda. Desde la ficción, Vicente Valero reconstruye esos últimos momentos, la humanidad sufriente de Juan de la Cruz, aquel fraile un poco loco y distraído, que se consume entre los estertores de sus carnes podridas, con la oposición del prior del convento que rechazaba que le vinieran con monsergas de milagros y versos. El santo y poeta percibe la muerte y, superando sus dolores con alegría, busca que le guíen por el sendero último de la obscura noche del alma. Porque toda su vida no había sido otra cosa que una celebración anticipada de esta fuga definitiva. El cuerpo de Juan siente la impaciencia de la ceniza que le unirá al Amado. Será el morir en verso de Juan de la Cruz, el triunfo de la amada, reproducido con extremada sensibilidad estilística, por las prosas de Vicente Valero, una prosa luminosa, profundamente evocadora.
   El segundo relato, la segunda huida (”Parece que vivimos en una edad de plomo”) persigue las huellas de Friedrich Hölderlin en sus huida y viaje  a pie desde Burdeos hasta Stuttgart, en un momento crucial de su existencia. Un recorrido de más de mil kilómetros, que tiene su motivación en razones sentimentales: ver de nuevo a su amada Sussete, la mujer casada con la que vivió una apasionada historia amorosa, y que termina en un dramático periplo, sin vuelta atrás, hacia la locura, en la que solamente importa el camino pisado por unos pies que desoyen los dictados de la razón. Una vez más la pasión, eso que también somos, se alza vencedora frente a la razón. Es la fuga del relámpago enamorado en una edad de plomo, cuando lo que se ama no sea quizás más que una sombra.
   Finalmente Vicente Valero fantasea en la última secuencia (“No sé quién soy ni qué alma tengo”) sobre otro momento igualmente crucial de Fernando Pessoa: la larga noche insomne del 8 de marzo de 1914, noche de febril inspiración. El poeta se siente arrebatado por el don de una musa distinta de la suya y percibe cómo se le presenta Alberto Caeiro, que se convertirá para él en el poeta de la experiencia, de la naturaleza, ante el que se siente fascinado. Bajo su inspiración celebra Pessoa la plenitud de la vida, escribiendo sin parar, y como al dictado, varios poemas que poco tenían que ver con sus anteriores versos oscuros y nebulosos (“lector de sombras y mareas”, página 80). Una alucinada autodestrucción de sus ansias metafísicas -el mundo no debía ser pensado, bastaba con mirarlo y estar conforme con él, página 92)-, tras la cual surgen otros heterónimos, seres desmedidos, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, que emergen de forma paralela a los numerosos extravíos en los laberintos interiores del poeta y a un frenesí de días sombríos, desgarros, autodestrucciones, excesos, desasosiegos.
   Tres viajes, tres huidas, tres disociaciones, recogidas en tres breves e iluminadas instantáneas literarias. Tres pequeñas joyas escriturales, tres nuevas delicatesen, prosas fragantes, perfumadas, iluminadas, pero a la vez sencillas, desnudas de colorismos tropicales; preñadas sin embargo de fertilidad léxica y de un estilo de prosa harmonioso, acompasado, que está a la altura de la riqueza interior de los personajes  en cuyos momentos cruciales se cala y que nos adentran en la ilimitada riqueza estética del español. Es el arte de Vicente Valero, un poeta y narrador para grabarlo en las brasas de la memoria y no perder su andadura.

Francisco Martínez Bouzas

Vicente Valero
                                                      
Fragmentos

“No le era extraño el morir, su impulso de fuga y destierro, su abandono y su concierto de nadas, su silencio enamorado. En la mazmorra de Toledo había sentido aquel aire helado en soledad y la poesía brotó entonces como amistad profunda, como lenguaje que, al hundir sur raíces en lo más oscuro, podía ofrecer vida verdadera, la semilla de la luz. ¿Era verdad que ahora se moría? Morir es unirse a lo más claro, transformarse en serena claridad. Todavía hacía calor en Úbeda aquellos primeros días de otoño. El dolor era insoportable, la fiebre aumentaba y no tenía apetito. Los hermanos ya sabían también que Juan se moría y el tono de sus voces se había vuelto compasivo y dulce. Se acercaban a él y lo besaban. Una y otra vez acudían al Cantar de los Cantares, se diría que ya residían en él, que habían puesto su tienda entre aquellos versos mágicos, y el enfermo lo celebraba repitiendo con ellos susurrándolo. En aquel poema antiguo había encontrado Juan, cuando apenas era un adolescente, la fuente verdadera: todo estaba dicho y cantado en aquellas estrofas llenas de amor, de verdades profundas.”

…..

“En aquel andar enardecido y salvaje, ni siquiera sabía ya si Sussete lo había olvidado o continuaba amándolo, ni siquiera sabía si él la amaba aún como la había amado, pues lo que amamos no es más que una sombra, y de esta sombra nadie puede responder, no sabemos qué contiene ni cuál es la razón de su existencia. Hasta llegar a Nevers durmió al raso todos los días y se alimentó de garbanzos crudos y semillas, de hierbas y de flores silvestres, su aspecto era cada vez más el de un mendigo o un borracho del que todos se apartan al cruzarse con él, y ni siquiera se detuvo al pasar por la ciudad, continuó caminando por la misma vía lemosina que había tomado en Périgueux hacía ya casi dos  semanas, descansando aquí y allí, en campo abierto o en recónditos meandros bajo sauces o chopos, en la hiedra sombría…”

…..

“Reparó al principio solamente en las palabras: aquel que tiene las flores no necesita a Dios. Esta vez no se tumbó sobre la cama sino que se sentó en uno de sus lados y se puso a pensar en ellas, mientras bebía de nuevo un trago de aguardiente, y sólo después de haberse repetido varias veces aquel verso, porque ya estaba seguro de que lo era, reparó entonces en la voz que se lo había susurrado y volvió a reírse, como cuando minutos antes le habían venido a la cabeza, tumbado y con los ojos cerrados, aquellos paisajes pastoriles, aunque ahora notaba también, mientras se reía, que estaba un poco nervioso, sin saber el motivo (…)
Continuó sentado a un lado de la cama, con los pies descalzos en el suelo, durante un tiempo más, pensando en las palabras y en la voz, hasta que se levantó y se acercó a la cómoda, donde esperaban siempre sus cuadernos cerrados y otros muchos papeles de la noche anterior, y fue allí mismo entonces cuando, al abrir uno de aquellos cuadernos por una de sus páginas en blanco y tomar al mismo tiempo la pluma con la otra mano, seguramente para anotar aquellas ocho palabras, tuvo una sensación de vértigo o mareo, por un momento se le nubló la vista, y todavía sin haber salido de aquel estado y, por tanto sin poder pensar en nada, allí mismo de pie, se puso a escribir, pero no le salieron aquellas palabras sino estas otras también nuevas: nunca guardé rebaños pero es como si los guardara. Lo que vino después fue un temblor y un chorro inspirado, una combustión, una alegría indecible, una música desconocida, una muy larga noche, en fin, de versos sorprendentes, un saber extraño, ajeno a su temperamento, las palabras fluían de tal modo, con tal necesidad o urgencia, que ni siquiera había tiempo para preguntarse qué era lo que estaba ocurriendo exactamente en aquella habitación…”

(Vicente Valero, El arte de la fuga, páginas 27, 66, 87-88)

4 comentarios:

  1. Uffff!!! me atrapó con tan sólo leer estos fragmentos, preciosos y de gran riqueza narrativa, se nota que es poeta, ya que la belleza no la ha dejado de lado para escribir como los grandes.Muy interesante. Me encantó Francisco, gracias por llenar mi espíritu con esta crítica que nos compartes, ojalá y lo pueda leer, porque es brillante. Un abrazo de luz para ti y otro para el autor y mis felicitaciones.

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    1. Araceli: mil gracias por tu comentario. Sí, realmente en la prosa de este libro se advierte la calidad de página de un escritor que es esencialmente poeta. Ojalá lo puedas hallar en México y goces con su lectura.

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  2. Una obra de estilo elegante, diría que florido al recrear los ambientes tanto físicos como anímicos. Se ve el talento del autor, su imaginación que parece vivencial. Un abrazo, amigo, y muchas gracias.

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