viernes, 20 de enero de 2012

UN ARTESANO DEL ESPANTO

El ladrón
Georg Heym
Amaranto Editores, Ados S.L, Sipiente, Madrid, 147 páginas
(LIBROS DE FONDO)



 La obra literaria de Georg Heym es un anticipo de las catástrofes de la primera Guerra mundial, servido con imágenes estremecedoras y violentas. Un anticipo así mismo de la alineación que  se alimenta en el seno de la civilización moderna. Georg Heym fue un notable representante del expresionismo más temprano. Nacido en Silesia en 1887 en el seno de una familia de terratenientes y funcionarios públicos, desde su adolescencia manifestó un comportamiento hostil frente al convencionalismo y al conformismo de la sociedad Guillermina. En 1900 se traslada con su familia a Berlín al ser nombrado su padre fiscal del Tribunal Militar Imperial. Allí reemprende los estudios pero fue expulsado del instituto debido a su pobre rendimiento. Sin embargo, para contentar a su progenitor, consigue terminar los estudios de derecho en 1911 y obtiene el título de abogado. Es destinado a un juzgado de primera instancia pero a los once días solicita una excedencia y se matricula en el Seminario de Lenguas Orientales de la Universidad de Berlín, con la intención de convertirse en drogomán. Simultáneamente su padre había solicitado su ingreso en calidad de alférez en un regimiento de artillería de campaña, pero fallece en enero de 1912 a la edad de veinte y cuatro años, ahogado en el río Havel mientras patinaba acompañado por un amigo, el también poeta Ernst Balcke.
Heym se inicia en la escritura a muy corta edad. Escribe sus primeros poemas a los doce años echando mano de un estilo naturalista. Más tarde, sin embargo, su escritura deriva hacia imágenes visionarias y apocalípticas en las que recrea un universo demencial regido por el caos, la angustia y la violencia psicopática. Mientras preparaba la edición de lo que él consideraba cinco novelas cortas, fallece, patinando sobre el hielo como hemos señalado. A pesar de la oposición de su padre, aparecen publicadas finalmente en 1913 bajo el epígrafe de uno de los relatos, Der Dieb (El ladrón). Ahora tenemos la ocasión de leerlos, traducidos por primera vez al español y coeditados por Amaranto y Sipiente.
   Tanto “El ladrón” como la mayor parte de los relatos de Georg  Heym son muestras singulares del expresionismo literario alemán. También en el campo literario se guían los expresionistas por el principio general del movimiento estético de que es la expresión la que define a la forma y, por consiguiente, las manifestaciones artísticas pertenecen al ámbito de la subjetividad. Defensores a ultranza de la función social del arte, los expresionistas reaccionaron contra el positivismo burgués y contra la alineación que presidía las relaciones humanas debido a la creciente industrialización que experimentó la sociedad alemana entre los años diez y veinte del pasado siglo. Evidencia al mismo tiempo el expresionismo la crisis de valores morales e intelectuales de la Europa de preguerra, crisis puesta de manifiesto de forma muy clara ya en 1916 en estas palabras de Hermann Bahr:“Jamás existió una época más turbada por la desesperación, por el horror de la muerte. El arte grita en las tinieblas, pide socorro e invoca el espíritu”. La etiqueta “expresionismo” fue aplicada en su origen a las artes plásticas y utilizada por primera vez por el pintor Julien  Auguste Herve para definir el estilo de Matisse, Cézanne y Van Gogh. En ese ámbito de las artes pláticas, hay que destacar la importancia de los grupos Die Brücke, deudor de las aportaciones de Van Gogh, Munch y James Ensor, y Der Blau Reiter, en el que, entre otros participaron Kandinsky, Paul Klee y Georg Gras.
Hallamos el sello del expresionismo literario así mismo en la exaltación de lo subjetivo e irracional a través del empleo de un lenguaje deformado, agresivo, que rechaza el estatismo descriptivo y se apoya en la exploración de la visión interior, marcas todas de la escritura de Georg Heym. El gran narrador expresionista alemán fue sin duda Alfred Döblin (Berlin Alexander-platz, 1929). En el campo de la lírica destaca la aparición de una poesía metafísica, no referencial, que llega a los lectores alemanes de la mano de Hölderlin y Novalis teñida de nihilismo y de un pesimismo apocalíptico en relación con los avances de la ciencia.
Incitado por los poetas presimbolistas, sobre todo por Rimbaud y Baudelaire, Heym refleja en efecto en su prosa el nuevo estilo, opuesto al realismo y al naturalismo, y en el que la realidad queda dislocada y llega hasta nosotros por medio de visiones personales llevadas a la escritura con una fuerza extraordinaria. Y para eso, nada mejor que utilizar como protagonistas a  personajes enfermos, locos, alucinados o a seres en situaciones existenciales extremas. Nos sumergen, pues, los relatos de Heym  en un mundo extraño, infestado de enfermedad o locura. Con su fijación por el horror, intenta hacer aflorar toda la inquietud y todo el desconcierto, recluidos en el substrato de la sociedad y que es preciso hacer explotar como un grano de pus para que supure toda su podredumbre.

En el relato que le da título a la colección, el protagonista, un individuo solitario, se considera elegido por Dios para extirpar el mal del mundo. En sus alucinaciones, la divinidad le revela que la mujer es la raíz de todos los males, el mal primigenio que hace inútil la obra redentora de Cristo. Su demencia le lleva a la conclusión de que la Mona Lisa de Leonardo encarna a la mujer por antonomasia. Por consiguiente, debe perecer y el mismo será el ejecutor del plan. En “El loco” relata las acometidas visionarias de un enfermo mental que sale del manicomio poseído por la obsesión de vengarse de su mujer. Su furia delirante le empuja a asesi
Georg Heym
nar a mujeres y a  niños. Ciertos acontecimientos de la Revolución Francesa inspiran otro de los relatos, impregnado de fuerza, “El cinco de octubre”: el pueblo hambriento marcha sobre Versalles en busca de pan: “La palabra pain penetró con toda su blancura y su pringue en el cerebro del populacho y permaneció allí como una piedra de sal, gigantesca, hinchada, crujiente, lista para recibir el primer tajo”. Se consuma así una revolución que revienta  como un inmenso río que todo lo arrastra: “naves divinas gobernadas por los espíritus de la libertad”. En la misma línea, si bien alimentándose en manantiales imaginativos  del propio autor, los restantes relatos de este verdadero artesano del horror. En “La disección” un muerto sueña mientras le practican la autopsia. En “Jonathan” es un enfermo desahuciado el que delira por la fiebre. “El barco” no muestra el ambiente fantasmagórico que se cierne sobre los vivos con la muerte a sus talones. La obra corta de Georg Heym tiene sin embargo suficiente espacio para que el arte grite en las tinieblas, pida socorro e invoque al espíritu.

Francisco Martínez Bouzas



Fragmentos

“Sí, la mujer era el mal primigenio. La obra de Cristo había sido en vano: cómo pretendía haber redimido a los hombres si estos habían de recaer siempre en el pecado por necesidad, como vuelve a caer una piedra por más que haya sido lanzada más allá de las nubes. En verdad los hombres parecían infelices moscas tratando de salir de un tarro de miel, que patalean y bracean sin conseguirlo y vuelven a hundirse en el pecado, en la miel del pecado. En voz alta leyó el capítulo quinto, versículo 34, de San Marcos. (…)
“Vio ante si el cuello de la bestia satánica, de horrenda tristeza, y de sus cuernos colgaba el semblante de la mujer; sobre su testuz el sello de la muerte y, rodeando sus labios, una sonrisa terrible que desgarraba el corazón, como un reflejo de los abismos infernales.
De modo que todo estaba por hacer de nuevo, pues la bestia no había sido aún vencida.
El mal debía ser arrancado de cuajo. (…)
“Había un símbolo en torno al cual se congregaban las mujeres.(…) Y ese símbolo colgaba allá, calle abajo  a dos esquinas de distancia, en su templo.(…)
“La primera vez que la visitó fue en las horas matutinas, cuando se hallaba rodeada de cuantos querían ofrendar sus corazones en el altar de la diablesa. Entonces ella no pudo fijarse en él, distinguir inmediatamente  a su enemigo. De manera que fue habituándose paulatinamente a los ojos de ella. Cada día prolongaba un poco más su estancia, cada día se volvía más paciente y se fortalecía para la última batalla con el dragón, al igual que Mitrídates, que ingería cada día dosis mayores de veneno para volver resistente su sangre”

(Georg Heym, El ladrón, páginas 110-113)

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