Vicio propio
Thomas Pynchon
Traducción de Vicente Campos
Tusquets Editores, Barcelona, 2011, 422 páginas.
Thomas Ruggles Pynchon es un célebre desconocido. Lo poco que de su vida sabemos, se sitúa entra la realidad y la quimera: que nació en Nueva York en 1937, que estudio ingeniería y literatura en la Universidad de Cornell, donde una especie de leyenda urbana afirma que fue alumno de Vladimir Nabokov (auque este nunca recordará haberlo tenido en sus clases), que envió a un cómico a recoger el prestigioso National Book Award. Que apenas existen fotos de él y que vive en Nueva York. Eso es todo.
De su obra literaria hay críticos y blogueros que dicen haber luchado a muerte para lograr una lectura mínimamente comprensiva. Le consideran uno de los paradigmas de la postmodernidad maximalista y Harold Bloom le relaciona entre los grandes novelistas norteamericanos de nuestro tiempo junto a Don DeLillo, Philip Roth y Cormac McCarthy. Sin embargo su novela más conocida El arco iris de la gravedad fue rechazada por los administradores del Premio Pulitzer por “ilegible, sobrescrita y obscena”. Por eso para el bloguero Rubén Martín G., Thomas Pynchon es un escritor sin orificios, “un día de turismo por el fracaso de un lector de Pynchon”.
Pero si usted lector disfruta de la novela criminal y está harto con los héroes de Camilleri, Mankell, Roukin o le producen cansancio, de tanto reiterarse, los autóctonos investigadores de crímenes, su apuesta debería de ser por el “fumeta” Doc Sportello de Thomas Pynchon. Olvídese de todo lo que se ha dicho de Pynchon, de que es un incono de la posmodernidad, de que sus temas recurrentes son la entropía, la paranoia, el giro apocalíptico de la historia reciente, la ausencia de significados y un estilo que desintegra el lenguaje y convierten la lectura de este hombre sin rostro público en ardua tarea, porque Vicio propio es otra cosa. Pura novela pynchoniana, pero una excepción que confirma la regla. Una novela que se entiende, que no es más obscura ni enredosa que cualquier pieza del género negro por la que transiten abundantes personajes y escenarios. Y como regalo, por tratarse de Pynchon pequeñas disonantes destemperanzas, como el hecho de que el detective sea un viejo surfistas, parroquiano de la marihuana.
Thomas Pynchon |
Estas cacofonías narrativas, amalgamadas con un estilo propio, convierten el viaje por la lectura de esta novela en una experiencia a la vez gozosa e hilarante. Los amantes del clásico, del negro-negro tampoco terminarán decepcionados. Cientos de personajes secundarios: malos sin desperdicio, buenos inmensamente buenos, fiambres que no mueren, montones de conspiraciones y corruptelas, la pesadilla de Charlie Manson y sus sumisas discípulas y, en paralelo, Richard Nixon, como paradigmas del mal. Incluso una protointernet con protohackers. Y por descontado, nutridos puñados de sexo, droga y rock & roll. Pynchon retratando la cara más esperpéntica de la cultura americana, con diálogos delirantes, un singular humor negro, iconografías paródicas y grotescas y un lenguaje dominador, rico, torrencial.
Flotando sobre la superficie de este mar cenagoso, un personaje memorable, Doc Sportello, detective “fumeta” y medio casquivano, que recibe el encargo de encontrar a un empresario desaparecido y que, a pesar de su origen judío, está protegido por una banda nazi. La trama de Vicio propio es lineal, sin saltos en el tiempo, sin sub-tramas. Muchos actores secundarios, pero un solo protagonista, el quijotesco Sportello respirando el aire corrupto y despreocupadote finales de los 60 en el sur de California, donde todos engañan, conspiran, traicionan, mientras en las playas los surfistas se enfrentan al estallido de las olas y las pandillas de hippies les rinden culto a las flores y a la marihuana, en una sociedad en la que se borraron todos los límites.
Francisco Martínez Bouzas
Francisco Martínez Bouzas
Fragmento
“Cerca de la oficina, tanto que de hecho podía ir andando, había una zona, que en el pasado constituyó un pequeño vecindario, cuyas casas habían sido declaradas en ruina para realizar una ampliación del aeropuerto que tal vez sólo había existido como una fantasía burocrática. Un barrio vació pero no exactamente desierto. Dentro se rodaban películas dudosas. Se hacían trapicheos con drogas y armas. Moteros chicanos tenían citas furtivas a mediodía con jóvenes ejecutivos anglos, con bisoñés que les servían para desgravarse impuestos…Los fumetas despegaban en sus aviones a unos centímetros por encima de sus cabezas, y los residentes especialmente infelices de la zona, que abarcaba desde Palos Verde a Point Dume, salían a buscar potenciales lugares para suicidarse.
Luz se presentó en un SS396 rojo que, repetía, se lo había prestado su hermano, aunque Doc creía detectar algún novio en algún punto del subtexto. Vestía tejanos recortados, botas de vaquera y una diminuta camiseta que hacía juego con el coche.
Encontraron una casa vacía y entraron. Luz había traído una botella de Cuervo. Había un colchón de matrimonio con quemaduras de cigarrillo, un televisor con mueble incluido modelo French Provincial con la pantalla destrozada a patadas y varios recipientes de pasta de yeso de veinte litros que la gente había utilizado como mobiliario de picnic.
-He leído en los periódicos que Mickey sigue desaparecido.
-Ya ni siquiera el FBI se pasa a visitarme. Riggs se ha largado otra vez al desierto, y Sloane y yo nos hemos hecho amigas.
-Ya, sí, ¿cómo de amigas?
-¿Te acuerdas de la cama de abajo donde Mickey nunca me folló? Ahora es nuestra.
-Humm
-Pero ¿qué es esto que veo aquí?
-Bueno, no me jodas, es una idea interesante, ¿verdad?, vosotras dos…
-Los tíos y el rollo de lesbianas… ¿Por qué no te pones cómodo ahí, no, ahí, y te cuento todos los detalles?
Los aviones de pasajeros pasaban atronadores cada par de minutos. La casa se estremecía. A veces, cuando Luz separaba brevemente las piernas, Doc creía que oía las ruedas del tren de aterrizaje rodando por el tejado. Cuanto más ruido había, más se excitaba ella”
( Thomás Pynchon, Vicio propio, paginas 167- 168)
No hay comentarios:
Publicar un comentario