viernes, 29 de abril de 2011

QUERIDA CATÁSTROFE, NO A LOS NÚMEROS PRIMOS

Querida Catástrofe
Teresa Moure
Traducción: Eva Carrión
Pulp Books, Cangas do Morrazo ( Pontevedra) 2011, 229 páginas.

   Un nuevo sello editorial, y sobre todo si surge en tiempos de crisis, es indudablemente una novedad reseñable. Y si la nueva marca aparece con el propósito que revelan sus dos primeros títulos así como la programación para los próximos meses, la buena noticia se convierte además en una excelente oportunidad para que los escritores gallegos superen la invisibilidad allende las fronteras idiomáticas que marca nuestra lengua. Con esa intención parece que echa a andar Pulp Books, un sello de Rinoceronte Editora, radicada en Cangas do Morrazo (Pontevedra), que debuta con dos novelas traducidas del gallego al español: Dime algo sucio de Diego Ameixeiras y Querida Catástrofe de Teresa Moure. Dos narradores con reconocidos éxitos dentro de la narrativa gallega más reciente.
   El comentario se centra hoy en la novela de Teresa Moure porque, con sus defectos y bondades, mantiene un cierto aire de familia con la teoría sobre la plasticidad de los sexos de Beatriz Preciado, reseñada en la anterior entrada de este blog. Teresa Moure cita en el frontispicio de su novela a Judith Butler, una de las conceptualizadotas de la teoría queer a la que uno/a de los protagonistas de Querida Catátrofe se refiere en la página 202. Teresa Moure es un/una de los/as autores/as más premiadas y con mayor proyección mediática, desde que el año 2004 el Premio Lueiro Rey la descubrió y proyectó en la palestra literaria gallega. Pero consideraciones paraliterarias al margen, es preciso decir que Querida Catástrofe es una novela buena pero no de fácil lectura. Un buen relato para iniciados en el pensamiento y en las teorías más subversivas sobre identidades sexuales. Y para aquellos lectores que sean capaces de prestarle atención a los detalles que llenan el texto y el paratexto. Un paratexto que excluye, por ejemplo, los números primos en la numeración de los capítulos, porque la vida es un curso escolar, preñado de oportunidades alternativas y no como un número primo indiscernible y solo divisible por si mismo y por la unidad (página 157). La autora se dirige sobre todo a un lector capaz de vivir una vida plena de emociones, que decide emplear su libertad para subvertir los patrones convencionales y explorar los sentimientos. Un relato que sutura  literatura y filosofía y cuya tesis central, expuesta por la voz narradora en las últimas páginas, viene a afirmar que todos tenemos una parte femenina y otra masculina, que las identidades son cambiantes y que, a veces, es suficiente una mínima incidencia para hacer aflorar aquello que se esconde.
   Teresa Moure mantiene esta tesis relatándonos la siguiente trama. En una pareja constituida por Adam (sic) y por Eva, la relación comienza a ir manifiestamente mal a raíz de la visita  del primero a la consulta de un dermatólogo que le diagnostica psoriasis y le aconseja que tome el sol. Un excelente motivo para separarse, ya que ella, Eva, es una enferma de lupus y debe abstenerse de ir  a la playa. Los dos, pues, con enfermedades de piel que suelen somatizar lo que ocurre en el interior de las personas, en este caso, el hielo en el que se estaba convirtiendo su relación. El diagnóstico médico no provoca en ninguno de los dos, y sobre todo en Adam, angustia, sino entusiasmo y deseos de recuperar el tiempo perdido y, en el caso del hombre, su verdadera identidad sexual. El lector puede hallar el punto neurálgico de la novela hacia la mitad del texto, cuando Adam se pone súbitamente a llorar y se ve a si mismo como lo que era desde el principio: “una mujer desnuda y sola” (página 109).
Teresa Moure (Foto: Rafael Estévez)
   Teresa Moure suele escribir textos narrativos de una manera distinta a como se  estila en el sistema literario gallego. Eso motiva que sus libros generen defensores y detractores. Sin pretensiones de una engañosa neutralidad, este comentarista halla en el relato defectos, excesos y no pocas bondades. En el debe de la novela es preciso registrar un verdadero torrente de palabras, sinónimos y expresiones que repiten lo mismo. Así mismo, un desmedido protagonismo de la voz narradora que pretende ser la voz profunda que decide en los momentos cruciales. También, en mi opinión, la excesiva comparación de la conducta de los personajes con el comportamiento de los seres del mundo animal, que aparecen incluso en los sueños, cuando la idea central de la novela es que no somos naturaleza. La actualidad del contenido y la modernidad de la arquitectura que lo convierten en novela, son, desde mi punto de vista, las grandes virtudes de esta novela. Lo más llamativo de este texto reside precisamente en su forma: una estructura fragmentaria que amalgama materiales diversos (trozos de diarios, historias de bichos, cuentos populares…) y puntos de vista variados. Una estructura arborescente, aunque reducida aquí a tres ramas, que nos recuerda la profecía borgiana: los demiurgos y los dioses optarán por lo infinito, infinitas historias, infinitamente ramificadas.

jueves, 28 de abril de 2011

PRÁCTICAS SUBVERSIVAS DE IDENTIDAD SEXUAL


Manifiesto contrasexual
Beatriz Preciado
Editorial Anagrama, Barcelona 2011, 210 páginas.


   “Este es un libro sobre dildos, sobre sexos de plástico y sobre la plasticidad de los sexos”. Así define la propia autora este libro, una carga de profundidad teórica, publicado el año 2000 en Francia, donde fue considerado como el libro rojo de la teoría queer; traducido dos años más tarde al español por una pequeña editorial madrileña y recuperado ahora por Anagrama en edición corregida y aumentada por la autora.
   Beatriz Preciado, doctora en filosofía y en teoría de la arquitectura, investigadora en Princeton y profesora de Teoría del Género en la Universidad París VIII, es una de las principales activistas y conceptualizadotas de la teoría queer, junto con nombres como Judith Butler, Eve K. Segwick y Gayle Rubin, quizás la figura iniciática de esta filosofía. Detrás de esta teoría queer, los estudios sobre identidades sexuales de Michel  Foucault (la idea foucaultiana de tecnología) y los productos deconstructivos de Jacques Derrida. Beatriz Preciado ha encajado ácidas críticas que se extienden igualmente a su libro: “Es una estupidez o una altanería quijotesca pretender que las personas son cuerpos parlantes asexuados como pretende Beatriz Preciado cuyo manifiesto contrasexual, fuera del ámbito científico es interesante para pasar el tiempo, pero un peligro intelectual para aquellos que se lo tomen en serio” (Joan Figuerola). Algunas de sus declaraciones (“Dedico mi vida a dinamitar el binomio hombre/mujer”) no han hecho más que acrecentar la posible contextualización sensacionalista de su obra. Sin embargo, la teoría de esta pensadora, que supera los feminismos tanto esencialistas como los estructuralistas postfeministas, no es un superficial divertimento, Ataca el pensamiento convencional con argumentaciones sólidas y recorre la historia del trato concedido a la sexualidad, tanto en el campo teórico como en las prácticas sexuales concretas. Es además audaz y osada en su exposición de su pensamiento, porque es la primera en creer en lo que escribe.
   En el primer capítulo (“¿Qué es la contrasexualidad?”) asienta Beatriz Preciado la definición y fundamentación teórica de su teoría. La contrasexualidad pretende en primer lugar disolver el concepto de naturaleza a la hora de analizar la sexualidad. Es por ello, en primer lugar, un análisis crítico de las diferencias de género y de sexo, fruto de una sociedad heterocentrada, “cuyas performatividades normativas han sido inscritas en el cuerpo como verdades biológicas” (página 13). Pretende pues la contrasexualidad substituir este contrato social basado en los que se considera natural, por un contrato contrasexual en cuyo marco los cuerpos se reconocen a si mismos no como hombres y mujeres, sino como cuerpos hablantes, capaces de acceder a todas las prácticas que la historia ha catalogado como masculinas, femeninas o perversas. Arguye así mismo a favor de la sexualización de todo el cuerpo frente a las oposiciones hombre/mujer, masculino/femenino, heterosexualidad/homosexualidad. El deseo, la excitación sexual o el orgasmo no son otra cosa   que los productos de cierta tecnología sexual que identifica los órganos reproductivos como órganos sexuales, en detrimento de la totalidad corporal, en la que existe un protagonista fundamental: el dildo, antecedente u origen del pene, “suplemento” productor de placer. Resexualiza el ano como centro sexual universal, zona que produce placer, inmune a las distinciones de género y cuya finalidad es ajena a la reproducción y al romanticismo. Formula finalmente los principios de una sociedad contrasexual que ridiculiza todo el conjunto de las relaciones sexuales convencionales y que confluye en un modelo de contrato contrasexual.
   Los restantes capítulos del libro (“Prácticas de inversión contrasexual”, “Teorías”, “Ejercicios de lectura contrasexual”) son así mismo muy sugerentes y en ellos la autora prosigue su arremetida contra el pensamiento convencional.
   Desde distintas parcelas teóricas se ha intentado desmontar la teoría de Beatriz Preciado. La más obvia y frecuente insiste en que el sexo radica en una determinada configuración cromosómica y, por consiguiente, la diferenciación sexual es algo biológico, genético, natural en definitiva. A este tipo de críticas responde la pensadora argumentando que esgrimir rasgos anatómicos o bioquímicos para fijar identidades sexuales sigue siendo algo cultural (“hasta 1868, por ejemplo no hubo heterosexuales y homosexuales”).
   Concluyo reconociendo sin duda el carácter subversivo, revolucionario y desmitificador de las hipótesis de Beatriz Preciado (“terrorismo intelectual rigurosamente fundamentado”)º, que seguramente no satisfarán ni a los grupos y formas de pensar tradicionales ni al pensamiento feminista. No podemos, sin embargo negar el coraje de esta pensadora al intentar abrir “la caja negra” del pensamiento sobre el sexo con propuestas que serán del agrado de quienes persiguen nuevas formas de identidad no heterocentradas.

Beatriz Preciado

lunes, 25 de abril de 2011

SUEÑOS SOÑADOS PARA SER TEXTOS

La cámara oscura. 124 sueños.
Georges Perec
Impedimenta, Madrid 2010, sin paginación.


  Lo primero que llama la atención en esta edición de La cámara oscura de Georges Perec es el paratexto. Impedimenta, la editora que publica la obra en español, en una decisión editorial plena de sentido, renunció a paginar el libro. No son las páginas, sino el contenido de la obra, la actividad onírica, lo que impone el orden de la lectura. Los sueños, pues, se constituyen en el centro del proceso ordenador cuya elección corresponde al lector. Pero no es esta alteración paratextual lo que hace de La cámara oscura una obra especial, un acontecimiento literario que, aunque publicado en la lengua originaria en 1973, no ha perdido su vigencia y sigue exhibiendo sus galones de paradigma de la absoluta libertad creativa.
   La huella de Perec y su influencia en la narrativa contemporánea son indiscutibles. Autor inclasificable, sus experimentos desconcertaron en su día a críticos y a lectores. Pero los retos que asumió fueron memorables: escribir una novela de intriga (La disparition) con total exclusión de la vocal e, o construir otra (Les Revenentes) utilizando solamente dicha vocal. Fueron desafíos más o menos caprichosos, heredados del grupo literario Oulipo que le descubrió el gusto por los juegos de palabras, por las aventuras lingüísticas arriesgadas y que, sobre todo, le capacitó para escribir una de las obras más grandiosas del siglo XX: La vida, instrucciones de uso. Hoy en día, tanto escritores convencionales como Italo Calvino o Paul Auster, como otros más vanguardistas (Roberto Bolaño, Vila – Matas) reconocen su influjo y le consideran el escritor más importante e innovador de la segunda mitad del siglo XX.
   La cámara oscura fue un peldaño más en ese proceso creativo de Perec. Fue escrita en un período en el que Perec había iniciado un intenso proceso de restauración autobiográfica, recuperando recuerdos de la infancia, anotando sus sueños en libretas negras. El escritor, en esta obra, destierra la forma novelesca y se deja seducir por el placer de inventariar, archivar y transcribir sueños, hasta convertirlos en ese “manojo de textos depositados como ofrendas en las puertas de ese ‘camino real’ que me queda por recorrer con los ojos abiertos”.
   La obra transcribe el registro de 124 sueños. El primero corresponde  a mayo de 1968, el último,  a agosto de 1972. En este experimento onírico fragmentario, Perec realiza una suerte de despojamiento de las vestimentas que arropan y constriñen las emociones, de tal modo que, en la palestra de los sueños, aflora todo: el humor, los juegos de palabras, las angustias y pesadillas, la obsesión por una mujer a la que solo nos permite conocer por la letra inicial de su nombre, las recuperaciones recurrentes de la tragedia de los campos de concentración o del acecho de las SS deteniendo a su familia. En definitiva, un ejercicio de absoluta libertad que llega incluso a la omisión voluntaria del contenido de algún sueño que aparece registrado, pero el autor solamente nos brinda el continente, la página en blanco.
   A pesar de la tragedia que rodea a alguno de esos sueños, estamos en la antítesis del onirismo transcendente que se interna por mundos retóricos y grandilocuentes. Perec incrusta  sus sueños en el mundo de los sueños y, por eso al confrontarlos con la realidad, resultan festivos y muchas veces jocosos, porque sacan a flote las situaciones absurdas del mundo, tantas veces preñados de mucha mayor irracionalidad que la de los sueños.
   En conclusión, una obra menor, pero plenamente perecquiana, imprescindible para conocer a ese gran domador del leguaje y cuyo inconsciente soñaba no para recuperar lo vivido, sino para  ser texto.

miércoles, 20 de abril de 2011

DOCTOROW INTERPRETA LA MITIFICACIÓN DE LOS COLLYER

Homer y Langley
E.L. Doctorow
Miscelánea Editores, Barcelona 2010, 203 páginas.

   Es sin duda uno de los grandes escritores anglosajones del siglo XX. Desde hace tiempo en EE.UU le consideran un patrimonio nacional, uno de esos pocos genios que, con su escritura, nos permiten resistir ante la triunfante ruina de la cultura, porque, como diría Susan Sontag, cumple con el requisito de la necesidad: transmite una historia o una serie de historias que hay que contar, y lo hace además de esa manera, con esa precisión de lenguaje, esa cadencia, esa intensidad y madurez. Es E. L. Doctorow  (Nueva York, 1931), ganador de todos los premios y distinciones de la literatura norteamericana y eterno candidato al Nobel. Él ha sabido reflejar como nadie la cara oculta de Norteamérica y, bajo esa óptica, sus novelas son una especie de sustituto de la memoria colectiva de toda una nación, un país ahistórico, pero no exento de mitos. La narrativa de Doctorow aborda esos mitos, los interpreta incrustándolos en el espacio de la historia. Dos de sus libros (The book of Daniel y World’s Fair) figuran en el canon occidental de Harold Bloom y su autor es calificado por críticos de la talla de Edward Said y Frederic Jameson como uno de los pocos escritores de izquierdas que existen en la actualidad. Sin embargo, las implicaciones políticas de sus obras nunca son obvias porque, en opinión del mismo escritor, es consubstancial a la ficción vivir en un mundo de ambigüedades. Doctorow se limita a pensar en términos de los que es justo o injusto, a hacer de sus textos una denuncia de los procesos de envilecimiento en el que está inmerso el ser humano en las sociedades deshumanizadas.
   En esta obra, como ha hecho en otras ocasiones, Doctorow novela hechos reales. La vida de los hermanos Collyer, cuya historia real nos precipita inexorablemente en el territorio de la ficción. Hijos de una familia acomodada, la vida y, sobre todo las secuelas de la primera guerra mundial (la metralla y el gas mostazas habían cavado  cicatrices no solo en el cuerpo, sino también en la mente de uno de los hermanos) los hizo víctimas de un diogenismo desmesurado. En su mansión de la Quinta Avenida acumularon toneladas de periódicos y de los más variopintos cachivaches, incluido un Ford Modelo T instalado en el inmenso comedor, hasta que deciden autoexiliarse  del mundo y de los usos sociales, viviendo como ermitaños  en su propia casa, sin luz ni agua corriente. A principios de 1947, el desplome de una parte de la montaña de periódicos acabó con la vida de uno de los hermanos. El otro, ciego y paralítico, moriría de inanición a los pocos días.
   Doctorow escribe una biografía novelada a partir de los dos hermanos. Y lo hace precisamente porque sus vidas se han convertido en mitos. Los mitos no precisan investigación, solo interpretación. Y Doctorow lo hace ofreciéndonos su punto de vista. En esta interpretación altera la historia real para enfatizar ciertos significados. Los hermanos Collyer en la ficción de Doctorow viven hasta la década de los 80. El autor decide prolongar sus vidas para  contrastarlos con el hippismo, con el flower power, porque, al fin y al cabo, los mitos son inmortales. Cambia así mismo deliberadamente la ubicación del caserón para dejar constancia de que no pretende reflejar con exactitud la vida de los hermanos, sino introducirnos en el corazón de la leyenda que comenzó a tejerse tras su muerte. La acumulación de todas las ediciones de los periódicos de Nueva York durante treinta años que, en la mente perturbada de Langley, surge con la intención de que en el momento en que Homer, el hermano ciego, recupere la visión, se pudiera poner al día, la presenta el escritor como un intento de crear el periódico único para todos los tiempos, en el que quedaría fijada definitivamente la vida americana en una sola edición y por categorías, como Google. Un absurdo y gigantesco Internet elaborado con papel y alojado en la casa que, sin embargo, prolonga la existencia del mito hasta nuestros días.
E L. Doctorow
   En la narración de Doctorow no hay rastros de mordacidad hacia los hermanos. No los caricaturiza, sino que se limita a narrar el largo camino que ambos emprenden hacia la autonomía autoexcluyentes. Deciden vivir vidas originales y autodirigidas, sin dejarse intimidar por las convenciones. Esta es la idea que sirve de hilo conductor de la novela. No obstante, y aunque Doctorow huye de cualquier propósito moralizante, en las páginas finales, la mente del hermano ciego, pero lúcidamente cuerda,  se ve a si mismo y a su hermano no como reclusos excéntricos, sino como fantasmas (página 193), convertidos en un chiste mítico (página 195). “Todos y cada uno de nuestros actos de oposición y reafirmación de autonomía, toda nuestra creatividad y toda firme expresión de principios por nuestra parte, estaban al servicio de nuestra ruina” (páginas 195 – 196).
   La arquitectura de la novela es extremadamente simple: unos hechos como punto de partida y la imaginación que los interpreta. Sin ningún tipo de experimentalismo. Una sola voz que le da vida a la historia y dibuja numerosos personajes secundarios en una narración lineal. Finalmente esa manera de narrar, un estilo envolvente, una cadencia rítmica, personal, inimitable, capaz de enlazar múltiples oraciones subordinadas sin congelar el ritmo de la acción, pero si evocando un florido semillero de sensaciones, que surgen al hilo de las historias. El virtuosismo técnico de un gran maestro. Eso es E.L. Doctorow.


La policía entra en la mansión de los Collyer (21 de marzo de 1947)

jueves, 14 de abril de 2011

NIÑOS EN SUS CUMPLEAÑOS, LA PÉRDIDA DE LA INOCENCIA


Niños en sus cumpleaños
Truman Capote
Traducción de Juan Villoro
Nórdica Libros, Madrid 2011, 61 páginas.


   Originario del profundo Sur de Norteamérica, Truman Capote fue un ser extravagante, un bo vivant, que conscientemente puso fronteras en su vida, corriendo juergas y frecuentando francachelas; muchas de ellas en aquel permisivo Tánger de los años dorados, donde se dieron cita intelectuales y escritores tan relevantes como Tennessee Williams, Paul Bowles, Gore Vidal, Patricia Highsmith, Jean Genet. Ellos convirtieron la ciudad marroquí en la capital del mundo gay, pero también en un centro de intercambio e irradiación de energías y proyectos artísticos. La pluma extraordinaria de Truman Capote supo radiografiar las contradicciones de una sociedad en la que sus protagonistas conviven con existencias extrañas y situaciones profundamente complejas, en medio de climas inquietantes, reflejos, no obstante, de la cotidianeidad. Los sentimientos más encontrados habitan no solo en las grandes obras que le catapultaron a la fama (A sangre fría, Desayuno en Tiffany’s), sino también en sus obras menores, en sus cuentos.
   El desencanto, el miedo, la obsesión, mas también la ternura se dan cita en las páginas de extraordinaria calidad que le convierten en uno de los excelsos maestros de la literatura norteamericana del siglo XX. Uno de los pocos, como dijo William Styrom, que tenía el don de hacer cantar y bailar a las palabras.
   Niños en sus cumpleaños, que ahora nos permite leer Nórdica Libros en su colección “Minilecturas”, en traducción de otro maestro de la lengua, Juan Villoro, fue uno de los relatos  preferidos del autor. La trama argumental del cuento relata un año en la vida de dos amigos, dos adolescentes, habitantes de un pueblo de Alabama. Es el verano de 1947, de oxidada y polvorienta sequía, y a ese pueblo en el que nunca sucede nada, el autobús de las seis trae a una niña delgada que caminaba como una persona adulta. Es Miss Bobbit que llega con su madre que nunca habla. El pasmo inicial de los dos amigos ante la niña que llega con los labios pintados, vestida como un florero y que miraba como una dama, da lugar a la absoluta obnubilación de Billy Bob y Preacher Star, dispuestos a cortar todas las rosas de China para depositarlas a los pies de la recién llegada y despertar así su atención.

Truman Capote, foto de 1959

   El trágico desenlace, anunciado ya en la frase gélida que inicia el relato (“Ayer por la tarde, el autobús de las seis atropelló a Miss Bobbit”, página 7) cae como una inesperada  e insoportable losa sobre las expectativas lectoras. Muerte anunciada, pues, ya desde la primera página y total alteración de la vida de los adolescentes que van cambiando radicalmente sus existencias en este último periplo inocente de sus vidas.
   En unas pocas páginas, Truman Capote hace gala de sus habilidades para crear espacios, convirtiendo un mundo que se agota en si mismo y en el que el hastío es su único entretenimiento, en un ambiente alterado, lleno de vida, de inquietudes e interrogantes. Con un estilo insultantemente sencillo y diáfano, apoyado en el hallazgo de la frase justa, Truman Capote desvela en este relato la esencia de su literatura. Todo, los personajes, la geografía de ese pequeño pueblo sureño, que agota su realidad en los porches, se convierten en símbolos que remiten a la visión que el autor tuvo de la sociedad americana. Espléndido relato pues sobre la infancia y la inexorable maduración de la misma, construido con pedazos de cotidianeidad, que deja presagiar un fondo perturbador, escrito por un enfant terrible de la narrativa norteamericana, cuyo nombre se asocia para siempre con la frase: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”

lunes, 11 de abril de 2011

EMPLEADO DE UN PERRO EN LA JUNGLA DE MADRID


Paseador de perros
Sergio Galarza
Editorial Candaya, Les Gunyoles (Avinyonet del Penedés) 2010, 134 páginas.


   Paseador de perros es una historia construida como ampliación de un cuento, “El Mapache”, argamasado con el cemento de los muchos kilómetros que el autor recorrió por las calles y parques de Madrid. En el regalo de la posdata que nos hace desde Malasaña, nos dice que la historia de este Paseador de perros pertenece más a la ficción que a la realidad, a pesar de su intención de contar la ciudad de Madrid desde los ojos de un cronista – crítico – hiperrealista. No obstante, todos los indicios nos empujan a catalogar la novela como una roman à clef. Sergio Galarza o su innominado alter ego en el relato, llega a Madrid en compañía de su novia, Laura Song y aquí, sin visado de trabajo, da comienzo el lado B de un disco sin éxito. El lado A es su ciudad de origen, Lima, el prestigioso colegio San Agustín. Cuando lo frecuentaba, su padre, es posible que al observar a los frailes españoles que lo dirigían, le decía al hijo que se hiciera cura; así tendría dinero, comida y mujeres. En el lado A, su ciudad de origen, se protegía de los problemas bajo la brazada de la seguridad afectiva que proporciona el estar en casa. Madrid en cambio es la intemperie, sobre todo para un tipo como él, sin los papeles en regla. La historia pues que relata Sergio Galarza es la de una huída. Como la de tantos emigrantes, “peregrinos de la ruta incierta de los anhelos” (página 7). Vive en Malasaña, antes en la Latina, emparentado con los topos. Comparte vivienda con dos chicas danesas y, hasta que rompe con su novia, acompaña su hastío con la música de Baxter Dury, Nick Drake o Sr. Chinarro.
   El protagonista se inicia en el único trabajo al que un sin papeles como él tiene acceso: paseando perros, cuidando gatos y limpiando la jaula de un mapache. Siete días a la semana, desde primera hora de la mañana hasta la noche, recorriendo los barrios y periferias de Madrid por un sueldo miserable. Un oficio que aporta piernas hinchadas, trituradas de tanto caminar. Asalariado de un perro, esa es su condición. Un oficio de solitarios, como solitarios son igualmente los dueños de esos animales, pero que no deja de encerrar ciertos placeres: diseccionar la ciudad, esa jungla, la cara oculta de una urbe que no captan los ojos y las cámaras de los turistas; sus gentes, la complejidad del trasporte público, las miles de incongruencias sociales. Husmear en los pisos, establecer el perfil de los dueños de los animales, reconstruir sus vidas, sus soledades.
Sergio Galarza
   Se siente como agente secreto al servicio de una sociedad que no tolera que los enfermos de locura o depresión paseen sueltos por las calles, excepto los domingos. Y los que detecta ese paseador de perros es una ciudad enferma, que sufre de todo: alzheimer, esquizofrenia, parkinson, artritis, depresión crónica, miseria existencial, llevada a extremos inimaginables; expresiones congeladas por el dolor, traiciones, infidelidades, dejadez, intentos por restablecer en la memoria un orden identificable con la felicidad. El paseador de perros, como si fuera un psicólogo, acarrea ese trabajo extra de escuchar todas esas tragedias. Por eso concluye que los escritores deberían pasear perros para conocer esa otra vida que no está encerrada en las bibliotecas.
   La trama argumental, erguida sobre una estructura serpenteante, es varias cosas a la vez. Un aprendizaje inaugural e iniciático de la vida que permite que afloren las propias frustraciones del protagonista / autor que libera así su rabia. La insatisfacción de los sueños rotos que proyecta sobre el resto de los inmigrantes, contagiándose de los xenófobos lugares comunes: los rumanos, si no trabajan en la construcción, roban casas, la rumanas o son asistentas o prostitutas. Y la letanía continúa: chinos mafiosos, moros terroristas, sudacas brutos.
   Una historia corriente y al mismo tiempo dotada de gran excepcionalidad. Una epopeya cotidiana, sin gran pedigrí, pero llena de rabia. Un gran mural costumbrista, hecho con las pinceladas de la música, con el tono de una voz franca, sincera, llena de ironía. Ejecutado sobre la cara oculta de una ciudad donde la soledad es el cortejo de sus moradores. Así es la mirada reflexiva de un escritor al que seguramente no leerán las chicas de la línea 2 del metro madrileño, como el mismo Sergio Galarza describe a los autores enterrados en el anonimato de la indiferencia mediática. ¿El objetivo de esa mirada? La desolación de una ciudad a la que llegan muchos hombres y mujeres con la seguridad de comerse el mundo y, como los perros con pedigrí, se verán obligados a saciar su  apetito inmigrante, comiendo mierda.

martes, 5 de abril de 2011

BOLÍVAR, EN EL ESPACIO SIMBÓLICO DE LA LEYENDA

En busca de Bolívar
William Ospina
La otra orilla (Grupo Editorial Norma), Barcelona 2010, 253 páginas.

   Sobre Simón Bolívar se han escrito bibliotecas enteras y sin duda alguna en el futuro  se seguirán escribiendo. Detalladas y rigurosas biografías como las de Masur y John Lynch y las mitificaciones narrativas que de su figura han inventado tantos escritores latinoamericanos. Y tal como lo habían hecho Caballero Calderón, Álvaro Mutis o García Márquez, también William Ospina nos agasaja con su versión del Libertador. Él es el más novelesco de los personajes históricos que parió Latinoamérica. Pero, tal como en este libro reflexiona el escritor nacido en Padua, tratamos de encontrar a Bolívar y sentimos a veces que todo nos queda fuera (página 223). La existencia de Bolívar es como una interminable y abigarrada sucesión de novelas. Una sola, ni siquiera ese viaje final por el río, sin saber cómo salir del laberinto, que inventó el pulso magistral de García Márquez, resulta suficiente. Porque además de ese Bolívar de la derrota, vislumbrado con los colores del desengaño, por los recuerdos y fantasmas que atrapó Gabo, hay un Bolívar de la infancia criolla, otro de una atribulada adolescencia, el hombre en su intimidad con el poder, sus campañas bélicas desmesuradas, las experiencias de una luchador impaciente que aprendió en la derrota como inventar repúblicas en selvas equinocciales para las que el pergeñaba la unión de todo un continente que desbarataron la mezquindad y la sed de poder de sus generales que querían naciones donde mandar y reproducir los vicios del poder colonial. Conocer a Bolívar es prácticamente imposible, porque no es solo conocer a un hombre, sino un mundo. Como dijo Neruda, está en la tierra, en el agua y en el aire.
   La propuesta de William Ospina resulta harto difícil de definir. No es un libro de historia. Como él mismo apunta, hay hechos históricos que solo se pueden nombrar plenamente más allá de la historiografía  y de la lógica del lenguaje, ya que en ellos no solamente participan los seres humanos, sino también “fantasmas sangrientos, dioses sin nombre, talismanes, conjuros de las novecientas rosas del mito” (página 209). Pero tampoco es una novela porque relata numerosos episodios verídicos. Quizás debamos contentarnos con la posibilidad de estar navegando en la nave de la leyenda, porque el autor de El país de la canela inyecta ficción en la realidad histórica con lo que sigue agrandando ese proceso de idealización, haciendo que la leyenda se siga extendiendo por la historia. Es la acción embellecedora de la ficción y William Ospina está en todo su derecho al apropiarse de este marcador semántico para hacernos vibrar con sus palabras.
   Mas el propósito inicial del autor es muy distinto: bajar a Bolívar de las estatuas, arrancarlo del mármol en el que lo había convertido América latina, fundiendo definitivamente al hombre y a su caballo. Sin embargo, lo que leemos es una nueva e intensa mitificación, llevada hasta la frontera de la épica. Con esa conciencia de que es imposible aprehender cabalmente a un personaje como el libertador, Ospina desgrana diversos momentos de la intensa peripecia vital de un hombre que, ni siquiera en los momentos en los que le halagaba la gloria, se estuvo quieto. Justamente porque nunca tuvo vocación de estatua.
William Ospina
   Resalta el autor, sobre todo, la capacidad de Bolívar  para reinventarse después de cada derrota, de la que aprendía la senda de la victoria. Su convicción, contrariamente a Miranda, de que la libertad de América la lograrían los mestizos y los zambos del marichal y de la ciénaga. Su infinito orgullo que se sobreponía a las apetencias de gloria. El síndrome de invulnerabilidad fortalecido en Jamaica al escapar azarosamente del asesinato planeado por uno de sus esclavos. También sus respuestas al horror con el horror en los días siniestros haciendo fusilar a ochocientos prisioneros españoles. Su determinación, frente a la mayoría de los criollos, de hacer coincidir el sueño de la independencia con el sueño de la libertad. Todas estas facetas son profundidades de un personaje que está a la vez en los escenarios brumosos de la historia, pero también en los espacios simbólicos de la leyenda. En ellas nos sumerge William Ospina con una prosa hipnótica de elevadísima exquisitez literaria, una oda poética, con influencias, sin duda, del Borges sentencioso y del Neruda enumerativo. Buenos y magistrales referentes, en mi opinión, para poner en práctica la intertextualidad al hablarnos de un hombre en el que quizás se cumplió la tesis de Freud de los que fracasan al triunfar, pero cuyo valor, ante los invisibles tribunales de la historia, se cristaliza en la fundación de cinco repúblicas, en la propuesta de que millones de seres humano fueran dueños de su destino y dejaran de ser siervos del despotismo de las coronas europeas. En definitiva, su creencia, convertida en realidad gracia a su indomable empeño, de que la libertad solo la alcanza la lucha de los pueblos, gestada por todas las clases de ciudadanos.

viernes, 1 de abril de 2011

VIAJE DE INVIERNO, UNA HISTORIA PARANOICA


Viaje de invierno
Amélie Nothomb
Editorial Anagrama, Barcelona 2011, 119 páginas.

   La escritora nipona – belga – gala, Amélie Nothomb, la “sale gosse” de la literatura francesa, se reveló en 1992 como un prodigio precoz con Higiene de l’assassin, un best seller que vendió más de 350.000 ejemplares, generando así mismo versiones teatrales y cinematográficas. Desde entonces, es víctima de una peculiar y rara compulsión grafómana que la empuja a escribir tres o cuatro historias al año, aunque solamente publique una. Tanto es así que en 2009, y con cuarenta y dos años, aseguraba haber terminado de escribir su libro número sesenta y cinco. Los publicados hasta el momento son dieciocho. Hoy en día, Amélie Nothomb es uno de los fenómenos literarios europeos más interesantes. Una escritora “tan alejada de lo insubstancial como de lo solemne, de la ingenuidad como del academicismo”. En sus obras podemos diferenciar dos líneas narrativas esenciales y, por consiguiente, variados niveles de lectura: aquellos textos merecedores de ser clasificados como ficciones y aquellos otros que se basan en experiencias autobiográficas, los más logradas desde mi punto de vista. Viaje al invierno comparte ambos niveles, aunque predomina claramente la ficción.
   La novela, cuyo título está tomado de la pieza homónima de Shubert, se vertebra en una estructura circular. Una prolepsis o salto hacia el futuro nos enfrenta con el desenlace. El protagonista se dispone a secuestra y hacer estallar un avión. Mientras espera la salida del vuelo en el aeropuerto Roissy – Charles de Gaulle, decide escribir unas breves memorias sobre el origen y porqué de sus propósitos suicidas. No se considera un terrorista. El mal, piensa, tiene su propia higiene y, después de la catástrofe aérea, le podrán considerar un cabrón, una basura, pero no un terrorista. Tampoco lo va a hacer para darle un sentido a su vida, para divertirse o para salir en las portadas de los medios de comunicación. Por eso, a modo de memoria testamental, nos cuenta sus peripecias. El resultado: una historia  paranoica. Se llama Zoilo, equivalente masculino de Zoe, el nombre que debería llevar la niña que esperaban sus padres. Un nombre que no le agrada pues le recuerda al sofista griego, Zoilo,  Homeromatix, (azote de Homero).  Por eso, él se aficiona a la lectura de la Ilíada y la Odisea, a las que intenta incluso traducir.
   Su trabajo como inspector en una compañía eléctrica hace que se encuentre con dos mujeres, que viven en París, en una especie de casa de hibernación, sin ningún tipo de calefacción. Una hermosa joven normal, a la que pronto convertirá en la dama de sus pensamientos. La otra, una retrasada mental, afectada por la enfermedad de Pneux, una especie de autismo amable, capaz de emitir calor y autora de novelas de éxito. Solo comprende las cosas en el momento en que las escribe. Sus nombres son sintomáticos y muy meditados: Aliénor Malèze la demente y Astrolabio la normal, bautizada así por su madre para vengarse del progenitor que la había abandonado por Fidel Castro. Entre ellas existe una especie de relación simbiótica. La joven y hermosa es la interfaz de Aliénor y el mundo, su astrolabio.
   El cortacircuito sobreviene cuando Zoilo se enamora de la hermosa asistente de la escritora alienada. Para Astrolabio ocuparse de Aliénor constituye una especie de sagrado sacerdocio que no le permitirá vivir una historia de amor convencional, que, sin embargo, se desarrolla entre la alucinación y la realidad y sin futuro por la presencia de una tercera persona. Por eso Zoilo planea secuestrar y estrellar el avión contra la Torre Eiffel, para borrar de la faz de la tierra la letra A, que remite a Amélie, la amante de Gustave Eiffel, pero también a Astrolabio y Aliénor. Será el mensaje que le aparece en su dimensión más psicodélica de una sesión de “bad trip”, provocado por la ingestión de psilocibios guatemaltecos, con los que convida a su amada y a esa especie de baobab  que es Aliénor. La A gigante que domina París, recibirá el impacto de sus deseo, consumando así el acto sexual que le había sido negado en la habitación durante la sesión psicodélica.
   Otra historia imposible, típicamente nothombiana.  Surgida de la imaginación de una escritora a la que se ama profundamente o a la que se ignora. Si en esta extraña novela hay algún mensaje, este no es otro que el de los amores a contratiempo (“Las mujeres  siempre aman a contratiempo, página 113). Una parábola pues sobre las dificultades de sincronizar los relojes del amor.
   No es esta una historia insulsa, ni provoca el desconcierto del lector, porque no hay ningún misterio que resuelva el desenlace. Simplemente la descripción de una situación inverosímil, aunque nada tiene que ver con ese absurdo de Jarry o Beckett, al que alude la contraportada. Una historia paranoica, con personajes extravagantes y, al mismo tiempo fascinantes, a los que la autora hace que se muevan en un ambiente gélido, lívido e incluso decadente.
   En la novela brilla la inteligencia de la escritora en momentos puntuales, como su teoría del mal necesario o en frases ingeniosas y mordaces (“Pilotar un avión es mucho más fácil que fumar. De entrada, está menos prohibido”, página 65). Pero esa desmesura en la que se asienta la novela en este lector ha dejado el sabor de un manjar incompleto. Mas en definitiva, cada lector es fruto de sus gustos, preferencias y hastíos y la alquimia de una novela se encuentra en ese viaje, siempre insólito y personal, que va de la pluma que escribe a los ojos de quien lee.

Amélie Nothomb