martes, 21 de abril de 2020

LA AMÉRICA PROFUNDA Y SUS VÍCTIMAS


Esperando a Randy
Santiago Casanova
Editorial Verbum, Madrid, 2019, 124 páginas.

   


    Es la segunda vez que tengo la oportunidad de acercarme a un texto de Santiago Casanova. Y tras la buena impresión que me provocó su libro de relatos, Cuentos del Valle de Lemos, lo hago con cierta prevención ante esta novela corta, pero en el fondo, un texto en otro  formato. Y más tratándose de una trama en la que el autor se adentra en la atmósfera de la América profunda, y sus protagonistas son rateros de poca monta.
   En una trama no demasiado larga, el autor, en una suerte de monólogo interior, nos presenta al protagonista principal, recluido  y malherido, en un escondite de un bosque, tras el intento de un atraco en una oficina bancaria que se resolvió sin éxito. Es Stewart Riley. A la espera de Randy, su compañero de fechorías, repasa momentos de su vida desde  la niñez, que explican cómo llegó a ser lo que es, y porqué actúa de la forma que lo hace.
   Comienza reconociendo que nadie le llama por su nombre y que él mismo contribuyó a ello, inventando un pasado que no había vivido, porque siempre le había gustado jugar a ser otro. Sus primeras felonías, todas ellas trabajos fáciles. Viene a su mente su infancia, hijo de un tipo que se hace alcohólico al regresar de Vietnam; y de una madre que se largó con otro y nunca regresó. Tiene grabado en su percepción la primera vez que probó el alcohol a los doce años porque piensa que así será  el hombre que quiere ser. Sueña en verle las tetas a Sally, pero el primer fin de semana romántico acabó con los policías en sus talones. Recuerda igualmente el aprendizaje para robar coches. La primera codena a pocos días en el correccional de menores, por haber sido la primera vez, su estreno. Los bofetones de su padre al salir del centro de internamiento. Y ahí comprende que es un perdedor. Sin estar preparado se  ve obligado a enterrar a su padre porque lo encuentra en un amanecer ahorcado en la rama de un árbol. Pero antes de hacerlo, recuenta las veces en las que su padre le pegó. En realidad no le pegaba al hijo, sino a la madre por haberlo abandonado.
   Su vida da un giro a peor cuando conoce a Jefferson Mosley, pero no le queda más remedio que protegerse bajo sus alas.
   Un desenlace pavoroso: un rico bastardo malnacido que se hace rico con la herencia que reparten los empleados de su lavandería, les prepara a los dos raterillos un plan preparado para ser cazados.
   El autor incluye secuencias reflexivas mientras el protagonista principal espera ser rescatado en la cabaña en la que está inmovilizado. Y otras en las que relata lo que hace y lo que sufre.  Con ellas penetra en la historia de Stewart Riley.
    

                                         
Santiago Casanova
 
   Escrito en primera persona, esta es una novela de iniciación y aprendizaje en el difícil arte de vivir. Aprendizaje  desafortunadamente en los caminos del mal. Pero al lector le será comprensible que apenas se nos cuente el complejo tránsito de formación intelectual, moral, estética y sentimental, porque hay ocasiones en las que las circunstancias nos fuerzan quizás a ser un delincuente. No defiendo ningún determinismo social pero sí condicionantes. Y la trama de Esperando a Randy está llena de eses condicionantes.
   Posiblemente, incluso en la ficción o si el autor pretendiese reflejar situaciones reales, la existencia del protagonista, estaría también salpicada de de episodios más alegres y positivos, o de una herencia más venturosa que la recibida de  sus progenitores. Pero es de suponer que Santiago Casanova, puso en práctica una suerte de omnisciencia selectiva: una forma de modalización en la que la voz narrativa le presta especial atención a aquellos aspectos de la historia duros y desgraciados que conducen al protagonista a vivir una vida que transita entre jirones de esa América profunda que el autor  retrata en su novela.

Francisco Martínez Bouzas

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