Santiago Casanova
Editorial Verbum, Madrid, 2019, 124 páginas.
Es la segunda vez que tengo la oportunidad
de acercarme a un texto de Santiago Casanova. Y tras la buena impresión que me
provocó su libro de relatos, Cuentos del
Valle de Lemos, lo hago con cierta prevención ante esta novela corta, pero
en el fondo, un texto en otro formato. Y
más tratándose de una trama en la que el autor se adentra en la atmósfera de la
América profunda, y sus protagonistas son rateros de poca monta.
En una
trama no demasiado larga, el autor, en una suerte de monólogo interior, nos
presenta al protagonista principal, recluido
y malherido, en un escondite de un bosque, tras el intento de un atraco
en una oficina bancaria que se resolvió sin éxito. Es Stewart Riley. A la
espera de Randy, su compañero de fechorías, repasa momentos de su vida
desde la niñez, que explican cómo llegó
a ser lo que es, y porqué actúa de la forma que lo hace.
Comienza
reconociendo que nadie le llama por su nombre y que él mismo contribuyó a ello,
inventando un pasado que no había vivido, porque siempre le había gustado jugar
a ser otro. Sus primeras felonías, todas ellas trabajos fáciles. Viene a su
mente su infancia, hijo de un tipo que se hace alcohólico al regresar de
Vietnam; y de una madre que se largó con otro y nunca regresó. Tiene grabado en
su percepción la primera vez que probó el alcohol a los doce años porque piensa
que así será el hombre que quiere ser.
Sueña en verle las tetas a Sally, pero el primer fin de semana romántico acabó
con los policías en sus talones. Recuerda igualmente el aprendizaje para robar
coches. La primera codena a pocos días en el correccional de menores, por haber
sido la primera vez, su estreno. Los bofetones de su padre al salir del centro
de internamiento. Y ahí comprende que es un perdedor. Sin estar preparado
se ve obligado a enterrar a su padre
porque lo encuentra en un amanecer ahorcado en la rama de un árbol. Pero antes
de hacerlo, recuenta las veces en las que su padre le pegó. En realidad no le
pegaba al hijo, sino a la madre por haberlo abandonado.
Su vida
da un giro a peor cuando conoce a Jefferson Mosley, pero no le queda más
remedio que protegerse bajo sus alas.
Un
desenlace pavoroso: un rico bastardo malnacido que se hace rico con la herencia
que reparten los empleados de su lavandería, les prepara a los dos raterillos
un plan preparado para ser cazados.
El autor
incluye secuencias reflexivas mientras el protagonista principal espera ser
rescatado en la cabaña en la que está inmovilizado. Y otras en las que relata
lo que hace y lo que sufre. Con ellas
penetra en la historia de Stewart Riley.
Escrito
en primera persona, esta es una novela de iniciación y aprendizaje en el
difícil arte de vivir. Aprendizaje
desafortunadamente en los caminos del mal. Pero al lector le será
comprensible que apenas se nos cuente el complejo tránsito de formación
intelectual, moral, estética y sentimental, porque hay ocasiones en las que las
circunstancias nos fuerzan quizás a ser un delincuente. No defiendo ningún
determinismo social pero sí condicionantes. Y la trama de Esperando a Randy está llena de eses condicionantes.
Posiblemente, incluso en la ficción o si el autor pretendiese reflejar
situaciones reales, la existencia del protagonista, estaría también salpicada
de de episodios más alegres y positivos, o de una herencia más venturosa que la
recibida de sus progenitores. Pero es de
suponer que Santiago Casanova, puso en práctica una suerte de omnisciencia
selectiva: una forma de modalización en la que la voz narrativa le presta
especial atención a aquellos aspectos de la historia duros y desgraciados que
conducen al protagonista a vivir una vida que transita entre jirones de esa
América profunda que el autor retrata en
su novela.
Francisco Martínez Bouzas
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