miércoles, 12 de septiembre de 2018

LÚDICO Y BRILLANTE EJERCICIO DE IMAGINACIÓN


El pelo de Van’t Hoff
Unai Elorriaga
Editorial Alfaguara, Madrid, 211 páginas
(Libros de siempre)

    

   
   El pelo  de Van’t Hoff  (Van’t Hoffen ilea en el original en euskera) es la segunda novela de Unai Elorriaga (Bilbao, 1969), una pieza narrativa que le confirma como uno de los pilares de la literatura  experimental y renovadora escrita en euskera. Si su primera novela, Un tranvía en SP, Premio Nacional de Literatura en el año 2002, despertó amplias expectativas en la línea mencionada, El pelo de Van’t Hoff permitió confirmarlas con total seguridad, especialmente en el campo de la sintaxis narrativa. Como afirmó el escritor Julen Gaviria en la presentación del original vasco en San Sebastián, Unai Elorriaga rompe con esta obra los clichés de la literatura, porque, en efecto, la novela es un sorprendente y excepcional ejercicio de imaginación, una ruptura sin paliativos de los cánones literarios. Elorriaga conoce la tradición pero no la sigue, la rasga, se ríe de ella. Recibe las influencias de los escritores del realismo mágico, en especial de Cortázar y de Rulfo, y las del surrealismo kafkiano, y con ellas elabora un universo absolutamente original que nos asombra por estar descrito de una forma fascinante y con un gran poder imaginativo.
   La novela, aunque con muchos recovecos y sinuosidades, cuenta el periplo de Matías Malanda, un funcionario de un Ministerio enviado a la villa de Idus para poner en marcha un proyecto muy peculiar: reunir vidas especiales, vidas raras sin saber muy bien con qué fin. El relato comienza con la llegada de Matías a la villa con grabadora en la mano para entrevistar a varios informantes, seleccionados previamente por el Ministerio. Se aloja en una pensión regentada por Matilde, e inicia su trabajo. Pero tendrá además que resolver un enigma que intriga al Ministerio, el misterio de un italiano, vendedor de enciclopedias que, años atrás, logró que el 88% de las casas de Idus le comprasen un ejemplar. Sin embargo, lo que de verdad preocupa a los moradores de Idus es otro misterio: en el museo de la población, el cuadro más importante aparece cubierto por una gran cantidad de bichos sin que nadie sea capaz de expulsar a los intrusos.
   La historia avanza pues entre hormigas, escarabajos, abejas, personajes estrafalarios y un amor naciente. Un avance repleto de recovecos, de originales observaciones y menudencias domésticas. Pero detrás de una trama, aparentemente de investigación e intriga, se esconde la reivindicación de los aspectos lúdicos en la edad adulta. El prometedor funcionario actúa como hilo conductor de una ristra de historias, de biografías raras y especiales que ponen en duda la legitimidad de cualquier autoridad coartadora. Así, el objetivo último de la narración será la denuncia, por medio de la mofa y del humor. De cualquier tipo de transcendencia o solemnidad. La literatura, pues, nace de las palabras, de la lengua, antes que de experiencias reales. Y además se nos muestra como un juego. Juega el protagonista principal y la mayoría de las historias que le cuentan los habitantes de la villa, vienen cargadas con gestos y singularidades lúdicas.
  La concepción del acto creador como un juego es una de las contribuciones más interesantes de Unai Elorriaga a la narrativa actual. Las historias absurdas, situadas a propósito más allá de lo verosímil, tienen además la virtud que las hace creíbles: sus protagonistas ojean con la limpieza de la mirada infantil, una mirada sin prejuicios, abierta al gozo y a la sorpresa del mundo.
   
                                               
Unai Elorriaga
  
   Una trama de tal naturaleza demandaba una construcción y un estilo muy especiales, un estilo un poco raro y extraño, tal como confesaba el propio autor. Unai Elorriaga, en efecto, huye del realismo, destroza la lengua, construye metáforas extravagantes, nos regala percepciones insólitas, desarticula la visión de las cosas, se rebela contra las convenciones, un hecho reflejado en el mismo título de la novela, El pelo de Van’t Hoff que alude a la fotografía oficial de este Premio Nobel de Química en la que el científico aparece peinado de forma estrafalaria. Elorriaga escribe tal como piensan las personas que se comunican sin emplear estructuras sintácticas perfectas. Hace pausas y interrupciones  para darles entrada a divertimientos lúdicos, rotula los capítulos de la novela de forma críptica, llena la novela de referencias intertextuales (Faulkner, Derrida, Tabucchi y sobre todo su escritor ideal, E.H Beregor, un autor de ficción). Todo esto y las alusiones a políticos, personajes históricos y científicos -reales o imaginarios- que intrigan por su rareza, demandan un lector activo. Un lector Google, como expresó el mismo escritor, capaz de disfrutar con este conjunto de historias absurdas que Unai Elorriaga escribe con absoluta libertad, sin barreras, sin parámetros, sin falsos pudores, como si desde su pluma estuviese inventando este viejo oficio de hacer arte con palabras.

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