Unai
Elorriaga
Editorial
Alfaguara, Madrid, 211 páginas
(Libros
de siempre)
El pelo de Van’t Hoff (Van’t
Hoffen ilea en el original en euskera) es la segunda novela de Unai
Elorriaga (Bilbao, 1969), una pieza narrativa que le confirma como uno de los
pilares de la literatura experimental y
renovadora escrita en euskera. Si su primera novela, Un tranvía en SP, Premio Nacional de Literatura en el año 2002,
despertó amplias expectativas en la línea mencionada, El pelo de Van’t Hoff permitió confirmarlas con total seguridad,
especialmente en el campo de la sintaxis narrativa. Como afirmó el escritor
Julen Gaviria en la presentación del original vasco en San Sebastián, Unai
Elorriaga rompe con esta obra los clichés de la literatura, porque, en efecto,
la novela es un sorprendente y excepcional ejercicio de imaginación, una
ruptura sin paliativos de los cánones literarios. Elorriaga conoce la tradición
pero no la sigue, la rasga, se ríe de ella. Recibe las influencias de los
escritores del realismo mágico, en especial de Cortázar y de Rulfo, y las del
surrealismo kafkiano, y con ellas elabora un universo absolutamente original
que nos asombra por estar descrito de una forma fascinante y con un gran poder
imaginativo.
La novela, aunque con muchos recovecos y
sinuosidades, cuenta el periplo de Matías Malanda, un funcionario de un Ministerio
enviado a la villa de Idus para poner en marcha un proyecto muy peculiar:
reunir vidas especiales, vidas raras sin saber muy bien con qué fin. El relato
comienza con la llegada de Matías a la villa con grabadora en la mano para
entrevistar a varios informantes, seleccionados previamente por el Ministerio.
Se aloja en una pensión regentada por Matilde, e inicia su trabajo. Pero tendrá
además que resolver un enigma que intriga al Ministerio, el misterio de un
italiano, vendedor de enciclopedias que, años atrás, logró que el 88% de las
casas de Idus le comprasen un ejemplar. Sin embargo, lo que de verdad preocupa
a los moradores de Idus es otro misterio: en el museo de la población, el
cuadro más importante aparece cubierto por una gran cantidad de bichos sin que
nadie sea capaz de expulsar a los intrusos.
La historia avanza pues entre hormigas,
escarabajos, abejas, personajes estrafalarios y un amor naciente. Un avance
repleto de recovecos, de originales observaciones y menudencias domésticas.
Pero detrás de una trama, aparentemente de investigación e intriga, se esconde
la reivindicación de los aspectos lúdicos en la edad adulta. El prometedor
funcionario actúa como hilo conductor de una ristra de historias, de biografías
raras y especiales que ponen en duda la legitimidad de cualquier autoridad
coartadora. Así, el objetivo último de la narración será la denuncia, por medio
de la mofa y del humor. De cualquier tipo de transcendencia o solemnidad. La
literatura, pues, nace de las palabras, de la lengua, antes que de experiencias
reales. Y además se nos muestra como un juego. Juega el protagonista principal
y la mayoría de las historias que le cuentan los habitantes de la villa, vienen
cargadas con gestos y singularidades lúdicas.
La concepción del acto creador como un juego
es una de las contribuciones más interesantes de Unai Elorriaga a la narrativa
actual. Las historias absurdas, situadas a propósito más allá de lo verosímil,
tienen además la virtud que las hace creíbles: sus protagonistas ojean con la
limpieza de la mirada infantil, una mirada sin prejuicios, abierta al gozo y a
la sorpresa del mundo.
Una trama de tal naturaleza demandaba una
construcción y un estilo muy especiales, un estilo un poco raro y extraño, tal
como confesaba el propio autor. Unai Elorriaga, en efecto, huye del realismo,
destroza la lengua, construye metáforas extravagantes, nos regala percepciones
insólitas, desarticula la visión de las cosas, se rebela contra las
convenciones, un hecho reflejado en el mismo título de la novela, El pelo de Van’t Hoff que alude a la
fotografía oficial de este Premio Nobel de Química en la que el científico
aparece peinado de forma estrafalaria. Elorriaga escribe tal como piensan las
personas que se comunican sin emplear estructuras sintácticas perfectas. Hace
pausas y interrupciones para darles
entrada a divertimientos lúdicos, rotula los capítulos de la novela de forma
críptica, llena la novela de referencias intertextuales (Faulkner, Derrida,
Tabucchi y sobre todo su escritor ideal, E.H Beregor, un autor de ficción).
Todo esto y las alusiones a políticos, personajes históricos y científicos
-reales o imaginarios- que intrigan por su rareza, demandan un lector activo.
Un lector Google, como expresó el mismo escritor, capaz de disfrutar con este
conjunto de historias absurdas que Unai Elorriaga escribe con absoluta libertad,
sin barreras, sin parámetros, sin falsos pudores, como si desde su pluma estuviese
inventando este viejo oficio de hacer arte con palabras.
Realmente interesante ...
ResponderEliminarSaludos
Mark de zabaleta