Ricardo
Menéndez Salmón
A love supreme
Raúl
Clavero
Repertorio para el último bolo
de “Cactus Brown”
Eduardo
Martinez
Menoscuarto
Ediciones, Palencia, 2017, 59 páginas.
Cincuenta y seis
ballenas fue el texto ganador del Premio Internacional
“Ramos Ópticos” al mejor relato sobre jazz organizado por Jazz Palencia
Festival, y fallado en octubre del pasado año. Ahora lo edita Menoscuarto
Ediciones acompañado de A love supreme,
relato que resultó finalista, del madrileño Raúl Clavero, y de Repertorio para el último bolo de “Cactus
Brown” del vallisoletano Eduardo Martínez, mención especial del jurado que,
por su calidad, aconsejó su publicación. Un pequeño volumen que, en su conjunto
forma un “caramelito” a tres sabores.
Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) es uno
de los narradores españoles más importantes en la actualidad. Un escritor que
no teme a las mayúsculas, en palabras de Eloy Tizón. Autor de libros de relatos
y de más de diez novelas, entre las que destaco El sistema (2016), Premio Biblioteca Breve y Homo Lubitz editada por Seix Barral en enero de este año. Su obra
ha sido traducida a siete idiomas.
Cincuenta
y seis ballenas es un homenaje a Charles Mingus (Arizona, 1922 – Cuernavaca,
México, 1979), contrabajista, compositor, director de big band y pianista de jazz. Es así mismo conocido como un
activista en contra del racismo. El mundo del jazz impregna, como lo exigían
las bases del concurso, el relato de Ricardo Menéndez Salmón, comenzando por su
título -Cincuenta y seis ballenas-
que hace referencia a la leyenda que se hizo viral tras el fallecimiento de
Charles Mingus y recogida por la cantante Joni Mitchell en su disco Mingus: cincuenta y seis ballenas, una
por cada año de la vida del contrabajista.
La acción se sitúa en 1979. Las cosas no
marchaban demasiado bien para un cuarteto de jazz que suele tocar en los clubs
del Bronx y también en Chicago. Peyton, el miembro del grupo que es el que
recuerda, escucha en la radio la noticia de los funerales de Mingus. Sin
pensarlo dos veces, propuso a los muchachos del grupo tomar un avión hacia
México y tocar en Cuernavaca para rendirle tributo a Mingus, el “Paquidermo”,
antes de que sus cenizas fuesen arrojadas al Ganges. Una aventura irreal y
frágil: el autobús que se detiene por culpa de una procesión, Peyton borracho
se acuesta al lado de una mujer que le despluma, traje incluido. Los otros
miembros del grupo cambian el homenaje a
Mingus por las playas del Pacífico. Un insólito viaje por México, pues,
en el que la realidad no se ajusta al guión, pero historia hermosa al fin y al
cabo. No tocaron en directo en homenaje al contrabajista, pero lo que cuenta
son las intenciones. Un breve relato de apenas doce páginas, bien construido y
en el que en todo momento está presente la atmósfera del mundo del jazz. Un
viaje ciertamente rocambolesco, tejido, eso sí, con prosa de alta calidad
literaria.
A love
supreme el relato finalista, fue presentado por Raúl Clavero, ganador de
múltiples concursos de relatos y microrrelatos. Narrado en primera persona por
Bárbara, una chica introvertida. Su amistad con Verónica, su vecina, le permite
escuchar algunos de los cientos de discos del padre de la amiga. Y un día se
besan por primera vez, mientras suena A
love supreme de John Coltrane que Verónica odia por ser el favorito de su
padre. Hasta que el azar las separa. Cuando, pasados los años, se reencuentran,
la canción de John Coltrane revela el trágico secreto de la hija abusada por el
padre. Un desenlace aciago pone el punto y final a un relato en el que el jazz
se sutura y corre fatalmente paralelo con la violencia incestuosa y con la
muerte.
También en primera persona y en la voz de
Samuel Brown, alias “Cactus Brown”, nos llega el tercer cuento, escrito por el
vallisoletano Eduardo Martínez. “Cactus Brown” se retira después de casi ocho
décadas por las carreteras y miles de actuaciones tocando jazz. Y mientras avanzan para celebrar
su última performance en su ciudad natal, revive la película de su vida: el
encuentro accidental con un músico y su trombón, una relación que marca el
destino de su vida: tocar aquel instrumento. Corre el año 1930. Toca para
mafiosos y los músicos acompañan con sus instrumentos musicales la pelea de dos
de ellos y los disparos. Tenían la orden de tocar siempre, pasara lo que
pasase. Pretende conquistar a Laura, a la que acompaña tocando el piano en sus
giras. Una noche de amor, miles de bolos y el final del viaje vital del
trombonista “Cactus Brown”; con una banda de jazz tradicional interpretando St. James Infirmary, le acompañan en el
bolo definitivo.
Un relato capaz de despertar emociones,
repleto de sensualidad y con un final en el que el milagro sucede de nuevo en
la nieta de la cantante que tuvo un romance con un trombonista americano. Solo
que esta vez es el clarinete el instrumento musical que seduce a la niña el día
de su cumpleaños.
Tres textos en los que el jazz, al menos de
forma tangencial está presente como núcleo diegético o como elemento u ocasión
que suscita la acción narrativa, y penetra en la médula de los protagonistas.
Arquitectura, ritmo y calidad estilística acompañan este homenaje emotivo al
jazz -una música de cine y de literatura-
y a los músicos
que lo hacen posible.
Fragmentos
“Fredo, el bajista,
dirá Peyton sorbiendo un capuchino, se puso pálido como la cera. En sus ojos se
apagó la rabiosa llama que temblaba
hacía tiempo, desde que un crítico con palco en el Carnegie Hall escribió para
regocijo de sus amigos protestantes uno de esos aforismos que tan feliz hace a
la clase pudiente americana:«Un italiano no puede tocar jazz sin parecer que
está amasando pizza». Aquella noche Fredo se había mostrado inspirado tocando A
foggy day del propio Mingus, y la noticia le supo a hiel. No hacía falta ser un
lince, sentenciará un Peyton filosófico, para saber que es en nuestros héroes
donde la vida nos golpea con mayor dureza.”
…..
“Aterrizaron en
Ciudad de México cuando el sol resplandecía en mitad del cielo luciendo sus
galas de homicida, una inmensa peca amarilla sobre un tapiz azul y descarnado.
El calor resultaba asfixiante. La temperatura era tan alta que hacía anhelar
Nueva York como un enorme frigorífico donde esperar a la muerte con una sonrisa
en los labios.
Caravanas de
mendigos los acosaron cargados de llagas, estampitas, toneladas de tesón.
Peyton recordará que un retén de militares enfundados en cuero viejo los
contempló circunspectos, los pulgares en las culatas de sus fusiles: cuatro
blancos y un negro bajo un astro implacable.”
(Ricardo
Menéndez Salmón, Cincuenta y seis
ballenas, páginas 8-9, 12-13)
…..
“La sala de fiestas
se fue vaciando, y ya estábamos casi solas cuando A love supreme comenzó a
sonar en los altavoces del local. Se me erizó la piel. Ella calló por un
instante, y comenzó a reír. Su carcajada no era limpia, ni profunda, parecía
navegar a trompicones sobre litros de ginebra.
-Era el disco que
ponía mi padre cada vez que entraba en mi dormitorio. A veces todavía recuerdo
el olor de su aliento. Sus manos… -Verónica me miraba, pero estaba claro que no
me hablaba a mí-. Se ahorcó en la cárcel, ¿sabes? -sí, estuve a punto de
responder, algo había oído, pero no le dije nada-. Desde el entierro no he
vuelto a tener noticias de mi madre -continuó ella tras una pausa-. Nunca me lo
dijo, pero creo que piensa que yo me lo inventé todo, ¿te lo puedes creer?”
(Raúl
Clavero, A love supreme, páginas
36-37)
Un artículo interesante ...
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