Andrea Stefanoni
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2015, 267 páginas
Andrea Stefanoni (Buenos Aires, 1976),
editora y directora de la librería más grande de Buenos Aires, debuta en
solitario en la narrativa con esta novela que vio su primera luz en el Grupo
Editorial Planeta de Argentina, y la ve ahora en la barcelonesa Seix Barral. La
autora pretende ante todo transmitir a los lectores una historia muy personal,
un homenaje a su propia abuela que pasó por vicisitudes parecidas a las de la
protagonista. Pero la suya es una historia que a la vez se convierte en
testimonio colectivo de toda una generación que, tras la Guerra Civil española,
huyó a Argentina. Una historia pues de miserias, huidas, desarraigos, pero
también expresión de esa fuerza que hizo que la mayoría de los emigrantes o
exiliados fuera capaz de reconstruir en América (Argentina, México y Chile
sobre todo) una nueva vida.
La novela de Andrea Stefanoni está narrada a
través de Sofía, nieta de la protagonista, “el historiador anónimo”, y alter
ego de la propia autora. Y se inicia con una prolepsis: Sofía recibe una
llamada de su hermano, informándola de que la abuela Consuelo, acababa de
sufrir un accidente. La nieta corre “hacia la sangre” de la abuela y, de
inmediato, su relato recupera y nos sumerge en el vivir diario de la abuela,
huérfana a los siete años porque su madre había muerto de un susto (un infarto).
Con doce años trabajando sin descanso en un pueblo minero de las montañas
leonesas: en el pastoreo de las ovejas luchando contra los lobos, en la cría de gallinas, las labores de casa, e
incluso en la mina de carbón al cumplir quince años. La asistencia a la escuela
era una lujosa excepción: a ella acudía
los días en los que el clima le impedía trabajar. Así se inicia la parte
de la acción que la arquitectura de la novela hace que transcurra en España, en
la que se amalgaman los recuerdos de la abuela, transmitidos fragmentariamente
en pequeños recortes, con la ficción propia del relato.
También en ese inicio inserta la autora la
historia del abuelo Rogelio, otro lugareño que creía en el cambio, amante de
los libros y luchador antifranquista durante la Guerra Civil. Condenado a
muerte, será sometido al juego macabro de simulacros de fusilamiento, y
finalmente liberado tras varios años en la cárcel. Una liberación dictada por el juez, poco
verosímil en la España de la dictadura, y que el director de la cárcel hace pasar como premio de una partida ganada de ajedrez.
De regreso al pueblo, matrimonio con Consuelo, con anillos de boda prestados y
obligados a cantar el Cara al sol,
rodeados de falangistas.
Con la decisión de emigrar a Buenos Aires,
debido al temor a las represalias falangistas, la autora traslada la acción a
Argentina. Son emigrantes que temen la noche y que terminarán instalándose en
una isla del delta de Tigre, donde trabajarán de quinteros (caseros). Es el
desarraigo del emigrante que, no obstante, Andrea Stefanoni sabe humanizar por
medio da la solidaridad de un país libre, en el que Evita Perón regala muebles
a los necesitados, y donde los expatriados encuentran trabajo.
Mas la novela no es solamente rescate de la
dramática historia vivida y sufrida en España, sino también, en la tercera
parte, crónica del renacer de la familia definitivamente instalada en
Argentina. Por eso mismo, es una novela testimonio, y, a la vez, recuperadora
de la historia familiar, de una generación anónima, obligada por motivos
políticos o económicos a huir de España y hallar en Argentina su nueva patria.
Es ese uno de los más nobles papeles de la literatura: ser guerra contra las
guerras, como se afirma en el texto, y ser también guerra contra el olvido.
Novela con una tonalidad optimista, a pesar
de que la autora no ahorra la narración de episodios terribles, a veces de
forma directa, otras, más sesgada. Ejemplos paradigmáticos, la descripción de
la madrastra de la protagonista por sus acciones crueles que nos recuerda a las
madrastras de los cuentos de hadas o quizás mucho más; la obligación imperante en
las escuelas franquistas de delatar al compañero; el miedo a la venganza
incrustado en el subconsciente del abuelo que le acompañará toda la vida.
La autora ha dejado claro que no conoce de
primera mano los espacios españoles donde se desarrolla buena parte de la
historia. Por ser relato, afirma, la novela no tiene el deber de fidelidad a
los lugares de la narración. Y en eso cierta. Lo que resulta mucho más
discutible es el tono cercano al realismo mágico con el que nos traslada
algunos pormenores del vivir diario en la España de la contienda y en la de la
dictadura franquista. Andrea Stefanoni juega con dos marcas estilísticas: las
secuencias iniciales están construidas a
base de frases breves, sencillas, despejadas de todo lo superfluo, en búsqueda
únicamente de la desnuda precisión, un recurso ciertamente impactante, que es
capaz de recrear en la mente lectora las duras condiciones de la vida en aquel
perdido lugar de las montañas leonesas. Mas, a medida que el relato avanza, las
frases se dilatan y ramifican, engordan su estructura sintáctica, como si con
ello quisieran reproducir la apertura a una nueva vida, alejada de la miseria y
preñada de la afectividad y de la alegría en una nueva tierra que supo acoger a
los
protagonistas y ofrecerles la
oportunidad de que aflorasen las fuerzas de los emigrantes, de tantos
emigrantes que fueron capaces de salir adelante partiendo de la nada. En esas
coordenadas, La abuela civil española, es
realmente modélica y, a la vez, esperanzadora, porque apuesta firmemente por la
capacidad ilimitada del tesón y por las
ganas de salir adelante.
Francisco
Matínez Bouzas
Fragmentos
“Cuando
Consuelo era una niña de siete años le dijeron que su madre, Elvira, había
muerto de un susto. En aquel pueblo, los infartos eran sustos. Los cánceres, amarguras.
Las sífiles, pecados.
Consuelo
se levantaba y Emiliano, su padre, le hacía el desayuno con lo que había.
Cuando dejaba a las ovejas, llegaba cansada y su padre la recibía con el cariño
de quien lo entiende. Y, por la noche, le hacía de comer. Otras veces, cocinaba
ella.
Generalmente,
en los tiempos de calor, quien llegaba derrotado era Emiliano: entonces,
Consuelo le retribuía el cariño con que él la recibía.
El
carbón era el agotamiento de los mineros. En la mina, Emiliano se había
enterado de que sería padre. En la mina, a los gritos, le habían avisado que su
esposa estaba mal. En la mina, también, se enteraba de que su esfuerzo no valía
nada. Consuelo, para esos momentos, cocinaba todas las noches.”
…..
“El
capador del pueblo. Lorenzo. A sus cincuenta y dos años, con la misma pieza con
la que castraba a los cerdos de las granjas de todos los pueblos cercanos,
Lorenzo ejercía como dentista. En Boeza, el dentista no tenía nada que ver con
los arreglos. El capador iba con su bolso de un pueblo a otro. Desde las casas
interrumpían su camino con un chiflido. El capador giraba sus pasos y se
acercaba. Pasaba, por ese rato, de castrador de cerdos a dentista. Así ejercía.
Así
que Rogelio se paró durante horas en la puerta de su casa. Caminaba por esos metros.
No podía calmarse. La muela no se lo permitía, como si supiera que eran sus
últimos minutos. Que el capador venía por ella.
Cuando
Lorenzo pasó, Rogelio no pudo ni siquiera silbar. Gritó, pero no sonó
suficientemente fuerte. Entonces lo llamó con señas, con gestos.
Lorenzo
lo vió. Fue hacia él. En el camino limpió la pinza con la manga del saco.
Ahí
mismo, parado, en el umbral de la casa, Rogelio abrió la boca; Lorenzo miró,
entendió, sin que se dijera cuál era la pieza violenta; introdujo la pinza, tomó
la muela y tiró. Rogelio se retorció y gimió. Arrastrándose se metió en su
casa. Volvió con la boca sangrando y con un tributo para Lorenzo, quien lo
aceptó en silencio. Se colgó el bolso al hombro y se fue. A seguir castrando
marranos.”
…..
“La
abuela sabe. Se acuerda con exactitud, setenta y tres años después, cuánto
cobraba en su empleo en las minas de carbón: seis pesetas por día. El dinero
cuando no se tiene funciona como calendario.
Tengo
ocho años y estoy en el muelle de la isla. Soy experta en hacer sapitos con
piedras. Sé de corrientes. De peces. De moscas y mosquitos. Por la noche, ando
sin linterna. Sé, con los ojos cerrados, qué árbol es el que toco. Me mimetizo.
Pero no sé, a ciencia cierta, nada sobre la gente. Por eso, cuando frena una lancha
taxi cerca de mí y se bajan en la escalera una pareja de ancianos, y preguntan
por mis abuelos, les digo que esperen, corro a la casa y, jadeando, le digo a
la abuela -que está ayudando al abuelo a quitare el traje de apicultor
astronauta-:
-Hay
dos personas en el muelle que preguntan por ustedes. Vienen de España.
El
abuelo se para de un salto. La abuela parece petrificada.”
(Andrea Stefanoni,
La abuela civil española, páginas 19, 100, 221)
Me gusta mucho el tema de esta novela, me la apunto, estoy segura que la leeré.
ResponderEliminarUn argumento muy interesante...
ResponderEliminarCreo que la guerra nunca termina, deja entre sus protagonistas y descendientes, recuerdos imposibles de borrar, sin embargo parece que la historia nos invita a entrar en este mundo humilde y admirable de la protagonista que muestra resistencia y ahínco para sobrevivir a los duros parajes que enfrenta. Preciosa crítica, me encantará leer esta obra, ya me ha atrapado con tan sólo leer estos fragmentos. Un abrazo con luz, gracias por compartir
ResponderEliminarVoy a leerla, seguro. El tema me apasiona, siendo nieta de abuelos españoles que emigraron a Buenos Aires, ciudad donde yo nací mucho más tarde.
ResponderEliminarLa autora parece conocer muy bien los problemas internos a los que se enfrentaban los emigrantes de entonces. Siempre me preocuparon las consecuencias en la población de los que venían escapando de guerras y/o hambrunas. y también a menudo me pregunto cómo hicieron para sobrevivir a tan ingratos recuerdos y al miedo constante de venganzas de los que sólo ellos temían y conocían.
En cuanto al estilo, vi en los fragmentos como tú dices que salta de una prosa concreta y directa para relatar algunas situaciones al Realismo Mágico. Éste último es un estilo que me gusta casi con devoción, pero es evidente que debo leer la novela para opinar, porque lo que leo en los fragmentos, es posible que me dé una idea equivocada.
Como siempre tu crítica es de gran ayuda al lector.
Genial,o amigo, y me toca muy de cerca esa historia, porque aunque lo mío fue en pleno campo, mis abuelos eran "inciviles" canarios de parecidas épocas. Imagina, abuelo vino de polizón en un barco escondido debajo de la saya de una monja, hombre heróico como puede imaginarse...buscaré el libro. Un abrazo.
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