lunes, 4 de mayo de 2015

LA PASIÓN POR LA GRAN AVENTURA




Tifón

Joseph Conrad

Traducción de Ana Alegría D’Amonville

Alianza Editorial, Madrid,  144 páginas

(Libros de fondo)



   Joseph Conrad, junto con Henry James y Georges Eliot, forma el grupo de escritores canónicos de la literatura inglesa de finales del siglo XIX. Dentro de su grupo generacional destaca por ser dueño de una prosa refinada, ceremoniosa y quizás un poco abstracta. Un hecho que no deja de sorprender porque Conrad nace hablando polaco y aprendiendo francés. El inglés lo estudió a los  veinticuatro años. Y es preciso admitirlo: el suyo es un inglés extraño  que en nada se parece al de otro gran escritor emigrado, Vladimir Nabokov, que escribe un inglés perfecto, clásico, pero al mismo tiempo familiar. Teodor Jósepf Konrad había nacido en Ucrania, en el seno de una familia de la pequeña nobleza polaca. Víctima la familia de varias vicisitudes políticas, el 1874 el joven Teodor Jóseph desesperanzado abandona los estudios jurídicos y viaja a Marsella donde se embarca como marinero y participa en algunas aventuras poco aclaradas como el contrabando de armas para los carlistas españoles, y sufre un intento de suicidio en 1878, año en el que pisa por primera vez tierra inglesa, cuyo idioma había comenzado a aprender en los barcos. Viaja por el Extremo Oriente como oficial de la marina mercante británica. En 1886 adquiere la nacionalidad inglesa y de esta época son sus primeras tentativas para publicar algún relato en inglés.

   Tres años más tarde inicia su primera novela, La locura de Almayer y viaja al Congo, experiencia de la que surgirá El corazón de las tinieblas, sin duda su obra más emblemática. De ese viaje retorna enfermo en 1894 y  se ve obligado a abandonar la marina tras un viaje a Australia. No obstante, el mar permanecerá como telón de fondo de la obra del ya escritor inglés Joseph Conrad. Y Tifón, una pequeña gran novela es una muestra perfecta.

   Tifón aparece así mismo como un buen ejemplo de la importancia que en Conrad tiene la lengua y la expresión. El mismo escritor confiesa que no adoptó la lengua inglesa sino que fue él el adoptado por el genio de un idioma en el que Conrad percibe lo que la misma inmediatez les impide captar a los ingleses: la riqueza de sinónimo, el colorido, la atracción alterna de luces y sombras, los vocabularios superpuestos, la incitación al invento, al neologismo, a la construcción perturbada de frases. Sucede además que esa relación alejada y poco natural con la lengua se junta en Conrad a una cierta distancia íntima ante una realidad padecida violentamente, en especial delante de la maraña de las pasiones humana.

   Se ha escrito que en teoría un autor con tales problemas en la raíz misma de la expresión, no podría ser un buen escritor. Y en no pocas ocasiones casi nos desanima la pedantería analítica con la que interpreta o describe a un personaje, antes incluso de dejarlo actuar y expresarse. Es el caso del inicio de Tifón: “El aspecto del capitán Mac Whirr del Nan-Shan, hasta donde podía juzgarse, concordaba exactamente con su espíritu y no ofrecía caracteres bien definidos de cortedad, así como tampoco de firmeza; no ofrecía característica alguna. Mac Whirr parecía mediocre, apático e indiferente.”

   El mar es el paisaje de todas las obras de Conrad, su gran pasión y la manera más acorde de poder exaltar sus energías. Para conocer al hombre, a sus instintos de supervivencia, su coraje y animosidad era preciso observarlo y englobarlo dentro de vicisitudes tales como tempestades, guerras, combates, ataques imprevistos de caníbales salvajes… Así en la lectura de Tifón nos abruma la sensación del barco zarandeado y a punto de hundirse; el pavor del oficial y de los coolies chinos  -no son merecedores de ser llamados pasajeros-, y deja de importarnos toda interpretación, cualquier forma de sentencia moralizante, especialmente la conclusiva, cuando la alejada mujer del capitán lee distraídamente la carta en la que su marido se refiere a la serie de peligros pasados. Tampoco nos importa el posible simbolismo de la voz pusilánime del antihéroe, el capitán  Mac Whirr dejándose escuchar al final al final por encima del estruendo de la tormenta. La alta literatura al leer a Conrad se olvida de la precisión lingüística y acepta cualquier cliché estilístico con tal de ver cómo termina todo en extraños mundos de fuerza y de muerte donde dejan de tener vigencia las leyes y costumbres de la civilización.

   Conrad es sin embargo un novelista moral y Tifón, a pesar de ser publicada como un folletín, sutura lenguaje, acción y moral. Posiblemente es Conrad el moralista más complejo de la narrativa moderna. Se ha escrito que Joyce y Proust levantan catedrales en tierra fieme. Conrad, por el contrario se embarca en un barco azotado por los huracanes del corazón humano. Junto a la apoteosis del dramatismo en Tifón hallamos la concepción que tiene Conrad de las relaciones humanas, la exaltación de aquellas características que permiten soportar la dureza de la vida en alta mar y la entronización de la gran aventura en situaciones extremas en las que estallan con fuerza la energía violenta y las debilidades trágicas de sus figuras protagónicas. Una narración pues que más que divertir abruma, pero que reclama con todo merecimiento el juicio que hiciera J. Jameson para el conjunto de la literatura conradiana: inclasificable, flotando en un lugar incierto entre Stevenson y Proust.



Francisco Martínez Bouzas



Joseph Conrad

Fragmentos



Era muy cierto. Había estado leyendo el capítulo que trataba de las tormentas. Cuando llegó a la cabina de instrumentos no llevaba la menor intención de mirar aquel libro. Alguna influencia de la atmósfera —la misma, con toda probabilidad, que había impulsado al camarero a llevar a la cabina, sin haber recibido orden alguna, las botas de agua y el capote de su capitán— había guiado misteriosamente su mano al estante de la biblioteca y, sin tomarse siquiera el tiempo necesario para sentarse, se enfrascó con esfuerzo consciente en la intrincada maraña de aquella terminología. Un instante después estaba engolfado en un verdadero torbellino de semicírculos, cuadrantes de izquierda y derecha, curvas, epicentros, cambios de viento y discos de barómetros. Intentó llevar todo aquel fárrago de informaciones teóricas a una relación con su propia persona y terminó por sentir una desdeñosa irritación ante tantas palabras, semejante cúmulo de consejos, todo ello cerebral y supuesto, sin la más mínima certidumbre. -¡Esto es terrible, Jukes -exclamó aún con evidente enojo-. Si uno fuese a creer todo lo que se ha escrito en este libro, se pasaría la mayor parte del tiempo recorriendo los mares, en un desesperante esfuerzo para hurtarle el cuerpo a las tormentas.



…..



“Un débil relámpago tembló alrededor como sobre las paredes de una caverna, de una cámara del mar secreta y negra, empedrada con espuma y olas. Su palpitación siniestra descubrió por un instante la masa baja y desmenuzada de las nubes el perfil alargado de la Nan-Shan, y sobre el puente, las perfiladas sombras de los marineros con la cabeza gacha, sorprendidos en cualquier esfuerzo, obstinados y como petrificados. Después volvieron las flotantes tinieblas. Y era  entonces, por fin, cuando la real cosa llegó.

Fue algo formidable y súbito, semejante al estallido inesperado del gran vaso de la Cólera. La explosión envolvió a la nave con tal ímpetu que parecía que algún dique inmenso acababa de reventar allí mismo. Cada hombre se sintió inmediatamente separado de los demás. Ya que tal es el poder disgregador de las grandes ventadas: aíslan. Un terremoto, un derrumbamiento, un alud atacan al hombre incidentalmente, por así decirlo, y sin cólera. El huracán toma a cada hombre como a su enemigo personal, trata de intimidarlo, de atarle miembro por miembro, pone en derrota su virtud.”



(Josph Conrad, Tifón)

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