martes, 21 de febrero de 2012

UNA FICCIÓN TRANSGRESORA DEL CONTRATO SOCIAL

grupo abeliano
Cid Cabido
Tradución de Sara Cid Cabido
Alianza Editorial, Madrid, 154 páginas
(LIBROS DE FONDO)

El lector que se acerca a los primeros párrafos de grupo abeliano, comprenderá de inmediato que en la novela de Cid Cabido acontecen cosas inauditas. Y si a continuación sigue leyendo y entra en el universo propio y singular e esta propuesta narrativa, en su atípica lógica, pacta con el autor y se mantiene fiel a la alianza, disfrutará con este libro como pocas veces habrá tenido ocasión de hacerlo. Su autor, Xosé Cid Cabido, o simplemente Cid Cabido es uno de los creadores de ficción más singulares del sistema literario gallego, padre del “Evidencialismo”, uno de los pocos movimientos literarios “made in Galicia”. Panificadora fue la primera novela evidencialista, “una novela evidencialista de clase”. De la misma forma grupo abeliano es preciso interpretarla dentro de las coordenadas del evidencialismo que no es ciertamente una colectánea de “paridas” , más o menos risibles, sino una forma de escritura que, subrayando de forma humorística y corrosiva lo que se oculta, tiene que ver con el desenmascaramiento social. Escritura por supuesto nutrida de evidencias de las que grupo abeliano es una excelente muestra, que debemos situar, en su plano diegético, en el universo propio de la novela y en la peculiar dialéctica narrativa de su autor.
Con relación a ese plano diegético, las 154 páginas de esta “novela larga de tipo breve” deberían producir en el lector una de las sensaciones más exultantes y divertidas que se pueden experimentar, como ya quedó apuntado. Este libro encierra en su mundo ficticio una historia revolucionaria, por ser absolutamente imprevisible, como diría Alain Badiou, y porque quebranta -y para colmo de forma exitosa y a la luz del día- nuestras convenciones sociales más sagradas. Una acción revolucionaria  y desconcertante, narrada en la bruma de una cierta incerteza y que tiene éxito sin que haya respuestas, como si los poderes establecidos quedasen paralizados ante tanto atrevimiento paradójico.
La trama argumental de la novela narra seis o siete días -tampoco esto queda claro- en la vida de un grupo definido por el anonimato e por la conmutatividad entre sus miembros. Seis o siete días vagando por las calles y durmiendo en cualquier cama prestada de una ciudad cualquiera y, como dije, actuando contra toda norma social. Se trata de un grupo indefinido, seis o siete hombres a los que alguna vez se les junta una rara lavandera, nombrados únicamente por la acción. En la novela, en efecto no hay nombres sino expresiones que remiten a acciones (“Aquel de nosotros que tiene el vicio de consumir cigarros puros”, “El de nosotros que destaca por su fuerza de convicción”…). En el interior del grupo funciona una solidariedad preconsciente e instrumental, especialmente a la hora de actuar, mas no como una forma de contestar el mundo de islas de la modernidad, porque en las acciones del grupo no existe ningún plan, se dejan llevar por la intuición. Todos andan al unísono sin haberse puesto de acuerdo, convencidos de que se puede sobrevivir sin programaciones previas, sin ninguna filosofía, excepto ciertas ideas de grupo afianzadas en las más diáfanas evidencias. Por ejemplo, que sin trabajar no se vive, pero hay mucha gente en el mundo que  lo pasa de maravilla sin dar un palo al aire; que comer de la basura da mucho trabajo, casi tanto como trabajar, o que atracar tiene sentido porque todo cuanto nos rodea, funciona sobre esa base.
Esta lógica atípica divertirá al lector, sobre todo al comprobar que el grupo obtiene excelentes resultados actuando con un cinismo inocente. Dos ejemplos: cogen “prestado” un coche de la policía y posteriormente les parece increíble que se puedan tergiversar de tal manera las cosas que les acusen de robo. Entran en un cine sin pagar -para relajarse con la máxima relajación- y le argumentan al portero que la cinta se iba a proyectar tanto si ellos entraban como si no. Sin embargo, protestan del mal estado del film en nombre de los consumidores, que tienen sus derechos, para eso pagan, pues, si solamente se quejan de las guerras los que las padecen, estas no terminarían nunca. La ficcionalización de este comportamiento tan marginal como insólito, concluye con un final surrealista, igualmente genial. Sucede una vez lo increíble porque el caos se convierte en esta novela en cosmos. El mundo no es coherente ni incoherente. Es una nube irreducible a la irracionalidad.
Para  comprender y gozar plenamente con las “proezas” de estos personajes anónimos, que tienen únicamente una identidad grupal, práxica y verdaderamente abeliana (son conmutables entre si), quizás es necesario situarse en un dominio de inteligibilidad de la realidad distinto del clásico, basado, por decirlo de alguna manera, en el principio de la causalidad lineal. En la narración de Cid Cabido funciona un tipo de dialógica en la que se integran recursivamente los eventos aleatorios, el orden y el desorden. Por eso mismo, grupo abeliano nos recuerda los universos del absurdo, mundos kafkianos pero al revés, sin que en el relato se deje de cuestionar, como quien no quiere la cosa o de forma explícita y combativa, los poderes establecidos, llámese Telefónica, las autopistas o el modo de producción capitalista.
Poco que observar con relación a los elementos estructurales y formales de la novela. Una estructura canónica, en absoluto compleja que se desarrolla de forma lineal en una secuencia diaria. Una curva descendente de “proezas”, como prólogo del clímax del final de la narración. Un registro lingüístico alejado de todo lirismo y artificio. Cid Cabido no describe, solamente narra. Pero en mi opinión, eso precisamente es lo que exige el corazón de la historia que nos quiere contar. ¿Cómo se va a detener el relato en la descripción de ambientes y personajes cuando, por definición, la trama novelesca sucede en una ciudad cualquiera, sin espacios privilegiados y sus héroes son seres anónimos que se definen únicamente por la acción. Con otra técnica y otros recursos grupo abeliano dejaría de ser lo que es: una novela insólita, transgresora, pero cautivadora.

Francisco Martínez Bouzas

Cid Cabido



Fragmentos

“Solicitamos audiencia con el gobernador y nos la concedió, no íbamos armados, de modo que fue muy fácil superar los controles de seguridad que había en el vestíbulo.(…)
Nos sentamos ante el escritorio del gobernador, rodeando su ángulo de visión en un semicírculo de radio variable; detrás de la puerta había gente armada, eso lo sabíamos. Tal vez reconoció a uno de nosotros, que es lo que se dice un chico de buenas familias, también contábamos con eso como tarjeta de presentación.(…)
El  primero en hablar fue uno de los nuestros, quiero decir que el gobernador no inició la conversación con cualquier frase hecha; nos quedamos un momento en silencio después de tomar todos asiento, reuniendo las sillas que había repartidas por el despacho, y de repente escuchamos la voz de alguien que dijo:
   Señor gobernador, qué le parece se abandona su puesto y lo deja todo en nuestras manos.
Él no reaccionó, en apariencia, se limitó a recostarse contra el respaldo del sillón al mismo tiempo que cruzaba las manos sobre el pecho y nos observaba uno a uno con mucha serenidad.(…)
Alguien de nosotros habló de nuevo:
   Señor gobernador, recoja sus cosas y váyase. Haga el favor, abandone el Gobierno.
No sucedió nada, pero al cabo de unos segundos respondió el gobernador:
   ¿Debo entender que tienen ustedes autoridad para destituirme?
   Por supuesto, dijo uno de nosotros, con firmeza, está usted destituido, querido amigo.
Se produjo entonces uno de esos largos paréntesis de tensión que un director de cine avezado aprovecharía para sacar el máximo partido a la capacidad interpretativa de sus actores. (…)
Finalmente, el gobernador inclinó la cabeza en un gesto leve, casi imperceptible, y los hombres se retiraron.
Empleó  poco más de una hora en recoger los bártulos y al despedirse nos rogó que si encontrábamos algo suyo tuviéramos la deferencia de enviárselo a casa”
…..
Llegamos a unos minicines y estuvimos dando un vistazo a la cartelera, que, la verdad, no nos resultó muy atractiva, pero al final como no teníamos ganas de estar sentados (…) decidimos entrar a ver la película que nos pareció  menos repugnante.
El pequeño inconveniente que se nos presentó fue que el portero del cine quiso impedirnos la entrada porque decía que primero había que pasar por taquilla y pagar siete u ocho entradas, a lo cual uno de nosotros respondió que sólo pretendíamos sentarnos con la máxima relajación (ese jacket de butaca) y ver una película que de todas formas iban a proyectar tanto si nosotros entrábamos como si no, y que así también ayudábamos a crear ambiente en el cine y que siendo como era día del espectador bien podían hacer una excepción. Finalmente accedió el portero a dejarnos entrar con la condición de que al menos durante los primeros quince minutos no ocupáramos ningún asiento fuera de la primera fila de butacas..Entonces lo que hicimos fue comprar palomitas de maíz y meternos en la sala a entumecer las piernas -quinta fila por supuesto-, por otra parte la película era tan mala que algunos de nosotros aprovechamos para descabezar un largo y profundo sueñecillo. Al terminar la sesión, la lavandera y el nuestro amigo -los únicos que la habían visto entera- nos comentaron que la película podía pasar(…) . Solamente se quejaban del efecto que producía en la vista permanecer atentos noventa minutos a una imagen que no dejaba de vibrar y además estaba muy desenfocada, así que al salir se lo comentamos al portero que nos remitió al maquinista (… ) le dijimos que por aquella vez podía pasar pero que en lo sucesivo se abstuviese de proyectar copias defectuosas, o con máquinas viejas o en mal estado, porque los consumidores tenían sus derechos, y que por eso pagaban. Esto último lo escuchó el portero y se acercó al grupo para decir que ya era el colmo que después de pasar gratis aún tuviésemos la cara de protestar, a lo cual uno de los nuestros respondió que protestábamos por nosotros y por cualquiera, tanto si había pagado como si no, porque la obligación de la empresa propietaria del cine era dar las películas en buenas condiciones, cosa que el portero acabó reconociendo pero añadió que tampoco era muy razonable por nuestra parte insistir en la queja cuando los que habían pagado no habían dicho ni mu, a lo cual respondió uno de nosotros que si únicamente se quejaban de las guerras los que las padecían así se explicaba que continuase habiendo guerras, y entonces el portero se retiró y no volvió  a decirnos nada”
…..
“Sois muy jóvenes, decía Xaquín (a él se lo parecíamos), y por eso no sabéis aún lo que queréis.
Suponiendo que lo supiéramos, dijo uno de nosotros, el que mejor especula y polemiza -losdemás nos callamos y permanecimos atentos a la evolución de la charla-, suponiendo que prefiriéramos no saber lo que queremos o incluso sin querer nada, ¿en que cambia eso las cosas?
Un hombre, dijo Xaquín, tiene que hacer algo en la vida. Xaquín  no estaba influido por las nuevas corrientes de igualación hombre-mujer en el habla, o simplemente no las conocía, y por eso decía hombre para refereirse en general a cualquier persona.
¿Por qué?, preguntó el nuestro
Porque si no hace nada es un inútil.
Por definición, creo que pensé yo
¿Y qué más da?, el nuestro
¿Qué más da ser un inútil?, pero si estáis en lo mejor de la vida ( Por un momento pensé que, gustándole tanto el vino, Xaquín diría «en la flor de la vida».) Yo, en cuarenta años, no hice otra cosa que trabajar, y no me daba pereza (…)
Trabajar hay que trabajar, dijo Helena
¿Pero por qué? El nuestro
Porque si no trabajas no comes, hijo
Nosotros comemos y no trabajamos
Porque trabajan vuestros padres, argumentó Helena (…)
Estuvimos dándole vueltas a lo mismo durante un buen rato. Y ninguno de nosotros, excepto el que polemiza, intervino demasiado en la conversación, porque todos coincidíamos con lo que él estaba diciendo. Sin trabajo no se vive, ¡pero hay tanta gente en el mundo que vive de maravilla sin trabajar! De manera que nosotros decidimos, por otra parte sin haberlo comentado ni mucho no poco, esperar a que todos trabajen para sumarnos. Mientras haya quien vive mal trabajando y quien vive como un rey sin dar golpe, somos partidarios de mantenernos a la expectativa”

(Cid Cabido, grupo abeliano, páginas, 11-13, 31-32, 101-103)


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