jueves, 6 de octubre de 2011

"EL MAPA Y EL TERRITORIO": EL TRIUNFO DE LA VEGETACIÓN


El mapa y el territorio
Michel Houellebecq
Traducción de Jaime Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 2011, 379 páginas.

Los epítetos con los que Michel Houellebecq  ha sido calificado no tienen límites mi mesura. Críticos, comentaristas, amigos y enemigos no se han mordido la lengua. La concesión del Premio Goncourt el pasado noviembre a La carte et le territoire (El mapa y el territorio en la traducción de Anagrama) no han hecho más que acrecentar las fobias y filias    que despierta el escritor en los círculos literarios y fuera de ellos. Primera referencia de la literatura francesa actual, el último provocador verdadero, el nuevo genio de la literatura, escritor escéptico, determinista, imprescindible, desolador, más nietzscheano que el mismo Nietzsche, misántropo, misógino, racista, antropólogo vestido de cínico… El novelista irlandés John Banville recuerda que pocos escritores han hecho tanto ruido  en el mundo como Houellebecq, que es inevitable compararlo con Salman  Rushdie, ya que también provocó la ira del mundo musulmán. Otra voz importante, la del escritor marroquí Tahar Ben Jelloun, miembro de la Academía Goncourt, en agosto de 2010, antes de la publicación del texto y de la concesión del Premio Goncourt, reducía la novela a una charla sobre la condición humana, una escritura afectada…una ficción que convoca personajes reales y los mezcla con otros inventados…un mensaje de un escritor que se considera por encima del montón y de las reglas… y sobre todo la obra de alguien que no ama la vida ni la felicidad.
Sin embargo tal juicio no ha sido compartido ni por los lectores ni por la crítica que, en general, ve en El mapa y el territorio una novela poliédrica en la que conviven el relato psicológico, el ensayo sobre las imposturas del arte actual, un reportaje costumbrista, una intriga detectivesca, un audaz experimento metanarrativo autorreferencial y una diatriba sociológica que esperamos no se convierta en una profecía.
La novela se yergue sobre una original arquitectura. Después de un prólogo de presentación del protagonista, Jed Martin, de la relación más bien fría y distante con su padre, en medio del interludio del los secos chasquidos del calentador de agua de su apartamento, en la primera parte se recupera  la existencia anodina del protagonista, su formación académica, su exigua vida amorosa, en un relato que, salvando las distancias, se asemeja a una novela de aprendizaje. Fotógrafo y pintor sin verdadera vocación -el clásico antihéroe houllebecquiano, definitivamente neutro-, logra no obstante el reconocimiento en su primera exposición: una serie fotográfica de los mapas Michelin. El público entendido en arte considera más real y más fascinante un mapa que el lugar que ese mapa representa! En la segunda parte, Jed Martin prepara una exposición de pintura sobre los oficios de la era post-industrial y contacta con Houellebecq  al que solicita la presentación del catálogo. El encuentro entre los dos artistas es sin duda la parte más destacada del libro. El novelista toma claro partido por la metaficción. En una línea autorreferencial se convierte en el verdadero coprotagonista de esta y de la tercera parte. Y el retrato que de si mismo hace es mucho más despiadado que las parodias que de él han escrito sus críticos (“Era público y notorio que Houellebecq era un solitario con fuertes tendencias misantrópicas que apenas le dirigía la palabra a su perro” página 111-112; “tenía el pelo enmarañado y sucio, la cara roja, casi como si padeciese cuperosis y hedía un poco”, página 143; “parecía una vieja tortuga enferma” página 145).
En la tercera parte, la narración toma un giro inesperado: el asesinato del propio Houellebecq y la novela se convierte en investigación criminal, mientras en la mente del lector aflora la inevitable sonrisa al contemplar lo que el escritor ha hecho de si mismo en la ficción, cómo investiga su propia muerte y las disposiciones testamentarias relativas a su propio funeral.
Formalmente la novela transcurre por un cauce apacible. Prosa típicamente houellebecquiana, con mínimas concesiones al lirismo y sin dejar de ser punzante y hábilmente irónica (“joven pareja urbana sin niños, estéticamente muy decorativa, aún en la primera fase de su amor, y por ello dispuesta a maravillarse por todo”, página 83). Un ritmo ágil y un tono distante que logra el escritor mediante un recurso narrativo que ya había ensayado en obras anteriores: una voz omnisciente  narra la historia desde el futuro, como si todo hubiera acontecido tiempo atrás.
Se ha escrito que El mapa y el territorio es una bomba de relojería contra el arte moderno y la cultura contemporánea. En general las novelas de Houllebecq tienden y se deslizan en terrenos del ensayo. Desde mi particular lectura, este aspecto es lo más reseñable e impactante de El mapa y el territorio. Houellebecq ha ofrecido con frecuencia pronósticos sobre el futuro. El periodista italiano Alessandro Cartoni recordaba, no hace mucho, una antigua entrevista del narrador en Art Press, del año 1995. “Teniendo en cuenta el sistema socio-económico vigente, teniendo en cuenta sobre todo los presupuestos filosóficos -afirmaba Houellebecq-, es evidente que el ser humano se precipita hacia una catástrofe a corto plazo”. La novela despliega ficcionalmente  aquel lejano vaticino: un análisis de los efectos sociales, culturales y económicos del capitalismo avanzado. Después de la reduplicación especular del asesinato e Houellebecq, el relato se ocupa de nuevo de la última parte de la vida de Jed Martin y nos convierte en espectadores de un progresivo decline de su existencia. Su último período artístico pretende reflejar el carácter perecedero y transitorio de la historia. Sus obras durante esta fase de su vida son una meditación impávida sobre el fin de la era industrial occidental, hundida y asfixiada entre las capas superpuestas de plantas. Es el triunfo de la vegetación (“Después todo se calma, sólo quedan hierbas agitadas por el viento. El triunfo de la vegetación es absoluto”, página 377)
Michel Houellebecq
                                              

Fragmentos

“(…) Houellebecq  sacudió la cabeza y separó los brazos como si entrara en un trance tántrico; lo más probable era que estuviera ebrio e intentara conservar el equilibrio en el taburete de cocina donde se había acuclillado. Cuando volvió a hablar su voz era suave, profunda, embargada de una emoción ingenua.
 -En mi vida de consumidor -dijo-, habré conocido tres productos perfectos: los zapatos Paraboot Marche, el combinado ordenador portátil-impresora Canon Libris y la parka Camel Legend. He amado apasionadamente estos productos, me habría pasado la vida en su compañía…Al cabo de unos años, mis productos favoritos han desaparecido de las estanterías, lisa y llanamente han dejado de fabricarlos…Es brutal, ¿sabe usted?, terriblemente brutal. Mientras que las especies animales más insignificantes tardan miles, a veces millones de años en desaparecer, los productos manufacturados son desterrados de la superficie del planeta en unos días, nunca se les concede una segunda oportunidad”
……

“(…)-Pues si…-dijo finalmente, devolviéndole el manual-. Es un bello producto, un producto moderno; puede usted amarlo. Pero debe saber que dentro de un año, dos a lo sumo, será reemplazado por otro nuevo, de características supuestamente mejoradas.
También nosotros somos productos –continuó-, productos culturales. Nosotros también llegaremos a la obsolescencia. El funcionamiento del mecanismo es idéntico, con la salvedad de que no existe, en general, mejora técnica o funcional evidente; sólo subsiste la exigencia de novedad en estado puro”
……

“(…) La obra que ocupó los últimos años de la vida de Jed Martin puede, pues, considerarse -es la interpretación más inmediata- una meditación nostálgica sobre el fin de la era industrial europea, y más en general sobre el carácter perecedero y transitorio de toda industria humana…De ahí ese sentimiento de desolación que se apodera de nosotros a medida que las representaciones de los seres humanos  que habían acompañado a Jed Martin en el curso de su vida terrenal se desmigajan bajo el efecto de las intemperies y luego se descomponen y se deshacen en jirones, y que en los últimos vídeos parecen simbolizar la aniquilación generalizada de la especie humana. Se hunden, por un instante parecen que se debaten hasta que las asfixian las capas superpuestas de las plantas. Después todo se calma, sólo quedan hierbas agitadas por el viento. El triunfo de la vegetación es absoluto”

(Michel Houellebecq, El mapa y el territorio, páginas 148, 150, 377)

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