Dedos meñiques
Filip Florian
Traducción de J. Llinàs
Acantilado, Barcelona, 2011, 224 páginas.
Acantilado publica la traducción de la novela que supuso el debut literario de Filip Florian, editada en Rumania con el título de Degete mici. La selecta editora barcelonesa se ha especializado en “otras literaturas europeas” (narradores del Este), junto con narradores españoles de primerísima calidad, aunque no con un perfil literario que los haga propicios para el consumo masivo. Esta es la razón de que Filip Florian engruese el catálogo de la Colección de Narrativa de Acantilado.
Dedos meñiques en su versión original (2005) recibió numerosos galardones y fue declarada la mejor novela del año 2006 por la Unión de Escritores Rumanos. Con esos avales, con la vitola de un debut excepcional, nos acercamos a esta historia, encerrada en una arquitectura narrativa de cajón de sastre, que sutura, bajo mi punto de vista, intriga policial, relato histórico y novela costumbrista en una trama en la que se hace presente la guerra, la alienación, los juegos de la política e inexplicables intervenciones a las que el alma rumana atribuye un carácter sobrenatural.
Un narrador omnisciente que relata en primera persona, nos refiere que en una minúscula aldea de los Cárpatos se ha descubierto una fosa común en las ruinas de un castro romano. El hallazgo de esos restos humanos suscita toda clase de conjeturas y una gran preocupación entre los habitantes del pequeño pueblo. Surgen los interrogantes, la turbación de las conciencias y el pasado reciente del propio país se pone en entredicho. ¿Fueron víctimas de un fusilamiento colectivo en la época comunista? ¿Son restos humanos de épocas más antiguas, fallecidos quizás como consecuencia de las pestes medievales o de un castigo divino, como piensa el padre Ioanichie? Además cada noche los esqueletos se ven privados de huesos de los dedos de sus manos.
Filip Florian |
Para solucionar el enigma, acude al lugar un equipo de antropólogos forenses argentinos, especializados, como si de una enfermedad crónica se tratara, en el análisis de los “desaparecidos”. Para el lector, un joven antropólogo local actuará de guía ante este maremágnum de información confusa, que parece envolver a la cerrada sociedad local, mientras ve llover y escucha a su tía evocar viejas historias familiares.
Filip Florian escribe una novela demasiado parsimoniosa, repleta de evocaciones y digresiones. Así, por ejemplo, la presencia de los antropólogos argentinos es para el narrador una buena excusa para introducir en la escena narrativa el golpe de estado de 1976 que, en el país austral, dio paso a la dictadura de Jorge Rafael Videla y a sus atrocidades. Pero también le permite desviarse para hacernos revivir el Campeonato del Mundo de fútbol del verano de 1986, con un Pibe de Oro que toca el balón con “la mano de Dios” y significó para los argentinos el campeonato, en medio, no de un régimen militar, sino del caos económico.
Escritura, pues, rica, prolija, preñada de ramificaciones que generan un discurso narrativo demasiado frondoso, que ciertamente no facilita la lectura. La mezcla de costumbrismo, de creencias religiosas extravagantes, de denuncia política y una pausada instalación en la cotidianidad y en el imaginario mítico de una aldea de los Cárpatos, permiten acercarnos a los entresijos del alma rumana, pero la carencia de un hilo conductor solvente y un estilo que parece pretender ensimismarse en si mismo, hace que nos olvidemos con frecuencia del enigma de esos huesos a los que les faltan los dedos meñiques y nos veamos envueltos entre las brumas de la exuberancia, cuando esta se convierte en algo interminable
Escritura, pues, rica, prolija, preñada de ramificaciones que generan un discurso narrativo demasiado frondoso, que ciertamente no facilita la lectura. La mezcla de costumbrismo, de creencias religiosas extravagantes, de denuncia política y una pausada instalación en la cotidianidad y en el imaginario mítico de una aldea de los Cárpatos, permiten acercarnos a los entresijos del alma rumana, pero la carencia de un hilo conductor solvente y un estilo que parece pretender ensimismarse en si mismo, hace que nos olvidemos con frecuencia del enigma de esos huesos a los que les faltan los dedos meñiques y nos veamos envueltos entre las brumas de la exuberancia, cuando esta se convierte en algo interminable
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