miércoles, 3 de enero de 2018

EL DERRETIMIENTO DE UN BLOQUE DE HIELO



El deshielo

Lize Spit

Traducción de Catalina Ginard y Marta Arguillé

Editorial Seix Barral, Barcelona, 2017, 526 páginas.



   

    “Es un libro muy personal pero no autobiográfico”. Así justifica la autora, (Lize Spit, 1988) la trama y las diversas secuencias de este libro que en Bélgica se ha convertido en un bestseller, el de una autora que, con veintisiete años, intenta encubrir con esas palabras lo que realmente es una autoficción. La autora nació y se crió en un pueblo belga muy similar al del escenario en el que transcurre la novela. De sus vecinos recogió no pocos elementos para crear y caracterizar a sus personajes; y durante la escritura de la novela, se debatía ante el impulso de su propio ser que le pedía que contase las cosas reales de su vida y la voz de su hija que se resistía a que su madre “se retratase” en la novela. La conclusión más obvia es que El deshielo es autoficción más o menos disfrazada.

   El deshielo es una exhaustiva, por su extensión, novela de aprendizaje. No solamente de la protagonista, Eva, sino también de los dos niños, Laurens y Pim, que en el año 1988 fueron los únicos que nacieron en la pequeña localidad belga de Bovenmeer. Y posiblemente puede ser encuadrada entre las Bildungsroman negativas porque, a la vez que en el desarrollo textual se nos va narrando la historia de los personajes a lo largo del complejo camino de su formación intelectual, moral y sentimental en el  tránsito de la niñez a  la adolescencia y primera juventud, no se ocultan sus fracasos, las negligencias a las que su formación se vio sometida.

   La protagonista principal y a la vez relatora es una niña, Eva, que, ya en la edad adulta, recupera y reelabora sus recuerdos. Nacida en una familia desestructurada -los padres empinaban el codo- los aprendizajes de su niñez y adolescencia tienen lugar en contacto directo con los dos niños coetáneos a los que, en el colegio, colocan en una “clase acoplada”; y en cierto conflicto con el medio en el que vive comenzando por el colegio. Sus maestros son el mundo y va integrado, igual que Laurens y Pim, las experiencias por las que su vida va pasando. Así  construye su personalidad con el viaje de distanciamiento con relación la familia, a la vez que se va descubriendo a sí misma.

   La autora “rellena” estos años de formación con cientos de descripciones, detalles y chismes, muchos de ellos insubstanciales: los pequeños acontecimientos en el seno familiar, la compra de un ordenador -un Windows 95 de segunda mano-, la primera regla de Eva, la colocación de un tampón, la amistad con Elisa, una niña que llega de otro colegio, los juegos con Laurens y Pim en el pajar, en el granero, en la escuela, en los que, poco a poco, se va percibiendo un creciente interés por el sexo. Inventan un juego, el descifrado de un acertijo, ligado a escabrosas maniobras sexuales que se les van de las manos porque el escarceo sexual acaba en tragedia y en una sutil venganza.

   Pero eso solamente ocurre en las ciento cincuenta últimas páginas. Y es posible que no pocos lectores detecten en ellas una sexualidad rayana a la pornografía y una cierta violencia que bien puede ser entendida como crueldad. En ese sentido, la autora, con un absoluto dominio de la narrativa, dinamita la adolescencia, la amistad e incluso la piedad, pero considero que el fondo solamente radiografía lo que es la pubertad: un proceso de maduración duro, conflictivo, lleno de choques entre los valores familiares, los del contexto social y los deseos del personaje. Los seres humanos, como dice Luis Landero, para resultar absueltos de sus errores deben intentar vivir y, sobre todo, contar lo vivido. Y eso es lo que hace Lize Spit en esta novela en la que sigo sospechando que pernoctan muchos elementos autobiográficos.

   La protagonista y narradora nos hace llegar sus recuerdos en una espiral ajena a la sucesión cronológica de los mismos. El descubrimiento de la sexualidad como un juego sin cortapisas y bajo el impulso de retorcidas pulsiones constituye, sin duda, el núcleo central de la novela. Pero su estructura, alejada de lo lineal, es mucho más rica y compleja: el relato avanza fusionando tres momentos o épocas: la infancia y la complicada situación familiar de la protagonista en la que ni su padre ni su madre pueden ser depositarios de sus problemas, ni siquiera del brutal atropello sexual que sufre por parte de sus amigos. Únicamente su hermana menor le brinda apoyo y amor verdadero. El segundo estrato que aparece en la memoria de la protagonista es el año 2002: los niños han dejado de serlo y esos juegos sin filtro a los que se entregan, hieren física y psicológicamente a Eva. El tercer momento, tiene lugar cuando Eva retorna a la localidad dispuesta a consumar una venganza para así liberarse de unos hechos terribles que han marcado su vida. Con ella, en ese viaje, transporta un gran bloque de hielo; con él intentará vengarse y desintoxicar su pasado. Al compás de ese deshielo, se irán cumpliendo sus anhelos, se liberará del pasado y hallará la paz. Ese cubo de hielo es el cebo que va atrapando al lector.

   Echando mano de técnicas de elipsis e insinuaciones y con la alternancia de los tres períodos narrativos, la autora dispone de un buen entramado para colocar, de forma selectiva y en el orden que le conviene a la intriga, las miserias que constituyen este relato, en el que algunas motivaciones tales como el bloque de hielo que transporta la protagonista, solamente comprenderemos en el cierre de la novela.

   Una aceptable pieza narrativa a la que una mayor parquedad en las tres primeras partes la hubieran beneficiado liberándola de elementos prescindibles y dotándola de un mayor ritmo narrativo.









                                                 
Lize Spit



Fragmentos



“Mien me mira con gesto interrogante, se aparta los rizos de la cara. No sé adónde quieren ir a parar los chicos.

-Así que será una mamada -dice ella-. Vale lo haré.

Se arrodilla en la paja.

-No os daré más de diez segundos -les digo.

Esta vez Laurens quiere ser el último, seguramente para poder ver lo que hace Pim y no ser el que salga peor parado. Juguetea un poco con sus pelotas mientras espera su turno.

Yo cuento, no demasiado rápido, pero tampoco demasiado lento.

Pim baja los pantalones, tira tres veces hacia atrás de su prepucio, con el movimiento de un vaquero que carga su pistola. Justo cuando la piel está retirada, empuja el capullo entre los dientes de Mientje.

Ella se la chupa unas cuantas veces, su fina cara se vuelve aún más estrecha.

-Y diez. ¿Por qué lo llaman mamada si no se da de mamar? –pregunto.

Es el turno de Laurens. No quiere contestar a mi pregunta.

Su picha no está del todo tiesa y me recuerda a las salchichas baratas que hay en la tienda, que no contienen mucha carne sino sobre todo grasa, por lo que se arrugan cuando están erguidas. Tampoco son apetitosas, pero se pueden utilizar para repartir garrotazos que nunca duelen de verdad. Durante diez segundos, Mientje hace lo que puede.”



…..



“Pim expone las reglas del juego, que han cambiado otra vez. Vuelven a la apuesta de una prenda por intento, pues ha demostrado ser la más efectiva.

-Así que tienes tantas oportunidades como prendas de ropa lleves. Si acabas desnuda, habrás perdido. En ese caso, deberás hacer lo que te ordenemos. Si adivinas el acertijo, nosotros haremos algo para ti. Lo que tú quieras.

-¿Qué pasa si no me interesa nada de vosotros?

-Tiene que haber algo -Laurens se seca el labio superior con el pulgar y el índice y se huele el sudor.

-¿Estáis dispuestos a limpiar la cuadra de mi caballo lo que queda de verano?

-¡Pues claro! -responden Laurens y Pim casi al unísono.

-¿Y cuál es el acertijo?

- Te lo diremos si participas o no.”



…..



“Una vez busqué cuánto tiempo tardan en degradarse los recuerdos, igual que había hecho con las braguitas, pero no lo encontré. No puede ser más que el vidrio, porque, a diferencia de las botellas de vino, las personas -los portadores de recuerdos- no pueden permanecer vagando por ahí eternamente.

De los días de aquel verano aún sé que importaban todos y cada uno de los momentos, minuto a minuto, cómo sucedió, dónde sucedió. Que yací de espaldas sobre el suelo del taller y vi balancearse la podadera, que había piedrecitas en la calzada mientras pedaleaba con Tesje y Jolan hacia el hospital y que esquivamos babosas en el camino de vuelta. Parecía importante registrar todos los detalles para poderlos olvidar después y de ese modo ir borrando lentamente su recuerdo.

Sólo lo conseguí cuando me mudé a Bruselas. Ahí había otros carniceros, otras calles, ningún sauce desmochado. Lo que se dijo, de qué color era la camiseta que llevaba Pim, qué músculos me habían dolido más y cómo me había mortificado la arena por dentro, esa información fue quedando relegada poco apoco a un segundo plano, pero, indudablemente, el hecho de que aquello hubiera pasado y me hubiera marcado permaneció y fue tornándose más amargo día a día.”



(Lize Spit, El deshielo, páginas 351-352, 420-421, 513-514)

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