miércoles, 5 de diciembre de 2018

JOSEF MENGELE: LA PROPAGACIÓN DEL MAL


La desaparición de Josef Mengele
Olivier Guez
Traducción de Javier Albiñana
Tusquets Editores, Barcelona, 2018, 249 páginas.

   

  Josef Mengele fue uno de los numerosos médicos que realizaron su macabro trabajo en el campo nazi de exterminio de Auschwitz. La cooperación de miles de médicos fue imprescindible para que se pudiera llevar a cabo el mayor crimen de la historia. Ellos eran los que realizaban la selección de los judíos deportados y, como dioses impasibles, decidían en pocos segundos quienes debían ser exterminados o quienes eran aptos para el trabajo o sus espeluznantes experimentos. Entre todos ellos uno, Josef Mengele, El Ángel de la Muerte, fue y sigue siendo el símbolo personificado del mal absoluto. Mengele, además de decidir quien vivía y quien moría, fue el médico que llevó a cabo los experimentos más reprobables entre los presos, cobayas humanas. Sadismo sin límites basado en las doctrinas raciales nazis: experimentos con gemelos, pruebas destinadas a la esterilización. El escritor y periodista Olivier Guez, que ya había investigado sobre los  criminales de guerra nazis en la preparación del guión de la película El caso Fritz Bauer, en un libro galardonado con el Premio Renaudot 2017, pretende responder a la pregunta de cómo pudo escapar a la acción de la justicia durante treinta años y morir ahogado a los 67 años en Brasil uno de los mayores criminales de todos los tiempos.
   Un libro en el que se fusionan datos reales con ciertas dosis de ficción, y que se adentra y escudriña en la vida secreta del médico nazi en Latinoamérica, y en las circunstancias que garantizaron la impunidad de cientos de criminales nazis en la segunda mitad del pasado siglo. Pero a la vez desmitifica a este hombre cínico y vanidoso, y muestra qué clase de persona era, ajeno a la empatía, a la piedad; como un dios impasible en la rampa de selección de Auschwitz, enviaba a vagones enteros de deportados a las cámaras de gas o cometía atrocidades experimentando con aquellos a los que su bastón colocaba a la derecha.
   La novela, estructurada en tres partes, tiene su íncipit con la llegada de Mengele, bajo el falso nombre de Helmut Gregor, a Buenos Aires. Una maleta pequeña con jeringuillas hipodérmicas, cuadernos de anotaciones, dibujos anatómicos, muestras de sangre… le pueden comprometer en la aduana. Pero alcanza el santuario argentino con la ayuda de la red Bolivar de la Abwehr, los servicios de inteligencia nazis. Recuerda con nostalgia otro escenario muy distinto donde pasó los mejores años de su vida como ingeniero de la raza. Como infatigable dandi caníbal sellando la suerte de sus víctimas; a su disposición un zoo de niños cobayas. Guardián de la pureza de la raza y alquimista del hombre nuevo, así se siente él.
   En Argentina Perón piensa el mundo: el peronismo suplirá la explotación y la esclavitud a las que el capitalismo y el comunismo somete al hombre. Y para ello precisa peones adiestrados. Le concede asilo a la escoria nazi reenviada por Suiza, Italia y la España franquista.
   El libro sigue los pasos de Josef Mengele, siempre enfrentado con el miedo, desde su inicial empleo como carpintero, representante de de la empresa familiar en el país austral, el enjuague ocasional, muy idóneo para un médico con su experiencia, de ayudar a las jóvenes burguesas a liberarse de las consecuencias y rastros de sus pecados. Y junto con los nazis de Buenos Aires, escruta el futuro: reconquistar Alemania que está optando por la amnesia general con relación a los sicarios del nazismo.
   Se casa de nuevo con Martha, la viuda de su hermano. Lo posee todo: libertad, dinero, éxito, una mujer elegante. Y nadie le ha detenido. Con las declaraciones de Eichmann que se ufana de haber eliminado a seis millones de judíos a la vez que le lamenta de no haber podido completar su misión, los partidarios latinoamericanos del nazismo descubren la verdad. Mengele, más precavido que Eichmann revela sin embargo su verdadera identidad. Denunciado y con una orden de extradición, se refugia en Paraguay, a la vez que echa pestes por haber perdido su nido argentino Y comienzan a aterrorizarle los pensamientos lúgubres. Tras el secuestro de Eichmann entra en pánico y huye a Brasil donde comienza de verdad su descenso a los infiernos: su languidez en el calabozo a cielo abierto de una granja, atenazado por la angustia y el miedo.
    Mengele nunca fue atrapado ni juzgado, pero en su decrepitud, recluido en una miserable chabola de una favela, se verá enfrentado a sus inconcebibles crímenes. El juez: su hijo Rolf. “Papá ¿qué hiciste en Auschwitz?” La sentencia del hijo es implacable: su padre es un criminal de guerra. Y Mengele muere en la inmensidad del océano, bajo el sol brasileño, sin haber tenido que enfrentarse a la justicia de los hombres ni a sus víctimas.
   Olivier Guez relata la historia de Josef Mengele en Latinoamérica y lo hace de forma novelesca, la única que le permitía acercarse a la macabra trayectoria del médico nazi que gozó de impunidad en Europa y en América por varias razones: la Guerra fría que paraliza la “desnazificación”, la amnesia absoluta que impera en Alemania durante los años siguientes a la Guerra, el silencio de los supervivientes cuya culpabilidad por haber sobrevivido les hace vivir sumidos en el mutismo, Israel, una nación que está comenzando a andar y carece de recursos para cazar a todos los nazis..
   El autor da cuenta de los males de Mengele, de sus abyectos crímenes y de su existencia atormentada en Latinoamérica , sin rabia ni amargura, con la sobriedad de un reportaje de investigación pincelado por la ficción. Un siniestro historial, una fuga sin descanso del dispensador de la muerte que con un movimiento de su bastón de mando decidía el destino de sus víctimas. El libro en más de una secuencia, y en especial en el desenlace, adopta la forma de thriller, de novela de suspense. La historia de Mengele, un hombre corriente y sin especiales cualidades, capaz, sin embargo, de hacer daños inconmensurables a centenares de seres humanos, es un aviso para nuestro tiempo: “Cada dos o tres generaciones, cuando se agota la memoria y desaparecen los últimos testigos de las masacres anteriores, la razón se eclipsa y otros hombres vuelven a propagar el mal.” (páginas 241-242).

Francisco Martínez Bouzas


Olivier Guez


Fragmentos

“Esa danza macabra de Auschwitz se vio forzado a ajercutarla un médico forense húngaro en el verano y el otoño de 1944. Miklos Nyiszli pertenecía a los Sonderkommandos, los muertos vivientes condenados a recoger los cabellos y arrancar el oro de los cadáveres gaseados antes de arrojarlos a los hornos. El judío Nyiszli fue el bisturí de Mengele. A sus órdenes serró bóvedas craneales, abrió tórax, cortó pericardios, y tras escapar milagrosamente del infierno, recogió lo inimaginable y terrible en un libro, “Fui asistente del doctor Mengele”, publicado en la inmediata posguerra en Hungría, y en Francia en 1961.
«Mengele es infatigable en el ejercicio de sus funciones. Pasa tanto horas enteras abismado en el trabajo como medio día de pie ante la rampa judía adonde llegan ya cuatro o cinco trenes diarios cargados de deportados de Hungría…Su brazo se alza invariablemente en la misma dirección: a la izquierda. Trenes enteros son enviados a las cámaras de gas y a las piras…La eliminación de cientos de judíos en las cámaras de gas es para él un deber patriótico.»”

…..

“Mengele  es el príncipe de las tinieblas europeas. El médico orgulloso ha diseccionado, torturado, quemado a niños. El hijo de buena familia ha enviado a cuatrocientos mil hombres a la cámara de gas silbando entre dientes. Durante mucho tiempo ha creído que había salido bien librado, él, «el engendro de lodo y de fuego» que se tomaba por un semidiós, él, que había pisoteado las leyes y los mandamientos e infligido sin compasión tanto sufrimiento y tanta tristeza a los hombres sus hermanos.
Europa, valle de lágrimas.
Europa, necrópolis de una civilización aniquilada por Mengele y sus esbirros de la Orden Negra de la calavera, punta envenenada de una flecha lanzada en 1914.”

…..

“Ese día Mengele está amargado. Se lamenta de su suerte, como siempre, sin remordimientos ni pesar, y descarga su hiel en sus cuadrúpedos y en los baobabs de la selva virgen, que murmura y canta pero no le escucha. Al llegar a un calvero, se sienta en un tronco, la cabeza entre las manos, y piensa en sus colegas de Auschwitz, los veinte médicos destinados al campo. Horst Schumannn esterilizaba a hombres y mujeres irradiándoles rayos X antes de castrar a los primeros y someter a una ovariotomía a las segundas. Carl Clauberg implantaba fetos de animales en el vientre de sus cobayas humanas y las esterilizaba inyectándoles sustancias a base de formol en el sistema genital. El farmacéutico Victor  Capesius birlaba las prótesis dentales aún sangrantes de los deportados asesinados para venderlas fuera del campo. Friedrich Entress inoculaba el tifus a los prisioneros y los eliminaba mediante  inyecciones intracardiacas de fenol. August Hirt inyectaba hormonas a los homosexuales y asesinaba para establecer una tipología del esqueleto judío. Y de todos los demás que cometían barbaridades en el campos (trescientos cincuenta profesores de universidad, biólogos, médicos) y habían participado en el programa T4 de eutanasia, ¿qué había sido de ellos?”

(Olivier Guez, La desaparición de Josef Mengele, páginas 122, 127, 163)

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