Historia de
mi familia
Sacha Batthyany
Traducción de alemán de Fernando Aramburu
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2017, 270 páginas.
Este libro tiene su origen y
motivación en un hecho sangriento e inhumano que sucedió en la noche del 24 al
25 de marzo de 1945: Margit Batthyany, hermana del conocido barón Thyssen-Bornemisza, celebraba una fiesta en su castillo de Rechnitz (Austria). En la misma
participaban como invitados distintos jerarcas nazis, miembros de la policía
política de las SS y de las Juventudes Hitlerianas. La velada concluyó con un
espeluznante divertimento, en una borrachera sangrienta: disparar al judío. Ciento ochenta judíos perdieron la vida en
aquella matanza. Y los dieciocho que los enterraron, fueron asesinados al día
siguiente. Aquel suceso permaneció oculto -no resultaba difícil para una
familia tan poderosa como los Thyssen-, pero este libro rescata aquel macabro
episodio. El profesor y periodista Sacha Batthyany se halló de golpe con esta
historia en la que participó algún miembro de su propia familia: la anfitriona
de aquella velada fue Margit, tía de su padre. Porque una mañana, una compañera
del medio en el que trabajaba, puso un periódico en su mesa y le preguntó:
“Pero ¿qué clase de familia tienes tú?”. Sacha Batthyany dirigió la mirada a la
página de aquel diario y leyó el siguiente titular: “La anfitriona del
infierno”. Esa anfitriona era la tía Margit. Y a continuación, el relato de la
salvaje diversión, del tiro a la cabeza del judío o de la judía desnudos. La
negra historia de una familia que sumergió a Sacha Batthyany en una
investigación de siete años cuyo resultado fue este libro, una amalgama de
memoria y de novela.
Eran los estertores de la Segunda Guerra
Mundial con el ejército soviético a pocos quilómetros. Seiscientos judíos se
hacinaban en los sótanos del castillo. Los doscientos que se hallaban en las
peores condiciones fueron los elegidos para esta caza a balazos del judío. Tras
la masacre, Margit y sus invitados continuaron bebiendo y bailando hasta el
amanecer.
Tras conocer el suceso, el sobrino nieto de
la anfitriona, guiado por el diario de su abuela, inicia una investigación por
Europa y Latinoamérica que suscitará en él imperiosos y preocupantes
interrogantes sobre el pasado y su conexión con el presente; sobre los secretos
de una familia poderosa y sobre él mismo. Si algo le preocupa resolver al autor
es el grado de participación de la tía Margit en la ejecución de los
prisioneros. ¿Participó, disparó contra los judíos o se limitó a brindar con
los asesinos?
Pero hay más abismos familiares que forman
así mismo parte de una herencia a la que no puede renunciar. La matanza de
Rechnitz en la mansión de Margit von Thyssen es solamente el punto de arranque
de esta pieza que entronca a la vez la ficción con la historia. De hecho la tía
Margit nunca fue acusada de crímenes de lesa humanidad. Los dos principales
testigos de la causa fueron asesinados en 1946. Mas la matanza de ciento
ochenta judíos fue lo que acercó a Sacha a la familia: quiso saber el grado de
implicación de la tía Margit y lo que halló fue la historia deshonrosa de la
familia: los diez años que el abuelo pasó encerrado en un gulag en Siberia por
haber sido oficial del ejército húngaro, subordinado al alemán, las penalidades
de la abuela Maritta en un Budapest bombardeado por los rusos y, sobre todo,
los fragmentos de los diarios de la abuela y de Agnes. El diario de la abuela
transcribe hechos acontecidos entre 1920
y 1956 en Hungría: cómo creció siendo hija de terratenientes en la aldea de Sarasod,
con doncellas, criados, coches y un profesor particular de francés. La llegada
de la Guerra lo trastocaría todo porque Hungría es aliada de Alemania y el
palacio familiar fue empleado por los nazis para encerrar judíos. Y la abuela
nada hizo por salvar a ninguno de ellos. Se agazapó, se escondió y vivió como
un topo. No movió un solo dedo para proteger a los padres de Agnes, el
matrimonio Mandl, que había dicho no a su traslado a Auschwitz, y marido y mujer
fueron asesinados por la espalda.
Esa culpa por no haber hecho nada por salvar
a los judíos por parte de la abuela Maritta llega hasta el presente. Es la
contumacia del pasado que Sacha Batthyany refleja con turbadores interrogantes. Esas culpas pesaron sobre los
hombros de los abuelos, sobre las de sus padres y hoy golpean la conciencia de
Sacha.
La condesa Margit von Thyssen recibiendo un trofeo de manos de un jerarca nazi en la Hípica de Budapest, año 1942 |
Es esta, sin duda, la parte más sugestiva y
crucial de la novela. En la misma no solo hay una crónica a caballo del
reportaje periodístico y de la ficción, sino una verdadera inmersión en lo que
Hannah Arendt llama la “banalidad del mal” (Eichmann
en Jerusalén). El autor se involucra en los hechos pasados, pero además
cree que condicionan su propia existencia. ¿Habría hecho él algo en lugar de
limitarse a mirar como hicieron los abuelos? ¿No nos volvemos de pronto sumisos
y obedientes cuando se trata de salvar el pellejo? Estamos cada hora a favor o
en contra de algo en las redes sociales, pero ¿cómo actuaríamos si los hechos
dejaran de ser virtuales y se trasladasen a la calle? ¿Actuaríamos como topos
agazapados sin querer saber nada?
La novela reproduce la crónica de una
familia y el peso del pasado sobre el presente, mas también es autoficción: en
la parte conclusiva todo gira en torno al autor. En todo ello ahonda esta pieza
narrativa a medida que van pasando las
hojas.
La novela se sustenta en una arquitectura
compositiva con múltiples saltos tanto en el tiempo como en el espacio para
volver siempre a los puntos de partida. Un estilo de prosa conciso y preciso,
propio de una crónica periodística para hacer visible el manto externo y
apreciable de los hechos más turbios y espeluznantes, y un trasfondo
extremadamente inquietante que escudriña en la naturaleza imperecedera de las
culpas, del pasado que no se disuelve, que siempre retorna como los viejos
fantasmas.
Francisco
Martínez Bouzas
Sacha Batthyany |
Fragmentos
“Llamé por
teléfono a mi padre y le pregunté si estaba al corriente de aquel hecho. Guardó
silencio y oí que descorchaba una botella de vino: Lo veía ante mí, en aquel
sofá desgastado que tanto me gusta, en su sala de estar de Budapest.
-Margit tuvo
un par de líos amorosos con nazis. Es lo que se contaba en la familia.
-En
el periódico se dice que organizó una fiesta y, como culminación, de postre,
encerraron a ciento ochenta judíos en un establo y hubo reparto de armas. Todos
estaban borrachos como cubas. Participaron los que quisieron. También Margit.
La tildan la anfitriona del infierno. En algunos periódicos ingleses la llaman
killer countess. Y el Bild tituló: LA CONDESA THYSSEN HIZO MATAR A TIROS A
DOCIENTOS JUDIOS EN UNA FIESTA DE NAZIS.
-Eso
no tiene sentido. Hubo un crimen. Ahora bien, juzgo improbable que Margit
tuviera nada que ver con ello. Era un monstruo, pero incapaz de hacer una cosa
semejante.
-¿Por
qué dices que Margit era un monstruo?
…..
“Tía
Margit no estuvo aquella noche a la intemperie, delante de la fosa en cuyo
interior, formando una hilera, se arrodillaban las mujeres y los hombres
desnudos. Ella se reía y bailaba mientras los cuerpos demacrados caían a la
tierra. Rio y bailó con los asesinos cuando éstos, a las tres de la madrugada,
volvieron al palacio.
Y
mientras los ciento ochenta cadáveres se descomponían dentro de una fosa
perdida en algún lugar de Rechnitz, tía Margit navegaba cada año en un crucero
por el azul estival del Egeo, bebía Kir Royal en Montecarlo y, al llegar el
otoño, cazaba renos en los bosques de Burgenland.
Tía
Margit disfrutó el resto de su larga vida aun cuando conocía los pormenores de
la matanza. Semilla podrida.”
…..
¿Qué
diferencia había entre los padres de mi abuela y tía Margit? Lo fui pensando de
regreso al hotel, mientras caminaba junto a panaderías y bares sombríos con
hombres que, de pie delante de máquinas tragaperras, no se daban cuenta de que
les caía en el pantalón la ceniza del cigarrillo. (…)
Ellos
no eran monstruos sanguinarios; mis parientes no torturaron, ni dispararon, ni
causaron grandes sufrimientos. Se limitaron a mirar y a no hacer nada. Habían
dejado de pensar y de existir como personas, aunque sabían todo lo ocurrido.
¿Consistía en esto la célebre banalidad del mal formulada por Hannah Arendt? Me
lo pregunté mientras andaba y andaba, me habría gustado no parar nunca de poner
un pie delante de otro. «Todos lo
sabían», iba yo
hablando a solas en voz baja. Los transeúntes que me miraban pudieron creer que
musitaba una canción. En lugar de eso, pensaba en un pasaje del libro Devorado por
las llamas, de la periodista Lilly Kertész,
húngara de la ciudad de Eger deportada a Auschwitz en 1944. En él describe a los
vecinos que miraban al patio y observaban
cómo se llevaban a los judíos. «No
vais a volver nunca», gritaban desde
las viviendas, por cuyas ventanas salían música de baile y risotadas. Y la periodista
se sorprendía: «Claro está que
yo conocía a los moradores de la casa. Siempre había recibido de ellos un trato
amistoso.”
(Sacha Batthyany, la
matanza de Rechnitz. Historia de mi familia, páginas 15-16,79-80, 231-232)
Ciertamente interesante ...
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