sábado, 28 de octubre de 2017

LOS NIÑOS DE LA CAMORRA, UNA NOVELA-VERDAD

La banda de los niños
Roberto Saviano
Traducción de Juan Carlos Gentile Vitale
Editorial Anagrama, Barcelona, 2017, 377 páginas.

   
   Por primera vez y a los diez anos de la publicación de Gomorra  (2006) que transformó su vida obligándolo a vivir con escolta, Roberto Saviano (Nápoles, 1979) escribe una novela de ficción, La paranza dei bambini, editada recientemente en español por el sello barcelonés Anagrama. Un libro que, como sus publicaciones precedentes, no ha cesado de suscitar polémicas. Como su autor: idolatrado por sus fans y odiado por sus detractores a causa de sus éxitos que no se perdonan fácilmente, y de la obsesión de protagonismo del propio escritor. Mas lo que no admite dudas es que Roberto Saviano es hoy en día uno de los intelectuales más interesantes de Italia, un personaje reputado y carismático.
   El título de la novela en italiano es intraducible al español. “Paranza” es un sustantivo que proviene del mar; es el nombre de los barcos que van a la caza de peces por la noche a los que engañan con las luces. Los peces buscan la luz y quedan atrapados en las mallas de las redes. Una metáfora muy apropiada porque del mismo modo la “paranza” humana va a la caza de vidas humanas a las que engaña con hermosas promesas y brillante joyería. La banda de los niños es ciertamente una novela, pero bebe de la realidad que reflejan los periódicos y la investigación policial que, hace dos años (2015), llevó a la detención de Pascuale Sibillo de veinticuatro años, jefe de la banda de los niños real, esa que controla el negocio de la droga en las calles de Nápoles, y que a los dieciocho años o menos tienen ingresos cercanos al medio millón de euros. Un dinero que vuela, ya que la muerte les puede estar esperando a la vuelta de la calle. Forma parte de su trabajo.
   La novela gira en torno a la mafia napolitana, protagonizada por adolescentes con apodos infantiles y aparentemente inofensivos: Marajá, Tucán, Dientecito, Lollipop, Pichafloja, Esatableciendo, Dron, Bizcochito o Cerilla entre otros. Ellos son los “pececitos” que son arrastrados y engañados por la luz criminal. Matan y serán matados porque entre esas mafias casi infantiles solo hay dos categorías en las que se divide el mundo, según reitera en más de una ocasión el líder de la banda, Nicolás Fiorillo, alias Marajá: jodidos y jodedores. Paulatinamente la banda de los niños logra introducirse en los diversos estratos de la delincuencia napolitana: en sus actividades criminales y copia así mismo sus métodos y rituales, tales como las ceremonias de adhesión, juramentos y ritos de omertà.
   La acción de la novela la sitúa Saviano en Forcella, un barrio céntrico napolitano. El discurso narrativo comienza “in media res”, lo que provoca a continuación analepsis, retrospecciones. Ese punto medio es el “enmierdamiento”; prohibido mirar a alguien porque la mirada es territorio. Prohibido poner “me gusta” en las fotos de Letizia, la chica de Nicolás Fiorillo porque le pertenece. Si alguien lo hace como Renatino recibe una tremenda paliza y Nicolás le caga en la cara.
   La banda de los niños surge porque los capos mafiosos adultos, los históricos, han sido liquidados o están presos. Ellos los sustituirán, quieren ocupar sus tronos y para ello se disponen a luchar por el territorio. Se suben a sus escúteres y corren a todo gas. Rápidos, insolentes, maleducados: pisotear, chocar y correr. Ese es su lema. Ellos serán la nueva mafia italiana, la Camorra 2. Consiguen algunas armas y comienzan a currar con el revolver. El primer golpe, un atranco a un estanco. Segundo paso, la extorsión a los vendedores ambulantes y a los aparcacoches después de los partidos de futbol. Pero en Nápoles eso es moneda corriente. Hasta los niños de ocho años forman bandas y se ganan su dinero con extorsiones a las madres y abuelas en los parques públicos, aliándose con los gitanos.
   Los llamaban niños y eran niños de verdad, y, como quien no ha empezado a vivir, no tienen miedo de nada. Niños sí, pero con pelotas y pistolas, especialmente desde que El Arcángel, un viejo capo de la mafia en arresto domiciliario, apuesta por esa banda de adolescentes y les entrega las armas  que estaban escondidas desde hacía años. Y como no sabían matar -solamente habían sido asesinos de videojuegos-, precisan entrenarse y lo hacen disparando a dos indios, un negro y un marroquí. Ellos serán sus dianas. Tal como suelen hacer los grupos mafiosos, Nicolás somete a los miembros de su banda a un ritual de omertà: pan, vino y sangre que los hermana. Desde ese momento son una banda y Nicolás será el capo, el ras. Han creado su Sistema y la deslealtad con la banda se paga de forma muy cara: quedarse con una pistola, incluso para defender a la banda de la policía, exige una reparación: ¿cortarle una manos? ¿cortarle las orejas? No, la penitencia será traer a la hermana para que les haga una mamada a todos los miembros de la banda. Se implicarán a fondo en el negocio de las drogas; en ejecuciones estratégicas a sangre fría porque Marajá sabe que cada muerte tiene dos rostros: la decisión y la lección.
   Son algunos de los ingredientes que emplea Roberto Saviano para relatar la creación y la consolidación de la banda mafiosa compuesta por chiquillos menores de edad. Violencia, ferocidad, dulcificadas de vez en cuando por los ligues, los brindis con Moët & Chandon, las fiestas, los conciliábulos en la madriguera. Y en un final que no es propiamente un desenlace, la tempestad, un verdadero tifón.
   Más en el fondo que en la forma, La banda de los niños es un bildungsroman, una novela de formación. El aprendizaje de la vida, no en libros de texto sino en Tou Tube, en You Porn, en Porn Hubb y en las películas sobre la mafia y la camorra. Ellas son la fuente de su educación sentimental. Y los consejos de El Príncipe  de Maquiavelo del que Nicolás aprende que no se debe de hacer profesión de la piedad. La política se hace mejor con el miedo. La única categoría del espíritu que admiten son la de perdedores y ganadores y  ellos quieren pertenecer a la segunda. Lo esencial no es la ética sino el poder. No imitarán a sus padres que se rompían la espalda por un mísero salario. Obtendrán mucho dinero, pero como entraba, salía, sin pensar en ahorrar porque saben que la muerte no avisa y puede estar a la vuelta de la esquina.
   Novela verista, o novela-verdad, a pesar de las acusaciones que ha recibido Saviano de haber escrito un libro irreal, que sigue vertiendo basura sobre Nápoles. En la obra sobran posiblemente secuencias prescindibles, que favorecerían una lectura más rápida, no más placentera. Los personajes, especialmente el de Nicolás, alias Marajá, el gran protagonista son, en algunos de sus rasgos, una copia de estereotipos. Pero la realidad, una vez más, supera a la ficción: cuenta Roberto Saviano que los niños de ciertos barrios de Nápoles leen su libro y se ríen de forma chulesca: “estos, dicen orgullosos, son chistes, nosotros hacemos cosas mucho peores…solo han hecho medio homicidio, aquí disparamos todos los días.”



                                                 
Roberto Saviano

Fragmentos

“A última hora de la mañana De Martino visionó la filmación. Se la entregaron y se encerró solo en el taller de artes plásticas, donde estaban los aparatos. Apareció en la pantalla la cara de Nicolás. Los ojos miraban directamente a la cámara, y en verdad viéndolo así, dentro del espacio del encuadre, Fiorillo era todo ojos. Nicolás había aceptado el desafío y ahora contaba el inicio del capítulo diecisiete de El Príncipe como quería:
-Alguien que debe ser el príncipe no se preocupa si el pueblo le teme y dice que da miedo. A alguien que debe ser príncipe le importa un pimiento ser amado, porque si eres amado, los que te aman lo hacen mientras todo va bien, pero en cuanto las cosas se ponen feas, te joden de inmediato. Más vale de tener fama de ser un maestro de la crueldad que de la piedad.”

…..

“La única arma que tenían era la ferocidad que los cachorros de hombres aún conservan. Animalitos que actúan por instinto. Muestran los dientes y gruñen, eso basta para que se cague encima el que está enfrente.
Volverse feroces, sólo así quien aún infundía temor y respeto los tendría en consideración. Niños, sí, pero con pelotas. Crear desconcierto y reinar sobre él: desorden y caos para un reino sin coordenadas.
-Se creerán que somos criaturas, pero nosotros tenemos ésta…y también éstas.
Y con la mano derecha, Nicolás cogió la pistola que tenía en los pantalones. Enganchó el guardamonte con el índice y empezó a hacer girar el arma, como si no pasase nada, mientras con la izquierda señalaba el paquete, la polla, las pelotas. Tenemos armas y pelotas, ése era el concepto.”

…..

“Ahora en aquella casa todos los chavales se habían convertido en hermanos de sangre. El hermano de sangre es algo de lo que no se puede volver atrás. Los destinos se ligan a las reglas. Se muere o se vive según la capacidad de estar dentro de las reglas. La ‘ndrangheta siempre ha contrapuesto los hermanos de sangre a los hermanos de pecado, es decir, el hermano que te da tu madre pecando con tu padre al hermano que eliges, aquel que no tiene nada que ver con la biología, que no procede de un útero, de un espermatozoide. Aquel que nace de la sangre.
-Esperemos que no tengáis el sida, que nos hemos mezclado todos -dijo Nicolás. Ahora que todos había terminado también él estaba entre los otros, como una familia.”

…..

“Dron tenía la mano en la manilla para marcharse, aún convencido de que estaban todos de broma. Pero aquella palabra -«hermana»- disparada a quemarropa lo hizo volverse de golpe.
-¿Y qué…? –preguntó.
-¿Cómo qué y qué…? ¿Te acuerdas de la película El camorrista? ¿Te acuerdas de cuando está aquel chaval que dice «en mi opinión, el profesor era medio marica?
-¿Y…qué tiene que ver?
-Espera. Ahora te lo explico. ¿Lo recuerdas?
-Sí
-¿Y te acuerdas  qué pregunta el profesor?
-¿Qué pregunta?
-Eh, pregunta: «Esa chica que te viene a buscar es tu hermana, ¿no?» Ahora como penitencia me traes a tu hermana. Debes hacer eso. Pero no me la traes a mí, porque no es que me hayas ofendido a mí robando una pistola. La debes traer a toda la banda.
-¿Qué estás diciendo Marajá? ¿Te has vuelto loco?
Entre los muchachos de la banda descendió ese silencio que anticipa la decisión.
-Tú ahora traes a tu hermana, que nos tiene que hacer una mamada a todos, a todos los miembros de la banda.”


(Roberto Saviano, La banda de los niños, páginas 126, 171-172, 195, 251- 252)

domingo, 22 de octubre de 2017

LA OBSESIÓN DEL SISHA PANGANA

Un tranvía en SP
Unai Elorriaga
Editorial Alfaguara, Madrid, 154 páginas
(Libros de fondo)

   
   SPrako tranbia (Elkar, 2001) fue Premio Nacional de Literatura en el año 2002. Un galardón concedido a una “opera prima”, la primera novela del filólogo vasco  Unai Elorriaga (Algorta, Getxo, 1973). Recibida con el aplauso unánime de la crítica vasca, lengua en la que vio la luz, batió en su día marcas de venta y fue traducida a varias lenguas tanto peninsulares como europeas. Y en su momento convirtió a Unai Elorriaga en un serio competidor de Bernardo Atxaga. La concesión del Premio Nacional de Literatura  a Un tranvía en SP no dejó de causar controversias, hoy olvidadas. “Despertó las iras de sectores alérgicos bien al euskera, bien a lo nuevo”. La polémica surgió porque ciertos grupos, de forma interesada y con connotaciones políticas, como precisó Josefina Aldecoa, miembro del jurado, consideraban que el jurado había votado a favor de SPrako tranbia habiendo leído únicamente una mínima parte de la misma.
   Concuerdo, sin embargo, con la valoración de Josefina Aldecoa. Un tranvía en PS es una de las mejores novelas aparecidas a inicios del siglo XXI. Así lo confirma el número de ediciones con las que cuenta el libro en su versión original, así como las traducciones a todas las lenguas peninsulares y a otros idiomas europeos. Es, sin embargo, una novela tan rica como compleja que nos llegó con la complejidad  que otros escritores están aportando: elementos renovadores y novedosos a las narrativas españolas. Unai Elorriaga se situó, sin duda alguna, al escribir esta novela, en la línea de la literatura experimental. Los únicos elementos realistas que están presentes en la novela no pasan de ser los nombres de los personajes y los de aquellas cumbres montañosas que entran en la categoría de los ocho miles.
   El tema central de la novela no es otro que las pesadillas, los sueños y las aspiraciones del protagonista principal, un hombre de edad avanzada que es víctima de un proceso degenerativo y vive en un territorio en el que confunde lo real con lo imaginado. La obsesión por subir al Shisha  Pangana, una de las cimas  que superan los ocho mil metros, los recuerdos de su esposa, fallecida  hace diecisiete años, y las relaciones que establece con un joven que “okupa” con absoluta normalidad su casa, forman una estructura  simbólica de la que se sirve el autor para patentizar la complejidad de las relaciones humanas, la conciencia de la contingencia y la desdramatización de la angustia de la muerte.
   Lucas, el protagonista principal, habita en esa línea difusa que separa la cordura del desatino, cuando el día comienza a ser más  noche que día, y su vida se encoje  con el paso del tiempo. Tiene absorbidos los ojos, pero está tranquilo porque es consciente de cuál es su obligación: enfermar poco a poco y morir. Mas, cada día que pasa, recuerda más y más cosas. Se acuerda de su mujer, se da cuenta de que los anuncios de los detergentes que vemos en la televisión, van a seguir y sin embargo nosotros, no. Y sobre todo, en este su abatimiento, brota en él la obsesión de pisar el Shisha Pangana, aunque en ese intento pierda la vida. He aquí, en mi opinión, la clave de esta novela simbólica, clave que hallamos en las páginas finales de la obra. Ese tranvía del que el protagonista escucha hablar y que hace el viaje hasta el Shisha Pangana… un tranvía negro, elegante. Vacío.
   Un tranvía en SP e una novela muy ambiciosa, mas también muy dura y compleja. Un verdadero experimento narrativo, una “acrobacia estructural” que demanda un lector cómplice, capaz de leer el libro de forma activa y dinámica para llenar los huecos vacíos que el fragmentarismo narrativo con el que Unai Elorriaga construye su novela. En muy pocos libros como este se podrá constatar aquello que sabemos desde Rayuela: cada libro puede contener muchos libros en su interior, y cada lector puede jugar a inventar su propia lectura siempre que en estos textos brote la fragmentariedad.
   Esta fragmentariedad es la que persigue el autor con una novela aparentemente caótica en cuanto a su estructura, mas perfectamente vertebrada en una congruencia interior que el lector terminará por percibir. Una sensación acrecentada por el empleo de estructuras lingüísticas muchas veces rotas, un cierto minimalismo expresivo y un estilo de prosa seco, gélido, sin una sola concesión al lirismo, y con ciertas secuencias que parecen absurdas e incongruentes. Así pues, un producto narrativo que, a pesar del paso de los años, sigue manteniéndose fresco, original y modernizador, poco apto, sin embargo, para aquellos lectores que se contentan con una escritura basada en la intranscendencia y en la levedad.




 
Unai Elorriaga (Foto EFE)

Fragmentos

"-Tienes para elegir: pastillas verdes, amarillas, rojiblancas -le dijo la enfermera.
-Verdes -eligió Lucas-, cien gramos; sin hueso.
La enfermera le dio otras, las que ella quiso. Las enfermeras visten de blanco en los hospitales.
El compañero de habitación de Lucas estaba dormido y la silla de las visitas vacía. Lucas tenía la impresión de que la silla se estaba riendo de él. La silla era pura maldad. Cuando se fue la enfermera, Lucas empezó a hablar con la silla: «Ya verás, va a venir; si no es hoy, el día de San Nicolás, si no es el día de San Nicolás... pero vendrá, y se sentará encima de ti y estaremos hablando hasta la noche, y después de la noche también, y después cogeremos el autobús, a casa».
Entonces escuchó un tranvía, de los antiguos.
Miró hacia la izquierda y en primer plano vio el suero tac-tac y en segundo a Anas, dormido. Era más joven que él. Setenta y siete. Y dormía; y parecía que iba a dormir hasta desintegrarse, y hacía ruidos peculiares.”

…..

"Ahora por lo menos tengo esa opción: pasar todo el día en casa sin sacar la guitarra de la funda. Leer, comer, leer, mirar por la ventana, leer. Hasta la noche. Pero esa especie de vacación tiene un inconveniente; inmenso, no obstante: se me enfrían los pies. Y parece un problema insulso a primera vista, pero puede llegar a ser un enfriamiento de hasta diez horas. Y puedo estar leyendo la mejor literatura que se haya hecho nunca y no disfrutar, porque tengo los pies fríos.
Entonces no me queda otro remedio que tomar sopa. Pero hay veces que falla, que no llega hasta los pies, y me acobardo. Hay, sin embargo, otra forma de calentar los pies: leer la Biblia. Es la mejor forma, además, aunque haya una tercera posibilidad: el desenfreno. El desenfreno conmigo mismo o el desenfreno con Roma. Esta tercera forma es, con todo, la más imperfecta de todas, porque, además de los pies, también calienta la cara y el pecho, y no deja casi tiempo para leer literatura ni nada que tenga más de tres palabras seguidas.
Lucas está cada vez peor. Por una parte es bonito ver la enfermedad de Lucas, pero, aun así, me gustaría verle como para hacer cualquier cosa; me gustaría ver un Lucas de mi edad, por ejemplo. De todas formas, Lucas está más tranquilo desde que Roma viene más a menudo a casa. Le cambiamos los pañales Roma y yo. Y eso puede parecer dramático (si se es una persona dramática, como los notarios). Pero nosotros nos reímos de los pañales y de lo que significa tener que ponerse pañales. Porque somos igual de niños que Lucas, o igual de niños que los mismos pañales, o igual de niños que los adhesivos de los pañales, que a veces, sin previo aviso, dejan de adherir. No porque tengan una razón seria y contundente, sino porque se les ha metido entre ceja y ceja que no quieren adherir, y lloran y berrean, antes de cumplir su función y cerrar el pañal de forma impecable e higiénica. Y tanto a Roma como a mí nos parece bien ser igual de niños que los adhesivos de los pañales; si no podemos ser—por ejemplo— escritores o directores de cine, lo mejor que podemos hacer es ser igual de niños que un adhesivo de un pañal, que a veces adhiere y que otras veces no le da la gana de adherir.
Roma quiere ir a Lisboa. No tengo dinero. "


(Unai Elorriaga, Un tranvía en SP)

domingo, 15 de octubre de 2017

UNA SAGA FUNDACIONAL

La república de los sueños
Nélida Piñón
Traducción de Elkin Obregon Sanín
Editorial Alfaguara, Madrid, 768 páginas
(Libros de fondo)

   Fue su singular teoría del mestizaje, configurada por varias tradiciones literarias y cimentada en la realidad, en la memoria y en la fantasía onírica, lo que valoró el jurado a la hora de otorgarle a Nélida Piñón (Río de Janeiro, 1934) el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en el año 2005. Nélida Piñón tiene así mismo en su haber otros importantes galardones como el Juan Rulfo (1995) o el XVII Premio  Internacional Menéndez Pelayo (2003). Esta hija de gallegos emigrantes a Brasil se suma así a una relación de escritores de primer orden ganadores del Premio Príncipe de Asturias, especialmente desde su universalización más allá del ámbito iberoamericano. En venturosa coincidencia con el otorgamiento del Premio, su magna obra más conocida y cumbre de la obra narrativa de la escritora brasileña, A república dos sonhos fue traducida y editada en las principales lenguas peninsulares.
   Nélida Piñón forma parte de la nómina de escritores latinoamericanos que conforman el club de los escritores míticos. Sus ficciones están tejidas con historias que provienen de un pasado mítico pero real, historias que se disiparon en el siglo pasado, legando no obstante un rico y caudaloso depósito de contenidos imaginarios que nutrirán la creatividad de muchos escritores y escritoras de la otra orilla del Océano. El legado de la memoria, tan importante en la obra de una mujer que conjura a la estirpe, a los antepasados y los sienta en nuestra mesa para que nos fascinen con los manjares de sus historias. Sus contribuciones más importantes, desde esta vertiente mítico-memorialista, son sin duda A doce canção de Caetana, Aprendiz de Homero y, de una forma muy especial, esta saga monumental A república dos sonhos, con la que la escritora nos transmite su visión fundacional de la literatura y pone en evidencia que Galicia fecundó desde siempre su imaginario.
   Esta grandiosa fábula es una búsqueda y examen de los antepasados gallegos que emigraron a Brasil, el país donde le dieron forma a sus sueños, tras una llegada y una acogida no fáciles, alimentada con pan duro y reseco  en el duro catre de una pensión barata. Fue la capacidad de resistencia de un pueblo acostumbrado a mil diásporas.
   El lector halla en la novela  el micromundo de una sociedad completa, con sus leyendas y sus mitos. Y dos raíces: la gallega y la brasileña. Mas no la dulce Galicia de los trovadores medievales, sino  la Galicia rural, patria de la miseria. Y al otro lado del mar, Brasil, América, fuente que cura todos los males y los conjuros de los demonios.
   En Vigo, en el año 1913, dos adolescentes embarcan hacia Brasil Se trata del triunfador Madruga y del soñador Venancio. Echan ancla en el litoral brasileño y allí inician la búsqueda de su república de sueños. A partir de un humilde empleo, la existencia de Madruga describe una trayectoria de éxitos y de fracasos que ponen a prueba sus ideales de libertad y de felicidad. Varias décadas más tarde, será su nieta la que recopila los fragmentos de una existencia transterrada, reconstruyendo así la historia de la familia que se confunde con la del Brasil.
   Coexisten en la novela dos voces que evocan el pasado en primera persona: la de Madruga y la de su nieta Breta (forma regresiva de Bretanha); así como fragmentos paródicos de Venancio, otro emigrante, y una omnisciente tercera persona que lo amalgama todo de forma mágica en un juego de añoranzas personales e históricas. En ágiles pinceladas describe Nélida Piñón la identidad fragmentada de sus héroes. En cuanto a su estructura, la novela se configura como una emergencia de voces híbridas, y arrastra hasta la superficie textual fragmentos de eventos y de vidas, mezclados con ecos de historias y leyendas transmitidas a lo largo de generaciones. Domina la autora una gran variedad de registros y se caracteriza por su rigor a la hora de respetar los datos históricos. Así  como por el empleo de un lenguaje poético capaz de multiplicar los acontecimientos a través de la metaforización, mostrando un gran amor por la palabra, no como forma gramatical, sino como forma de sentir, de pensar y de rebelarse.





Nélida Piñón




Fragmento

"En el cementerio, pronunció una oración fúnebre.
El Brasil -dijo- pierde hoy uno de sus más ilustres hombres —y añadió, con tono misterioso—: Para no mencionar su actuación en la guerra del Paraguay, de donde vino cargado de medallas. Todos tenemos motivos para lamentar su pérdida.
Miguel desestimaba las poses belicosas de su hermano. Bastante tenía con Esperanza, una guerrera dispuesta siempre a derribarlo, a hacerlo caer al suelo. De donde Miguel se levantaba con la ilusión de tomarse la revancha al día siguiente. Ambos trataban de esquivar a Bento, negándole incluso el derecho de tomar partido a favor de alguno de los dos. No querían que se apropiara de sus tácticas, ni comprendiera sus impulsos. Sólo a ellos cabía respetar la tristeza del otro, cuando se reconocía vencido. Por eso, el ganador extendía la mano al caído, ayudándolo a soportar la derrota. Vivían, así, en un continuo balancín de triunfos y rendiciones. Cuando Esperanza ganaba el sitio de arriba, con los muslos delatados por el viento, Miguel, abatido, salía corriendo al cuarto de la madre. La interrumpía así en el momento en que, preocupada por la palidez de Odete, trataba de arrancarle la promesa de acudir al médico.
Odete se resistía. No estaba enferma. Dios le había concedido una salud de hierro, prueba por lo demás de que la miraba con buenos ojos. Eulalia se mostraba en desacuerdo. A veces Dios quería probarnos, ofreciéndonos una salud precaria, para que así pudiésemos apreciar mejor la vida que a Él debíamos. Ciertas dolencias, incluso, nos eran enviadas como aviso, para ayudarnos a derrotar el tormento de la vanidad y de la arrogancia. ¿No era acaso lo único importante saber que estábamos de paso en la tierra, y que todo lo debíamos a Él, que nos había prestado la vida para vivirla en Su Nombre, dando así testimonio de Su existencia, gracias a la cual habíamos sido creados?
Cuando Eulalia hablaba de Dios, Odete la oía con temor y respeto. Pero estas alusiones no eran muy frecuentes. Eulalia las reservaba para momentos cruciales de aflicción o gratitud. Pues pensaba que no se debía abusar de Su Santo Nombre. Muchas veces rezaba sin confesarse a sí misma que lo hacía. Quería evitar la tentación de proclamar un dios nacido de vanas alabanzas.
A pesar de los dolores en la columna, Odete no se permitía una sola queja. Pero su palidez era buena prueba de que algo le pasaba. Si bien se resistía a ser tratada, la alegraba en cambio saber que Eulalia sufría por ella, como si fuese alguien de la familia. Y para aceptar mejor una piedad a la que no quería en modo alguno negarse, entornaba los ojos, con gesto ligeramente lúgubre.
A todas éstas, unos golpes en la puerta anunciaban la presencia de Esperanza. Agitada e impaciente, pedía permiso para salir. Ante aquella adolescencia fogosa, Eulalia dudaba en hacer valer una autoridad que jamás le interesó recalcar. No hallaba la manera de frenar el ímpetu de una hija que, en ocasiones, la interpelaba como si fuese una adversaria. Por lo general, después de una breve negativa, la madre terminaba cediendo. Lo cual hacía sentir a Esperanza que su libertad dependía de un arbitrio falible e inestable. Por ello perdía confianza en los designios de la madre. Aunque comprendiese, también, cuán desagradable era para ésta verse obligada a señalar rumbos a su vida. "


(Nélida Piñón, La república de los sueños)

miércoles, 11 de octubre de 2017

CÍRCULOS INFERNALES ACOSADOS POR LA PESTE

Los días de la peste
Edmundo Paz Soldán
Malpaso Ediciones, Barcelona, 2017, 325 páginas.

   A tenor de su última pieza narrativa, Los días de la peste, no me cabe duda de que Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967) es hoy en día uno de los más sólidos y originales narradores de las letras latinoamericanas. Profesor de literatura latinoamericana en la Universidad Cornell y columnista de algunos de los medios más prestigiosos; representante significativo del grupo McOndo con su primera novela Días de papel (1992); frecuentó así mismo la ciencia ficción con Iris (2014), para sumergirse y sumergirnos en una impresionante novela coral realista, aunque su gran protagonista nos son personas individuales, sino una cárcel, la Casona, situada en Los Confines, una de las regiones más periféricas y apartas de un país latinoamericano, que tiene todas las trazas de ser su país de origen, Bolivia, y de que la cárcel de la ficción se inspira en la de San Pedro de La Paz y en alguna otra de América Latina.
   La Casona, más que parecerse a un centro carcelario moderno, se configura, tanto en la realidad como en la ficción, como un barrio marginal dentro de una ciudad, con diferentes niveles de patios en los que el lujo, la libertad y la miseria se reparten de forma desigual. En esos patios, cinco en la novela, modelados en buena medida en los nueve círculos infernales de La Divina Comedia, los presos conviven con sus familias, montan sus tiendas y cantinas, sus restaurantes, algunos de comida exquisita, establecimientos de prótesis  dentales y ortopédicas. Por ellos pululan las prostitutas, los perros y los gatos, y los mismos presos pueden salir y entrar, comprar días en el exterior abonando peajes a los pacos (guardianes). Pero lo que más impacta al lector, como en su día impresionó al autor, hasta el punto de originar esta novela tras haberlos visto en un reportaje, es comprobar que un grupo de niños iban al colegio, comían y jugaban al futbol y volvían al hogar, pero su casa era la cárcel de San Pedro en La Paz -la Casona- en la novela-, sin ser culpables de nada. Paz Soldán, según él mismo reconoce, obtuvo así un escenario antes que una historia. Un escenario similar al que seguramente muchos lectores habrán contemplado en el mismo reportaje televisivo que, en su día vio Paz Soldán.
   La Casona es un microcosmos representativo, una metáfora de la sociedad. En ella, familias enteras burbujean en cada patio tras haber pagado para alquilar un apartamento o un colchón en un “chicle” (celdas estrechas donde viven hacinados entre quince y treinta personas), sin mencionar los que duermen en la intemperie porque carecen de lo necesario para hacerse con una celda. En la Casona la vida es como agarrarse a la cola de un cometa. Poco a poco y en un espacio temporal de apenas cuatro días, Paz Soldán nos va anegando, ya desde las primeras secuencias, con el ambiente desolado de la Casona, con los cinco patios jerarquizados de menos a más crueldad y opresión -el quinto es el de las mazmorras subterráneas, un cementerio para vivos- y nos muestra sobre todo las relaciones de poder, porque una de las ideas centrales de Los días de la peste es hacernos ver cómo funciona el poder en nuestras sociedades. Ya desde la primera secuencia y en las siguientes ruedas de voces narrativas, se descubre a  Lucas Otero, el gobernador, como verdadero rey de ese espacio virulento, y tras él a sus segundos: Hinojosa, el jefe de seguridad, Krupa, el segundo de Hinojosa, el juez Arandia, el prefecto Vilmos. Mas también hay internos que comparten ese poder, como Lillo, un culito blanco, dueño de un departamento de tres ambientes en el primer patio, un restaurante y un almacén en el segundo. Podía además salir a la calle sin acompañantes porque los billeteaba ya que sus “bisnes” le producen suculentas ganancias: el del tonchi (las drogas), el de las putas, el alquiler de los departamentos, cuartos y celdas. O la Cogotera, delegado general de los presos, verdadero dueño del penal y al que sustituirá el Tullido tras ser atacado la Cogotera por la peste. Los que disponen de suficientes billetes para comprar a los padres de una muchacha para que acepten cambiar sus datos de carnet y hacerla pasar de quince a dieciocho años y así poder tener sexo con ella. Ya era apta para el encule. Y en los ínfimos escalones de este poder, los marginales: los mismos pacos (guardianes), presos de los presos, de sus “bisnes”; Antuan a punto de cumplir su condena, pero que prefiere quedarse en la cárcel porque no sabía qué hacer cuando le tocara irse: “Para qué tentar al destino, decía, si todo es bien aquí. Afuera puede ser muy duro. Aquí es duro, pero al menos es conocido”, página 33). La Jovera que se prostituye para comprar tonchi, pero no era tan fácil porque todos querían montarla gratis. O el 43, preso confinado de forma solitaria: lo habían pateado, roto la nariz por haber tocado (violado) a un muchacho. La misma Celeste, esposa del gobernador. También ella se había decantado por el culto a Ma Estrella, la Innombrable, y que, al igual que la gente rica de la localidad, pagaba por adquirir cráneos humanos que requería el culto de la Innombrable ya que eran más efectivos que los de los animales.
   Es el espacio, el abismo en el que nos sumerge el autor; y lo hace sin relatar grandes historias, transmitiendo simplemente lo que hacen, piensan o dicen los múltiples personajes: los que tienen el poder y los que lo sufren o simplemente intentan sobrevivir.
   Pero la novela no dejaría de ser un espeluznante relato carcelario más, aunque sí muy potente, si el autor no hiciera intervenir a dos disparadores narrativos: el culto a Ma Estrella, la Innombrable y la peste. Ma Estrella es una deidad indígena de origen confuso, una diosa vengativa representada con un cuchillo en los dientes, a la que los presos, y no solo ellos, acatan y acuden cuando el Dios mayor, la diosa pulga, el dios murciélago, los dioses insectos y los dioses animales no les salvan. El culto a la Innombrable fue reivindicándose con el paso de los años como se inventan y reivindican todos los dioses. Como teorizaron Feuerbach y Marx refiriéndose a la religión en general, el culto indígena a Ma Estrella que habría sobrevivido como algo marginal, se reivindicó a partir de la necesidad de la gente, sobre todo de los marginados, los enfermos, los reclusos… que deciden entregarles su fe. Es la droga que duerme a los presos. Hasta que las autoridades, como estratagema para silenciar a la oposición, decide prohibir su culto. Coincidiendo con esa prohibición, estalla la peste: un virus desconocido de forma filamentosa que ataca por igual a presos y a guardianes. Y el enemigo microscópico gana la batalla. Se declara la cuarentena en la Casona, lo presos se rebelan y se desata el infierno. Es el desenlace cuyos detalles no revelaré pero que Paz Soldán resuelve de forma coherente.
   
                                         
Interior de la cárcel de San Pedro de La Paz, que dio origen a esta novela

   Entre las muchas virtudes de Los días de la peste, atendiendo a la trama diegética, destaco  el desenmascaramiento  de los comportamientos corruptos, tales como los del cura católico que deja venir a los presos a rezarle a la Innombrable siempre y cuando le dejen una moneda de donación. Las autoridades que prohíben el culto a la diosa, están dispuestas a permitirlo viviendo una vida subterránea, la misma vida que llevan los miembros de la administración, incluido el gobernador, que son creyentes de la diosa.
   La novela sorprende por una original estrategia compositiva y narrativa: una arquitectura tripartita, cada parte con varios capítulos rotulados por la voz narrativa que da su versión de lo que ocurre dentro y fuera de estos círculos infernales acosados por la peste. Un relevo constante de voces en primera persona o en tercera y cuya omnisciencia multiselectiva permite reflejar de forma convincente y vivaz el pensamiento del personaje y el horror que anida en este microcosmos carcelario. Llama la atención uno de los hallazgos compositivos referente a las voces: un de los personajes, Rigo, habla de sí mismo en primera persona del plural. Lo hace, confiesa el autor, porque pertenece a una religión que busca el borramiento del yo en el grupo.
   Es igualmente muy notorio el uso de las jergas, de palabras indígenas y de alguna que inventa el propio autor, porque la forma de hablar es la forma de mirar y de entender el mundo. Así como originales creaciones léxicas, tales como transformar substantivos y adjetivos en verbos (billetear, abuenarse, nerviosear, encalabozar…) cuando lo que se estila es derivar substantivos de los verbos. Un microcosmos infernal en el que no existen contemplaciones, exigía igualmente un estilo de prosa sin adornos ni actitudes contemplativas. Frases cortas, contundentes, ritmo frenético o más pausado en función de la tensión que rodea al personaje que habla o cuyo pensamiento se refleja en estilo indirecto libre. También en esto acierta Edmundo Paz Soldán en esta novela en la que parece no haber salvación: “La nada era nada: no había salvación (podía dudar de todo menos de esta verdad)”, como piensa Usse la criada de la esposa del gobernador.

Francisco Martínez Bouzas


Edmundo Paz Soldán


Fragmentos

“Fuimos arrojadas a un patio y un tal Krupa, piel cobriza y aires de oficial responsable, nos informó que dormiríamos allí a menos que pagáramos. Nuestra voz le dijo es su deber darnos una celda y él se rio, por lo visto no conoces este lugar.
Tuvimos que quedarnos en el patio porque no había quivo y ya debíamos el peaje que se cobraba a los arrestados cuando ingresaban en la prisión. Unas treinta personas arracimadas contra las paredes, algunas en los escalones que conducían al segundo piso. Ronquidos, llantos, gruñidos, ayes. El cuerpo se recostó contra una fuente de piedra agrietada, demasiado inquieto como para intentar dormir. De un corte manaba sangre sobre la ceja izquierda, producto de los zarandeos con los polis. Los murciélagos sobrevolaban el patio, zumbando agitados con su patagia cerca de nuestra cabeza. Grandotes y hocicudos, recordaban a los del hospital de aves, que los doctores a veces operaban pese a que no eran aves.

…..

“No debía haber tocado al muchacho. Lo pateban tanto por eso, todos los días lo mismo. Le habían roto la mano y luego, sádicos, no dejaban que se curara. No querían llevarlo a la Enfermería y cada día venían a arrancarle la venda, doblarle los dedos, sacarle la piel. Estaba todo infectado y llagado, la herida supuraba y olía mal. Era su culpa, pero igual no tenían derecho. Cuando llegó a la Casona le advirtieron que los menores de quince años estaban prohibidos. Esos menores no purgaban ninguna condena, solo estaban ahí acompañando a sus padres, una idea peregrina del Gobernador para mantener a las familias unidad. 43 había cumplido en la medida de lo posible. Las primeras 1440 horas nada, pero luego le ofrecieron uno por abajo por una buena suma. Eso despertó sus instintos dormidos, creía. Uno de ellos, Wuly, tenía carita de ángel y era tan bueno, tan amable cuando se ponía de cuatro. 43 se molestó tanto cuando el cafisho de Wuly le dijo que ya no porque la madre se había enterado. Lo buscó, incansable, hasta que una noche los encontró saliendo del baño. No pudo controlarse, fue como si una fuerza extraña se hubiera apoderado de él para hacerle hacer lo que hizo. Una fuerza extraña llamada arrechera, le dijo Krupa, ¿crees que somos pelotudos? Quizás la culpa la había tenido el tonchi de la noche anterior.”

…..

“La pobreza de Los Confines era tanta que se necesitaban décadas para transformaciones tan dramáticas como las que ocurrían en el resto del país; esa lentitud en el cambio ayudaba a que la élite en el poder neutralizara el carisma del Presidente en sus intentos por hacerse con la provincia. Eso también permitía entender la aparición de Ma Estrella. A la diosa no la guiaba el deseo de un mundo mejor para los explotados; lo suyo era la venganza pura. El juez Arandia no entendía cómo era posible que Santiesteban, la esposa de Otero y otros funcionarios de la administración la siguieran. Quizás no la tomaban literalmente, quizás solo la veían como un salvoconducto pintoresco que les permitía vivir en paz en un lugar hostil.”

…..

“Los pacos recorrían patios y pasillos pidiendo a los reclusos que regresaran a sus celdas para evitar la diseminación del virus, pero apenas se iban volvían salir. Vanos los esfuerzos por educarlos en las medidas necesarias. Quienes se autoaislaban habían aprendido a hacerlo en sus pueblos azotados por plagas, pero otros preferían pensar que la protección de la Innombrable era suficiente para preservarlos, como la reclusa que había llevado a una afectada por el virus a la reunión de su iglesia Ma Estrella es nuestra luz. El curandero abrazó a la afectada y dijo que el virus no existía, todo era un castigo de la diosa por las medidas del Prefecto y los actos homosexuales en prisión. Pidió a los congregados que hicieran lo mismo y la abrazaran. Seguro poco después algunos caerían muertos.”

(Edmundo Paz Soldán, Los días de la peste, páginas 14-15, 63-64, 92-93, 236-237)


jueves, 5 de octubre de 2017

UNA VOZ LITERARIA PARA CONTAR LA REPRESIÓN ESTALINISTA

Un día en la vida de Iván Denísovich
Aleksandr Solzhenitsyn
Tusquets Editores, Barcelona, 224 páginas
(Libros de fondo)

   

   Hay dos líneas narrativas en la literatura soviética del pasado siglo XX que tuvieron una vida difícil a partir de la revolución y durante el régimen estalinista sobre todo. Una de ellas fue la del humor satírico sobre la vida del pueblo ruso. En la otra línea, mucho más radical, se encuentran los escritos de los disidentes políticos propiamente tales. El caso más notorio es el de Aleksandr Isáyvich Solzhnistsyn (1918-2008). Profesor de física, participó en la Segunda Guerra Mundial y, no obstante sus condecoraciones, fue condenado, por criticar a Stalin y por promover actividades antisoviéticas, a once años en los campos de trabajo forzados y otros de destierro, hasta 1957, año en el que se le permite retornar  a la enseñanza. Desde entonces luchó contra la represión estalinista y se convirtió en el más destacado disidente de la Uninón Soviética. En 1962, tras una larga espera de tres años  y con la autorización personal de Nikita Kruschev, aparece publicado en la revista Novy Mir Odin den Ivana Denísovich, un novela breve (póvest)  inicialmente titulada por el autor SCH-854, placa de identificación del protagonista en el Gulag
   Un día en la vida de Iván Denísovich es una novela tremendamente verosímil que surge de la experiencia personal del autor. Su publicación causó una gran impresión al describir, de forma sencilla y tangible la desesperante, cotidianidad de un tiempo y de un lugar en los que la brutalidad estaba a la orden del día. Solzhnitsyn publicó posteriomente relatos breves y novelas de formato largo como La casa de la Matriona  (1963), Por el bien de la causa (1964), Pabellón del cáncer (1968), Agosto de 1914 (1971), o ensayos reportajes como Archipiélago Gulag (1973). En 1970 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura, se exilió de la Unión Soviética y adoptó la ciudadanía norteamericana y desde Estados Unidos incitó a su nuevo país a atacar al de su origen.
   La novela narra pormenorizadamente  un  día “casi feliz” del protagonista Iván Denísovich Shúkhov, un zenk (interno en un campo penal). Una jornada desde el toque de diana al de la retreta, inmerso en la misma rutina de los tres mil seiscientos cincuenta días de su condena. Ese día da comienzo a las cinco de la madrugada y concluye a las diez de la noche, tras incontables registros de los prisioneros, bajo el frío siberiano: menos de 27º C marca el termómetro esa mañana, mas solamente cuando baja hasta los 41º C bajo cero no los enviaban a trabajar. Enfrentamiento con enfermedades, al trabajo, al cansancio, al hambre,  las absurdas normas del campo. Iván es astuto, tiene experiencia, sabe cómo moverse, no desconoce el margen que posee un interno para que el día transcurra sin ninguna sombra, casi feliz. Tiene claro, así mismo, los límites que jamás osará traspasar: la deslealtad, la corrupción, la mendicidad.
   El gran mérito de la novela de Aleksandr Solzhenitsyn consiste sobre todo en su capacidad de haber dotado de entidad literaria las espantosas condiciones de vida y las vejaciones que describirá más tarde en Archipiélago Gulag. El escritor ruso fue capaz de inmortalizar, en forma de novela, el drama de la represión estalinista sobre millones de seres humanos. Una perennidad que el lector puede extender a todas las formas de represión y de opresión de la dignidad humana en campos de castigo, arma preferida de las dictaduras de todos los tiempos e incluso de gobiernos de ciertos estados que alardean de ser democráticos.
   
                                          
Aleksadr Solzhenitsyn
                                       

   El autor buscó verosimilitud y para ello emplea un narrador omnisciente en tercera persona que describe la jornada del protagonista huyendo de valoraciones. Sin embargo, los distintos personajes cuyos diálogos son reproducidos, dan fe de las absurdas y crueles condiciones en las que se vive en el campo. Así pues, Solzhenitsyn es fiel a las propuestas del realismo socialista de brindar una imagen fiel de la realidad. De ahí que, coherente con ese compromiso personal, la novela revela sin valorarlos, como ya señalé, aspectos estremecedores del sistema de represión con los disidentes. Un estilo directo, coloquial, vivo y próximo al lector que de inmediato siente empatía por lo que está leyendo, y una estructura lineal permiten que esta obra haya logrado una gran difusión, convirtiéndose incluso en un  bestseller. Un verdadero “pedestal” como acostumbraba decir el propio narrador.


Francisco Martínez Bouzas

lunes, 2 de octubre de 2017

LA BANALIDAD DEL MAL

La matanza de Rechnitz.
Historia de mi familia
Sacha Batthyany
Traducción de alemán de Fernando Aramburu
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2017, 270 páginas.

   

   Este libro tiene su origen y motivación en un hecho sangriento e inhumano que sucedió en la noche del 24 al 25 de marzo de 1945: Margit Batthyany, hermana del conocido barón Thyssen-Bornemisza, celebraba una fiesta en su castillo de Rechnitz (Austria). En la misma participaban como invitados distintos jerarcas nazis, miembros de la policía política de las SS y de las Juventudes Hitlerianas. La velada concluyó con un espeluznante divertimento, en una borrachera sangrienta: disparar al judío.  Ciento ochenta judíos perdieron la vida en aquella matanza. Y los dieciocho que los enterraron, fueron asesinados al día siguiente. Aquel suceso permaneció oculto -no resultaba difícil para una familia tan poderosa como los Thyssen-, pero este libro rescata aquel macabro episodio. El profesor y periodista Sacha Batthyany se halló de golpe con esta historia en la que participó algún miembro de su propia familia: la anfitriona de aquella velada fue Margit, tía de su padre. Porque una mañana, una compañera del medio en el que trabajaba, puso un periódico en su mesa y le preguntó: “Pero ¿qué clase de familia tienes tú?”. Sacha Batthyany dirigió la mirada a la página de aquel diario y leyó el siguiente titular: “La anfitriona del infierno”. Esa anfitriona era la tía Margit. Y a continuación, el relato de la salvaje diversión, del tiro a la cabeza del judío o de la judía desnudos. La negra historia de una familia que sumergió a Sacha Batthyany en una investigación de siete años cuyo resultado fue este libro, una amalgama de memoria y de novela.
   Eran los estertores de la Segunda Guerra Mundial con el ejército soviético a pocos quilómetros. Seiscientos judíos se hacinaban en los sótanos del castillo. Los doscientos que se hallaban en las peores condiciones fueron los elegidos para esta caza a balazos del judío. Tras la masacre, Margit y sus invitados continuaron bebiendo y bailando hasta el amanecer.
   Tras conocer el suceso, el sobrino nieto de la anfitriona, guiado por el diario de su abuela, inicia una investigación por Europa y Latinoamérica que suscitará en él imperiosos y preocupantes interrogantes sobre el pasado y su conexión con el presente; sobre los secretos de una familia poderosa y sobre él mismo. Si algo le preocupa resolver al autor es el grado de participación de la tía Margit en la ejecución de los prisioneros. ¿Participó, disparó contra los judíos o se limitó a brindar con los asesinos?
   Pero hay más abismos familiares que forman así mismo parte de una herencia a la que no puede renunciar. La matanza de Rechnitz en la mansión de Margit von Thyssen es solamente el punto de arranque de esta pieza que entronca a la vez la ficción con la historia. De hecho la tía Margit nunca fue acusada de crímenes de lesa humanidad. Los dos principales testigos de la causa fueron asesinados en 1946. Mas la matanza de ciento ochenta judíos fue lo que acercó a Sacha a la familia: quiso saber el grado de implicación de la tía Margit y lo que halló fue la historia deshonrosa de la familia: los diez años que el abuelo pasó encerrado en un gulag en Siberia por haber sido oficial del ejército húngaro, subordinado al alemán, las penalidades de la abuela Maritta en un Budapest bombardeado por los rusos y, sobre todo, los fragmentos de los diarios de la abuela y de Agnes. El diario de la abuela transcribe  hechos acontecidos entre 1920 y 1956 en Hungría: cómo creció siendo hija de terratenientes en la aldea de Sarasod, con doncellas, criados, coches y un profesor particular de francés. La llegada de la Guerra lo trastocaría todo porque Hungría es aliada de Alemania y el palacio familiar fue empleado por los nazis para encerrar judíos. Y la abuela nada hizo por salvar a ninguno de ellos. Se agazapó, se escondió y vivió como un topo. No movió un solo dedo para proteger a los padres de Agnes, el matrimonio Mandl, que había dicho no a su traslado a Auschwitz, y marido y mujer fueron asesinados por la espalda.
   Esa culpa por no haber hecho nada por salvar a los judíos por parte de la abuela Maritta llega hasta el presente. Es la contumacia del pasado que Sacha Batthyany refleja con turbadores  interrogantes. Esas culpas pesaron sobre los hombros de los abuelos, sobre las de sus padres y hoy golpean la conciencia de Sacha.
   
                                             
La condesa Margit von Thyssen recibiendo un trofeo de manos de un jerarca nazi  en la Hípica de Budapest, año 1942
                                         

Es esta, sin duda, la parte más sugestiva y crucial de la novela. En la misma no solo hay una crónica a caballo del reportaje periodístico y de la ficción, sino una verdadera inmersión en lo que Hannah Arendt llama la “banalidad del mal” (Eichmann en Jerusalén). El autor se involucra en los hechos pasados, pero además cree que condicionan su propia existencia. ¿Habría hecho él algo en lugar de limitarse a mirar como hicieron los abuelos? ¿No nos volvemos de pronto sumisos y obedientes cuando se trata de salvar el pellejo? Estamos cada hora a favor o en contra de algo en las redes sociales, pero ¿cómo actuaríamos si los hechos dejaran de ser virtuales y se trasladasen a la calle? ¿Actuaríamos como topos agazapados sin querer saber nada?
   La novela reproduce la crónica de una familia y el peso del pasado sobre el presente, mas también es autoficción: en la parte conclusiva todo gira en torno al autor. En todo ello ahonda esta pieza narrativa  a medida que van pasando las hojas.
   La novela se sustenta en una arquitectura compositiva con múltiples saltos tanto en el tiempo como en el espacio para volver siempre a los puntos de partida. Un estilo de prosa conciso y preciso, propio de una crónica periodística para hacer visible el manto externo y apreciable de los hechos más turbios y espeluznantes, y un trasfondo extremadamente inquietante que escudriña en la naturaleza imperecedera de las culpas, del pasado que no se disuelve, que siempre retorna como los viejos fantasmas.

Francisco Martínez Bouzas


Sacha Batthyany



Fragmentos

“Llamé por teléfono a mi padre y le pregunté si estaba al corriente de aquel hecho. Guardó silencio y oí que descorchaba una botella de vino: Lo veía ante mí, en aquel sofá desgastado que tanto me gusta, en su sala de estar de Budapest.
-Margit tuvo un par de líos amorosos con nazis. Es lo que se contaba en la familia.
-En el periódico se dice que organizó una fiesta y, como culminación, de postre, encerraron a ciento ochenta judíos en un establo y hubo reparto de armas. Todos estaban borrachos como cubas. Participaron los que quisieron. También Margit. La tildan la anfitriona del infierno. En algunos periódicos ingleses la llaman killer countess. Y el Bild tituló: LA CONDESA THYSSEN HIZO MATAR A TIROS A DOCIENTOS JUDIOS EN UNA FIESTA DE NAZIS.
-Eso no tiene sentido. Hubo un crimen. Ahora bien, juzgo improbable que Margit tuviera nada que ver con ello. Era un monstruo, pero incapaz de hacer una cosa semejante.
-¿Por qué dices que Margit era un monstruo?

…..

“Tía Margit no estuvo aquella noche a la intemperie, delante de la fosa en cuyo interior, formando una hilera, se arrodillaban las mujeres y los hombres desnudos. Ella se reía y bailaba mientras los cuerpos demacrados caían a la tierra. Rio y bailó con los asesinos cuando éstos, a las tres de la madrugada, volvieron al palacio.
Y mientras los ciento ochenta cadáveres se descomponían dentro de una fosa perdida en algún lugar de Rechnitz, tía Margit navegaba cada año en un crucero por el azul estival del Egeo, bebía Kir Royal en Montecarlo y, al llegar el otoño, cazaba renos en los bosques de Burgenland.
Tía Margit disfrutó el resto de su larga vida aun cuando conocía los pormenores de la matanza. Semilla podrida.”

…..

¿Qué diferencia había entre los padres de mi abuela y tía Margit? Lo fui pensando de regreso al hotel, mientras caminaba junto a panaderías y bares sombríos con hombres que, de pie delante de máquinas tragaperras, no se daban cuenta de que les caía en el pantalón la ceniza del cigarrillo. (…)
Ellos no eran monstruos sanguinarios; mis parientes no torturaron, ni dispararon, ni causaron grandes sufrimientos. Se limitaron a mirar y a no hacer nada. Habían dejado de pensar y de existir como personas, aunque sabían todo lo ocurrido. ¿Consistía en esto la célebre banalidad del mal formulada por Hannah Arendt? Me lo pregunté mientras andaba y andaba, me habría gustado no parar nunca de poner un pie delante de otro. «Todos lo sabían», iba yo hablando a solas en voz baja. Los transeúntes que me miraban pudieron creer que musitaba una canción. En lugar de eso, pensaba en un pasaje del libro Devorado por las llamas, de la periodista Lilly Kertész, húngara de la ciudad de Eger deportada a Auschwitz en 1944. En él describe a los vecinos  que miraban al patio y observaban cómo se llevaban a los judíos. «No vais a volver nunca», gritaban desde las viviendas, por cuyas ventanas salían música de baile y risotadas. Y la periodista se sorprendía: «Claro está que yo conocía a los moradores de la casa. Siempre había recibido de ellos un trato amistoso.”


(Sacha Batthyany, la matanza de Rechnitz. Historia de mi familia, páginas 15-16,79-80, 231-232)