domingo, 7 de diciembre de 2014

"PARA ISABEL. UN MANDALA": UNA PARÁBOLA EXISTENCIAL



 

Para Isabel. Un mandala

Antonio Tabucchi

Traducción de Carlos Gumpert

Ilustración de la portada de Alicia Savage

Editorial Anagrama, Barcelona, 2014, 156 páginas



   Este libro fue escrito en 1996 cuando Antonio Tabucchi tenía cincuenta y tres años, pero había sido concebido mucho antes y madurado así mismo durante un largo período de tiempo. Al mismo autor le parece raro que un escritor de su edad y con la experiencia de tantos libros de su autoría, se sienta en la necesidad de justificar las aventuras de su escritura. Y sin embargo, Antonio Tabucchi lo hace y confiesa que en los motores de arranque de la composición de Para Isabel se dan cita “obsesiones privadas, pesarosas añoranzas personales que el tiempo corroe pero no transforma…fantasías incongruentes e inadecuación a lo real” (página 11). A ello se suma  el hecho aleatorio de haber visto a un monje vestido de rojo que, en una noche de verano, dibujaba para el autor un mandala de la Conciencia. Un texto, el primer texto póstumo e inédito de Antonio Tabucchi, porque lo consideraba una criatura extraña, “un coleóptero desconocido que ha quedado fosilizado sobre una piedra”, pero que en realidad es un viaje sin descanso hacia lo más profundo de la conciencia humana y que Anagrama, como ha hecho con el resto de las obras de Tabucchi, pone a disposición de los lectores españoles por su calidad escritural y porque, como apuntan los editores italianos, es algo así como la piedra angular de la construcción novelesca del escritor de Vecchiano.

   No se trata pues de darle vida a un texto menor del escritor toscano, sino de un gran, aunque extraño, artefacto literario; no obstante su brevedad, a la altura de las más notables ficciones del autor de Sostiene Pereira. Eso sí, pergeñado  con una tonalidad visionaria, onírica, desconocida en Tabucchi, que nos recuerda la narrativa alusiva, misteriosa y reveladora de sus inicios en la ficción.

   La novela es un viaje a través de la memoria personal e histórica de varios personajes que han conocido y hablan de Isabel, y a la vez de los tiempos obscuros de Portugal, de un Portugal que ha dado la espalda a Europa y ésta le está pagando con la misma moneda. Isabel es una mujer misteriosa que ha transitado por varias de las novelas de Tabucchi, por Requiem  especialmente. Por los indicios que el texto de Tabucchi nos ofrece, sospechamos que fue una de las muchas personas desaparecidas en las insondables obscuridades o mazmorras salazaristas. Simpatizante desde temprana edad de los ideales del Partido Comunista, desaparece sin dejar pistas reales, aunque sus huellas no se eclipsan en la memoria. Tampoco en la  de Antonio Tabucchi que articula un relato en torno a la búsqueda de esta mujer, posiblemente amada por el escritor.

   Tabucchi estructura la novela como un mandala, es decir como  una figura (el círculo) y un método de búsqueda de la verdad que remite a la religiones orientales. Y así el lector acompañará al narrador a través de los nueve círculos de su mandala que se van estrechando en torno a Isabel. Nueve encuentros principales que marcan las fronteras de nueve fases importantes para avanzar en la búsqueda de Isabel. Pero no solo de Isabel, sino de sí mismo.

   A través del recorrido por estos círculos y como si de una pesquisa detectivesca se tratara, vamos conociendo las obsesiones de los personajes, que se asemejan a testigos somnolientos, sus visiones y pesadillas. Pero también a través de sus recuerdos y testimonios se va completando el puzzle  del retrato de Isabel.

   En la aparente búsqueda detectivesca el investigador principal, voz narradora en primera persona, es otro personaje rescatado de Requiem, Waclaw-Tadeus, en quien sin forzar la interpretación debemos reconocer al mismo Tabucchi. Sobre él, la desaparecida Isabel ejerce una inmensa fascinación hasta el punto de que, en un cierto momento de su vida, siente la  urgencia de rescatarla. Y la halla en el centro del último círculo, mas el personaje femenino le hace recapacitar en el hecho de que la ansiosa búsqueda era solo en pos de sí mismo para liberarse de sus remordimientos. Para absolverse y obtener así una respuesta. De este modo se completa el mandala: no importa si encontramos o no al ser que buscamos. La importancia reside en el mismo hecho de buscar.

   De este modo traspasamos un juego aparentemente detectivesco y la novela nos sumerge en un verdadero ejercicio vital, tan metafórico como existencial. En la búsqueda está el verdadero conocimiento, viene a decirnos Antonio Tabucchi. Si es verdad que se hace camino al andar, como intuyó el poeta, la sabiduría, el conocimiento también se alcanza en el viaje, en todo viaje iniciático en el que buscamos nuestra particular Ítaca. No importa que en el retorno no traigamos con nosotros ningún tesoro, ni siquiera el del ser amado/buscado, porque nuestro ser retornará enriquecido por la experiencia de la misma búsqueda. Es mi particular visión de esta novela póstuma tabucchiana  a la que vinculo con todos los viajes odiseicos. Así pues, una parábola existencial no sobre la joven portuguesa evaporada en el desierto salazarista, o en la nada, sino sobre el mismo autor/buscador.

   Como no podía ser de otro modo,  a lo largo de este viaje narrativo, los numerosos personajes que aportan su testimonio, no pueden evitar hablar del Portugal salazarista. Como ha hecho en otras novelas, Tabucchi recrea de forma indirecta, como “entre comillas”, el clima agobiante del Portugal sometido a las penumbras dictatoriales. Es sin embargo la parte palpable y accidental de un viaje por esos nueve círculos concéntricos del autoconocimiento que configuran la arquitectura de esta novela, de la que forma parte así mismo una visión transversal del tiempo en la que se impone el imperio de la imaginación. Los efluvios de una prosa alejada de cualquier giro rompedor, pausada, reflexiva, tersa y limpia le dan la forma externa a este póstumo regalo tabucchiano, una novela menos estrambótica de cómo la definió el autor. Verdadera trabe de oro de su peregrinaje novelesco.



Francisco Martínez Bouzas



                                               
Antonio Tabucchi

Fragmentos



“Las luces de Arrábida se acercaban. El trasbordador hizo tuutuu, silbando. Era el único ruido que se oía en aquella noche cálida. Isabel sonrió, y me apretó una mano. Su fular blanco revoloteaba en la brisa nocturna. ¿Con qué objeto contarte mi vida?, me dijo, tú lo sabes ya todo, has construido con sabiduría tus círculos, y lo sabes todo de mi, mi vida ha sido exactamente ésa, huí hacia la nada, pero supe apañármelas, ahora me has encontrado en tu último círculo, pero has de saber que tu centro es mi nada, en la que me encuentro ahora, yo he querido desaparecer en la nada, y lo he logrado, y en esa nada tú me has encontrado ahora con tu dibujo astral, aunque has de saber una cosa, no eres tú quien ha vuelto a encontrarme a mí, soy yo quien ha vuelto a encontrarte a ti, tú crees haber realizado una búsqueda en pos de mi, pero tu búsqueda era sólo en pos de ti mismo. ¿Qué quieres decir Isabel?, pregunté. Ella me apretó con fuerza la mano. Quiero decir que querías liberarte de tus remordimientos, no era realmente a mí a quien buscabas, sino a ti mismo, para darte una absolución a ti mismo, una absolución y una respuesta, y esta respuesta te la doy yo esta noche, la noche en la que nos dijimos adiós en un trasbordador que iba de Setúbal a Arrábida, quedas liberado de tus culpas, no tienes culpa alguna, Tadeus, no hay ningún bastardillo tuyo por el mundo, puedes irte en paz, tu mandala se ha completado.”



…..



“Abrí los ojos. El violinista estaba de pie ante mí, en el jardín de la estación se había puesto la luna. Mantenía sujeto su violín y miraba fijamente el círculo en la arena delante de sus pies descalzos. Es hora de regresar, dijo, la búsqueda ha terminado. Se acuclilló y sopló sobre la arena. El círculo se anuló. ¿Por qué ha hecho eso?, pregunté. Porque la búsqueda ha terminado, y hace falta el soplo del viento que reconduzca el todo a la nada sapiencial, dijo él. Yo cogí la fotografía de Isabel y me la metí en el bolsillo. Ésta me la llevo conmigo, dije. Como quieras, dijo él, está en su derecho, de todo queda un poco, a veces una imagen. Se ajustó el violín al hombro y empezó a tocar en sordina, con un acento muy melódico. Les adieux, l’absence, le retour. Yo levanté los ojos hacia la bóveda celeste y vi  una estrella que reconocí. Eché a andar. Y en aquel momento vi a Isabel. Agitaba una bufanda blanca y me estaba diciendo adiós”.



(Antonio Tabucchi, Para Isabel. Un mandala, páginas 151-152, 153-154)

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