martes, 24 de julio de 2012

LOS RELATOS EUROPEOS DE MARIO MARTÍN GIJÓN

Inconvenientes del turismo en Praga y otros cuentos europeos
Mario Martín Gijón
KRK Ediciones, Oviedo, 2012, 209 páginas.

  
   Hay buenos o incluso excelentes originales a los que una mala edición, una edición cicatera convierte en malos libros. Y estos ocho textos de Mario Martín Gijón, de tamaño medio, cercanos algunos a la novela breve, son un buen ejemplo. Más de doscientas páginas que exploran con la ficción los mapas europeos y lo hacen de forma más que notable, terminados de imprimir el día en el que se conmemora el cuadragésimo aniversario de la proclamación de las libertades de prensa en Praga -una ciudad de estas geografías-, no pueden ni deben hacer presente su recepción y consumo en un formato editorial de mini libro ni con un minúsculo tamaño tipográfico.
   El paratexto editorial no arruina sin embargo el libro de Mario Martín porque su escritura es de las que se defienden por si solas. En mi opinión, en efecto, estamos ante un narrador que ficcionaliza con soltura y profundidad una carga diegética de gran calado y que es preciso leer teniendo en cuenta sus dos grandes referentes: cuentos enmarcados en ciudades europeas, en la Europa gloriosa, continente adelantado de derechos y libertades y en la Europa que esclaviza a las personas, hace que se vendan o que por ella transiten como  seres clandestinos. Un registro culto, rebosante de connotaciones de la literatura y de la cultura europea, es otra marca de la casa de estos ocho relatos de Mario Martín.
   El libro, como digo estructura su bagaje diegético en ocho historias, cuya centralidad corresponde, en mi opinión, a la que rotula la publicación: “Inconvenientes del turismo en Praga”. Huyo de la tentación de convertirme es “spoiler” de esta historia de gran calidad y riqueza literaria. Simplemente apunto que es un relato sobre el desencanto: el artista escultor transita de decepción en decepción, hasta perder el rumbo y sentir la necesidad de convertirse en otra persona, por la Checoslovaquia comunista, por la ciudad de Praga donde parece que estaba surgiendo algo nuevo, por el Chile de Salvador Allende, por el capitalismo con el conformismo y la poca originalidad.  Desencanto semejante al de una mujer española, sumida en una crisis sentimental, de turismo en Praga. Ambos personajes confluyen en el desenlace.
   Mas hay otros relatos de Mario Martín que merecen igualmente ser resaltados. Tales como “El último guerrillero” que  evoca un doble exilio: el del luchador antifascista español que rememora las jornadas inolvidables en que, cargado de tristezas, se ve obligado a abandonar la España republicana, los atentados a su dignidad y  a la de tantos compatriotas en Argelès-sur-Mer donde fueron considerados por los franceses como “heces de la anarquía mundial” y su regreso a España con la fortaleza intacta para continuar una inútil lucha.  “Morir en Lisboa” es un viaje en tren a la ciudad de Lisboa para recuperar los recuerdos, la nostalgia y realizar un ejercicio de expiación tras lustros de olvido. “El destierro en Bugibba” es a su vez la historia de otro naufragio existencial, matrimonial, de enfrentamientos con el angustiado mundo interior del protagonista desterrado en Malta, con un final feliz que convierte el destierro en una esperanza, regalo de aniversario quizás de la esposa desaparecida. Y del Mediterráneo la escritura de Mario Martín nos trasplanta a otras cartografías y ambientes que conoce muy bien: Saint Avold, una villa de la región de Lorena en la que presenciamos los problemas y dificultades de enseñar alemán, provocados por los recuerdos de las pasadas afrentas germánicas y las conmociones del protagonista ante  los adolescentes. Es la historia del relato “Cuestiones de literatura alemana”.
   De semejante hechura, aunque localizados en otras ciudades o ambientes europeos (Oxford, Alemania, Polonia), el resto de los relatos anclados en geografías literarias, pero con protagonistas emergiendo de las mismas con sus historias de renuncias, trampas, esperanzas…
   Mario Martín orquesta  un ambicioso trabajo de esmerilado, no exento de connotaciones o pequeños guiños metaliterarios (un autor a veces autorreferencial que habla de si mismo, aunque disfrazado de traductor). El resultado son ocho láminas de historias de naufragios vivenciales, familiares, de seres enfrentados con su angustioso mundo interior.
   Sorprende la habilidad y agudeza con las que se formulan las grandes cuestiones del ser humano: la derrota, la esperanza, el desencanto, el deseo, el sometimiento, las trampas a las que los pobres emigrantes sucumben en la Europa rica…cobran vida en los personajes de estos relatos, hasta el punto de permitirnos vernos retratados en ellos. Las incorporaciones intertextuales que concentra el texto con referencias a la cultura europea y a la música, más sin estorbar, los fulgores de una prosa cristalina y muy elaborada convierten estas narraciones de Mario Martín en un producto literario de gran calidad, apto sobre todo para paladares que saben degustar la verdadera literatura.

Francisco Martínez Bouzas



Mario Martín Gijón

Fragmentos

“Pero qué digo. No me siento con fuerzas para criticarla ni culparla de nada. Desde esta habitación, cierro los ojos y me traslado de nuevo a la playa de Caparica por donde ayer paseé mi fracaso antes de regresar derrotado a este hotel donde agonizo. Veo las olas rompiéndose una y otra vez contra esos negros roquedos, y pienso que la marca del tiempo acaba por erosionar las convicciones más firmes y amenaza desmoronar los pilares sobre los que construimos nuestras vidas. Seguramente, si viviéramos doscientos o quinientos años, como según Philippe harán los hombres del futuro, no quedaría ninguna convicción incólume y cada persona se volvería ajena a lo que fue en su siglo anterior de vida. Si antiguos comunistas se convirtieron en reaccionarios, quizás con el tiempo se hicieran revolucionarios de nuevo. La fe  de las personas más convencidas terminaría por tambalearse, y los ateos más fervorosos quizás se estremecerían ante la duda”.

…..

“Nunca pensé que la libertad tuviera este rostro. Esta frase, patética, desencantada, quizás algo cursi para un escultor, suscita una cadena de preguntas. ¿Cuál? ¿Qué rostro? ¡Con qué facciones, con qué expresión? Por más que me esforzaba no lograba encontrar la expresión que convenía a la libertad que nos había llegado. Después de esperarla tanto no la reconocíamos, y hablo en plural porque creo que no era el único que se sentía confuso. (…)
Los rusos se habían ido, pero vinieron otros extranjeros, cuya presencia ruidosa y avasalladora impedía ver en qué nos íbamos convirtiendo nosotros. Nuestra Praga, la Mater Urbium en la que habíamos pensado como una princesa a la que había que rescatar del ogro soviético, parecía ahora una chica fácil y aburrida, deseosa de venderse a los visitantes. Las chicas praguenses  que en nuestra Primavera del 68 provocaban con picardía y desprecio a los toscos invasores militares habían dado paso, tras nuestra revolución de terciopelo, a las prostitutas de los innumerables clubs a los que acudían patanes con libras o marcos a gozar de una belleza inasequible en sus países. La melancolía y la resignación fueron arrolladas por una ola de chabacanería”.

(Mario Martín Gijón, Inconvenientes del turismo en Parga y otros cuentos europeos, páginas 39, 99-101)

viernes, 20 de julio de 2012

"EL PRINCIPE DE LA NIEBLA". ENTRE ENREDOS Y DISPARATES

El príncipe de la niebla
Martin Mosebach
Traducción de José Aníbal Campos
Acantilado, Barcelona, 2012, 357 páginas.


   Martin Mosebach, el autor de El príncipe de la niebla, es un intelectual alemán, jurista de formación, que destaca como uno de los herederos de la tradición cultural de Occidente. Defensor del Papa Ratzinger y de la liturgia tridentina, por cuyo retorno aboga en su obra La herejía de la ausencia de forma. La liturgia romana y su enemigo. Sin embargo su ideología religiosa ultraconservadora no se ve reflejada en su obra literaria, distinguida el año 2007 con el Premio Georg Büchner, el galardón de más prestigio de las letras alemanas.
   El príncipe de la niebla es en cierta medida un sablazo al lector. Tanto el título, la portada del libro como la presentación editorial inducen a pensar que Martin Mosebach nos encaja en el corazón de la aventura entre los hielos árticos. Leemos en efecto que un joven irreflexivo, Theodor Lerner, está a punto de perder su puesto en el periódico en el que trabaja, pero, engatusado por una intrigante estafadora, la señora Hanhaus, acepta viajar al Ártico, supuestamente para localizar a un explorador que pretendía atravesar en un globo el Círculo Polar Ártico y cuya pista se ha perdido desde hace unas semanas. No obstante, los planes de la astuta señora son otros: tomar posesión en nombre del Imperio alemán de la isla del Oso, un pequeño islote del archipiélago noruego de las Islas Svalbard, descubierto en 1596 y cuyo subsuelo atesora, según sus cálculos, un gran yacimiento de carbón de primera calidad.
   Y aquí da comienzo no la novela de aventuras -ausente en todo el relato-, sino la narración de enredos. La señora Hanhaus mueve todos lo hilos, elige la tripulación, el barco -un viejo y destartalado pesquero- y, desde la distancia o de forma presencial, influye en los políticos y personajes influyentes de la época para recabar su apoyo para la empresa. Por estos cauces transcurre toda la acción novelesca. En las páginas que nos relata Martin Mosebach se va trabando un inmenso conjunto de historias y digresiones, comentarios, reflexiones que no alejan de los aires de la aventura y nos introducen en una especie de parque temático de la Alemania de finales del siglo XIX, poblada de personajes pintorescos, situaciones paródicas, enredos. Eso sí, narrado todo con un escalpelo revestido  de un fino sentido del humor a la hora de describir situaciones que rozan el esperpento y el disparate, pero en las que Martin Mosebach no se ceba con mordacidad, sino con la “alegría narrativa” y la “conciencia humorística de la historia” como destacó en su día el jurado del Premio Georg Büchner.
Novela pues que refleja situaciones; y caricaturización del viejo mundo y sus  boatos y afanes económicos y colonizadores, cimentada en una estructura narrativa aparentemente anárquica y carente de un claro y nítido desenlace. Todo ello, pero apenas nada más, es lo que da de si el texto de Martin Mosebach

Francisco Martínez Bouzas


Martin Mosebach



Fragmentos

“En primer lugar, el ingeniero André ha desaparecido hace meses con su globo en un mar de hielo. En segundo lugar -dijo y le tocó el turno entonces al dedo índice de la mano contraria-, el Berliner Lokalanzeiger necesita material para un reportaje sobre André; en tercer lugar -llegó el dedo al medio-, usted irá en busca de André; en cuarto lugar lugar -el dedo del anillo con la piedra violeta- el Berliner Lokalanzeiger le fletará un barco a ese fin; en quinto lugar -el dedo meñique- usted durante el viaje  pasará por la isla del Oso y tomará posesión de ella. Y en sexto lugar, y para esto ya no me quedan dedos, se convertirá usted en un nuevo Gulbenkian, un Henckel-Donnersmarck, un Rockfeller. Ahora abandonará usted la mesa del desayuno y se dirigirá a la redacción. Y allí le expondrá al redactor jefe los primeros cuatro puntos…
Lerner se puso de pie de un salto, indignado. La silla coronada con unas hojas de roble talladas, amenazó con caer.
-Eso es una absoluta locura.
La señora Hanhaus guardó silencio, pero no le quitó la vista de encima”

…..

“La niebla que a menudo se cernía sobre lw isla del Oso la envolvía con una especie de algodón, y ese algodón hacía del sitio un paraje inasible e irreal. Tal vez a la gente le resultara raro que, en la isla del Oso, el carbón reposara bajo la nieve y el hielo, como si se tratara de una ile flottante en un mar de chocolate que reposa bajo una blanca capa de nata. Sholto Douglas tenía razón: si el Duque Regente de Mecklemburgo se interesaba por la isla del Oso, desaparecería el temor de los comerciantes alemanes a arriesgar sus inversiones en un «espacio sin jurisdicción», ya que las asociaciones coloniales alemanas, presididas por el príncipe, les ayudarían a respaldar políticamente esos compromisos económicos, como solía decirse en lenguaje diplomático”

(Martin Mosebach, El príncipe de la niebla, páginas, 23, 203)

lunes, 16 de julio de 2012

LA OSCURA VIDA DE LAS PERSONAS MAYORES


Primera memoria
Ana María Matute
Ediciones Destino, Barcelona, 2012, 237 páginas.


   En su día, hace más de cincuenta años, pasó con dificultad da criba de la censura y desde entonces la novela de Ana María Matute, Primera memoria, Premio Nadal 1959, no ha dejado de editarse en distintos formatos. En el pasado mes de junio la recuperó de nuevo Ediciones Destino, la editorial del Premio Nadal, como una de sus textos clásicos, en una edición que incluye un amplio material gráfico sobre la autora y la entrega del Premio Nadal de aquel año.
   Lo mejor de la aportación a la narrativa española de Ana María Matute son sus obras publicadas antes de 1973, en pleno auge de la posguerra. Estamos en la década de los cincuenta, el realismo social  es la corriente dominante, pero esos años contemplan así mismo la aparición de las primeras letras de otros narradores (Jesús Fernández Santos, Ignacio Aldecoa, Juan Goytisolo, Rafael Sánchez Ferlosio) También Ana María Matute cuya obra, especialmente su trilogía Los mercaderes, de la que Primera memoria forma parte, es la literaturización obsesiva de una serie de temas como la nostalgia por el paraíso perdido, por la infancia irrecuperable, por el despertar de la adolescencia, por una minuciosa radiografía de los estados de ánimo.
   Todas esas obsesiones hacen acto de presencia en Primera memoria, en una trama que quizás no encuentre mejor definición que la aportada por la propia autora, hace más de cincuenta años, el día que ganó en Premio Nadal: “Plantear, mediante una forma lo más sencilla y suave posible, jugando con unos personajes adolescentes y, por lo tanto libres de todo prejuicio, el problema de la incomprensión y la injusticia dominante; para lo cual me fue también necesario contrastar la pureza de los personajes con la brutalidad de la guerra”.
   En efecto, en Primera memoria nos encontramos con adolescentes al borde del abismo de la edad adulta, pero sin alternativas. Esa carencia de opciones la descubre con espanto Matia la protagonista principal y voz narradora, encerrada con su primo en la casa de la abuela durante la guerra civil que acaba de estallar y que, desde la lejanía, se deja sentir ensombreciéndolo todo. Se encuentran en una las islas Baleares, una isla sin nombre, pero isla, hecho que acentúa la sensación de claustrofobia. En aquellos interminables meses veraniegos del 36 y bajo la mirada omnímoda de la abuela, soportan la rutina estival de lecciones de latín, cigarrillos robados y fumados a escondidas, escapadas en barca a calas recónditas. Son sus pequeñas maldades que les hacen enfrentarse con sus propios monstruos  y les obligan a atisbar o imaginar “la oscura  vida de las personas mayores”. Con una guerra que no está físicamente presente, pero a la que se alude frecuentemente y deja su poso en la isla en forma de asesinatos, humillaciones, odio, perversiones. La  guerra también aparece en la novela como elemento transformador de las fracturas familiares: las mujeres y los niños se quedan en casa, mientras los padres luchan en el frente, hermanos contra hermanos en no pocas ocasiones. Además la protagonista se ve obligada a transitar de niña a mujer sin referentes en los que medirse, durante el momento traumatizante del estallido de la contienda.
   A pesar del paso de los años y de la autocensura con la que sin duda está escrita la novela (la guerra civil es vista desde lejos, sin juicios demasiado explícitos, aunque contemplada como un silencio podrido, un silencio de muertos, muertos barranco abajo, aislamientos y enemistades), Primera memoria es un texto que no ha envejecido. Y ello se debe no solo al oficio, sino al talento creador de Ana María Matute, capaz de fascinarnos con las descripciones de los estados de ánimo de los personajes. La autora supo meterse en el alma de una chica de catorce años y llena su texto de deslumbrantes hallazgos que nos permiten percibir cómo se observa y cómo se siente una adolescente a punto de dejar de serlo: sus amarguras, sus desengaños, los agobios de la soledad, las crueldades de esas edades indefinidas. Muestra igual maestría al reflejar el ambiente asfixiante y opresivo de un espacio, de una isla aislada, en un pueblo con enemistades enquistadas que la autora retrata con frases como “la calma aceitosa”, “la hipócrita paz de la isla”.
   La escritora así mismo, con una prosa embrujadora, fue capaz de entroncar los caracteres y los sentimientos con el paisaje y el clima. Y lo hizo con tal maestría que estos en el fondo operan también como verdaderos actantes (“El declive tenía algo solemne en la noche. Las piedras de los muros de contención blanqueaban como hileras de siniestras cabezas en acecho. Había algo humano en los troncos de los olivos, y los almendros a punto de ser vareados, proyectaban una sombra plena. Más allá de los árboles, se adivinaba el resplandor de los habitáculos de los colonos. Al final del declive la silueta de la casa de la abuela era una sombra más densa. El cielo tenía un tinte verdoso y malva”, páginas 56-57).
   Novela sin duda opresiva, desesperanzada (“elegía a la perversión de la inocencia”) que una pluma preñada de talento convierte en verdadera literatura.

Francisco Martínez Bouzas



Ana María Matute, en la entrega del P. Nadal (6 de enero 1960)




Fragmentos

Qué extranjera raza de los adultos, la de los hombres y las mujeres. Qué extranjeros y absurdos nosotros. Qué fuera del mundo y hasta del tiempo. Ya no éramos niños. De pronto ya no sabíamos lo que éramos. Y así, sin saber por qué, de bruces en el suelo, no nos atrevíamos a acercarnos al otro. Él ponía su mano encima de la mía y sólo nuestras cabezas se tocaban. A veces notaba sus rizos en la frente o la punta fría de su nariz. Y él decía, entre bocanadas de humo: «¡Cuándo acabará todo esto…!». Bien cierto es que no estábamos muy seguros a qué se refería: si a la guerra, la isla o nuestra edad”

…..

“Recuerdo que entré en una zona extraña, como  de agua movediza: como si el miedo me ganara día adía. No era el terror infantil que padecí hasta entonces. A veces me despertaba de noche, y me sentaba bruscamente en la cama. Experimentaba entonces una sensación olvidada de cuando era muy pequeña y me angustiaba al atardecer y pensaba: «El día y la noche, el día y la noche siempre. ¿No habrá nunca  nada más?». Acaso me volvía el mismo confuso deseo de que alguna vez, al despertarme, no hallara solamente el día y la noche, sino algo nuevo, deslumbrante y doloroso. Algo como un agujero por donde escapar de la vida”

…..

“En aquel momento me hirió el saberlo todo. (El saber la oscura vida de las personas mayores, a las que sin duda alguna, pertenecía ya. Me hirió y sentí un dolor físico”

(Ana María Matute, Primera memoria, paginas 109, 169-170, 229)

domingo, 15 de julio de 2012

ALEJANDRÍA, EL MÁS GRANDE LAGAR DEL AMOR

Justine
Cuarteto de Alejandría-1
Lawrence Durrell
Traducción de Aurora Bernárdez
Edhasa, Barcelona, 355 páginas
(LIBROS DE FONDO)


  
   Lawrence George Durrell (1912-1990) se dio a conocer como novelista y poeta en la década de los treinta del pasado siglo y obtuvo su primer gran éxito, tanto de la crítica como de los lectores, con El libro negro  (París, 1938). Sin embargo fue El cuarteto de Alejandría y en especial el primero de los volúmenes, Justine, editado y reeditado por Edhasa  una y otra vez, lo que lo convierte en un clásico de nuestro tiempo. Esa  imponente tetralogía, Justine (1957), Balthazar (1958), Mountolive (1958) y Clea (1960), hacen de Durrell un referente en la literatura del pasado siglo en la investigación del amor en todas su formas y pliegues, y sobre todo por la exploración de las posibilidades del lenguaje narrativo, que han permitido vehementes comparaciones con Proust y Faulkner.
   Como la mayor parte de su obra narrativa, Justine tiene su origen en las experiencias del autor como diplomático en Grecia, Yugoslavia, Chipre y Egipto y de sus propias vivencias personales. En efecto, en el año 1942, Durrell se separa de su mujer y se traslada a Alejandría donde conoce a Ève Cohen, una mujer hebrea que se convertirá en la modelo del personaje literario de Justine y con la que se casará en el año 1947.
   La novela no solamente retrata una ciudad, Alejandría (“el más grande lagar del amor”), mítico lugar de encuentro de razas y lenguas, abarrotado de prostitutas, efebos, pordioseros, puerto de mar repleto de olores y de corrupción y nos acerca a un personaje, anverso de la criatura literaria sadiana, que busca el placer como forma plena de aprendizaje, sino que abre así mismo las puertas a una especial experimentación formal en lo que se refiere al tratamiento del tiempo y del espacio. En un caótico torbellino de pasiones, Durrell juega con cuatro figuras. El yo narrativo, un escritor inglés de refinada sensibilidad, que ahonda sus raíces en el turbio humus alejandrino; Justine, una culta y aristócrata mujer hebrea, arrogante cultivadora del placer; Nessim, el marido de Justine, inmensamente rico, de modales y porte principescos; Melissa, una frágil bailarina griega, con la que convive el escritor. Un inmenso meandro de sentimientos acerca y fusiona a estos y a otros personajes, adeptos  de múltiples credos y sectas, cultivadores de la Cábala. Durrell nos ofrece una novela con varios estratos: libro de memorias, historia cerrada, capaz de presentar la realidad desde una perspectiva pluridimensional a través de una visión prismática y una gama de colores de incontables tonalidades.
   Justine es, como ya mencioné, la primera parte de una tetralogía. En una nota preliminar a Balthazar, el segundo volumen, Durrell explica su objetivo. La literatura moderna, nos dice el escritor, ofrece unidades. Así que él observa la ciencia e intenta componer una novela de “cuatro puentes”, con una forma basada en la teoría de la relatividad. Tres lados de espacio y uno de tiempo integran la receta de un continuo. Las cuatro novelas se ajustan a este modelo. Las tres primeras se desenvuelven, en efecto, de forma espacial y no se suturan de forma serial. En las mismas el tiempo permanece detenido. Solamente la cuarta parte, Clea, se ocupará del tiempo. Así mismo, el autor traslada a la tetralogía la relación sujeto-objeto, tan importante dentro de la teoría de la relatividad. En cada una de las cuatro novelas descubrimos uno tono subjetivo y otro objetivo. La tercera parte, Mountolive, es una novela definitivamente naturalista. En la que el narrador de Justine y Balthazar se convierte en objeto, es decir en personaje. Estilísticamente las cuatro novelas son una muestra paradigmática de un verdadero refinamiento: idéntico fulgor descriptivo, la misma capacidad para dotar de un aura de embrujo a los personajes.

Francisco Martínez Bouzas



Lawrence Durrell



Fragmentos

“Cinco razas, cinco lenguas, una docena de religiones; el reflejo de cinco flotas en el agua grasienta, más allá de la escollera. Pero hay más de cinco sexos y sólo el griego del pueblo parece capaz de distinguirlos. La mercadería sexual al alcance de la mano es desconcertante por su variedad y profusión. Es imposible confundir a Alejandría con un lugar placentero. Los amantes simbólicos del mundo helénico son sustituidos por algo distinto, algo sutilmente andrógino, vuelto sobre si mismo. Oriente no puede disfrutar de la dulce anarquía del cuerpo, porque ha ido más allá del cuerpo. Nessim dijo una vez, recuerdo -y creo que lo había leído en alguna parte-, que Alejandría es el más grande lagar del amor; escapan de él los enfermos, los solitarios, los profetas, es decir, todos los que han sido profundamente heridos en su sexo”

…..

“Las cigarras chirrían en los grandes plátanos, y el Mediterráneo se extiende ante mi en todo el esplendor estival de su azul magnético. En alguna parte, más allá del tembloroso horizonte malva está África, Alejandría todavía presente, todavía dueña de mis afectos por obra de los recuerdos que poco a poco se van fundiendo en el olvido; recuerdos de amigos, de cosas acaecidas hace mucho tiempo. La lenta irrealidad del tiempo empieza a arrebatarlos, borrando sus contornos, y  a veces llego a preguntarme si estas páginas relatan las acciones de hombres y mujeres de carne y hueso, o si tan sólo la historia de unos pocos objetos inanimados que precipitaron el drama a sus alrededor: un parche negro, una llave de reloj y un par de alianzas sin dueño…”

(Lawrence Durrell, Justine, páginas 16-17, 345-346)

jueves, 12 de julio de 2012

"BAHÍA BLANCA": EL IDIOMA DE LAS OBSESIONES

Bahía Blanca
Martín Kohan
Editorial Anagrama, Barcelona, 2012, 276 páginas.


   Martín Kohan (Buenos Aires, 1967), estudioso y docente de Teoría Literaria, es como narrador no una promesa, sino una realidad consolidada, especialmente desde que en 2007 su novela Ciencias morales se hizo merecedora del Premio Herralde de Novela. Un narrador que se mueve como pez en el agua abordando uno de los grandes temas de literatura: los conflictos psicológicos, las relaciones anímicas a las que observa en sus obras desdoblándose y con la suficiente frialdad como para ser capaz de observar el panorama interior de sus criaturas, de sus héroes o antihéroes, especialmente aquellas pulsiones refrenadas que nos atormentan.
   Lo acomete con brillantez en esta novela compleja, pero al mismo tiempo muy rica en su elaboración, novela de amor, pero sobre todo de secretos y obsesiones. Para ello, Martín Kohan, partidario de la épica del abandono y solidario con los perdedores, ha elegido una ciudad: Bahía Blanca, en el sur de la provincia de Buenos Aires (un sur de cerca de setecientos kilómetros!), puerta de acceso a la Patagonia, una ciudad negativizada, paradigma de la ciudad maldita, hasta el punto de que sus habitantes, en un juego de iniciales y para no nombrarla, la llaman Brigitte Bardot. Atraído por la mitología de una ciudad hasta tal extremo maldita, Martín Kohan sitúa la primera parte  y el desenlace de su novela en Bahía Blanca, porque le interesaba, para levantar su edificio narrativo, todo aquello que se cobija bajo el principio de la negación, el lugar optimo para alguien que precisa olvidar, anular, negar.
   Ese alguien es Mario Novoa, un héroe/antihéroe en soledad como los personajes dostoievskianos en la visión de Georg Luckács, que viaja a Bahía Blanca con el aparente propósito de recoger datos sobre el escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada. Deambula por la ciudad buscando evadirse, alejar sus obsesiones, anular la colección de sus fijaciones, que nos transcribe en un diario escrito en primera persona, en el que apunta sus desconcertantes e insubstanciales vivencias, pero en el que, sin embargo, no anota los oscuros secretos que configuran su neurótico drama interior. Hasta que la aparición, en un inesperado encuentro, de una figura del pasado, introduce la figura de Patricia, ex mujer de Mario, cuyo marido había sido brutalmente asesinado, meses atrás. La referencia, en la charla entre ambos, a este personaje como “el marido de tu mujer”, convence al protagonista de que poco importa que ella lo haya abandonado hace siete años: él la sigue amando y ella es su mujer.
   El secreto que el protagonista le confía al amigo recién encontrado, genera un giro de ciento ochenta grados en la narración. Martín Kohan nos introduce en una nueva historia: la historia de un perdedor que hace de sus obsesiones un verdadero personaje, especialmente en la última parte de la novela, donde cambian la rutinas de Mario Novoa, pero no así su obcecación, la fijación por una historia de amor/desamor escondido, no resuelto en su momento, que arrastrará al protagonista a una drama personal y a la pérdida definitiva del bien más preciado, cuya desaparición contempla sin pena ni gloria.
   Para Martín Kohan Bahía Blanca es una novela de amor que aparece escondido, precisamente porque para el protagonista el amor es lo fundamental y no soporta que haya habido un tercero, al que justamente por eso se lo excluye. Como lector interpreto la novela como un deslizamiento entre un relato de amor fou y una inmensa y desmedida obsesión de que todo puede llegar a revertirse.
   Pero sea como fuere, Bahía Blanca es el triunfo de la narración, porque Martin Kohan, sin caer en los tópicos empalagosos de la queja tanguera, retrata en su escritura reiterativa el mundo de las obsesiones de forma muy notable. El registro que el protagonista hace de forma precisa de los mil detalles de la ciudad, en la que el principio de la negación lo rige todo, o en Buenos Aires, con su seguimiento de calles, es una optima arma narrativa para sumergirnos en la desgarradora obstinación de un perdedor que hasta el final no asume su derrota.

Francisco Martínez Bouzas



Martín Kohan

Fragmentos

“-Viste, ¿no? -dice Ernesto.
-No sé, ¿qué cosa? -yo.
-Lo que pasó, ¿sabés? -Ernesto
-No sé, depende -espero yo.
-Que se murió, ¿no es cierto? Que lo mataron en un robo. Al marido de Patricia, digo. De tu mujer, quiero decir -dice-. Se murió, ¿sabías? Lo mataron en un robo. Ya sabías, ¿no?
-Sabía, sí.
(…)
-Qué raro, ¿no? -consulto-. ¿No es raro?
-Qué cosa, no se -se confunde Ernesto.
-Esa manera de decir, como dijiste vos: «el marido de tu mujer».
-¿Dije así?
-O parecido.
-No dije así.
-Es parecido. Pero está bien -lo calmo-; solamente suena raro. Porque parece una frase absurda, ¿no?, un contrasentido lógico: «el marido de tu mujer». ¿Quién podría ser el marido de mi mujer? Si es mi mujer, que es lo que dice la frase, ¿quién podría ser el marido? Tendría que ser yo, ¿no es cierto? En un sentido lógico, quiero decir, puramente lógico, ¿no tendría que ser yo?”

…..

Perfectamente, sí, ¿por qué no decirlo? ¿Por qué no decir, si es la verdad, que fue acá, en este auto, en este asiento, en este auto que ahora manejo, en este asiento que ahora ocupo, donde di muerte (dar muerte es dar algo también) al remoto Luciano Godoy? ¿No iba acaso sentado acá, desatento a lo que sucedía en torno? ¿No tenía una carterita repleta de dinero justo ahí, ahí donde ahora Patricia duerme y se deja llevar? ¿No pasé mi brazo y mi mano, y en mi mano un terrible cascote, por esa misma ventanilla que tengo ahora abierta apenas, tan sólo lo necesario para que el aire del habitáculo no se envicie (…)?”

…..

“Lo que digo, me parece con balbuceos, tiene este sentido aproximado: que podríamos intentar, por qué no, estar los dos juntos de nuevo (digo así: «estar los dos juntos de nuevo»).
Patricia me responde, palabras más palabras menos, que a ella le parece que no.
Le digo más o menos esto: que ya han pasado algunos años, que seguramente este tiempo nos ha servido para entender los errores cometidos, que podríamos perfectamente hacer el intento (digo así: «perfectamente»).
Patricia me responde de nuevo, palabras más palabras menos, que a ella le parece que no.
Le insisto aproximadamente así: que hemos crecido y madurado, que debemos haber comprendido sin dudas todo eso que hace años no comprendimos, que evitaríamos sin duda alguna cometer todos esos errores que hace años cometimos, que si volviésemos a intentarlo, porque ella está sola ahora y yo estoy solo también, nos saldría bien fuera de dudas, nos saldría perfectamente bien (digo así: «perfectamente bien») fuera de toda duda.
Patricia replica más o menos esto: que no, que no quiere.
Yo le digo más o menos esto otro: que por qué, que por qué.
Patricia responde más o menos esto: que no, que no quiere, que no me quiere”

(Martín Kohan, Bahía Blanca, páginas 129-131, 255, 266)

lunes, 9 de julio de 2012

PERSONAJES DISPARATADOS ENTRE LOS HIELOS ÁRTICOS

El bosque de los zorros
Arto Paasilinna
Traducción de Dulce Fernández Anguita
Editorial Anagrama, Barcelona, 262 páginas
(LIBROS DE FONDO)


   Solamente desde hace unos años, el nombre de Arto Paasilinna ha comenzado a decir algo en los oídos y en las mentes de los lectores de lengua española. De este ex-guardabosques, ex-periodista, ex-poeta y autor de culto y de extraordinario éxito en Finlandia, país en el que cada uno de sus novelas se convierte en best-seller y vende más de cien mil ejemplares, únicamente conocíamos una novela traducida al español, El año de la liebre. Pero Anagrama primero y otras editoras menores después en catalán y en gallego,  comenzaron en la pasada década a remediar esta situación con la publicación de El molinero aullador y un poco más tarde, con la edición de El bosque de los zorros. Arto Paasilinna goza de un lugar privilegiado en la literatura finlandesa y ello por varias razones. En primer lugar porque, en la severidad escandinava, reflejada en las visiones de Stig Dagerman o Ingmar Bergman, sus novelas nos transportan a un mundo absolutamente desconocido, convertido sin embargo gracias a la habilidad narrativa del escritor, en una tierra cercana y tan rica en tradiciones insólitas que se asemeja a un territorio situado en las fronteras de la realidad y de la fantasía.
   Añádase a esto el perfecto dominio del que goza la pluma del escritor finlandés, de una escritura humorística y poco menos que surrealista. Las tramas funambulescas y el gusto pícaro y socarrón por la aventura, la mezcla de elementos mitológicos antiguos y de la moderna sátira social, son razones más que suficientes para que los lectores degusten con placer las novelas de Arto Paasilinna, colmadas no de dramas interiores, que jamás le han interesado al escritor, sino de historias, ideas a primera vista esperpénticas y descabelladas, y también de acción.
   Hilarante equilibrista, artista de la fuga y de la irrisión, Arto Paasilinna nos hace  disfrutar con el silencio de los grandes espacios, con la inmensidad incontaminada de la tundra, con los remotos paisajes helados, con lasa asombrosas auroras boreales y con los extraños sonidos del bosque. Aúna pues Paasilinna naturalismo, melancolía  y una indudable atracción por situaciones paradójicas. Y sobre este telón de fondo, historias divertidas y personajes inverosímiles, pero siempre on the road. Con la huida pues como destino. Personajes absurdos y disparatados que, cada uno a su manera, intentan evadirse de su existencia o de alguna consecuencia de la misma.
   El bosque de los zorros es un típico ejemplo de lo que para Paasilinna es la narración. La novela nos aproxima a la delirante historia de Oiva Juntunen, definido ya en el primer capítulo de la novela como delincuente profesional que, de ganar la vida recogiendo deyecciones caninas, pasa a tener en su poder cuatro lingotes de oro sustraídos en un robo clamoroso del Banco Nacional de Noruega. Oiva Juntunen se dedica a disfrutar de la vida mientras sus cómplices purgan el latrocinio en la cárcel. Hasta que su serenidad se ve turbada por una noticia alarmante: sus cómplices serán liberados y, sedientos de oro, seguro que acudirán a recoger su parte del botín. Oiva considera absolutamente inmoral la idea de repartirlo porque, concluye su razonamiento, los asesinos precisan hierro y no oro. Decide pues hallar un lugar seguro donde esconderse y disfrutar de la rapiña. Nada mejor para ello que ocultarse  con el oro en lo más profundo de la tundra lapona, en un pedregal que él mismo era incapaz de situar. Allí el oro estaría mejor escondido que en ningún otro sitio.
   Muy pronto se encuentra con el comandante Remes, un militar alcoholizado  y resacoso, ensimismado entre el aguardiente y la rutina militar que había determinado disfrutar de un año sabático para beber sin complicaciones y decidir qué hacer de su vida. Después del inicial juego de despistes entre ambos y a medida que el oro  va haciendo acto de presencia, surge entre ambos algo parecido a la amistad. Afincados en medio de la helada tundra lapona, la existencia del oro convierte su refugio, una cabaña de leñadores, en un lujoso recinto entre la nieve y el hielo. Muy pronto llega a su refugio Noska, la koltta más anciana del distrito que también huye, ésta de los asistentes sociales que pretenden internarla e un asilo.
   El trío formará una insólita familia a la que las secuelas del oro permite convivir entre la ternura y un rosario de absurdos al que, día tras día, se ven sometidos los personajes.
   Y cuando las ganas de hembra hacen que el comandante Remes piense más en las mujeres que en su aguardiente y como Dios aprieta pero no ahoga y la anciana  Noska era encantadora, pero más vieja que los caminos, un día les llega un envío muy peculiar: dos mujeres jóvenes, hermosas, con ropa cara. O sea, prostitutas. Un cargamento de putas suecas.
Arto Paasilinna
   La habilidad da Paasilinna es capaz de crear estos personajes absurdos, haciendo que actúen de una forma absolutamente normal en este paraíso alejado de la sociedad y de cualquier ley o norma social. Son, sin embargo, tan extraordinariamente humanos, que incluso en sus peores excesos el lector siente la tentación de disculparlos.                                
   Libro sobre todo divertido y exento de pretensiones morales y de grandes reflexiones filosóficas. En su lugar, el lector hallará el placer de la sonrisa espontánea, desnuda de dobles sentidos y de toda trascendencia. Los personajes son absurdos y disparatados, el argumento, completamente inverosímil y Paasilinna narra de la forma más sencilla y tradicional: con la omnisciencia de la tercera persona, refiriendo una historia lineal, sin desviaciones ni circunloquios. Sin embargo, hasta el hecho más lamentable resulta conmovedor. La escritura limpia y precisa de Paasilinna, su estilo irónico y socarrón (para muestra este botón: “Siira estaba más amargado que mil feministas juntas”), tienen la capacidad de convertir las historias más desconcertantes y trágicas en productos estéticos de la irrisión.

Francisco Martínez Bouzas

viernes, 6 de julio de 2012

BURROUGHS CON EL REY MAYA DEL INFRAMUNDO


Ah Puch está aquí y otros textos
William S. Burroughs
Traducción de Luïsa Moreno
Ilustraciones de Robert F. Gale
Capitán Swing Libros, Madrid, 2012, 178 páginas.


   Si hay una editorial especializada en la edición de libros singulares, esa es sin duda la madrileña Capitán Swing Libros. Libros audaces, imaginativos, de los que huyen otros sellos editores, tienen  cabida en las colecciones de este pequeño sello editor. Es su forma de hacer frente a la uniformidad del “libro único” y a la presión de los megagrupos editoriales. Inconformista como el ficticio líder cartista del que toma su nombre, Capitan Swing Libros nos ha agasajado en los últimos meses con publicaciones tan originales como ese libro extravagante, Locus Solus de Raymond Roussel o el libro-caja o artefacto hipertextual, Composición nº 1 que  Marc Saporta concibió el año 1962.
   A esta relación de libros singulares se suman desde el pasado 28 de junio tres textos de William S. Burroughs: “El libro de las respiraciones”, “La revolución electrónica” y el texto que rotula esta publicación: “Ah Puch está aquí”, que quiso ser, en el año que fue creado (1970), un libro sin precedentes, una novela gráfica inspirada en los códices mayas, fruto de la colaboración de Burroughs y el dibujante Malcolm McNeil. Se trataba de un libro único que no encajaba ni en la categoría de novela ilustrada a la usanza, ni en la de las historietas.
   Un libro así solo es posible y concebible desde la paternidad de un escritor como William Seward Burroughs (1914-1997), un escritor tan adicto a ciertas sustancias como a la experimentación, al surrealismo y a la sátira y cuya influencia ha transcendido y se ha prolongado hasta nuestros días en múltiples manifestaciones artísticas de tipo contracultural. Su peculiar filosofía y concepción de la escritura tomó cuerpo  con la aplicación de técnicas como el cut-up o collages narrativos y en su voluntad de arrasar las normas sintácticas y semánticas, sin que el texto pierda sentido y coherencia. Fue su forma de luchar contra la alienación del lenguaje, un organismo parasitado por normas y reglas que se alojan en nuestro cerebro.
   Se precisa, según Burroughs, una verdadera revolución, que debe de ser de naturaleza mental. De ahí que los protagonistas de sus obras (extraterrestres, humanos, seres inorgánicos…) se enfrenten entre si al margen de cualquier regla.
   Uno de esos personajes es Ah Puch, dios y rey del inframundo en la mitología maya, representado por dos jeroglíficos. Él era el jefe de los demonios, merodeador además en torno a los enfermos en acecho de sus presas, acompañado por el perro, el ave Moán y el búho. Por eso “Ah Puch está aquí”, desde una escritura esquizofrénica, en una inmersión en los territorios de la muerte, “ese viaje peligroso en el que todos los errores cometidos en el pasado os perjudicarán” (página 11), un viaje arropados por el sistema de la cultura y de las creencias mayas, nos muestra caminos para salir del tiempo y adentrarnos en el espacio.
   Este nuevo artefacto editorial de Capitán Swing se completa con “El libro de las respiraciones”, un intento en forma de semicomic de ir más allá de los sistemas de comunicación  a través de la palabra escrita, sustituida por la escritura gráfica, por imágenes que, por su propia naturaleza, son susceptibles de variar hasta el infinito. Un último texto, “La revolución electrónica” una irónica y ácida reflexión sobre el control social ejercido por las tecnologías electrónicas, en especial por las videocámaras (un “virus real” de nuestro tiempo”) clausura esta publicación; otro experimento sobre las fronteras de la literatura y de la misma escritura que demanda lectores generosos, capaces de adentrarse en textos fragmentarios, revoltosos, rayanos a veces con la ilegibilidad, pero que dejan translucir las excéntricas y revolucionarias genialidades de un hombre en lucha contra todas las tiranías de control social, comenzando por las del lenguaje.

Francisco Martínez Bouzas


William S. Burroughs



Fragmentos

“He hablado de las formas transitorias de la muerte y de la identificación del organismo muerto con el moribundo. Esta identificación pude adoptar la forma de una cópula propiamente dicha con la muerte. La muerte, que puede adoptar tanto la forma masculina como la femenina, copula con el joven dios del maíz, y este eyacula cuatrocientos millones de años de maíz desde la semilla hasta la cosecha, y más allá. Esta operación requiere maíz real y un cuerpo humano real para representar al joven dios del maíz. Esto es, por consiguiente, un cheque endosado que está firmado por el joven dios del maíz. En cuanto ha firmado el cheque, es posible añadir un número de ceros cualquiera. El banco del tiempo maya funcionaba con estos cheques endosados. La muerte es aceptada por los moribundos”

…..

“Edificio de ladrillo rojo y un canal azul donde el Mary Celeste flota anclado. Los niños, con bolsas y trajes de marinero propios del siglo XIX, pasan por la plancha. El jardín es un brillo rojo de ciudades en ruinas a lo lejos. Los marineros suben y el ancla se levanta. El chico joven toca asilencio cuando se va el sol y se asienta el crepúsculo azul. La embarcación se mueve. Los chicos saludan desde las jarcias. Se acerca corriendo un periodista de 1890
-¿Y el señor Hart?
Audrey está en la cofa con un telescopio. Señala con su mano izquierda.
La mansión en ruinas y abandonada del señor Hart, grafiti en las paredes.
AH PUCH ESTUVO AQUÍ
Aquí vivió un grosero y estúpido hijo de puta que creyó que podía contratar a la MUERTE como compañero poli”

…..

“Su sistema de control debe ser absoluto y mundial. Porque un sistema de control de este tipo es todavía más vulnerable a un ataque desde fuera que una sublevación desde dentro…Aquí está el obispo Landa quemando los libros sagrados. Para daros una idea de lo que sucede, imaginaos nuestra civilización invadida por patanes del espacio exterior…
-Trae unos cuntaos bulldozers. Limpia toda esta mierda…
La fórmula de todas las ciencias naturales, libros pinturas, el terreno barrido y transformado en un montón enorme y quemado. Y ya está. Nadie nunca ha oído hablar de él…
Tres códices sobrevivieron al vandalismo del obispo Landa y están quemados por los bordes. No hay forma de saber si tenemos aquí los sonetos de Shakespeare, la Mona Lisa o los restos de un catálogo de Sears Roebuck después de que el viejo excusado exterior se quemara en un incendio de matorrales. Toda una civilización se convirtió en humo…
Cuando llegaron los españoles, se encontraron a los aristócratas mayas apoltronados en hamacas. Bien, el tiempo pondría las cosas en su sitio. Cinco trabajadores detenidos, atados y desnudos, son castrados en una cepa de árbol, los cuerpos que sangran, sollozan y gritan son arrojados en un montón…
-Y ahora comeos ésta, amarillos chalados. Queremos ver un montón de oro así de grande y lo queremos ver ya. El Dios Blanco se ha pronunciado”

(William S. Burroughs, Ah Puch está aquí y otros textos, páginas 14-15, 71-72, 171)