martes, 31 de mayo de 2011

ATRAPADOS POR EL VENENO DEL MAL

El mar y veneno
Shusaku Endo
Ático de los Libros, Barcelona 2011, 200 páginas.

Shusaku Endo (1923 – 1996) es uno de los grandes escritores japoneses del pasado siglo. Candidato al Nobel de literatura en el año 1994, premio que no obtuvo en parte por las presiones de los católicos japoneses – Shusaku Endo fue católico -  ofendidos porque en una de sus novelas un personaje pisotea la imagen de Cristo. El mar y veneno, su primera gran novela, editada en el idioma original en 1958, ve ahora en Ático de los Libros su primera versión al español. La narrativa de S. Endo refleja en buena medida algunos dilemas de su fe católica, especialmente la responsabilidad del ser humano ante sus acciones, elecciones y omisiones, cuando estas provocan resultados trágicos. Su preocupación por el problema del mal establece sin duda una red de diálogos con Dovstoyevski o Graham Greene.
El mar y veneno está basada en hechos reales que tuvieron lugar durante la segunda Guerra Mundial: los horrorosos experimentos médicos llevados a cabo sobre prisioneros norteamericanos capturados por los japoneses, que culminan con la fría y metódica vivisección pulmonar de uno de ellos hasta producirle la muerte. Tales experimentos tenían por objeto determinar el límite cuantitativo de solución salina normal que se puede inyectar en las venas del prisionero antes de que muriera; evaluar el volumen de aire que igualmente se puede inyectar en las venas de otro prisionero a partir del cual el sujeto fallece. Y finalmente, el tercer experimento pretendía establecer el límite hasta el que se puede seccionar la masa pulmonar antes de que el prisionero fallezca. Todos estos experimentos, realizados sobra cobayas humanas, se consideraban de gran transcendencia para la medicina de guerra.
La novela nos acerca a esos brutales asesinatos desde el punto de vista de algunos de los personajes que participaron en los mismos. La acción transcurre en el hospital universitario de Fukuoka, reflejo de una nación derrotada, que vive entre la extrema miseria, el nihilismo y el hundimiento de unos valores considerados básicos y eternos tanto en la ética budista como en la cristiana: los prisioneros son unos bastardos, nos han bombardeado todo lo que han querido, ya están sentenciados a muerte. Poco importa de qué manera los ejecutemos. Por lo mismo son, junto con ciertos pacientes japoneses, marionetas en las manos de algunos cirujanos que experimentarán con ellos para medrar profesionalmente.
Con una estética muy personal y en un texto muy efectivo, aunque narrado con gran ahorro de medios, Shusaku Endo narra, no los aspectos macabros de las vivisecciones, sino la lucha interior que producen en Suguro, un estudiante de medicina, interno en el hospital, después del ofrecimiento del jefe de los cirujanos para que  participe en las mismas. Y las reacciones, conectadas a sus pasados, vivencias y entornos, de otros protagonistas activos de los experimentos.
El inicio de la novela se centra acertadamente en la enigmática personalidad del doctor Suguro, ejerciendo su profesión en un barrio residencial, en un consultorio obscuro, con olor  a falta de limpieza y las cortinas siempre cerradas. Una efectiva analépsis  traslada la acción hacia el pasado y nos lo muestra en su trato compasivo con los enfermos tuberculosos de Fukuoka y en sus dudas existenciales. Cuando se le propone participar en el experimento con los prisioneros no sabe porqué no reaccionó; simplemente dijo que si, dormitando después en una negritud de pesadillas. Es su lucha contra la pregunta por el porqué.
Otros protagonistas de los experimentos (“Los que serán juzgados”) son atrapados sin más por el veneno del mal, sin ningún remordimiento, ni sentido de culpa. Es el caso de la enfermera Ueda, una mujer profundamente herida, sin nadie en quien apoyarse. Acepta, aunque no le importa nada ni su país, ni el avance de la ciencia. O el interno Toda, verdadero paradigma de una moral heterónoma. No se considera una persona con la conciencia paralizada, aunque carece en absoluto del sentido de la culpa y del pecado y es capaz de contemplar, sin perturbarse, el sufrimiento y la muerte agónica de otra persona  mientras nadie se lo reproche.
Son los personajes secundarios de los asesinatos, capturados en sus complejidades emocionales, en sus contradicciones, e el juego de celos profesionales. En el infierno de unas vidas destrozadas por la guerra y negativas experiencias vitales anteriores. Insensibles, excepto Suguro, a cualquier sentido de culpa, en su mentes la idea de que estaban cometiendo un asesinato no había tomado forma ni había despertado ningún sentimiento. Ansiaban la puñalada del remordimiento, pero no sentían nada: ni dolor ni pena.
Shusaku Endo dibuja, como he dicho con una gran economía de medios, un fresco aterrador sobre esa zona obscura de la condición humana, capaz de convivir con crímenes abyectos, inmune ante el veneno del mal. Fuera, y como ruido de fondo, el rugido turbador de un mar igualmente obscuro. Es quizás ese rugido, metáfora de la obnubilación moral, el que ahoga las presadillas antes de que afloren en la conciencia.



Shusaku Endo


                                                   Fragmento

“Quería sentir remordimiento. Ansiaba la puñalada fría clavándose en su pecho, la que arranca el corazón y destroza el alma. Pero aunque había vuelto a la sala de operaciones en busca de esos sentimientos, no sentía nada. A diferencia de los civiles, estaba acostumbrado a los hospitales y sus frías salas de operaciones. En más de una ocasión había estado solo después de una operación. ¿Qué diferencia había entre esas veces y ésta? Si existía era incapaz de darse cuenta.
En ese lugar se quitó la chaqueta. Repasó con insistencia en su mente los movimientos del prisionero, uno por uno, y esperó en vano que el dolor del remordimiento retorciera su corazón”

(Shusaku Endo, El mar y veneno, página 188)

sábado, 28 de mayo de 2011

EL PUZZLE VITAL DE ETHEL JURADO

La vida y las muertes de Ethel Jurado
Gregorio Casamayor
Acantilado, Barcelona 2011, 3002 páginas.

No solo se han apoderado de su cuerpo, también han colonizado su mente. Lo presentíamos desde el principio, cuando nos enfrentamos con ese fractal número 1, el del hermano, Enrique Jurado. Mas solamente al final, cuando sale a la escena la amiga y confidente, percibimos el porqué y quedamos sobrecogidos por el dolor, la humillación, el miedo, la angustia, la rabia y la absoluta impotencia de Ethel Jurado. El inconfesable martirio, la muerte en vida de una víctima  de la más abyecta violencia doméstica que hizo de su vida un infierno. Jamás  podremos evadir nuestro pasado, las heridas mal curadas nunca dejan de supurar y casi siempre terminan siendo el germen de espantosas tragedias personales y familiares. Tal es el caso de Ethel Jurado y el de su familia, culpables por acción u omisión y que Gregorio Casamayor nos hace presente en una de las novelas más sobrecogedoras, demoledoras e impactantes leídas por mí en los últimos meses. Porque el novelista narra un drama real y mucho más frecuente de lo que se suele creer, y proyecta así mismo sobre el lector la urgencia de averiguar cómo es exactamente Ethel Jurado, la razón de su comportamiento errático, de su huida del mundo y cómo alguien de tu propio entorno familiar te puede marcar de tal modo que sólo te sientes a salvo cuando no los ves ni los oyes.
Gregorio Casamayor es un escritor tardío. Un libro de relatos y la novela La sopa de Dios, galardonada en la Semana Negra de Gijón el pasado año, es su bagaje. Al que se añade ahora La vida y las muertes de Ethel Jurado, su tercera propuesta. Con ella, me atrevo a decir, honra a ese tipo de Literatura que es necesario escribir con mayúsculas, porque, frente a la abominación de cierta literatura actual en la que, como diría Deleuze, todo el mundo cree que para escribir una novela basta con tener un padre abusivo – tal es el caso del presente relato -, es capaz de comprender que la verdadera acción narrativa tiene que ver con fuerzas salvajes y universales a las que implica empujando al lenguaje hasta sus últimos límites.
La vida y las muertes de Ethel Jurado está protagonizada por una mujer joven que desaparece un día del hogar familiar. Sin embargo, serán otros, un hermano, un amigo, su ex – novio y una amiga confidente, los que se encargarán de reconstruir el puzzle vital y el drama de la protagonista. La técnica del narrador es la del fractal. Cuatro cortes efectuados en la vida de los cuatro personajes que nos permiten analizar sus propias existencias y, a través de lo que dicen, poco a poco irá comprendiendo el lector la tragedia que Ethel no es capaz de desvelar, pero que la convierte en una víctima que se siente sucia y culpable, condición de la que solamente podrá desprenderse a través de la huida. Conocemos, pues, la vida de Ethel Jurado gracias a la sutura de miradas ajenas, que también traslucen sus propios dramas personales.
Gregorio Casamayor
La mirada del hermano, un personaje que intenta engañarse a si mismo, radiografía poco a poco las miserias de la familia, la condición de verdugo del progenitor, la complicidad con un silencio  obsceno, del que es responsable sobre todo la madre. Por el sabemos que cuando la protagonista da el gran portazo, se abre un paréntesis en sus vidas que no saben cerrar, y la familia se convierte en territorio hostil. A través del amigo, Gerard Pruma, nos enteramos de los comportamientos erráticos, del desdoble de Ethel (una Ethel estupenda y alegre y otra taciturna), de sus crisis frecuentes, diagnosticadas como trastorno bipolar, de las amenazas por parte del padre de incapacitarla y, sobre todo, de que en la familia Jurado había alguna cosa que olía a podrido y de que la hija Ethel era el vertedero. Marcos Recaj es el novio y, a través de su testimonio, el lector comienza a intuir el porqué del drama de Ethel. Sus palabras ahorran comentarios: “Dormimos juntos esas siete noches sin que llegáramos a hacer el amor; había barreras físicas y psicológicas que yo no podía superar sin generar en Ethel una angustia enfermiza. Cuando intenté hablar del asunto con ella, para dejarle bien claro que no me importaba, que podía esperar hasta que ella se sintiera segura, Ethel se mostró esquiva, rehuyó una y otra vez hablar de ese asunto (…) Después de un par de semanas de convivencia, Ethel y yo pudimos hacer el amor. Fue ella la que me dijo que estaba preparada, pero no era cierto, lo hizo porque creía que estaba en deuda conmigo. Ella sufría, Ethel sufría tras cada roce, por más que se mostrase animada y cariñosa se iba tensando poco a poco hasta que se quedaba paralizada” (páginas 186, 188).
Mas será finalmente la amiga y confidente, Laura Morillo, una chica con conflictos de identidad y en cuya casa también cocían habas, la que nos permitirá conocer las causas del miedo paralizante de la protagonista. Los verdugos son su padre y su hermano mayor que se turnan en asaltar subrepticiamente su cuarto. Los cómplices del martirio, la madre y el hermano menor con sus silencios culpables. Ethel se sentirá sucia por los que le obligaban a hacer. Sucia y culpable. “De todos los daños que el verdugo puede causarte, quizá ese sea el más terrible, cuando te hace sentir culpable de tu propia desgracia (…), cuando te exige que anudes la soga que ha de servir para colgarte” (pagina 248).
En la novela de Gregorio Casamayor hallamos algunos de los ecos de los temas esenciales de la literatura y de los personajes clásicos, transportados a nuestros días a través de una escritura que genera atmósferas asfixiantes, en las que los secretos, las insinuaciones, los guiños son el hilo conductor de la acción narrativa y el instrumento eficaz para mantener el suspense. Un buen ejemplo, por otro lado, de los que se ha llamado literatura fractal. Relato deudor, así mismo, de las técnicas de la novela negra, sin pertenecer como tal al género, porque aquí no actúa ningún detective, pero si que hay delitos, una víctima y delincuentes por acción u omisión.

                                                                           
Fragmento

Los asaltos

“Imagínate que estás quieta en un lugar, me dijo Ethel, y que de repente levantas la vista y ves cómo un objeto duro, afilado, va a caer sobre ti, pero tú no puedes moverte y, sin embargo, sabes que estás en la trayectoria de ese objeto y que te va a golpear, y por más que lo intentas, no puedes zafarte, parece que estés parada ahí para recibir ese golpe. ¿Te imaginas cómo se te aceleraría el pulso y el latido del corazón?, ¿puedes sentir el sudor frío, la angustia, el pánico ante la inevitabilidad del impacto? Pues así me he sentido yo cada noche durante trece años, y la angustia se intensifica con la espera, así que una acaba pensando: es preferible hoy que mañana; mejor cuando me acuesto que en plena madrugada; lo que tenga que ocurrir, que pase cuanto antes”
(Gregorio Casamayor, La vida y las muertes de Ethel Jurado, página 292)

lunes, 23 de mayo de 2011

EL PERRO QUE COMÍA SILENCIO

El perro que comía silencio
Isabel Mellado
Editorial Páginas de Espuma, Madrid 2011, 126 páginas.

La autora, Isabel Mellado, es una ciudadana chilena becada para estudiar con el Concertino de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Actualmente comparte su espacio vital entre Granada y otras ciudades europeas en cuyas orquestas actúa con frecuencia como violinista.. En su debut como narradora en solitario, los pentagramas, filigranas y arpegios musicales dejan su impronta en la trama de algunos de sus relatos breves y quizás también en las melodías formales, especialmente en las numerosas sinestesias que convierten su estilo en una constante armonía, no exenta, sin embargo, de solos y de solistas que nos tramiten el placer de la lengua. Porque también en prosa es dado hacer arte con las palabras.
Isabel Mellado articula su opera prima, esta antología de textos de recompensa inmediata, en tres partes:”Mi primera muerte”, “La música y el resto” y “Huesos”. Las dos primeras se nutren de prosas en las que la autora deja constancia de sus sueños, su especial relación con la realidad y las querencias de su profesión como música.
Los quince relatos de la primera secuencia están transitados por un cierto animismo: los objetos y los animales hunden sus raíces en una esencia semejante a la nuestra. Así el cuento que le sirve de rótulo al libro: el perro bautizado como Croqueta, pero al que todo el mundo llama chucho, que reflexiona sobre el significado y veracidad de los silencios humanos. No olvidemos que sus silencios preferidos son los de los huesos y los de los enamorados, que huelen a bistec y a anhelos, mientras que los de los cónyuges son turbios y estrechos. “Carne de espejo” es la historia de amor entre el protagonista y su espejo, al que trata como su alter ego, como un ser humano. A veces, más que reflejarle, se vacía en él, se hunde en su carne, lo siente, lo suplanta. En “Cuatro horas al cubo” la escritora reflexiona sobre los cambios de identidad en función de los acompañantes y de los trenes que se toman. Y es que cuatro horas al cubo dan para ser algo y su contrario, en una terapia, como si mudásemos de piel. En “Eternidad 77 x 53” nos compadecemos de una Gioconda vencida por el cansancio de tantos siglos de soledad, “Mona solita como la una”. Tan derrotada está, que ha aprendido a dormir con los ojos abiertos. Paradigma, pues esta Gioconda, de la absoluta soledad, a pesar de tantos visitantes y admiradores, algunos incluso celosos y posesivos. Destaco, por último en esta primera parte  los relatos “Me enamoré de un pez” y “Ombligo o(m)bligar”. El primero nos enfrenta con una prosa surrealista que radiografía ciertas historias de amor y de sexo: sin darte cuenta, te acuestas con alguien resbaladizo como un pez. Al final, comprendes que no queda nada, solo una historia de sábanas y de escamas. El segundo es un “divertimento”  sobre los ombligos. Lavar  el ombligo produce vértigo, ya que es como enjabonar el origen. Múltiples son sus anatomías: pentatónicos, herméticos, quijotescos, en los que, al escarbar, no solo se halla hollín, sino también viejas corcheas, minutos que se creían perdidos, lágrimas fosilizadas.
En los relatos de la segunda parte, aflora la pluma eminentemente musical de Isabel Mellado. Son todos ellos protagonizados por músicos, instrumentos o notas musicales. Un brevísimo esbozo de dos de ellos, muetra su peculiar aire de familia. En “La nota larga”, Isabel Mellado nos permite conocer al violinista que ha perdido a su esposa y toca sin parar – la nota larga -, como si pretendiese enseñarle piedad a Dios. “El concierto (La otra historia)” nos acerca a la experiencia sentida, sufrida y gozada de los músicos de una orquesta, antes y después del concierto. Sus horas previas preñadas de miedo, de rituales (“nada de café, ni de sexo, eso si, la patita del conejo en el bolsillo”). Después, el tránsito del miedo al gozo catártico, al concluir la sinfonía.
El libro se completa con una tercera parte, prescindible a mi juicio, compuesta por una constelación de frases cortas, catalogables entre el aforismo, la greguería y el haikus. Algunas ingeniosas (“El que ríe último, ríe solo”). Otras que en mi non han sido capaces de dejar la huella de ninguna emoción.
Isabel Mellado
En una valoración del conjunto de esta narrativa breve de Isabel Mellado, yo diría, ante todo, que no estamos ante relatos excesivamente narrativos. Lo más importante en la mayoría de estas prosas no es la carga diegética, el mundo ficticio que constituye la historia narrada. Tampoco la condensación. Isabel Mellado apenas acepta el reto del microcuento, del hiperbreve. Encerrar estructuras narrativas completas en muy pocas palabras. Su acento personal, con el que pretende conseguir del lector el efecto perseguido, lo esconde bajo el manto de la invención, de su hacer literario entre lo melifluo y lo melancólico y en el que las referencias musicales y los hallazgos formales (metáforas, sinestesias, comparaciones insólitas) construyen un juego poético que nos produce asombro, una lágrima o una sonrisa.
                                         

sábado, 21 de mayo de 2011

MÁS ALLÁ DE LOS HOMBRES*

Elisa y Marcela. Más allá de los hombres
Narciso de Gabriel
Prólogo de Manuel Rivas
Libros del Silencio, Barcelona 2010, 478 páginas.


Más allá de los hombres forma parte del título con el que el catedrático de la Universidad de A Coruña, Narciso de Gabriel, rotuló la que, en palabras de Manuel Rivas, constituye una de las más extraordinarias historias de amor de todos los tiempos. La historia de amor y el matrimonio entre Elisa Sánchez y Marcela Gracia, que tuvo lugar en la iglesia coruñesa de San Jorge. Fue, sin ninguna duda, el primer precedente de matrimonio homosexual en Europa del que se tiene constancia. Y no aconteció en la época actual, sino en 1901. Ellas fueron las primeras en casarse, más de cien años antes de que la ley lo permitiese, para adaptarse a la normalidad de aquellos tiempos.
Su caso dio la vuelta al mundo, a pesar de haber surgido la polémica sobre si la prensa debería informar sobre este tipo de sucesos. La más conservadora optó por el silencio, pero los grandes periódicos informaron ampliamente y rivalizaron por reproducir la fotografía de Sellier, que retrató a la pareja tras la boda. El caso se prestaba a grandes titulares: novios de contrabando, boda sáfica, matrimonio sin hombre. Incluso la misma Emilia Pardo Bazán intervino en la polémica, elogiando la personalidad de Elisa y reconociendo que nunca habría sido capaz de imaginar una novela semejante.
Marcela y Elisa en el Aljube de Oporto
La historia tiene, en efecto, apariencias de novela, pero no lo fue. Marcela y Elisa se había conocido mientras estudiaban magisterio en A Coruña. Su amistad dio paso a una relación más íntima, hasta que decidieron vivir juntas, primero en la aldea de Calo y después en Dumbría, donde Marcela ejercía como maestra superior. En el año 1901, Elisa, sin duda hermafrodita, adoptó aspecto masculino e inventó un pasado ateo en Inglaterra. El párroco de San Jorge, preocupado por la difusión del protestantismo en A Coruña, lo bautizó con el nombre de Mario y, posteriormente, casó a la pareja. La investigación de Narciso de Gabriel demuestra que el casamiento se realizó para darle padre a un niño, pues, como fruto de la vida marital en común, Marcela estaba embarazada. Descubierto el engaño, la pareja huye  a Portugal en un primer momento y posteriormente a Buenos Aires. A partir de 1904, la prensa dejó de ocuparse del caso y se le perdió la pista a la pareja.
Fue a raíz de la aprobación de los matrimonios homosexuales en España cuando Marcela y Elisa comienzan a ser reivindicadas como las grandes precursoras de las uniones matrimoniales entre lesbianas. Precursoras, no obstante, de una historia no tanto de sexo como de género. Narciso de Gabriel dio con la historia sin buscarla, y fruto de muchos años de investigación, es este libro, publicado originariamente en gallego y en español hace unos meses por Libros del Silencio, la editora barcelonesa que muestra una especial querencia por Galicia y sus letras.

* Este texto es la versión en español de una reseña que publiqué el día 21 de mayo de 2011 en el periódico El Correo Gallego de Santiago de Compostela. Para ver el original en gallego, pinchar aquí


Narciso de Gabriel ante la iglesia coruñesa de San Jorge donde tuvo lugar el matrimonio de Marcela y Elisa

martes, 17 de mayo de 2011

HISTORIAS DE SILENCIOS Y FANTASMAS

Hombres
Laurent Mauvignier
Editorial Anagrama, Barcelona 2011, 247 páginas.

La guerra colonial de Argelia (1954 -1962) fue durante mucho tiempo un asunto tabú en Francia. Un tema doloroso del que todavía hoy la gente rehúsa hablar. El trauma fue tan profundo que los sucesivos gobiernos franceses no han admitido hasta hace poco que se trató de una guerra de independencia. La literatura, con muy pocas excepciones, también se ha sumado al silencio. Una de esas contadas excepciones es Laurent Mauvignier. En todas sus novelas aparecen personajes que, directa o indirectamente, están relacionados con esa contienda colonial. Hombres es, sin embargo, la única dedicada de forma expresa y exclusiva a literaturizar ese conflicto bélico y colonial.
Y lo hace Mauvignier apoyándose en las vivencias de dos personajes principales, dos primos hermanos que, como soldados de reemplazo, son enviados a Argelia a combatir al FLN, la guerrilla independentista. Son ellos Rabut y Bernard. Ambos quedaron marcados por la crueldad y los horrores que presenciaron, cometidos por uno y otro bando. Señalados con las mismas marcas de la derrota y de las heridas del alma que laceró a los ex – combatientes norteamericanos en Vietnam  o en contiendas y aventuras bélicas más cercanas como la guerra del Golfo. El olvido forzado llegó a silenciar a los casi tres millones de jóvenes franceses que fueron enviados a la colonia a mantener el orden. Silenciados ellos y también los harkis, los argelinos musulmanes colaboracionistas y los pies negros, argelinos de origen europeo o judío, dejados a su suerte y a los horrores de la venganza tras los acuerdos de Evian que reconocían la independencia de Argelia. Al regresar a Francia, es como si Argelia no hubiese existido. Pero ellos han visto el terror en el rostro de los argelinos torturados o en los guripas, como el que encuentran degollado de madrugada con los genitales en la boca.
El acierto de Mauvinier ha sido el de haberles cedido la palabra a dos de esos antiguos combatientes, ahora sesentones, para hurgar, desde el pasado, en la “herida secreta”, como escribe Jean Genet en la cita que abre el libro.
Hombres narra veinticuatro horas en la vida de Bernard y de Rabut. Este último sobrelleva la existencia de una forma aparentemente normal. Su primo Bernard es, en cambio, un deshecho humano. Un episodio banal de tintes racistas abrirá los diques de los recuerdos. Recuerdos de la niñez y de la adolescencia. Y de pronto camino de Argelia, vestidos de soldados. Ya no serán más que el número de la chapa que cuelga de sus cuellos. Ahuyentan el miedo pensando en Verdún  y en que en Argelia hay burdeles. Se les ha inculcado que están en la colonia por algo que tiene que ver con un ideal, por un proyecto de civilización. Pero lo que allí encuentran es el horror, la más inhumana crueldad cometida por ambos bandos. Y remolinos de miedo a todas horas que Mauvignier metaforiza elocuentemente mediante la sed constante, el silencio y la soledad (“No está solo, están solos todos juntos”, página 111).
El título que rotula la novela, hace justicia a la idea central que sirve de hilo conductor del relato: son hombres los que matan y descuartizan al médico francés. Son hombres los que han visto el horror en el rostro de los argelinos torturados, arrojados al mar con una mole de cemento fraguado entre sus pies. Todo lo que en Argelia ocurrió lo hicieron hombres, hombres sin piedad que mataron a hachazos, abrieron el vientre  de las mujeres o degollaron con la “sonrisa cabilia”.
Laurent Mauvignier
Mauvignier entrelaza presente y pasado para explicar el hoy en función de lo acontecido antaño. Noveliza de forma muy verosímil este drama humano que marcó determinantemente  la historia de Francia en la segunda mitad del siglo XX. No rehúye los momentos de extrema crueldad y violencia, el naufragio moral, relatados sin embargo como en un esbozo, de forma oblicua. Y puesto que Argelia es un drama del que nunca se habla, el escritor echa mano del monólogo interior, en el que participa una polifonía de voces, entre las que sobresale la de Rabut, para reflejar de una forma intimista, fragmentada y con el ritornelo de múltiples repeticiones, la tortura, la humillación, el miedo que hiela la sangre de unos personajes que jamás encuentran la paz, porque el pasado despliega sus tentáculos hasta el presente y ya es demasiado tarde para comenzar a vivir. Sin embargo, la lectura de este libro “sobre la guerra que prosigue después de la guerra” no resulta ser una plácida diversión, porque el discurso salta de un personaje a otro, de un tiempo a otro, sin ningún aviso, especialmente  en las cien primeras páginas de la novela. Y sobre todo porque Laurent Mauvignier ha huido de la novela bélica al uso, evitando los personajes tópicos, para centrarse en las repercusiones psicológicas y emocionales que supuso aquel delirante derroche de horrores, ejecutados por hombres.

sábado, 14 de mayo de 2011

NARRATIVA POSTNOCILLA

Exhumación
Luna Miguel  y Antonio J. Rodríguez
Ediciones Alpha Decay, Barcelona 2010, 55 páginas.

   Son ellos Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez. Nacida ella en 1990. Estudiante de periodismo y comunicación social, pero, desde los once años, con un impresionante curriculum a sus espaldas en el mundo de las letras y de la comunicación. Sus poemas se hallan traducidos a  varios idiomas y ejerce de columnista del diario Público. Él alcanzó la mayoría de edad tres años antes. También estudia periodismo y literatura. Crítico literario en Quimera y periodista cultural en varios medios impresos y digitales. Pertenecen, como otros/as muchos/as a la llamada generación postnocilla. Son precoces, el mundo juvenil bulle en sus cuerpos, sobre todo en sus cerebros. Escriben con la crema de cacao endulzando sus paladares y manchando sus manos. Y lo hacen en un tono entre gamberro y transcendente, con la osadía del que se considera artista adolescente, irresponsables, descarados, captadores de lo inmediato, inmersos en la ciencia de la blogoadolescencia. Y han escrito un libro: Exhumación. Alguien ha afirmado sobre este primer hijo que ha parido su filosofía juvenil, que es la prescuela de algo que promete, que marcará las tendencias de lo que será la literatura dentro de diez o de quince años. El futuro dirá si el funicular que conducen estos postadolescentes, será capaz de subir la montaña.
   Exhumación es un librito de poco más de cincuenta páginas que halla acomodo en la colección Apha Mini, del que un lector que no se halle inmerso en los ritmos y maquinarias de estos juegos, modas y poses juveniles, entenderá más bien poco. Las heroínas de carne y hueso son dos chicas Djuna y Amanda. Mas el gran protagonista es su lenguaje, el lenguaje que se manifiesta en múltiples registros: tonos líricos, otros burlescos y paródicos y alguno que remeda la crítica literaria. Y todos anclados en la transgresión y en la catarsis.
   La trama argumental gira sobre la historia de esa pareja formada por esas dos chicas, Amanda y Djuna. Ambas deciden alejarse no solo de los prejuicios, sino sobre todo del círculo existencial en el que no cesan de aburrirse. Para ello, dejan que afuera sigan colisionando los mundos, mientras ellas exploran los submundos de las discotecas en las que pululan personajes hijos del aluvión, que parecen haber escapado de películas subrrealistas. En ese ambiente noctámbulo, sueltan sermones contra lo divino y lo humano. Contra sus congéneres, empezando por los tíos elegantes con un fan a la altura del lóbulo de su oreja, contra las tías diseñadas en función de los parámetros de Voge International, contra los modernos que miran mal a otros modernos porque les superan en modernidad, contra los technopunks que te aprisionan, contra las lindas gatitas que reparten caramelos a las japonesitas  manga…Y entre los reproches, la atracción amorosa  de Djuna hacia Amanda, cuyo parangón es una diosa griega que huye del sexo masculino, pero no de la calma que le proporciona una sexualidad no conflictiva.
   En definitiva, un experimento fruto de la osadía de dos postadolescentes  con un gran caché en el mundo literario digital, que explora las formas de sacralizar lo anecdótico e insubstancial con el arma del lenguaje. A caballo entre el caos y el happy end. Tejidas sus cortas páginas con frases contrapunteadas, neologismos atrevidos, anglicismos que testimonian la colonización, y le dan al texto el tono castizo propio de una generación que ha medrado entre los espacios discotequeros. Con su segunda casa en los blogs  y alimentada, no con la nocilla de los supermercados, sino con la crema de Internet y el sabor de la música “entre lo electro – étnico y lo pagano”. Mas, aunque ellos adelanten la literatura de la nueva generación, cosa que está por ver, esta resistirá. Peores  desiertos y noches de piedra ha superado en su devenir.
Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez

lunes, 9 de mayo de 2011

AUTOPSIA DE UNA LANGOSTA, HISTORIAS VISCERALES


Autopsia de una langosta
Helena Torres Sbarbati
Editorial Melusina, Barcelona 2010, 158 páginas.


   Ni el título, ni las ilustraciones de la portada y de la solapa, ni mucho menos esa frase promocional (“La mejor saga vampírica a la que le he echado el diente: la más audaz, sexy y sangrienta”) que Hernán Migoya  ha regalado a la casa editora – escrita posiblemente  sin haber leído el texto, como en alguna otra ocasión -,  le hacen justicia a este debut en la narrativa de Helena Torres Sbarbati, alias como bloguera “La Zorra Suprema”. La autora, desde el Cono Sur latinoamericano, recaló hace años en Barcelona y en la ciudad condal decidió publicar su primera novela. Es verdad que en el texto de la misma sobreabundan cagadas, meadas, menstruaciones, eyaculaciones y toda clase de flatulencias y secreciones. Un curioso punto de partida para una propuesta narrativa humanista, basada en la asunción de la animalidad humana. Pero es indudable que esta propuesta de Helena Torres, por muchas rarezas que encierre, entre las que la autora se siente como pez en el agua, porque “habita con orgullo la diferencia”, es mucho más que eso.
   Por de pronto, y desde una perspectiva estructural, el intento de encajar dos novelas en un solo texto: el acontecer cotidiano de una mujer a la que le complace identificarse con el sonambulismo, alter ego seguramente de la propia autora, que decide escribir una novela de amor romántico, entrelazada con las reflexiones, certezas, incertezas y recuerdos de carácter claramente autobiográfico.
   La novela, o su engendro enmascarado, se organiza en cuatro capítulos que se corresponden con las cuatro estaciones del año, y gira en torno a una relación de sexo y chute entre la protagonista y el hijo del hombre inválido al que ella cuida. En un periplo por la vida nocturna, por los ambientes más sórdidos de Barcelona, poblados por bolleras, macarras, hippies, rockeros y ángeles perdidos. Una vida asfixiante, un desamor autodestructivo, con el retrovirus al acecho, y que termina como el lector puede suponer: el chico en la cárcel condenado a la muerte más triste, la de la soledad del alma.
   Mas lo que realmente hace de este libro una rareza interesante, es la catarata de reflexiones, arrancadas del alma y sin ningún tipo de disfraz, por la aprendiza de escritora. Son sus historias viscerales, mucho más potentes que cualquier ensayo teórico, que nos gritan la verdad, o una parte importante de la misma, sobre el mundo femenino, sus sensibilidades, sus pasiones, sus aflicciones. Con la recuperación de su experiencia existencial, Helena Torres nos transmite, por ejemplo, que el porno está instalado en la mirada. Sus posibilidades y miserias se esconden tras el deseo. Que la prostitución es un acto de “empoderamiento”, como dirían las feministas latinoamericanas, que le permite a la mujer negociar con el macho, y desde una posición de poder, el precio de su placer, para acabar así con siglos de jerarquización, humillación y maltrato machista. Que tampoco es preciso fundamentarse en el mito o en la tradición del violador para tener sexo salvaje con una mujer. Ese tipo de masculinidad machista es tan perniciosa para ellas como para ellos. Precisamente gracias al desprecio de ese tipo de hombres, aprendió la protagonista que es mucho más útil ser zorra que gacela.

Helena Torres Sbarbati

   En mi opinión la parte más interesante de la narración es aquella que se asienta en las páginas finales, cuando la protagonista rememora su vida “entrerriana” en Uruguay, Buenos Aires y Paraná. Su huida de una realidad, la Argentina de la dictadura, que la oprime. Su experiencia del desarraigo, dada su condición de extranjera, hasta que halla un ansiado hogar en La Floresta, detrás del Tibidabo. La recuperación  emotiva de sus raíces a través de la figura de Doña Reme, la anciana cargada de experiencia y de sabiduría, que acompañó su infancia.
   Helena Torres Sbarbati pude presumir de agudeza y verosimilitud a la hora de recrear ese gran escenario de la Barcelona sórdida, preñada de personajes incalificables, habitantes, como las langostas de los fondos más turbios. No es preciso compartir ni dejarse atrapar por las ideas que marcan el norte de la narración. Basta con reconocer que la autora ha elegido, sin tapujo alguno, la vocación de la libertad y la desarrolla jugando con autobiografía y con la ficción. Nadie nos exige que disfrutemos con sus historias viscerales ni que comulguemos con sus artefactos ideológicos.

jueves, 5 de mayo de 2011

ITINERARIO DESDE LOS DELIRIOS DEL INCESTO

Pasado compuesto
François – Marie Banier
Posfacio de Louis Aragon
Traducción de Luis Blat
Editorial Libros del Silencio, Barcelona 2010, 149 páxinas.

  
  Con la edición en español de Le passé composé por Libros del Silencio se confirma la querencia de algunas casas editoriales a recurrir a textos narrativos de una cierta antigüedad, pero que, a pesar de los años transcurridos, siguen conservando las esencias y el marchamo de una indudable y apasionada actualidad. Porque, a pesar de los cuarenta transcurridos, Pasado compuesto no es una novela que ni en el fondo ni en la forma sabe a viejo. Su argumento explora temas universales e intemporales, los mismos que hace milenios desarrolló la tragedia griega: la pasión incestuosa y el laberinto de delirios y tormentas que de ella se desprenden.
   El autor de Pasado compuesto, François – Marie Banier es actualmente un reputado narrador, dramaturgo y fotógrafo conocido en todo el mundo. Fue en su día actor secundario y fetiche del cineasta Erich Rhomer. A una de sus películas corresponde la ilustración de la portada.
   François – Marie Banier escribió esta su segunda incursión en la narrativa en 1971, con tan solo veinte y tres años. Y lo hizo con tal destreza que ciertamente el lector estará de acuerdo con que la novela le hace justicia a la valoración de Louis Aragon: “Cuenta historias como nadie y será algún día, si escribe como habla, el pintor más cruel y más alegre de su tiempo” (Posfacio, página 139).

François - Marie Banier

   Pasado compuesto tematiza la historia de una pasión incestuosa entre dos hermanos y la obsesión llevada hasta el extremo que generan sus cenizas. Ni “la voz de la sangre” ni el “horror fisiológico” ni la “repugnancia psicológica” fueron capaz de reducir, como explicaría Lévi – Strauss, la excitabilidad erótica de dos hermanos que habían crecido a la par: Cécile y Olivier. Ella, todo cabeza; él, sentimientos. En un mes de junio viajan a la Bretaña francesa y allí ella lo seduce, sin escrúpulos, con gracia y delicadeza. Acompañados únicamente por el mar. El referente masculino, devorado por el amor de la hermana.  Mas pronto se precipita el drama: el incesto y el miedo a perder el amor de Cécile empujan a Olivier al suicidio. Se dejará engullir por las olas del mar hundiendo a la hermana en una completa alienación. Pronto, sin embargo, aparece François, un joven guapo, astuto y sagaz y Cécile recrea en él la figura del hermano. A partir de aquí la fría omnisciencia del narrador conduce al lector a través de una huida hacia delante de la protagonista femenina que no deja de acumular ruinas. Atada al engranaje del pasado, la relación entre ambos es una condena anunciada a la indiferencia, al desarraigo amoroso, al desquicio mental. Es el círculo infernal del que jamás podrá escapar. Al final, el golpe de gong de la paranoia.
   François – Marie Banier supo diseccionar con inusitada maestría los eslabones de esta tragedia. Y lo hizo con un estilo minimalista. Frases cortas, concisas, punzantes; escasez de personajes que deambulan por el universo cerrado de una burguesía en descomposición, que el autor retrata con gran riqueza de matices psicológicos. Una estructura lineal en la que un narrador omnisciente  maneja con astucia las fichas de un juego convertido en drama y cuya tensión, pese a intuirse el desenlace desde el inicio, medra página tras página. Esta es la frescura de un texto que, cuarenta años más tarde, sigue teniendo ese sabor incomparable de un licor que ya no se fabrica, como escribió Louis Aragon.
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