martes, 25 de septiembre de 2012

GUTIÉRREZ ARAGÓN Y LA FICCIÓN

Gloria mía
Manuel Gutiérrez Aragón
Editorial Anagrama, Barcelona, 2012, 336 páginas

 
    Manuel Gutiérrez Aragón, que se autodefine como cántabro, cineasta y escritor, lleva más de cuarenta años inmerso en el mundo de la ficción. Primero en la ficción cinematográfica con largometrajes como Habla mudita (1973), su debut en la pantalla, Camada negra (1977), La mitad del cielo (1986) o Todos estamos invitados (2008), película con la que hizo efectiva su retirada de la ficción fílmica para dar comienzo a esa otra ficción, cuyas escenas y secuencias se escriben con tinta y se proyectan en el  papel impreso. En 2009, en efecto, reveló su faceta de escritor con la novela La vida antes de marzo. Un estreno afortunado, “de pulida calidad literaria” que se hizo merecedor del Premio Herralde de Novela. Ahora, hace apenas tres meses, retorna a la ficción literaria con una novela que conjuga hábilmente  aventura, drama y diversión y que, como en sus anterior obra seduce al lector desde el “¡Pitas, Pitas!” del primer capítulo. Es Gloria mía, editada por Anagrama.

   Escrita por el puro placer de fabular y sin la presión de asentar una carrera literaria, Gutiérrez Aragón carga las pilas de la ficción literaria soñando, paseando o incluso haciendo el amor. Gloria mía puede ser encasillada como novela moderna de aventuras, que sutura en un mismo personaje, a la vez héroe y antihéroe, la aventura del guerrillero en las selvas colombianas y la aventura, igualmente agresiva, como empresario en la jungla del capitalismo neoliberal. Gloria mía tiene como soporte argumental la historia de un personaje, José Centella, que tras ser víctima de un absurdo incidente doméstico, entra en contacto con un hombre al que relatará su vida, que no es otra que la deriva personal e ideológica de un joven escorado hacia la revolución en el seno de una guerrilla colombiana, secuencia de la novela en la que afloran trepidan
tes escenas (ataques armados, campamentos bajo el paraguas selvático, consejos de guerra amores pasionales…) Y un giro radical, de regreso en España, convertido en belicoso e impúdico alto ejecutivo empresarial, retorciendo así una vez más los argumentos de Kirilov (Los demonios): “si la revolución no es posible, todo está permitido”

Manuel Gutiérrez Aragón

   Gutiérrez Aragón presenta con eficacia, en esta su ficción tejida con lenguaje literario, una peripecia aventurera, pero sobre todo efectúa un gran ajuste de cuentas con las utopías del pasado, con la visión liberadora de las contiendas revolucionarias latinoamericanas. Y un ajuste de cuentas, igualmente incisivo con la vacua inmoralidad del capitalismo occidental donde todo está permitido.
                                           
Francisco Martínez Bouzas

(Este texto es la versión española del que fue publicado en gallego el 25 de septiembre de 2012 en el periódico El Correo Gallego de Santiago de Compostela. Par ver la versión original gallega, pinchar aquí)

lunes, 24 de septiembre de 2012

UN COLOSAL FRISO LITERARIO


Una danza para la música del tiempo: Invierno
Anthony Powell
Traducción de Javier Calzada
Editorial Anagrama, Barcelona, 714 páginas
(LIBROS DE FONDO)

  
   Con la publicación del cuarto volumen -el que corresponde al tiempo de Invierno-, concluye la edición en español de una obra inmensa, una serie torrencial y, a la vez, muy rica y compleja: la melodía épica con la que Anthony Powell (195-2000) interpretó la historia inglesa desde 1914 hasta 1971: Una danza para la música del tiempo, usualmente conocida en Inglaterra como Dance. Su autor es el postrer miembro de una de las generaciones literarias británicas más sólidas y elogiadas que incluía, entre otros a Grahan Greene, Evelyn Waugh, George Orwell, John Betjeman y W. H. Auden.
   Descrito y calificado como un novelista “social comic”, Powell escribe una obra colosal. Cuatro trilogías que llenan el ciclo de las estaciones: Primavera, Verano, Otoño e Invierno. El novelista publicó sus novelas  entre 1951 y 1971, al ritmo con que las escribía, pero con posterioridad un cuadro de Nicolás Poussin, “Una danza para la música del tiempo, le inspiró el título para este magno friso literario, así como la inspiración para su definitiva estructura.
   Echando mano de un protagonista narrador, Nick Jenkins y de sus amigos y amigas burguesas, uno de los más ambiciosos ciclos narrativos avanza lentamente, como la danza de la música del tiempo, en el que las cuatro estaciones se suceden a una cadencia pausada pero inexorable. Se puede afirmar con toda justicia que estamos ante uno de los esfuerzos narrativos más ambiciosos y consistentes de la literatura moderna. Los únicos proyectos equiparables en calidad y magnitud vieron la luz en las primeras décadas del siglo XX en París y Viena, gracias a las plumas de Proust y Musil. Con ambos comparte Powell una clara inquina por el show cultural. Ninguno de los tres fue capaz de escribir solo para complacer y para ellos el éxito comercial se subordinaba siempre a una apasionada seriedad y a una fe sin límites en sus proyectos.
   Pero es sobre todo En busca del tiempo perdido de Marcel Proust la obra con la que Una danza para la música del tiempo comparte la ambición y  el interés memorialísticos, históricos y sociológicos. Como el escritor francés, A. Powell no tiene la intención de contarnos una historia, todo lo que pasó, como pretendía hacer la novela decimonónica, sino representar fragmentos de la vida para que los lectores los enlacen en la perpetua e inagotable factoría de su imaginación.
   Eso es lo que ocurre en las tres novelas que forman el ciclo de Inviern,. publicadas originariamente entre 1971 y 1975. Para los protagonistas de esta Danza ha llegado la madurez del invierno. Todos ellos, a pesar de sus relaciones y valores cambiantes, ya han recogido las definitivas cosechas de sus existencias. Así, en un tiempo mudable, en el que comienzan a asomar caravanas de hippies, se cierra una obra mítica de la literatura inglesa del siglo XX, escrita con prosa lenta, casi narcotizante, por un escritor al que Sir Vidia Naipul calificó como el más ambicioso de la literatura inglesa.

Francisco Martínez Bouzas



Anthony Powell

Fragmento

“Una serie de macizas camareras de mediana edad se afanaban sirviendo en el comedor, intercambiando bruscas instrucciones en su lengua y haciendo ruido al golpear las fuentes. En aquel momento, una de ellas interpuso entre Truscott y yo una gran fuente de pescado, cortando nuestra conexión. Mi vecino ruso aprovechó la oportunidad para darme conversación. Pronto, siguiendo el proceso natural de las cosas, nos encontramos hablando de los autores rusos. Tras los Lérmontov y Pushkin, Gógol y Goncharov, Chéjov y Tolstói, surgió el nombre de Dostoieski. Pernistone -que jamás hubiera permitido que los niveles intelectuales se vieran rebajados por el mero hecho de estar en el ejército y con una guerra en curso, se había quejado de que al hablarle en una ocasión al general Lebedev de la parábola del Gran Inquisidor de Dostoivski, el agregado militar soviético (muy poco convincente como soldado regular) le hubiera recomendado la visión de Nekrasov como más ajustada a la realidad de la vida rusa. En resumen, que siendo imposible ignorar a Dostoievski, e igualmente imposible asimilar en la realidad comunista una figura tan monolítica como embarazosa para sus paisanos, el tema parecía tendencioso para aludir  a él en aquel almuerzo, por muy inequívoca que fuese la tradición política de la novela rusa.”

(Anthony Powell, Una danza para la música del tiempo: Invierno, página 420)

jueves, 20 de septiembre de 2012

UNA IRÓNICA FÁBULA MODERNA


Criaturas de la noche
Lázaro Covadlo
Acantilado, Barcelona, 176 páginas
(LIBROS DE FONDO)


   Lázaro Covadlo  es un lúcido  e irónico cronista de los más obscuros recovecos de la actualidad. Así lo pone de manifiesto la trama argumental de su novela, Criaturas de la noche, con la que obtuvo el Premio de Novela Café Gijón en el año 2004 y que hoy rescato de los libros de fondo. Una pulga de pensamiento reverberante y condición mefistofélica se cuela cierta noche  en el oído de Dionisio Kauffman. Dos motivos provocan que el personaje de condición humana se entere de la presencia del colonizador de su oreja. En primer lugar el dolor del mordisco del parásito que le provoca un desvanecimiento. Pero además la pulga es un parásito humanizado: tiene la capacidad  del habla y llegará a convertirse en la voz de la conciencia de Dionisio que, guiado por los consejos del  minúsculo colonizador de su pabellón auditivo, comenzará a ascender en el escalafón social y no habrá negocio, mujer u hombre que se le resista. Porque el chupasangre llega al oído de Dionisio precedido de una larga experiencia como asesor de imagen. En su hoja de vida figuran los pabellones auditivos del Marqués de Sade, Erzsébet Báthory, Giacomo Casanova, Albert Eistein y el iluminado apocalíptico Vito Tarsicio.
   Adelantaré para todos aquellos que no conozcan a Lázaro Covadlo, un escritor que tiene al absurdo como motor de la vida, que nació en Buenos Aires en 1937 y es en la actualidad un mordaz y lúcido cronista de la actualidad en la edición catalana del periódico español El Mundo. En 1992 había resultado finalista de la versión argentina del Premio Planeta con la novela Conversaciones con el monstruo. Cinco años más tarde edita el volumen de cuentos, Agujeros negros y a partir de entonces, otras novelas y libros de relatos: Remington Rand: una infancia extraordinaria, Bolero, La casa de Patrick  Childers e incluso alguna publicación de humor. Su penúltima creación es la novela ganadora del Premio Café Guijón, publicada por El Acantilado, el sello editorial que edita en los últimos años las piezas literarias galardonadas en este certamen en el que se suele premiar “por los gustos del jurado y no por los gustos del editor”. La última, Las salvajes muchachas del Partido (2009).
   Criaturas de la noche es uno de esos libros que el crítico siente el gusto de reseñar, libros en los que, parafraseando al académico y catedrático de literatura comparada, Darío Villanueva, las palabras de los textos llaman a las palabras de la crítica para ejercitar su función más genuina: la axiología literaria. En el caso que nos ocupa, el juicio de valor no puede ser más que positivo, porque con la frescura de la ironía, con una prosa fluida que avanza ella sola con insólita naturalidad, Lázaro Covadlo nos aproxima a una fábula moderna, al mismo tiempo divertida y moralizante, aunque del libro están desterradas las prédicas y las moralejas.
   Echando mano de la sátira social, tan antigua como nuestra especie y recogiendo los tópicos de la Antigüedad clásica y de la Edad Media (el “ubi sunt”, las damas “du temps jadis” de Villón o el retrato del latido temporal de la vida de Jorge Manrique), L. Covadlo nos atrapa con una fábula de condición a la vez kafkiana y fáustica. Una parábola de nuestro mundo que se convierte en alegato contra aquellos valores que dominan de forma hipertrófica en el mundo actual: el poder, el dinero y el sexo. Serán ellas, las clases dirigentes que detentan estos poderes, las criaturas de la noche del reino humano.
   En el relato comparten protagonismo un hombre un poco pelma, Dionisio, ya habituado a constantes meteduras de pata y la pulga, la criatura de la noche, condenada a la oscuridad, y que halla alivio y sustento en toda clase de humanas secreciones. Este pobre hombre que es Dionisio, habita en un barrio marginal y trabaja como insignificante y mediocre vendedor inmobiliario. Pero una noche escucha la voz que lo llama. Es la de la pulga, una pulga muy especial acostumbrada a “pilotar” seres humanos como si fuesen vehículos y a los que convierte en ricos y les enseña  a ascender en la escala social a cambio de ciertos favores. Así pues, una pulga mefistofélica que vivirá en simbiosis con Dionisio. La relación que establecen entre ambos es un calco de un pacto con el demonio y “una unidad de destino universal”. La pulga quiere sangre, disfruta con todos los humores corporales. Por eso mismo el pacto que con ella realiza Dionisio es muy sencillo: mujeres y riquezas a cambio de humores corporales. Los consejos de la pulga – algunos tan “razonables” como el de que es mejor ir de putas que discutir – le ayudan a Dionisio a tener ventas exitosas, a ser convincente, incluso empleando frases bíblicas inspiradas por Dios, el mejor asesor financiero que jamás existió. Es así como el hombre vulgar se convierte en triunfador. Hasta que Dionisio rompe lo acordado y entonces la pulga emigra a otros oídos y el protagonista vuelve a su condición original, empobrece y es expulsado del club de los afortunados. No tiene otra opción que instalarse en la acera de enfrente donde “van los señoríos derechos a se acabar y consumir”.
   Lázaro Covadlo, como ya señalé, no es un predicador sino un narrador satírico, quizás también escéptico, mas siempre ocurrente y divertido. Su humor transexual, como él lo califica, aleja a la novela de cualquier tipo de maniqueísmo. E incluso en las largas peroratas que se permite el díptero, algunas, discursos muy evidentes, no existe adoctrinamiento. Solamente un recuento de las humanas miserias a través de una trama argumental inverosímil pero que se lee con placer a pesar de ciertas caídas de la tensión rítmica del relato. Una novela pues que afianza a Lázaro Covadlo en el territorio de la más fascinante literatura española contemporánea.

Francisco Martínez Bouzas



Lázaro Covadlo



Fragmentos

“Aquella noche Dionisio dejó aparcado el coche  a menos  de dos calles de su domicilio. Todavía resonaban en su memoria auditiva los gemidos de placer de la pulga mientras el copulaba con una prostituta obesa, la misma que había entrevisto la noche en que Pulga aguijoneó su tímpano. No había sido la que él hubiese elegido, pues la seleccionó el insecto. Él hubiera preferido revolcarse con una rubia esbelta que le hacía recordar a Pamela, pero tuvo que renunciar a ella durante la primera hora en el burdel. Después, cuando la pulga quedó saciada de la gorda, accedió a que fueran con la rubia. No estuvo del todo mal, pero Dionisio se hubiera empleado más  a fondo de haber sido ella la primera de la tarde. De cualquier modo había gozado lo suyo con la puta gorda, más que nada por el estímulo de los gemidos y jadeos de su huésped.”

…..

“¿Sabes, Pulga?, me decía Vito Tarsicio durante la época que anidaba en su oído. ¿Sabes, Pulga?, la masturbación es el último reducto de la libertad. Cuando no puedes hablar ni dejar de aplaudir o rezar, cuando no te permiten preguntar o mirar a los ojos, cuando está prohibida la risa, las lágrimas y la sonrisa, siempre te queda el recurso de masturbarte. Incluso en los monasterios y conventos más rigurosos era posible masturbarse, estoy seguro de que lo era. Lo era en los países en que imperaban los tiranos, lo era en las cárceles y en los campos de concentración. En cualquiera de tales infiernos siempre debía de haber un ratito libre y un rinconcito para masturbarse a resguardo de las miradas vigilantes.
Pero, mira, Pulga, decía Tarsicio, la masturbación no sólo pertenece al reino de la libertad, es también el único territorio donde se realizan las utopías y las ucronías. Jamás llegué con ninguna de mis mujeres reales a los extremos del placer que he compartido con las hembras de mis masturbaciones.”

…..

“Criaturas de la noche. Vampiros de la selva y de las curvas, criminales degenerados que acechan a sus víctimas entre la puesta de sol y la madrugada, bebedores de sangre, como Erzsébet Bárthory. Todos ellos deberían haber aprendido de la tenia, que es el rey de los parásitos. La así llamada lombriz solitaria, que hace su buena vida en los intestinos sin provocar escándalos; sin plantearse la posibilidad del rejuvenecimiento o la inmortalidad. La tenia, al contrario de Erzsébet Bárthory, no pretende la hermosura. No la pretende porque no la necesita. No tiene que seducir a ningún otro ser: se basta a si misma para los negocios sexuales. ¡Eso sí que es independencia! En cada uno de los segmentos de su cuerpo, que puede llegar a los quince metros, hay órganos sexuales completos, masculinos y femeninos. La tenia se folla a si misma. Criaturita de la noche. Nosotros, los que rehuimos en todo momento la luz del sol, somos los reyes de la oscuridad. No como la Condesa Sangrienta, que aunque depredaba por la noche, no le hacía ascos al día. Nosotros sólo habitamos la oscuridad, Dionisio”

(Lázaro Covadlo, Criaturas de la noche, páginas 47, 106-107, 140)

miércoles, 19 de septiembre de 2012

LITERATURA DE SENTIMIENTOS


El pueblo que yo soñé
Hubeto Pérez Bernate
Editorial Pelícano, Charleston (USA), 2011 (2ª edición), 130 páginas.

   Una vez más con esa “asepsia lectora” que agradece cualquier escritor de quien lee y valora sus libros y por supuesto también el autor de esta novela breve, el profesor colombiano, Hubeto Pérez Bernate, director EE.UU de la Editorial Pelícano, me acerco al último libro de un escritor que por su elevado concepto ético no lo publicita por el hecho de estar publicado en la casa editorial por él dirigida.
   El pueblo que yo soñé, la última pieza narrativa de Hubeto Pérez Bernate, sumerge al lector en la literatura de sentimientos. Acostumbra ser el género lírico donde los seres humanos expresamos nuestros sentimientos. Sin embargo nunca la narrativa ha sido ajena del todo a tal expresión. El género narrativo es el relato de sucesos vividos por unos personajes en un espacio y en un tiempo. Pero esos personajes no son solamente actores de sucesos, sino que también piensan, se emocionan y sienten. Y todo ello puede ser contado. Es lo que hace el relator protagonista de El pueblo que yo soñé: hacernos partícipes de sus vivencias más íntimas, sus estados de ánimo, sus estados amorosos, centrados en este caso en el amor familiar. Narrativa de sentimientos que nada tiene que ver con la novela sentimental de los siglos XV y XVI.
   Hubeto Pérez Bernate le da forma, como he dicho, a una sencilla, pero intensa historia de amor familiar: la crónica de un viaje y de su prólogo para cumplir la última voluntad de un ser especial que arrulló la infancia del protagonista relator con historias rebosantes de mitos y leyendas. Ese ser es el abuelo recién fallecido que, a modo de testamento le encomienda al nieto la aventura  de trasladar sus cenizas desde un país latinoamericano que no nos es revelado, a un hermoso lugar en pleno corazón del Valle del Guadalhorce, Alhaurín el Grande, que en su día enamoró al hispanista Gerald Brenan  y llamado precisamente  “El pueblo que yo soñé” en una novela de Antonio Gala. Ese es el lugar que vio aflorar la vida del difunto abuelo.
   En un relato lineal, basado en la sencillez argumental y en la emotividad y que posiblemente arrancará más de una lágrima, el escritor colombiano nos hace partícipes de la pequeña peripecia de un viaje parco en hechos y en el que afloran las historias familiares y que significará el ajuste de cuentas con el destino en el pueblo soñado.
   El hilo conductor del relato de Hubeto Pérez Bernate es la vivencia de ese artífice necesario de la existencia humana que es el  amor, fuente inagotable de emociones y de sentimientos. Pequeñas digresiones descriptivas adornan  el sencillo núcleo diegético que el autor nos transmite con una lengua en la que están sobre todo presentes la naturalidad, la fluidez y la eficacia, no  exenta además de algún término (“ancianato”) o expresión (“Sonreí de aquello”), manifestaciones enriquecedoras de la común lengua que nos une a pesar de las distancias.
   Memoria estremecida pues de una historia de amor teñida de nostalgia. Literatura del sentimiento, un componente denostado con frecuencia por la crítica, que sin embargo no anula nada, sino que se convierte en un resorte especial que incentiva no solo corazones, sino también el ser entero de la especie a la que pertenecemos, hecha de razón  y también de pasión.

Francisco Martínez Bouzas


Hubeto Pérez Bernate

Fragmento

   “La frescura ha llegado a mi. Ahora siento que me he quedado aquí, a solas con el abuelo y con Alhaurín el Grande, la bella ciudad que solidariamente se escondía en las memorias del abuelo, la ciudad de su infancia y de sus hazañas juveniles, y puedo contemplar con mayor fervor cada rincón de sus calles, calculando sus huellas del pasado, un pasado que –según José- , delatan el asentamiento de fenicios, griegos, romanos, visigodos y árabes y –lo digo yo ahora-, también del abuelo. No por más, me siento libre, con la inocencia de un destino acabado tras haber respetado la memoria del abuelo cumpliendo su voluntad sin reparo”

(Hubeto Pérez Bernate, El pueblo que yo soñé, páginas 121-122)

miércoles, 12 de septiembre de 2012

UN CANTO FÚNEBRE POR KATERINA HOROVITZOVÁ

Una oración por Katerina Horovitzová
Arnost Lustig
Traducción de Patricia Gonzalo de Jesús
Editorial Impedimenta, Madrid, 2012, 160 páginas.

 
    Irónica quizás como ha señalado alguna crítica, pero sobre todo aterradora. Así es esta novela Una oración por Katerina Horovitzová del galardonado escritor checo, Arnost Lustig (1926-2011). Probablemente una de las obras que muestra de forma más plástica y viva las atrocidades de la “Solución final”, seguramente porque el mismo escritor vivió en su juventud la experiencia traumática de los campos de exterminio nazis.
   La trágica ironía de esta novela sobre el Holocausto está confinada en poco más de ciento cincuenta páginas, pero a pesar de su brevedad es una de las mejores novelas sobre la Shoah. Desde la primera página hasta la última, el lector capta de inmediato que  el texto o mejor dicho algunos de  personajes principales en él retratados, en especial el que tiene el poder, dicen cosas aparentemente sin ironías, pero sus palabras significan todo lo contrario. Y el resto de los personajes, las víctimas, esperanzadas por la posibilidad de comprar la vida y saldar la muerte, caen fácilmente en el engaño. Pero el lector sospecha todo desde el principio y por eso no se produce el efecto sorpresa, sino un “in crescendo” del drama, ya que desde las primeras líneas captamos que el grupo de judíos que creen viajar hacia una libertad comprada a base de sus caudales, corren en realidad hacia la muerte.
   Para comprender todo este irónico dramatismo será preciso acercarnos a la trama argumental. La novela sigue el periplo de un grupo de acaudalados hombres de negocios judeoamericanos de paso por un campo de concentración nazi en Polonia. Pertrechados en sus pasaportes norteamericanos y en su dinero, reciben la promesa de su repatriación, intercambiados por otro grupo de altos mandos del ejército alemán. Su interlocutor, guía y extorsionador es un alto oficial de la SS. Ya en la primera escena leemos que la bella y joven judía de diecinueve años, Katerina  Horovitzová, contradiciendo por primera vez a sus padre en el anden del ferrocarril de la muerte con las palabras “Pero yo no quiero morir”, provoca la compasión del portavoz de los prisioneros judíos, Herman Cohen, que consigue a cambio de dinero que Katerina se una al grupo, mientras sus padres y hermanas, sin ella saberlo, son gaseados.
   Y así comienza un viaje sin retorno en un tren que debería llevarlos al lugar del intercambio. Poco apoco pero sin pausa, la retórica verborrea revestida de irónica ironía del oficial alemán que les acompaña y la ceguera del Sr. Cohen, irán extorsionando al grupo, haciéndoles firmar cheques, a cobrar en bancos suizos, por todos los gastos hasta el más mínimo detalle y muchos de ellos inventados, del viaje y del intercambio. También poco a poco comprenden que la suya no es una operación de rescate sino un verdadero expolio y que las ingentes cantidades de dinero comprometidas son el precio de su supervivencia. Pero el lector sabe que se trata de algo mucho más siniestro desde el momento en el que la expresión “la solución final” aparece cada vez con mayor frecuencia y con macabro significado. Van y vienen. El tren les lleva de un lado para otro, sometidos a crecientes extorsiones y siempre regresan al campo matriz donde están las cámaras de gas y los crematorios.
   Al final les espera el abismo que todos presentimos desde el comienzo y cuyos contornos desde la lejanía se habían ido adaptando para moldear sus expectativas, haciéndoles creer que el dinero era capaz de comprar la vida y liquidar las cuentas de la muerte.
   Es mérito del narrador el saber jugar hábilmente con esa información que el lector sospecha desde la primera página, pero no así los prisioneros, sombríamente ciegos por el ansia de vivir. Cuando el expolio de sus bienes se hace palmariamente evidente, Lustig con gran pericia y realismo refleja el terror de los protagonistas que quieren negar la evidencia. Llegará un momento el que unos se dejan dominar por el pánico, mientras otros conservan vanas esperanzas y colaboran con sus verdugos. Solo Katerina reacciona como una heroína, nunca pierde su dignidad y su comportamiento se incrusta  en el mito y en la leyenda de las grandes protagonistas de los dramas del pueblo hebreo, merecedora por consiguiente del impresionante canto fúnebre del el rabino, igualmente prisionero, que incinera los cuerpos gaseados.
   La novela avanza por un cauce regular, aderezada  por un tono fantasmal que Lustig refleja desde el principio con gran lirismo, un lirismo escalofriante, fatalista con alegorías que hielan la sangre (El viento que corre por el campo no es viento, sino ceniza). En definitiva una obra narrativa que de forma magistral reproduce el encuentro y la colisión entre la razón y la barbarie, entre un mundo gobernado por la  brutalidad de la bestia, que se considera a si misma raza superior, que anula cualquier mecanismo humano, y unos pobres hombres desarmados incluso de su dignidad y que, más allá de toda esperanza, siguen confiando en huir del reino de los muertos.

Francisco Martínez Bouzas


Arnost Lustig

Fragmentos


“Después de contemplar la multitud tras las alambradas y la humeante chimenea de detrás de las vías, su padre acababa de decirle: «Hemos venido aquí a morir». En la familia Horovitz nunca había estado bien visto contradecir al cabeza de familia. Ella tampoco era aún lo bastante independiente como para permitírselo. Sin embargo, se apeó del tren exhausta y espantada; en su interior no compartía la opinión de su padre, y por fin se atrevió a expresarlo en voz alta. Puede que fuera su mirada o su flexible paso de bailarina, su orgullo o, en definitiva, su abierta súplica (nadie lo supo nunca con exactitud y, en vista del resultado, tampoco importaba) lo que animó a Herman Cohen a reclamarla como mediadora entre Bedrich Brenske y el grupo. Fue en el instante en el que ella dijo a su padre sin tapujos y con franqueza: «Pero yo no quiero morir…»

…..

“No alcanzaba a escuchar la voz del sastre repitiéndose para sus adentros que también los pulmones del señor Brenske, y el tórax del señor Herman Cohen, y los pechos de la  propia joven, y hasta las vías respiratorias del sargento Emerich Vogeltanz, todos estaban henchidos de aquella ceniza, y que ella, mucho más que ninguno de ellos, estaba inhalando las cenizas de sus seis hermanas, de su madre, de su padre y de su abuelo; pero no le estaba permitido descubrirlo a través de palabras, sino solo leerlo en sus ojos. Habían sido, serían y permanecerían estigmatizados por aquella ceniza.”

…..

“Al día siguiente, al amanecer, y por orden de Bedrich Brenske, se expuso el cadáver de la bailarina judía de diecinueve años, Katerina Horovitzová en el almacén contiguo al crematorio, donde (como ya se ha dicho ya) se dejaba secar el pelo que se cortaba a las mujeres ejecutadas en las cámaras de gas. Todo el proceso se cuidaba con la más esmerada atención. Una parte de los hombres del comando especial, ayudándose con mangueras, regaban a las gaseadas con chorros para limpiar sus céreos cuerpos de todo lo que se mezclaba con ellos: la sangre que esputaban los pulmones enfermos, la sangre que era muestra de la salud de las muchachas y de las mujeres en edad de concebir, o la sangre que fluía de las uñas que se clavaban en los cuerpos de sus propios dueños o en los de sus inmediatos vecinos.”

…..


“El rabino Dajem de Lódz acariciaba sin descanso el cabello y el rostro de Katerina Horovitzová como había hecho en cientos de ocasiones anteriores, repitiendo sin cesar:
-Mi pequeña, mi tierna, mi valerosa criatura. Alabado sea tu nombre, antes que el nombre del Señor. Valiente, luchadora. Alabado sea mil veces tu nombre.
Más tarde contempló cómo su cuerpo se hacía cenizas después de que lo hubieran desprendido de su cabello, mientras repetía entre cánticos que ni Bedrich Brenske, ni su ayudante, ni ninguno otro comprendía:
-Cien veces valerosa, cien veces bondadosa, mil veces justa, mil veces bella…”

(Arnost Lustig, Una oración por Katerina  Horovitzová, páginas 11, 55, 156-157, 160)
 

sábado, 8 de septiembre de 2012

HISTORIA DE UN SUEÑO DE LIBERTAD

Sombras en el laberinto
Francisco X. Fernández Naval
Editorial Trifolium, Iñás-Oleiros (A Coruña), 2012, 182 páginas.

  

   La coruñesa Editorial Trifolium brinda a los lectores de narrativa española la posibilidad de disfrutar con una historia hábilmente narrada por Francisco X. Fernández Naval, autor de una amplia y polifacética obra literaria en gallego que incluye poesía, novela, relato, ensayo, literatura infantil y juvenil, guiones cinematográficos y teatro. Sombras en el laberinto fue publicada originariamente en gallego en el año 1997. La colección “Litterae” de Trifolium la acoge ahora posiblemente traducida por su mismo autor.
   Como en obras anterior (O bosque das antas, 1998, Tempo de crepúsculo, 1993) Fernández Naval introduce en su fabulación elevadas dosis de intriga y con ella consigue que el lector muerda el anzuelo, el cebo de un mundo fabulado que tira de nuestra atención, ansiosa de ver dónde y cómo finalizan los largos hilos de esta trama de de búsquedas y escondites. Pero, al igual que en los libros anteriormente mencionados, el verdadero protagonista narrativo de Sombras en el laberinto no son las vicisitudes del enredo, sino la recuperación, el borbotear de los recuerdos, la reconstrucción de las raíces.
   Como telón de fondo, el paisaje majestuoso  del Cañón del Sil, en la Ribeira Sacra, corazón de Galicia y ciertos acontecimientos de un pasado relativamente reciente, convertidos en materia narrativa por algunos escritores gallegos: los atropellos de la banda de los encapuchados en lugares donde solamente nace el yermo del tojo, las acciones del así llamado en su día “Exército Guerrilheiro do Povo Galego Ceibe” (voladura del chalé de Fraga Iribarne, la sencilla y fácil detención “conforme a lo previsto” de sus autores en la cueva del río Sil)  y de los Grupos Revolucionarios de Acción Patriótica (asesinato de Claudio San Martín).
   En las mismas fechas, finales de mayo de 1988 y por los mismo caminos de carro y pronunciadas laderas del río, intenta perderse y huir de su desasosiego existencia el principal protagonista del relato. La pareja formada por Carlos y Marta hacía tiempo que había olvidado el cine, el libro de la sexualidad, las discusiones sindicales. Se les habían ido apagando los ideales de la juventud en épocas en las que expulsaban a las parejas de los hoteles de Vigo cuando en la recepción no les creían que estaban casados. Pero no les importaba porque eran capaces de reír bajo la lluvia y brindarles a los poderosos dioses del amor sus noches sin dormir. Pronto vendrían los hijos. Sencillamente llegaron y el tiempo, tejedor testarudo y silencioso, empezó a nutrir la tela de sus vidas con tedio e indiferencia. Viven y mastican el silencio de las comidas y cenas. La misma monotonía, el mismo aburrimiento opresivo en el trabajo. Carlos huye de este yugo de la vida y es el Cañón del Sil el paisaje escogido para librarse de sus ataduras existenciales y enlazar la pasión de una renovada libertad.
   Pero la fatalidad hace que no halle en la Ribeira Sacra el espacio y el tiempo de la libertad, sino el escenario donde todo el mundo busca y vigila. La fabulación de Fernández Naval es pues la historia de un sueño de libertad que acaba en tragedia, en un laberinto de desolación. Es así mismo una novela de búsquedas. Búsquedas sin encuentros porque solamente se recuperan los recuerdos.
   Bien escrita, formalmente muy bien escrita especialmente cuando el autor penetra en la personalidad de sus principales actores. Pero quizás con sobreabundancia de argumento, con demasiadas historias cruzadas, con excesivos recuerdos por rescatar que a veces dificultan atender a la línea argumental principal. A pesar de todo ello, el trabajo narrativo de Francisco Fernández Naval es en su conjunto my aceptable y supera con creces la insubstancialidad de tanta narrativa, convertida en éxito a través de marketing y promoción.

Francisco Martínez Bouzas




Francisco Fernández Naval

Fragmento

“La mujer no le miró a los ojos cuando le devolvió el carné por encima del mostrador de recepción. El color del sujetador daba a entender una existencia triste, sin sobresaltos, una manera de vida que él conocía bien y de la que huía. Pagó. Quizás a ella le extrañaba su soledad. No era fácil que sospechase nada de él, que lo viese como un hombre capaz de abandonar a su familia y de quedar prendido por un trozo de cuerpo intuido a través del hueco causado por la falta de un botón de una bata de flores. Si ella no le miraba, no podía leer el deseo en sus ojos. Metió la mano en el bolsillo de la americana. Allí estaba la pistola, cargando la chaqueta de aquel lado. Si ella pusiese sentir el tacto frío del metal en su pubis, su dureza compacta, la suavidad de sus cachas. «Buen día para un viajante», exclamó decidido a mentir, dibujando en su rostro una falsa expresión de júbilo mientras firmaba la factura. Ella no le contestó”

(Francisco X. Fernández Naval, Sombras en el laberinto, página 49)

lunes, 3 de septiembre de 2012

"LA LUZ EN EL CRISTAL", RELATOS DE AMOR Y SOLEDAD

La luz en el cristal
Ricardo Martínez-Conde
Calima Ediciones, Palma de Mallorca, 2011, 98 páginas.


   Con la “asepsia lectora” a la que todo escritor tiene derecho a la hora de que sean valoradas sus obras, leo estos relatos de Ricardo Martínez-Conde. Mas ya desde las primeras páginas, la neutralidad deja paso a un cierto grado de empatía, esa empatía que se produce cuando el lector es vencido por una lengua diamantina y por momentos verdaderamente persuasivos que halla en muchos de los relatos de esta colectánea. Diecinueve relatos nos brinda este escritor bilingüe, que escribe en gallego y español, que cultiva distintos géneros y materias literarias: poesía, haikus, el aforismo, el ensayo histórico y el relato breve, como es el caso que nos ocupa, La luz en el cristal.
   Un libro sin duda misceláneo, recopilación  de relatos de distintas hechuras, tamaños y tramas diegéticas. Fragmentos de vida y literatura para el autor, unificados en su mayoría por la prevalencia de lo que me atrevería a designar como narratividad interior. Quiero decir que estos textos de Martínez-Conde son relatos atrapados no tanto por la actividad externa de sus protagonistas, sino por reiteradas calas en sus interioridades. Relatos pues que miran y bucean en el interior de las personas, en sus obsesiones, en sus miedos, en sus culpas, en las dudas y cavilaciones que les corroen o empujan en sus absurdos vacíos sin final o incluso en las percepciones sensoriales que pueden apreciar, pongo por caso a través de las paredes.
   Leve carga diegética pues, con algunas excepciones, la que rodea  a los personajes de Ricardo Martínez-Conde. Muchos de ellos personajes robinsonianos en medio de la urbe, que se refugian en la soledad que actúa casi como su muro protector. Una soledad ontológica como llega a calificarla el escritor en algún momento. El mismo amor sería una culminación en el ejercicio de la soledad que constituye la vida.
   La luz en el cristal distribuye su bagaje diegético en diecinueve historias de distinta elaboración y formato en las que encontramos textos de mediano tamaño al lado de verdaderos microrrelatos, el género de la recompensa inmediata, basado en el arte de compresión. Huyo, una vez más, de  la tentación de convertirme en “spoiler” de estas historias, pero no por ello dejaré de resaltar algunas de ellas.
   La primera, la que abre la colección, sin duda el relato más largo, “Vecinos”, un análisis existencial a través de los evocaciones de los vecinos que de los últimos años recuerda el protagonista relator. Vecinos o vecinas a los que se conocen o se hacen notar a través de detalles como los sones de un piano, su no presencia desagradable, excepto en ocasiones, la obsesión por la música “plazuelera”… y cuya liviana compañía incita a recapacitar acerca de la soledad y de la melancolía, tonalidades presentes en muchas páginas de este libro. Una reflexión sobre la condición esencial o circunstancial del amor, otro de los leitmotiv de algunos relatos de Martínez Conde, aparece de forma explícita en las pocas líneas de la historia de un contacto inesperado con una mano femenina del relato “¿Has dicho amor?”. En “El barro” presenciamos el seguimiento del acto creador de un escultor que moldea la figura de una mujer, lleno de dudas a la hora de darle forma a ciertas partes de ese cuerpo femenino. Contemplamos la ligera carga diegética de estos fragmentos de vida y literatura en relatos como “El viejo profesor”, recuperación de la trayectoria existencial y familiar del viejo profesor que apostó por la filosofía; “El hombre indolente”, una cala en una voluntad encaminada a la emoción y a la quietud. La misma narratividad interior es así mismo el tema de otros relatos como “La visita”, una mirada a los caprichos del amor; “El viajero”, una reflexión sobre el acto de mirar en búsqueda de compañía y amistad. Pero hay excepciones a esta narrativa centrada en la interiorización. Entre ellas, “La casa verde” o “La escuela”. Los dos son cuentos mucho más narrativos, en los que sin dejar de lado el espejo interior, se refleja así mismo actuaciones externas de los personajes.
   Y entre estos fragmentos de vida de seres triviales, un relato, “La lectura” que me atrevería a calificar como la autopoética del escritor o el canon epistemológico de la ficción, que no es tal ni para el que escribe ni para el que lee, sino la verdadera realidad. Lo reiteradamente convenido en el implícito pacto narrativo parece o se convierte en lo verdadero.
   Los hilos lingüístico con el que Ricardo  Martínez Conde hilvana sus prosas son de gran calidad. La lengua fluye con naturalidad, dotada además  de una gran tonalidad poética. Por eso mismo y a pesar del carácter de estos relatos pocos centrados en aconteceres y acciones, su lectura es sugerente, meditativa. La carga emotiva del relato surge del todo: de un lenguaje fluido y bien engarzado con el que el autor acompaña pequeños incidentes o calas intimistas que sugieren significados y nos adentran en las entrañas misteriosas del ser humano.

Francisco Martínez Bouzas


Ricardo Martínez-Conde

Fragmentos

   “A una madre de familia tan joven sospeché que habría que tensarle su cuerda vital todo aquello que el temprano matrimonio había interrumpido prematuramente. La curiosidad, la volubilidad de los sentimientos, un punto de transgresión propio de una naturaleza femenina dotada de tantos referentes físicos como en su caso, habían de tener expresión como fuere, más aún si la soterrada sexualidad emana del entorno cálido de una sociedad meridional.
   De terraza a terraza me enteré de alguna de sus aflicciones, de las dimensiones escasamente disimuladas de su cuerpo robusto, de parte de sus deseos. Era maternal de una forma rotunda, impositiva. Grande, fuerte, alta: al menos los atributos externos parecían sobrarle.
   El caso es que cuando llamó aquella tarde a mi puerta con expresiva evidencia, pues había montado sus pechos, tan llenos, como pitones de gala, no supe en un principio (o no quise saber) sus intenciones. Me enfiló con ojos ardientes llevando de la mano su crío pequeño. Se aproximó lo bastante como para poder herirme con sus astas, me habló con provocada confianza y, dejando a mi cargo ‘un ratito’, el hipotético objeto de sus amores, salió.
   El primer paso ya había sido dado, la intimidad establecida. Luego vendría todo lo demás”

…..

   “Por eso -y volvemos al argumento ya expuesto- la realidad de la ficción, la realidad del creador ha de ser confeccionada sin fisuras. Ha de ser definitiva, hermética, única, incuestionable. Ha de ser creíble (casi se atrevería uno a decir que constatable, incluso -o, sobre todo-, para el corazón) para que resulte convincente, para que resulte real en el sentido más amplio y genérico de la palabra.
   De algún modo, como lector, podría decirse que se negaba a participar en una ficción no real, no verdadera a los ojos y el entendimiento del lector. De ahí que fuese un impulso inexcusable el que le llevó a pronunciar en voz alta -en voz alta dentro de su silencio y de su soledad de lector- la palabra melancolía. De inmediato la juzgó como la más apropiada, la más convincente: como la palabra más útil y necesaria. Como la palabra inevitable (asumiendo por el momento un semblante transcendente, se imaginó incluso ser él el creador).”

(Ricardo Martínez Conde, La luz en el cristal, páginas 12-13, 77)

sábado, 1 de septiembre de 2012

LA DEMOLICIÓN DE BOLÍVAR

La carroza de Bolívar
Evelio Rosero
Tusquets Editores, Barcelona, 2012, 389 páginas.


   Evelio Rosero (Bogotá, 1958), conocido tanto en Colombia como en otros países sobre todo por su novela Los ejércitos (Premio Tusquets 2007), es uno de los narradores que persiguen que se hable sobre todo de sus obras y no de sus personas. No obstante y a pesar de su distanciamiento de fastos y oropeles y de su concentración en la escritura, la crítica internacional ha elogiado con fervor su universo narrativo. Evelio Rosero inició La carroza de Bolívar en el año 2008. Hubiera querido terminar la novela en el 2010 -su particular tributo desmitificador  al cumplirse los doscientos años de la Independencia-, pero confiesa que no lo quiso así la literatura.
   El escritor dio a la imprenta un libro polémico, aunque no fue su propósito causar disputas, sino invitar a reflexionar sobre el pasado, sobre los momentos gloriosos y otros menos memorables de los años de la lucha independentista y liberadora de América. Incitar a reflexionar igualmente sobre sus personajes más relevantes mitificados narrativamente, al margen de rigurosas biografías como las de Masur y John Lynch, centradas en la figura más prominente. Y tal como habían hecho Caballero Calderón, Álvaro Mutis, García Márquez y más recientemente Wiliam Ospina, también Evelio Rosero nos ofrece su versión del Libertador.
   La novela está basada en las historias que el propio escritor escuchó de niño en Pasto sobre Bolívar, sobre sus equivocaciones y excesos. Porque en la memoria colectiva de Pasto, confiesa Rosero, subsiste aún la huella del terrible paso de Bolívar por su territorio. Y así mismo en la obra del historiador nariñense, José Rafael Sañudo que corrobora lo que grita la memoria popular de generación en generación. Su ficción, ajustada según el narrador a lo que sucedió, contradice la versión oficial sobre las incursiones de Bolívar en Pasto. Una fábula de tontos y para tontos, porque según Rosero, los verdaderos héroes fueron Nariño, Sucre, Piar, Córdoba o Agustín Agualongo, el indio Agualongo, vigía del paso de Sandoná con cuatro mil pastusos dispuestos a morir por el surrealismo, como lo cantó el poeta gallego Antón Avilés de Taramancos, que con su bravura hizo que el oráculo mintiese como un bellaco cuando Bolívar pronunció aquella frase: “Nadie nos vencerá”.
   Aunque La carroza de Boívar puede ser leída como un ajuste de cuentas con la historia y  el proceso de desmitificación del político soñador de la Gran Colombia es un de los núcleos temáticos de la novela, Rosero centra su ficción en las figuras del doctor Justo Pastor Proceso y de su esposa Primavera Pinzón y en su enloquecida historia de amor trágico-cómico, vivida en el ambiente grotesco de las vísperas del carnaval. La novela, en efecto, narra diez días de finales de 1966, los que corren entre el día de los Inocentes y el de Reyes, fecha de la celebración del carnaval de Negros y Blancos que en la capital pastusa se celebra con festejos, disfraces y desfile de carrozas con motivos  burlescos. Justo Pastor se encarga de la fabricación de una carroza que refleje lo que él considera la verdadera faz del Libertador: pésimo estratega en el campo de batalla, arrasador de ciudades indefensas, violador de adolescentes…. La construcción de tal carroza se convierte en piedra de escándalo y motivo de un complot tramado por unos jóvenes universitarios revolucionarios, porque ni siquiera en el carnaval donde todo se relaja y la moral parece ausentarse, se tolerará una burla contra Bolívar.
   La novela de Rosero es un verdadero mosaico narrativo en el que el oficio del escritor es capaz de ensamblar como baldosas perfectamente combinadas, falsas realidades transmitidas por la historia oficial con falsas realidades frutos de la ficción. La amalgama de ficción con transfondo histórico y niveles poéticos, existenciales, eróticos e incluso paródicos, convierten la lectura de La carroza de Bolívar en un ejercicio ameno, lúdico en ocasiones, además de de inducir al lector a reflexionar sobre la verdadera dimensión humana de figuras del pasado convertidas en estatuas por la historia oficial y por los espacios simbólicos  de la leyenda.

Francisco Martínez Bouzas




Evelio Rosero

Fragmentos

“(…) la última vez que intentó besarla en la noche a modo de paternal despedida hizo a un lado la cara y dijo puaf con razón mamá nos dice que hueles a calzón de embarazada, ¿pero qué sabía esa niña del olor de un calzón de embarazada?, ¿qué era ese vocabulario?, por Dios Justo Pastor -se dijo- urgía quemar el disparate y empiyamarse a las carreras y volver a la cama con Primavera, que sin duda se enfadaría por despertar en plena madrugada pero que de todos modos se encontraba más caliente que nunca debajo de las cobijas, la musgosa entrepierna casi abierta, y que volvería a dormir profunda, permitiendo que el dedo sabio del ginecólogo se abanicara suave por sobre la punta de cada vello…”

…..

“El Libertador fue el enemigo que no dio concesiones a Pasto, como sí las dio a otros pueblos realistas, importantes baluartes de la corona cuando los derrotaron. «Mientras en otras ciudades de la nueva república se levantaban escuelas (nos dice Sañudo) en Pasto era el exterminio». Y la orden, el acicate de toda esta inmolación venía de Bolívar, el principal ofendido en las vísceras del alma a partir de Bomboná, de Bolívar a sus generales, de los generales a los oficiales, de los oficiales a los soldados, a los esbirros,  a los matarifes como Salom, Flores, Cruz Paredes (que seguían estrictas órdenes de Bolívar), Lucas Carvajal, Andrés  Álvarez , o los brutos Hermógenes Maza y Apolinar Morillo, asesinos (los acusa Sañudo) que «sólo por probar el esfuerzo de su brazo hundían sus espadas en filas de individuos». Pues las matanzas no se hicieron esperar, y las alentaba el Libertador, que dio además un decreto de confiscación de bienes”

…..

“-Bolívar no necesitaba verla para encontrarla: al Libertador le llevaban las piezas de caza, y elegía.
-Tenía su «encargado» para estros menesteres: se trataba de un subalterno discreto, con nombre y apellidos, pero tan obvio que ningún historiador se mostró una vez interesado en mencionarlo (…)
- «Fue así como saltó otra canita al aire del Libertador.»
-«Lo condujo a la primera cita de la noche, lo animó, «Libertador», le dijo, «la mujer se hizo para el reposo del guerrero.»
-Pero en el caso de Bolívar no se debería decir mujer sino criatura, cría, núbil, retoño, párvula, bisoña, infantil, carne pura.”

(Evelio Rosero, La carroza de Bolívar, páginas 23, 189-190, 234-235)