A cielo
abierto
Antonio Iturbe
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2017, 622 páginas.
El autor de A cielo abierto, Antonio Iturbe
(Zaragoza, 1967) está marcado como escritor por el éxito de sus tres novelas publicadas
hasta ahora; y de forma muy especial, por la obra La bibliotecaria de Auschwitz (2012), traducida a varias lenguas y
publicada en once países. La novela que ahora nos ofrece en Seix Barral,
ganadora del Premio Biblioteca Breve 2017, está así mismo moldeada por la irrupción sin cortapisas de la
realidad en la ficción que, en buena medida, está ampliando el concepto de
novela, hasta desembocar en lo que se conoce como novela-verdad. Se suma así
Antonio Iturbe a la tendencia de la narrativa contemporánea de convertir a personas reales en personajes de ficción:
escritores, mujeres u hombres con intereses intelectuales, o simplemente con un
relieve importante en alguna de las facetas de la actividad humana. Philip
Roth, J.M Coetzee, Saul Bellow, Elena Poniatowska, Julian Barnes, Raymond
Carver, Günther Grass, Emmanuel Carrère, Annie Ernaux o Delphine de Vigan,
entre otros muchos, forman parte de esta tendencia de amalgamar realidad y
fabulación.
Y, en efecto, ese “periodista ubicuo” y
escritor en sus momentos libres, ha tejido una novela apasionante basada en
hechos y con personajes igualmente reales, ya que asume la realidad histórica
como materia prima. Al lector le corresponde la tarea de diferenciar la
realidad del cemento de la fabulación, puesto que la propuesta narrativa que es A cielo abierto ofrece un ejercicio
compositivo que bebe de ambas. “Es obvio, responde el autor en alguna
entrevista, que no es una biografía porque he trabajado con los elementos de la
ficción, se trata más bien de una
ensoñación… una proyección imaginativa
de hechos reales.”
El resultado es una novela intensamente
épica, exultante y a la vez dolorosamente humana, trágica y quizás excesiva,
sobre la pasión de volar, porque volar, como escribió el poeta Rafael Pérez Estrada,
es en efecto el resultado de una intensa pasión, jamás de una práctica. Una
pasión que arrebató hasta extremos difícilmente imaginables a los tres grandes
protagonistas de A cielo abierto:
Antoine de Saint-Exupéry, Jean Mermoz y Henri Guillaumet. Un merecido homenaje
a la contumacia de tres hombres que, desde los años veinte hasta los cuarenta,
se jugaron el pellejo en sus cacharros voladores, preocupados no por la muerte
sino por la vida y porque el correo llegase en el menor tiempo posible a las manos
de sus destinatarios.
La novela echa a andar en 1923 con el alférez
Tonio (Antoine de Saint-Exupéry), un aristócrata de provincia pobre de
solemnidad, arriesgándose en un vuelo sobre París. En el aterrizaje, tras mil
piruetas que hace sobre todo para una persona, Louise de Vilmorin (Loulou), que
ha secuestrado sus pensamientos, el avión vuelca y su cuerpo resulta malherido.
A través de sus hermanos, que lo consideran un condenado a muerte, la prometida
le hace llegar una inexorable
disyuntiva: si quiere continuar con su compromiso, debe dejar la manía absurda
de volar, de ser aviador, un oficio de descerebrados. Y en la cama del
hospital, opta por el amor de Loulou, renunciando a la vocación de surcar los
cielos. Será por poco tiempo, porque Loulou rompe el compromiso, sin otras
razones que no sean su frivolidad, dejando a Tonio como un sapo entre albaranes
y tedio, con un teatro vacío en el estómago.
En secuencias paralelas y alternas, la
narración presenta a los otros dos actantes principales: Jean Mermoz y Henri
Guillaumet. La pasión de pilotar les impulsa a hacer el servicio militar en la
aviación. Tras dejar el ejército, los tres son aceptados en la aviación
comercial, en Latécoère que se transformará con el paso del tiempo en Aeropostale y más tarde en Air France.
La novela desgrana con minuciosidad las
inimaginables proezas de los tres grandes amigos en España, Siria, África y
América del Sur, como carteros del aire. Tres mitos de la aviación civil y un
gran escritor, pilotos acostumbrados a aterrizajes forzosos en cualquier lugar,
en el desierto o en una minúscula planicie helada entre las cumbres andinas,
pilotos que hacen posible la “imposibilidad” de los vuelos nocturnos, los
primeros vuelos de correo transoceánico, que no piden honores sino aviones para
ir más lejos, que vivieron cada año como si fueran diez, vencieron sus miedos,
llegaron a lugares insólitos, se sacrificaron -la muerte incluida en el caso de Mermoz-,
lucharon desde el aire contra el nazismo, también hasta la muerte (Tonio Y
Guillaumet). Y llegado el momento de la definitiva partida, Tonio cae
suavemente entre las olas del Mediterraneo “como cae la hoja de un árbol”
(página, 617).
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Antoine de Saint-Exupéry |
Por una vez no le haré caso al borgiano
Pierre Menard: censurar y alabar son operaciones que nada tienen que ver con la
crítica. Y lo hago dejando constancia de las razones para leer esta novela
fascinante, de más de seiscientas páginas:
-
Antonio Iturbe caracteriza con gran profundidad psicológica a los personajes
principales: Mermoz un hombre dotado de gran magnetismo, un mujeriego,
indisciplinado, aunque muy concentrado en sus trabajo y en las olimpiadas
sexuales de los fines de semana. Guillaumet,
prudente, pero igualmente obsesionado por llevar siempre el correo a su
destino. Antoine de Saint-Exupéry, un idealista lleno de recovecos, que ama al
amor, necesita ser amado, pero es incapaz de amar de una forma constante. Son
igualmente reseñables los trazos con los que diseña el autor a algunos
personajes secundarios: esposas y amantes y especialmente al director de
operaciones, Didier Dourat, implacable en sus decisiones, pero profundamente
justo.
-
El perfecto cosido de realidad y fabulación: un relato de aventuras reales,
concentrado en los pioneros del correo aéreo, una narración psicológica, y las
historias de amor que formaron parte de la aventura vital de los tres pilotos.
Es por ellos, A cielo abierto un
libro de amores intensos, farsas, caos espantoso, absurdos raids de
infidelidades.
-
Libro teñido de un fondo idealismo y de exaltación del deber: la importancia de
llevar el correo a todas las partes del mundo. Mas novela igualmente de
derrotas, dolorosas derrotas soportadas, por ejemplo, cuando Tonio es aceptado
en Air France, pero no como piloto, sino como relaciones públicas.
-
La intensidad épica con la que el escritor narra las luchas por la
supervivencia, lidiando contra el calor,
el frío y el hambre más allá de lo que el ser humano puede resistir. O la épica
también de los mecánicos que pelean, sin apenas tiempo, contra la tuerca que se
resiste. Una épica conjugada harmoniosamente con la tonalidad altamente
melancólica cuando se nos transmite la grisura afectiva de Tonio o su
aburrimiento como contable o vendedor de camiones, después de que la mujer de
sus sueños y por la que había renunciado a volar, lo dejara en la estacada.
-
La adecuada proporción de metaliteratura que se entreteje en el relato de las
experiencias de vuelo y vivencias de Tonio y sus obsesiones en búsqueda de una
escritura perfeccionista, especialmente en la composición de su primera novela Correo Sur o El principito.
-
La alta tensión narrativa con la que avanza la trama, sin desfallecer, aunque
algunos capítulos son prescindibles. Un estilo de prosa elaborado, con hallazgo
de metáforas sorprendentes por su originalidad.
-
La recreación de ambientes y la captación del espíritu de una época confusa y
compleja en el terreno de las ideas y de la política, pero de grandes
innovaciones técnicas.
La ambición y el aliento que insuflan una
novela de más de seiscientas páginas, que nunca decae, solo es posible mediante una
orquestación estructural que va más allá del relato lineal, y un trabajo de
esmerilado de cada una de las secuencias. Un reto que afrontó de forma exitosa
Antonio Iturbe, lo que acrecienta sus credenciales de narrador muy solvente.
Francisco
Martínez Bouzas
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Antonio Iturbe |
Fragmentos
“Con
Berezovsky detrás pilotando y él delante, despegan del suelo. Por fin. Allá
abajo quedan el cuartel de Istres y su ejército de barrenderos, el odio sucio
de Pelletier, la rutina insoportable… Desde el momento en que se alzan y Mermoz
siente las olas del viento romperle en el rostro, sabe que es allí donde quiere
estar: más alto, más libre. Le han dicho que es difícil aprobar el examen, que
apenas un tercio lo logra, si es que llega con vida. Pero él cree ciegamente
que será piloto. El instructor da pocas indicaciones, apenas habla. Hay una que
repite a cada poco levantando la voz por encima del ruido ensordecedor de la
máquina:
-Escucha
el motor.
-¡Ya
lo oigo!
-¡No
te he dicho que lo oigas, sino que lo escuches!
Mermoz
se impacienta y, pese a la diferencia de rango, responde de manera destemplada.
-Pero
¿qué he de escuchar?
Otro
superior le habría amonestado por su insolencia. Berezovsky tan sólo alza las
cejas con incredulidad.
-¡La
música!”
…..
“Todos
creen que Daurat jamás vacila. Él cultiva ese mito. Deben creerlo porque los
hombres siempre necesitan creer en algo que esté por encima de ellos. Daurat
piensa en los pilotos muertos, en los que morirán. Mira su imagen en el vidrio
y se pregunta: ¿Vale la pena?
Un
Daurat más difuminado no le responde.
No
sabe si vale arriesgar la vida de esos chicos para llevar el mensaje de las
cartas a todas partes del mundo, pero sabe que el sacrificio, el esfuerzo y la
entrega los hace mejores. Piensa en ellos como en la pasta blanda y sin
substancia que sale de la amasadora. Sólo cuando se introduce en el horno y
sufre su calor abrasador se convierte en pan. La masa pegajosa no sirve de
nada, el pan salva a la humanidad entera.”
…..
“Con
el rabillo del ojo ve una mancha oscura en el cielo a su izquierda y el corazón
se le acelera. La mancha aminora. Lo ha visto. Vira para ponerse a su estela.
Viene por él. Es un Messerschmitt alemán.
No
tiene donde guarecerse, el avión alemán está demasiado cerca. No puede verlo
pero lo sabe, lo siente acercarse por detrás, agigantarse. No hay escapatoria,
no puede saltar en paracaídas sobre el mar.
Siente
una barra de hielo en la espalda. El miedo lo paraliza. Su primera intención es
dar gas a fondo y tratar de dejarlo atrás, aunque sabe que ya no hay margen. Ya
no. El avión alemán está demasiado cerca, viene
a mucha velocidad. Podría intentar hacer toneles y dar guiñadas en el
aire a la desesperada, pero decide que no. No quiere ser cazado como un ratón
que huye despavorido. Si ese ha de ser el final de la función, lo acepta. Si ha
de caer el telón, que caiga. (…)
El
piloto alemán lo tiene casi a tiro. Coloca el dedo sobre el percutor del cañón
MG de veinte milímetros.
En
ese momento último, se le aparece la imagen de Loulou. Su pelo rojo, su carne
blanca, sus ojos verdes. Y entonces tiene una revelación. ¡Durante toda su vida
ha estado equivocado!¡Ahora ve el error! Siempre creyó que lo más importante
era ser amado…, pero se da cuenta en ese instante crucial de que lo más
importante es amar. El amor que ha sentido por Loulou ha iluminado su vida.
¡Cómo va a odiarla! Nunca la ha odiado por mucho que fingiera hacerlo, la ha
adorado y la sigue adorando. Tanto buscar el amor tan afanosamente por todas
partes y lo tenía en la palma de la mano, porque el amor que nos salva no es el
que pedimos, sino el que damos. El farolero lo sabía: el regalo no es la luz,
es encender los faroles.
Tonio
oye el motor del caza alemán. Está a tiro de su ametralladora. Lo sabe. Siente
el culebreo de la serpiente oscura en su espalda preparada para morderlo con su
veneno. Es su destino. Suelta los mandos y sonríe con una paz que no recuerda
desde las noches de la niñez en que su madre venía a la cama a arroparlo. Ha llegado
el momento de partir.
Un
relámpago amarillo.
No
gritó.
Cayó
suavemente como cae la hoja del árbol
El
comandante De Saint-Exupéry no regresó ese mediodía del 31 de julio de 1944 a la
base de Bastia, como estaba previsto. Nunca regresó. Su cuerpo nunca ha sido hallado.”
(Antonio Iturbe,
A cielo abierto, páginas 44-45, 204, 616-617)